Payá y Rico, Miguel Antonio Domingo. Benejama (Alicante), 20.XII.1811 – Toledo, 24.XII.1891. Cardenal primado de España, arzobispo de Compostela, obispo de Cuenca, patriarca de las Indias Occidentales.
Sus padres, Miguel Payá y Rosa Rico, contrajeron matrimonio en Onil (Alicante), el 16 de febrero de 1805. Eran labradores ricos, descendientes de cristianos viejos, cuyos antepasados ostentaron los cargos de regidores, justicias mayores y otros influyentes en los cercanos pueblos de Biar Castalla y Onil. Su niñez transcurrió felizmente en Benejama, junto con su hermano José Ramón, hasta que por fallecimiento de su padre el 10 de mayo de 1820, su madre se trasladó al municipio cercano de Onil, del que era natural, buscando el apoyo familiar, y con objeto de administrar su hacienda.
Miguel Antonio mostró una precoz disposición para el estudio y, desde muy joven, manifestó el deseo de seguir la carrera eclesiástica. Preparó su ingreso en el seminario en el vecino pueblo de Castalla (Alicante). Fue becario del Real Colegio del Corpus Christi; en la Universidad Literaria de Valencia se licenció en Filosofía, Derecho y Teología. En 1836 fue ordenado sacerdote y nombrado catedrático de la Universidad, donde impartió Metafísica, Ética, Literatura, Historia, Lógica, Gramática, Matemáticas y Astronomía.
Su tendencia política liberal-conservadora y su afinidad a la dinastía Borbón fue la causa de que la Junta Revolucionaria de Alcira le privara de su Cátedra universitaria (1841), motivo por el que se retiró a la parroquia de su pueblo natal, donde se ocupó de levantar la nueva iglesia, acondicionó el cementerio, creó la primera banda de música, potenció las fiestas de Moros y Cristianos, fundó la Asociación de Beneficencia Domiciliaria e instituyó el patronazgo de la Divina Aurora, que en las grandes solemnidades luce la cruz pectoral del cardenal.
En 1854 volvió a Valencia como beneficiado de la Catedral y como profesor universitario, al mismo tiempo que fundaba el periódico El Eco de la Religión (enero de 1855), del cual editó ochenta y seis números.
En 1857 obtuvo la plaza de canónigo lectoral.
Conocedora de sus méritos, la reina Isabel II le nombró predicador mayor de Su Majestad (1857).
Istúriz, a través del marqués de Pidal, le propuso para obispo de Cuenca el 5 de marzo de 1858, fue consagrado en Valencia el 12 de septiembre y tomó posesión el 9 de octubre del mismo año.
En Cuenca organizó y presidió la Asociación de Amigos del País; fundó el Asilo de Huérfanas y Desamparadas y constituyó la Asociación de Beneficencia.
Cuando el hambre hacía estragos en la ciudad (1867), regaló su coche a los pobres junto con 30.000 reales de su fortuna personal, por lo que se ganó el apelativo de “Amigo de los Pobres”.
Desde Cuenca vivió el destronamiento y exilio de Isabel II (1868), así como la proclamación como rey de España de Amadeo de Saboya (1870), al mismo tiempo que su padre Víctor Manuel II entraba en Roma y declaraba a la ciudad capital del Reino de Italia, dando lugar a que Pío IX se considerara voluntariamente prisionero de los Saboya en el Vaticano.
Durante la Tercera Guerra Civil entre la España liberal y la tradicionalista, las tropas carlistas sometieron Cuenca, imponiendo en la ciudad un régimen de humillaciones, crímenes y desmanes a los que Payá hizo frente, como recoge Galdós en los Episodios Nacionales, donde relata la memorable escena en la que pide a los príncipes piedad para los vencidos. Esta actuación hizo comprender a los españoles que no todo el episcopado hacía causa común con el realismo intransigente.
El hecho más relevante entre los realizados por el obispo de Cuenca tuvo lugar cuando participó en el Concilio Vaticano I, donde el asunto más importante de los propuestos fue la definición dogmática de la infalibilidad personal del Romano Pontífice en materia de fe y de costumbres. Cuatro años más joven que Garibaldi, Payá vivió el largo proceso constitutivo de Italia como estado independiente y la paralela pérdida del poder temporal de los papas. Una parte importante de los obispos, sobre todo franceses, era contraria a la oportunidad de la declaración. La disidencia nacía de lo crítico de las circunstancias: conocían la situación comprometida del pontificado en cuanto al poder temporal, cuya pérdida podía perjudicar su independencia en el orden espiritual y profesaban el galicanismo que defendía que el Consejo de los Obispos era superior al papa. Frente a este movimiento, los ultramontanos no sólo admitían el poder temporal del papado, sino que pretendían aumentarlo. El viernes 1 de julio de 1870, después de que se hubiesen pronunciado más de cien discursos sobre la infalibilidad del Papa, Payá subió a la tribuna, sin notas y en un latín elegante, improvisó un discurso de una hora y tres cuartos, cuya exposición terminó con las discusiones y el Concilio declaró la infalibilidad pontificia en los términos que el obispo de Cuenca había defendido.
Amadeo de Saboya había tomado posesión el 2 de enero de 1871; los obispos españoles, en general, se mostraron hostiles al nuevo Rey y se comprometieron políticamente en las elecciones de marzo de 1871.
Pese a todo, Payá luchó por la unidad y la confesionalidad católica de España, motivo por el que la provincia de Guipúzcoa lo propuso para ser su representante en el Senado (1871).
Emilio Castelar lo presentó para la sede arzobispal de Santiago de Compostela (1874), adonde llegó en pleno cambio de régimen, casi al mismo tiempo que el rey Alfonso XII entraba en España. Payá se identificaba plenamente con la Restauración dirigida por Cánovas del Castillo.
La diócesis compostelana era una de las más importantes de España y, seguramente, la de mayor proyección internacional. Montado a caballo o en mula, recorrió en menos de dos años la vastísima extensión de su diócesis, compuesta por más de mil parroquias, empresa que ninguno de sus antecesores realizaba desde hacía siglos. Pronto se indispuso con un clero mayoritariamente contrario a sus planteamientos, al que obligó a utilizar el nuevo traje talar, asunto que junto con otras cuestiones provocó que se sublevaran canónigos y carlistas. Prohibió las escuelas protestantes y el entierro de los no católicos en los cementerios, con lo cual se ganó las críticas de la prensa liberal, anarquista y republicana. Fiel a su trayectoria de atender tanto las necesidades materiales como las espirituales de quienes le rodeaban, reformó el Hospital de Incurables de Nuestra Señora de la Piedad; reorganizó el Asilo de Huérfanas de Santiago; habilitó una parte del Hospital de San Roque para las marginadas y desvalidas.
Levantó bajo su dirección el manicomio de Conjo, en una finca propiedad de la Diputación coruñesa, al que dotó de personal facultativo y de administración, obteniendo el reconocimiento de esta institución, que le nombró hijo adoptivo de la provincia.
Al arzobispo de Compostela le correspondía por derecho propio el cargo de senador del Reino, que Payá juró el 21 de junio de 1884.
Pió IX le nombró cardenal el 11 de marzo de 1877, de modo que pudo participar en el cónclave que eligió a León XIII (1878). Al volver de Roma, Payá se había planteado un nuevo reto: si en la Catedral compostelana se encontraban los restos del apóstol Santiago, deseaba revitalizar este símbolo de la cristiandad poniendo de nuevo a la vista los restos del patrón de España. Con este secreto deseo potenció las excavaciones y la restauración iniciadas por los canónigos López Ferreiro y Labin Cabello, dando lugar a numerosas protestas que llegaron a Roma. La noche del 28 de enero de 1879, tras perforar una bóveda, los trabajadores se encontraron una tosca urna depositada detrás del altar mayor que, en opinión de tres profesores universitarios de la época, podía corresponder al apóstol Santiago y a sus discípulos Anastasio y Teodoro. Para determinar la veracidad de esta hipótesis, se establecieron dos procesos paralelos, uno promovido por el arzobispo de Compostela y otro por el Papa, dirigido por monseñor Agustín Caprara, promotor de la Fe. La coincidencia de los resultados de las dos comisiones motivó la publicación de la bula Deus Omnipotens (1884), en la que León XIII anunciaba el redescubrimiento de los restos del apóstol y llamaba a todos los católicos a volver a emprender peregrinaciones a Santiago.
La Reina regente le nombró capellán mayor el 6 de abril de 1886, y su primera actuación en el ejercicio de este cargo fue el bautizo del rey Alfonso XIII, que tuvo lugar en el Palacio Real el 2 de mayo de 1886.
Miguel Payá y Rico fue preconizado arzobispo de Toledo y primado de España por el papa León XIII en consistorio secreto celebrado el 7 de junio de 1886, haciendo el número 106 de los arzobispos toledanos.
Tomó posesión el día 22 de agosto y llegó por tren el día 28 del mismo mes. Contaba setenta y cuatro años de edad y tenía tres jurisdicciones a su cargo: la ordinaria del arzobispado, la palatina y la castrense.
Fiel seguidor de la doctrina social de León XIII, ordenó la lectura en todas las parroquias de la encíclica Libertas y promovió la creación en éstas de “Juntas Locales Antiesclavistas” (1889), dependientes de la Junta Central con sede en Madrid, que ofreció a Payá la presidencia honoraria de la Sociedad Antiesclavista Española. Promovió la apertura de la Escuela Católica Nocturna para hombres (1889).
Preocupado por el bienestar de los seminaristas y la calidad de la enseñanza impartida, continuó las obras del Seminario iniciadas por el cardenal Inguanzo, para las que Payá buscó financiación e inauguró el 29 de septiembre de 1889.
Hombre cultísimo y gran intelectual, apoyó la cultura y permaneció atento a los avances técnicos; así, protegió la creación de la “Sociedad Artístico Musical”, colaboró con la Real Academia de la Historia y con la Academia de Infantería, cuyos alumnos cubrieron la carrera del Corpus y su banda de música acompañó a la procesión (1890). Adelantándose a la llegada del teléfono a Toledo, escribió un artículo titulado La confesión por teléfono; utilizó por primera vez la luz eléctrica en la Catedral, para iluminar el Monumento de la Semana Santa en 1890, antes de que se inaugurara el alumbrado eléctrico en la ciudad. No quiso que el Seminario fuera una institución aislada y organizaba “veladas literarias” a las que invitaba a los representantes políticos y culturales de la ciudad, para que los seminaristas convivieran con ellos: en una de esas veladas se mostró el funcionamiento del fonógrafo.
Arzobispo de Compostela, obispo de Cuenca, patriarca de las Indias Occidentales, prelado doméstico de Su Santidad, noble romano, predicador supremo de Isabel II, capellán mayor de Su Majestad; juez ordinario de su Real Capilla, Casa y Corte; comisario general apostólico de la Santa Cruzada, vicario general de los Ejércitos y de la Armada; canciller mayor de Castilla; catedrático de la Universidad de Valencia; senador del Reino, notario mayor del Reino de León; caballero del Collar y Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III; Gran Cruz de Isabel la Católica, y Gran Cruz del Mérito Militar.
Falleció en Toledo, a las ocho de la tarde del 24 de diciembre de 1891, y fue enterrado el 29 de diciembre, delante de la capilla de la Virgen del Sagrario, en el lugar en que se arrodilló por primera vez al llegar a Toledo.
Payá vivió un siglo plagado de cambios, muchos de ellos radicales: una España empobrecida por las guerras, la pérdida de las colonias, una clase obrera en ebullición que participaba de las ideas provenientes de Europa que motivaron la Rerum Novarum de León XIII, cuya doctrina social siguió y cuya filosofía plasmó en muchas de sus pastorales, en las cuales, en repetidas ocasiones se refirió a la situación de los obreros, la obligación por parte de los empresarios de pagarles un salario justo y la necesidad de respetar el descanso dominical, amén de su postura personal de proporcionar trabajo y sustento a los más desfavorecidos siempre que le fue posible y de apoyar continuamente la creación de escuelas para obreros. Vivió en sus ochenta años gran parte de los acontecimientos importantes de la vida nacional e internacional del siglo xix, siendo testigo de excepción de hechos que han repercutido hasta nuestros días. Sus dotes personales le permitieron presenciar e incluso participar en los mencionados sucesos, dando muestras de una personalidad poco común. El periódico semanal El Corsario, órgano de la federación anarquista coruñesa, dedicó el 27 de diciembre de 1891 un recuerdo especial al prelado con motivo de su fallecimiento.
Obras de ~: El Eco de la Religión, diario católico, social, político y literario de Valencia, Valencia, Luis Vicenti, 1855; Discurso a favor de la infalibilidad del Romano Pontífice, Cuenca, Imprenta de Francisco Gómez e Hijo, 1875.
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Pilar Tormo Martín de Vidales