Scío Riaza, Felipe. Valsaín (Segovia), 28.IX.1738 – Valencia, 9.IV.1796. Escolapio (SChP), escriturista, pedagogo, obispo.
Nacido en Valsaín, junto a La Granja de San Ildefonso, Felipe Scío era de familia de artistas procedentes de la isla de Chío, en el mar Egeo, de cuyo nombre deriva su apellido. Su padre, Sebastián Cristián de Scío, natural de Copenhague, llegó a España con Isabel de Farnesio, cuando ésta vino a desposarse con Felipe V, y fue maestro de danza de la Corte. Su madre, Lorenza Isabel de Riaza, fue la tercera esposa de Sebastián. Comenzó sus estudios en el Colegio de Escuelas Pías de Getafe (Madrid), pensionado, con mucha probabilidad, por el infante don Luis o por el príncipe de Asturias. Las familias principales de Madrid y muchos empleados de la Corte llevaban a sus hijos a los Colegios de las Escuelas Pías de la capital, después de la expulsión de los jesuitas en 1767. En 1752, a los catorce años, ingresó en la Orden de las Escuelas Pías en el Colegio de San Fernando, en Avapiés.
Ejerció las primeras prácticas de enseñanza en el de Almodóvar del Pinar, en la provincia de Cuenca, donde enseñó Gramática Latina (1754-1756). A sus dieciocho años, entre 1756 y 1758 cursó estudios clásicos y Filosofía —como su hermano Fernando— en el prestigioso internado de Villacarriedo (Cantabria), donde al mismo tiempo impartía Gramática en las clases inferiores y cuidaba de los alumnos internos.
Volvió a la enseñanza de nuevo en el de San Fernando de Madrid. Impartió clases de Latín y Retórica en los cursos superiores.
Conquistó sus lauros siendo el introductor de las obras directas de Cicerón, Terencio, Nepote, y demás clásicos “de la incorrupta latinidad”, como escribe él mismo en una larga carta latina al general de la Orden, padre José María Guiria, fechada en Madrid el 9 de septiembre de 1764, en la que figura el siguiente texto, traducido al castellano: “Por consiguiente, después de una larga y madura reflexión comencé a introducir con urgencia el método que se acomodaba mejor al de Italia. Rechacé completamente aquellos autores que se explicaban en nuestras escuelas —piadosos por otra parte, pero menos aptos para adquirir la pureza de la dicción latina— y fui el primero que consiguió de los adolescentes que pusieran todo su ingenio y entusiasmo en el estudio de Cicerón, Terencio, Nepote y demás autores de la incorrupta latinidad. De ellos elegí trozos que trataran, con un método más fácil y breve, de las gestas Romanas, Griegas, la Historia fabulosa de los dioses y los ritos antiguos, para que los niños pudieran abrir camino y recrearse entendiendo a los antiguos escritores”. Tal fue su reforma, en la propia escuela. Renovó las Academias literarias de fin de curso, de antigua tradición escolapia en los colegios, sobre todo de Italia. El 24 de abril de 1765 tuvo lugar su primera y solemnísima Academia Literaria de Humanidades. Iba dedicada nada menos “al Príncipe Nuestro Señor, D. Carlos de Borbón —que Dios guarde— baxo la dirección del Padre Phelipe Scío, maestro de Humanidades en las Escuelas Pías”. Se titulaba Palestra literaria, y la presidió, en nombre del príncipe, el conde de Aguilar, su gentilhombre de cámara.
El año anterior el mismo rey Carlos III había presidido unos exámenes de las escuelas primarias de éste. Mientras tanto, en 1761, era ordenado sacerdote.
En 1765, con el permiso de los superiores, y aprovechando el ofrecimiento que le hizo el infante don Luis, quien le subvencionó todos sus gastos, fue a Roma, y allí permaneció hasta 1768. Residió primero en el Colegio Calasanzio, que tenía la calidad de Seminario Pedagógico, donde pudo apreciar los nuevos sistemas pedagógicos y la organización escolar.
Frecuentó también el Colegio de Nobles del Nazareno, fundado por san José de Calasanz. En ellos perfeccionó los estudios clásicos, Teología, Matemáticas y Lenguas Orientales. Aprovechando la ocasión y el apoyo del infante, hizo frecuentes viajes de estudios por Europa —Italia, Alemania, Francia y Centroeuropa— visitando las mejores bibliotecas. De vuelta a España, los superiores le encomendaron la dirección del Seminario de San Fernando de Madrid, que enriqueció con muchos y selectos libros y códices.
De este tiempo es su Égloga en hermosos exámetros latinos, “Carolo Clementi Asturum Principis...”, 9 de octubre de 1771. La composición termina con una “Naenia”, o canción de cuna —ambas composiciones latinas llevan seguidamente su traducción en versos castellanos—, así como la traducción al latín y castellano del autor griego Coluto Licopolita, titulada De raptu Helenae —catorce dísticos latinos con traducción castellana, dedicados al infante Luis de Borbón, editada en Madrid, 1770—.
Era la primera edición publicada en España. En Roma había conocido la importancia filológica de este autor griego, muy estudiado también entre los estudiosos alemanes y holandeses, pero desconocido en España. También presentó el texto griego con traducción al castellano de Los seis libros sobre el sacerdocio, de san Juan Crisóstomo (Madrid, 1773).
A su experta dirección y prestigio intelectual se debe en gran parte la celebridad que el Colegio adquirió ya desde sus comienzos. En 1772 fue a Roma, representando a la provincia de Castilla en el capítulo general. A su regreso, fue nombrado rector del Colegio de Getafe (Madrid), a la edad de treinta y cuatro años (1772-1775). Allí formó una rica biblioteca de obras selectas y códigos manuscritos, e impulsó la plantación de un jardín botánico destinado a profesores y alumnos. Era una innovación pedagógica desconocida en España. Secretario provincial en 1775, en 1778 fue elegido provincial de la provincia de las Dos Castillas, que gobernó con gran acierto.
Tuvo entonces amplio campo para ejercitar sus planes de reforma pedagógica. Presentó al Gobierno de Madrid, e implantó en todos los colegios, un verdadero plan de reforma de las Escuelas Pías de Castilla, al que denominó Método uniforme para las escuelas de cartilla, deletrear, leer, escribir, Arithmética, Gramática castellana, y ejercicio de la Doctrina Christiana, como se practica por los Padres de las Escuelas Pías, publicado en Madrid, en 1780. José de Anduaga, al publicar más tarde su método de lectura, decía que se conformaba mucho con el que se establecía en las Escuelas Pías, pues era el mejor y más ordenado de todos los que se practicaban en España. El prestigio del plan de estudios de los escolapios castellanos en la enseñanza popular en España les valió el aprecio de las autoridades educativas y les hizo indispensables para la confección, más tarde, del Plan Calomarde (1842), en el que intervinieron eficazmente los escolapios Juan Cayetano Losada, Juan Bautista Cortés y Joaquín Esteve.
En cuanto a las humanidades, fomentó con todas sus fuerzas el estudio de los autores clásicos. De él se conserva una rica colección de autores latinos, con biografías, notas críticas y filológicas para la enseñanza de esta lengua. Concluido felizmente su cargo de provincial, en 1780 Carlos III le nombró “Maestro de los Señores Infantes, hijos del Príncipe nuestro Señor, y Mayordomo Mayor del Príncipe”. Con todo su saber, virtudes y fama, el padre Scío se presentó en el Palacio de Oriente para ejercitar sus admirables dotes pedagógicas. Carlos III quedó muy satisfecho de su elección y de las esperanzas puestas en la educación de los infantes. La infanta Carlota, “una de las más cultas infantas de la dinastía de los Borbones”, como la llama el padre Coloma, cumplía diez años. Su abuelo la tenía destinada para casarse con el príncipe de Portugal. Necesitaba ciertas nociones de enseñanza secundaria. El talento de la niña y la sabia dirección del docto y afable maestro consiguieron resultados admirables. En 1784 tuvo lugar el solemne acto de los exámenes de la infanta, que revistió gran solemnidad por ser el último antes de la celebración de su matrimonio con el heredero del Trono de Portugal.
La joven infanta fue sometida a duro examen, delante de la Corte y del cuerpo diplomático. Todos quedaron admirados de la precisión y soltura con que respondía a las pruebas y ejercicios literarios a que fue sometida la bella y simpática Carlota Joaquina.
La obra educadora del padre Scío fue elogiada nada menos que por Jovellanos: “Dichoso Portugal, que logrará en la señora Infanta Doña Carlota Joaquina una princesa educada con tan sabias máximas”. El Rey había decidido que el padre Felipe Scío acompañara a la infanta a Portugal para que continuase su educación. Recién desposada la infanta de España con el infante Juan de Portugal en el Palacio Real de Madrid, el 27 de marzo de 1785, el padre Scío salió para Lisboa, acompañando a Carlota. En su ausencia, su hermano, el padre Fernando Scío continuó la enseñanza de los infantes en las mismas condiciones que el padre Felipe. La estancia en el vecino país, prevista por dos años, se prolongó casi por diez, desde 1785 hasta 1793, pues la nueva princesa portuguesa debía de sentirse muy sola y abandonada en el palacio de Lisboa. Se conserva la correspondencia del padre Scío con los padres de la infanta. Al volver a España, el padre Fernando siguió de maestro de los infantes —los hijos de Carlos IV— y el padre Felipe fue nombrado profesor de Religión del príncipe de Asturias, Fernando, más tarde rey Fernando VII, así como de sus hermanos, los infantes de España.
En 1795, probablemente, abandonó la Corte, y se retiró a Campillo de Altobuey (Cuenca) en busca de alivio para sus dolencias asmáticas. Este trato con la realeza no le hizo perder su sencillez. Decía: “He tenido la honra de enseñar el santo temor de Dios y las primeras letras a S.A.R. el Serenísimo Señor Príncipe de Asturias y a los hijos del honrado tío Isidro, pregonero de Madrid”. Fue amigo de Aranda, Roda, Floridablanca y Campomanes. En 1795, Carlos IV, queriendo premiar los grandes merecimientos del padre Felipe Scío, le presentó para la sede episcopal de Segovia. Carlos IV firmó y expidió este decreto: “Para la Iglesia y Obispado de Segovia [...] nombro al Padre Felipe Scío de las Escuelas Pías. Tendráse entendido en la Cámara y se dispondrá por ello lo correspondiente a su cumplimiento (San Ildefonso, a 8 de Septiembre de 1795. Al Marqués de Murillo)”. Cuando supo esta noticia, el padre escribió al marqués “[...] Debo advertir que los escolapios hacemos un voto simple de no admitir Dignidad alguna [...] si no es que seamos obligados por los superiores eclesiásticos legítimos, de modo que si el Papa o mi Superior General me lo mandan en estos términos, debo creer que es la voluntad de Dios que yo sea obispo (Campillo de Altabuey y Septiembre, a 12 de 1795)”. Obtenido el visto bueno de sus superiores, y tal vez con su consejo, volvió a escribir de nuevo al marqués y “accedía ahora a recibir la merced con que le honraba Carlos IV”. Luego fue nombrado obispo por el papa Pío VI en el Consistorio Apostólico de 18 de diciembre de 1795. En ese momento, se encontraba en el Colegio Andresiano de las Escuelas Pías de Valencia entre cuidados de profunda estima y veneración, pues se encontraba gravemente enfermo. En ese estado, no pudo tomar personalmente posesión de la diócesis, sino que, el 11 de marzo de 1796, lo hizo mediante su procurador.
Murió en Valencia el día 9 de abril de 1796, a los cincuenta y siete años de edad. Sus restos descansan en la Rotonda de San Joaquín, de los escolapios de Valencia, bajo una lápida que canta sus méritos.
Cinco años antes de su muerte, en esa misma ciudad se había empezado la edición de la famosa versión de la Biblia Vulgata. El padre Felipe Scío de San Miguel, en efecto, tiene el mérito y el honor de ser el primero que tradujo al español todos los libros de la Biblia Vulgata latina, fruto de veinte años de trabajo.
En 1790 se publicó el Nuevo Testamento. Para realizar toda esta ingente tarea se sirvió de las mejores bibliotecas de los colegios escolapios, y, sobre todo, obtuvo de Carlos III la facultad de consultar libremente todos los libros y códices de la Real Biblioteca de El Escorial, que contienen la Biblia en romance, lo que le facilitó incorporar al pie de los textos abundantes notas explicativas. El mismo padre Scío escribe: “He consultado, leído y meditado muy de asiento los muchos y preciosos manuscritos de los siglos xiii y xiv, originales en hebreo y griego, y el de la Vulgata”. Su traducción se titulaba Vulgata Latina, traducida al español, y anotada conforme al sentido de los santos Padres y expositores católicos. Preconizada por Carlos III desde 1780, costeada por Carlos IV y, dedicada al príncipe de Asturias, Fernando, se publicó en Valencia entre los años 1790 y 1793. La anotación de la que él habla en el título era necesaria, pues la traducción tuvo que ser muy literal, por imperativo de las autoridades eclesiásticas de aquel tiempo. Posteriormente, fueron valoradas y aprovechadas, dado su valor filológico, por el creador de la filología moderna española, Ramón Menéndez Pidal, que lo cita continuamente en el “Vocabulario” del poema de Mío Cid. Demuestran su profundo dominio del latín y griego, del hebreo y el siríaco, lo mismo que de la arqueología e historia antiguas. Envió su egregia obra como obsequio al pontífice Pío VI. Buen filólogo y mejor hermeneuta.
Los retoques finales no los pudo hacer el padre Scío, por tener que ausentarse a Portugal, y quedaron encargados de la edición unos cuantos escolapios bien preparados y elegidos por él: Benito Felíu, Calixto Hornero, Hipólito Lereu, Luis Minués y Ubaldo Hornero. En posteriores ediciones, como las de Madrid (1818, 1850) y Barcelona (1852-1854), se hizo menos literal el texto, pero al mismo tiempo perdió la riqueza de notas interpretativas del original. Todas la ediciones de la Biblia del padre Scío, hasta sesenta y ocho, totales o parciales (entre 1791 a 1952), han sido fuente constante de consulta, y alabadas por católicos y protestantes. La última edición de la Biblia del padre Scío, con el nombre de Biblia americana San Jerónimo, se publicó en 1994 por Edicep, también en Valencia, con ocasión del segundo centenario de la primera. El padre Felipe Scío es claramente una personalidad representativa de la educación y de la cultura españolas durante el período de la Ilustración.
La Granja le ha dedicado una lápida, y en la sacristía de la Catedral de Segovia existe un retrato suyo, atribuido a un discípulo de Goya.
Obras de ~: Libros de Gramática, Madrid, 1764; Palestra Literaria, Madrid, Antonio Marín, 1764; Coluto Licopolita, De raptu Helenae libellus [...], vers. lat. con notas críticas de ~ e Index verborum omnium quae in texto Coluthi occurrunt, Madrid, Antonio Marín, 1770; Poesías latinas y castellanas, Madrid, Pedro Marín, 1771; Oración Panegírica, Madrid, Pedro Marín, 1773; Los seis libros del Sacerdocio, de S. Juan Crisóstomo, trad. de ~, Madrid, Pedro Marín, 1773 (Madrid, Pedro Marín, 1776; Barcelona, Religiosa, 1863); Método uniforme para las Escuelas Pías, Madrid, Pedro Marín, 1780; Ejercicios Literarios, Madrid, Editorial Real, 1784; Vulgata Latina, traducida al español, y anotada conforme al sentido de los santos Padres y expositores católicos, Valencia, José y Tomás de Orga, 1790-1793, 10 vols. (ed. rev., Biblia americana San Jerónimo, Valencia, Edicep, 1994); Paráfrasis al Libro de Job y Paráfrasis a los Salmos, Madrid, 1794.
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Valeriano Rodríguez Saiz, SchP