Negrete y Adorno, Manuel María de. Conde del Campo de Alange (III), marqués de Torremanzanal (II). Madrid, 21.VIII.1761 – Cádiz, 3.XI.1819. Militar.
Fue el segundo en nacer de los doce hijos (de los que sólo cinco llegaron a la edad adulta) que tuvieron Manuel de Negrete y de la Torre, I marqués de Torremanzanal, II conde del Campo de Alange, capitán general, ministro de la Guerra y embajador en Viena y en Lisboa, y Agustina de Adorno y Sotomayor. Pero el fallecimiento en la infancia del primer nacido, Ambrosio (nacido en 1759, llamado como su abuelo, el I conde del Campo de Alange), le convirtió de hecho en el sucesor de la casa.
Entró nominalmente en el Ejército en 1768, porque su padre había ofrecido el año anterior a Carlos III levantar a su costa un Regimiento de Voluntarios Extranjeros, reservándose la coronelía y dos cargos de capitán, que fueron otorgados a sus dos hijos mayores: Manuel María y Francisco Xavier, entonces sólo niños. En 1776 ingresó como capitán agregado en el Regimiento América. Pasó veintiocho meses en la Escuela Militar de El Puerto de Santa María. Más tarde, durante veintidós meses, asistió ininterrumpidamente al cerco de Gibraltar, que empezó en 1779; los ocho primeros de ellos como ayudante de su padre, entonces mariscal de campo. En 1782, graduado de teniente coronel, participó (durante la campaña de recuperación de la Isla de Menorca) en la toma del castillo de Fornells y en el sitio y rendición del castillo de San Felipe. En 1787, tenía el empleo de capitán de granaderos en el Regimiento América.
No obstante, su carrera militar distó de ser brillante, a diferencia de la de su hermano Francisco Xavier, que llegó a ser inspector general de Infantería y capitán general de Castilla La Nueva (que incluía entonces a Madrid). En su hoja de servicios de 1788, siendo capitán de granaderos, si bien aparece con valor “acreditado”, tanto su aplicación como su conducta se califican con un “regular”. No demostró, para disgusto de su padre, gran interés en su profesión militar, quizá por ser el sucesor de la casa, dejando para su hermano segundón (quien, sin embargo, le sucedería, aunque en el exilio) el brillo de los ascensos. Sólo llegó al grado de coronel.
Su padre, Campo de Alange, fue nombrado ministro de la Guerra en 1790, teniendo que afrontar en 1793 la Guerra de los Pirineos (declarada por España e Inglaterra contra la Francia de la Convención, tras el regicidio de Luis XVI), ofreciendo al Rey, a su costa, “trescientos hombres vestidos y prontos a servir donde se les destine”. Entraron en campaña sus dos hijos. Francisco Xavier, brigadier de infantería, participó activa y brillantemente en la campaña de invasión del Rosellón (Francia): en la vanguardia del ejército del general Ricardos, se halló al frente de la columna que ocupó Saint Laurent de Cerdans, primera unidad española que entró en suelo francés. Manuel María también participó en la guerra, integrado en el ejército de Navarra y Guipúzcoa, que penetró en Francia por la frontera vasco-navarra. Aquí fue víctima de un desafortunado incidente, nada irrelevante, que creemos olvidado o desconocido en la historiografía española, y que está recogido en fuentes francesas: Manuel María, hijo del ministro español de la Guerra, fue hecho prisionero por las tropas francesas. En efecto, según Aulard, en agosto de 1793, la vanguardia francesa le apresa cerca de Bayona “alors qu’il s’était imprudemment avancé hors des lignes espagnoles en compagnie d’un autre officier et d’un seul trompette”. En su hoja de servicios de 1810 sólo se dice escuetamente, después de citar algunas de las acciones en que se halló: “habiendo sido prisionero en tres de Agosto de 1793 hallándose de guardia en la loma de la Cruz”. Al conocer su identidad, la Convención, mediante orden del Comité de Seguridad General de 7 de septiembre, le trasladó a Paris, donde ingresó el 23 de octubre en la cárcel de l’Abbaye, considerándole más un rehén que un prisionero de guerra. El 22 de octubre del año siguiente fue transferido a la prisión de Luxembourg, también en Paris. Fue de nuevo trasladado, el 16 de enero de 1795 al “Hôtel de Dreneuc” (París) para rehenes ilustres. Entonces, las condiciones se suavizaron mucho, hasta el punto de que se le autorizaba normalmente a salir a la calle sin escolta. A primeros de junio de 1795, fue llevado a Chantilly, donde tuvo que esperar a que se firmara el Tratado de Paz con Francia, el 22 de julio de 1795, para ser liberado. Pidió permiso para volver a París 48 horas “pour y prendre quelques arrangements”, y a continuación inició su viaje a España, después de dos años de prisión en Francia. Con ocasión de la firma de la paz, Godoy recibió el título de “Príncipe de la Paz”. A Campo Alange le fue concedido el grado de capitán general “en atención al distinguido mérito y circunstancias que concurren en su persona”.
Al parecer, intervino en Sevilla, creemos que a la vuelta de Francia, en un episodio verosímil, aunque no seguro, de malas compañías, estudiado por Glendinning, quien sigue una nota sin fecha, existente en el British Museum, catalogada por Gayangos (“Versos que se hicieron a un oficial hijo de Negrete, el conde de Campo-Alange, de resultas de su aventura con un fraile en Sevilla”). La historia podría haber llegado a oídos de Goya, quien pudo utilizarla como inspiración de su capricho n.º 58. A pesar de ello, el primerísimo ejemplar de Los Caprichos de Goya, que se encuentra hoy en el Museo de Brooklyn, fue comprado en 1799 por Agustina de Adorno, condesa del Campo de Alange, madre de Manuel María. Aficionada a las parodias y las burlas, debió atraerle esta obra de Goya, salvo que, como dice Glendinning, le llegaran después rumores sobre la posible conexión de su hijo con el militar parodiado (lo que podría explicar que los Campo Alange no hicieran ningún encargo a Goya).
En 1803, destinado en Sevilla, participó en un desafortunado “lance”: la noche de San Juan, encontrándose en su casa en compañía de “varios oficiales y otras personas distinguidas”, los asistentes de estos oficiales cantaban en la calle en compañía, al parecer, de unas “mujercillas”. La ronda de alguaciles les desarmó; pero avisado de ello Negrete se enfrentó al alguacil mayor, recuperó los sables y con uno de ellos “dio de palos” a uno de los alguaciles. El capitán general de Andalucía, Tomás de Morla, arrestó por ello a Negrete. Éste, convencido de su inocencia, pidió al Rey varias veces ser juzgado en consejo de guerra. Diego de Godoy (hermano de Manuel de Godoy) le apoyó, considerando “incompatible con la soberana e inalterable justicia” la actuación del capitán general. Pero, no obstante haber obtenido la orden real para su puesta en libertad, continuó arrestado, por cuestiones burocráticas, hasta 1805, habiéndose creado entretanto un problema político.
El ilustrado y luego afrancesado Leandro Fernández de Moratín estrenó con éxito en 1806 su obra de teatro El sí de las niñas, que se consideró avanzada por constituir un alegato contra el matrimonio concertado. Manuel María, contrario a Godoy (quien protegía a Moratín), intrigó con otros para que actuara la Inquisición y se prohibiera su representación (Melón les llama “gavilla de zascandiles”, añadiendo que Negrete dijo en su presencia “varias asnadas contra la dicha comedia, manifestando su aversión al autor”). Tuvo que intervenir el propio Godoy para evitarlo (aunque se acabó prohibiendo en 1815). Algún autor (como Pérez de Guzmán) incluye en ese grupo a monseñor Agustín de Negrete, hermano de Manuel María; pero creemos que esto no es posible, porque en esa época era gobernador general de Civitavecchia (Italia), donde sufría graves dificultades en el ejercicio de su cargo, causadas por las tropas francesas en proceso de ocupación de Italia.
Tras los sucesos de Bayona, José Bonaparte había sido proclamado rey de España y de las Indias el 25 de julio (coincidencia deliberada con la fiesta de Santiago). Pero a los tres días llegó a Madrid la confirmación de la victoria en Bailén por las tropas españolas, y la corte josefina se vio obligada a evacuar Madrid para establecerse en Vitoria. Campo Alange y su hijo Francisco Xavier —afrancesados—, salieron de Madrid con los franceses. Manuel, con graduación de coronel, se encontraba entonces destinado en Palma de Mallorca como capitán del Regimiento de Húsares Españoles. Redactó un manifiesto, firmado en Palma de Mallorca el 13 de agosto de 1808, en el que se expresa rotundamente contra la conducta de su padre y de su hermano, establece distancias también en el terreno personal y se declara “verdadero español y [...] verdadero apasionado de Fernando VII”, ofreciendo “el sacrificio gustoso de mi vida [...] por la defensa de la Patria, Religión y Soberano”. Ese mismo día, 13 de agosto, el Consejo de Castilla decretó el embargo y secuestro de todos los bienes pertenecientes a los que acompañaron a José y, nominativamente a determinadas personalidades, entre ellas a Campo Alange y a su hijo Francisco Javier de Negrete. Queriendo difundir su manifiesto, lo mandó imprimir, y envió una copia al marqués de Camarena la Real, su primo segundo, gobernador accidental de Cartagena, pues habiéndose sublevado la guarnición, su capitán general (Francisco de Borja y Poyo) había sido depuesto en mayo de 1808 y asesinado en un tumulto al mes siguiente. Camarena comprendió el valor propagandístico y remitió una copia al presidente de la Junta Suprema de Galicia, que ordenó que “sin pérdida de tiempo” se insertara en la Gaceta de la Coruña, publicándose a primeros de septiembre (apareció entonces el manifiesto con el encabezamiento añadido “De orden del Gobierno...”). También se publicó, según Gil Novales, a lo largo del mismo mes, en La Gazeta Extraordinaria de Zaragoza, en el Diario Mercantil de Cádiz y en el Diario de Badajoz. Esta utilización propagandística del caso de Negrete tuvo una singular manifestación al año siguiente, en el que el periódico radical Diario Mercantil de Cádiz, con fecha 20 de noviembre de 1809, llegó a publicar en la portada la siguiente noticia, que aludía, sin citarle, a monseñor Agustín María de Negrete, recientemente fallecido en Madrid: “Se asegura que el día 18 fue envenenado un hijo de Campo-Alange por mandato del intruso rey, y con consentimiento de su bárbaro padre y de su cruel hermano, no siendo otro el motivo que los indujo a perpetrar tan inhumana acción, que el haberle hallado cartas del hermano, que alistado en las banderas patrióticas sostiene los más sagrados derechos...”.
Durante la Guerra de la Independencia, combatió contra los franceses encuadrado en el Ejército de Cataluña, salvo durante una parte de 1809, en la que intervino con el ejército de Aragón en diversas acciones, como la toma y defensa de Alcañiz. Sin embargo, no consiguió superar su graduación de coronel (que obtuvo en 1791) con empleo de capitán de húsares. Pronto comprendió la necesidad de defender y de reintegrar los mayorazgos de los que había sido desposeído su padre, y que se hallaban en situación lamentable de abandono, cuando no directamente de expolio o destrucción, por causa de la guerra. En 1809 solicitó de la Suprema Junta de Gobierno la posesión de los bienes que provenían de su madre (fallecida en Lisboa en 1805), que integraban el “mayorazgo de Sotomayor” y, por tanto, indebidamente embargados. Se accedió a ello en razón a “su buena conducta, y conocido valor, lealtad y patriotismo”. Dos meses después, el Decreto de la Junta Central de 2 de mayo de 1809, confiscó los bienes a quienes habían seguido el “partido francés”, y “señaladamente” al conde de Campo Alange y a Francisco Javier Negrete. En 1812, residiendo ya en Cádiz, solicitó de las Cortes licencia para vender parte de los bienes del mayorazgo de Sotomayor, situados en Trujillo, y hacer así frente a sus “grandes empeños”. Le fue concedida esta licencia. Al año siguiente solicitó a las Cortes de Cádiz que se le pusiera en posesión de los bienes amayorazgados que pertenecieron a su padre, reintegrándole de los que hubiesen sido vendidos por la Junta Central (en especial, una gran parte de la célebre cabaña lanar de merinos de la raza llamada “negretti”, por deformación ortográfica del apellido). En atención “a sus méritos y distinguidos servicios, su notorio patriotismo y adhesión a la causa justa”, se accede a lo primero (aunque en su puesta en práctica tropezaría con grandes dificultades), pero no a lo segundo, esto es al reintegro.
En septiembre de 1813, finalizada la guerra, solicitó la anulación de las transmisiones de algunas fincas incautadas e indebidamente vendidas por la Junta Central, pero no tuvo éxito. También intentó recuperar el cargo de regidor de Madrid. En 1815 solicitó al Rey permiso para vender unas partidas de hierbas (ya inútiles por no haberle “quedado al exponente ni siquiera una” cabeza de ganado merino), con objeto de poder “pagar a los acreedores que reclaman los intereses que les adeuda mi padre, y lo que yo les adeudo de los empeños que contraje durante todo el tiempo de la pasada campaña”. Todavía en 1816 continúa reclamando la posesión de algunas fincas vinculadas, y especialmente los muebles y efectos de la casa-palacio de la calle Alcalá de Madrid, alquilada al embajador de Inglaterra. En definitiva, un largo y costoso proceso que obligaba a demostrar la vinculación de las propiedades, pues aquellos bienes propiedad de su padre y que fueran “libres” (esto es, no amayorazgados) habían sido confiscados por el Estado como pena accesoria.
Complicada fue también su vida personal. Había prometido matrimonio en 1812 a María Belén Méndez, viuda de militar; incluso instituyéndola en el testamento y codicilo de 1816 heredera universal de sus bienes libres. Pero en febrero de 1819 puso fin a su relación, revocando los citados testamento y codicilo, mediante una escritura de desistimiento mutuo, que establecía una pensión vitalicia a favor de ella. El 2 de noviembre del mismo año, el día anterior a su muerte, otorgó nuevo testamento en el que declaraba su relación con María Loreto de Murguiondo, reconocía por hijo suyo natural al que ésta esperaba, y nombraba al nasciturus heredero del remanente de sus bienes libres (y en su defecto, a la citada María Loreto). Entretanto, María Belén Méndez, a quien había dejado de pagarle la pensión, inició un procedimiento, carta al Rey incluida, para asegurar su pensión. En enero de 1820 los albaceas envían dos médicos al parto (uno de ellos médico de cámara de número de S. M.); pero el niño nació muerto.
Al fallecer Manuel María en 1819, se confeccionó un estado de los débitos y créditos de su testamentaría, que permite comprobar que ayudó a su padre (fallecido en 1818) y hermano, exiliados en París, mediante el envío de varias remesas de dinero por un valor total de 105.000 reales. Pero los acreedores solicitaron en 1821 que se convocara Junta General de Acreedores, declarándose la testamentaría (de sus bienes libres) en concurso de acreedores. El auto definitivo sería aprobado en 1827 (curiosamente, su mayor acreedor era la propia Casa de Campo de Alange, por haber gastado bienes vinculados). Le sucedió su hermano Francisco Javier, IV conde, quien moriría exiliado en París, en 1827. José, V conde, hijo de Francisco Javier, le sucedería en la labor de ordenación patrimonial y, además, en la completa rehabilitación en España, al conseguir para su Casa la grandeza de España de primera clase en 1835; pero falleció soltero en 1836 en el frente de Bilbao, durante la primera guerra carlista, defendiendo la causa isabelina. La línea continuaría por María Manuela, VI condesa, hermana de José, casada con el marqués de Villacampo.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Estado, 68.A; Archivo General Militar (Segovia), leg. N-308, Expediente de Manuel María de Negrete; Archivo de los Condes del Campo de Alange, Cajas 21, 26, 53, 57, 60, 66, 68 y 84; Archivo Histórico Provincial de Cádiz, Protocolos Notariales, legs. 3683, 3684 y 5915; Archivo Parroquial de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor (Madrid), Libro de bautismos, lib. 36, fol. 40.
Cortes de Cádiz, Diario de las discusiones y actas de las Cortes, t. XIV, Cádiz, Imprenta Real, 1812, pág. 335 (“Sesión del día 10 de agosto de 1812”) y t. XXII Cádiz, Imprenta de D. Diego García Campoy, 1813, págs. 95-96 (“Sesión del día 18 de agosto de 1813”); Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, t. I, Paris, Librería Europea de Baudry, 1838, pág. 132; J. A. Melón, Desordenadas y mal digeridas apuntaciones, Madrid, Rivadeneyra, 1868; P. Gayangos, Catalogue of the manuscripts in the Spanish language in the British Museum, vol. I, London, Printed by order of the Trustees, 1875, pág. 95; T. Téllez (seud. de F. Pérez González), “Efemérides. 1806-Estreno de El Sí de las Niñas”, en Blanco y Negro (Madrid), n.º 38, 24 de enero de 1892, págs. 49-50; J. Pérez de Guzmán, “Los émulos de Moratín”, en La España Moderna (Madrid), n.º 195 (1905), pág. 48; A. Tuetey, Répertoire général des sources manuscrites de l’histoire de Paris pendant la Révolution Française, Paris, Ville de Paris, 1912, pág. 115; A. Aulard (dir.), La Révolution Française. Revue d’histoire moderne et contemporaine, t. 66, Paris, Société de l’Histoire de la Révolution, 1914, págs. 219-232 y 299-314; Estado Mayor Central del Ejército, Campañas en los Pirineos a finales del siglo XVIII, 1793-95, t. II, Campaña del Rosellón, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1951, págs. 179, 199; I. O. (Pedro Ortiz Armengol), “Cinco cartas stendhalianas. II. Campo Alange: el oficial romántico”, en La estafeta Literaria, (Madrid), n.º 364 (febrero de 1967), págs. 10-12; N. Glendinning, “Nuevos datos sobre las fuentes del Capricho n.º 58 de Goya”, en Papeles de Son Armadans (Palma de Mallorca), t. XXXI, n.º. XCI (1968), págs. 13-29; M. Hernández, A la sombra de la Corona. Poder local y oligarquía urbana (Madrid, 1606-1808), Madrid, Siglo Veintiuno de España Editores, 1995, págs. 186, 252, 262-269 y 378- 380; N. Glendinning, “El arte satírico de los Caprichos; con una nueva síntesis de la historia de su estampación y divulgación”, en Caprichos de Francisco de Goya. Una aproximación y tres estudios, Madrid, Calcografía Nacional, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1996, págs. 46 y 55; A. Gil Novales, Diccionario biográfico de España (1808-1833). De los orígenes del liberalismo a la reacción absoluta, vol. 2, Madrid, Fundación Mapfre, 2010.
Pedro Rodríguez-Ponga y Salamanca