Morla Pacheco, Tomás Bruno de. Jerez de la Frontera (Cádiz), 9.VII.1747 – Madrid, 6.XII.1811. Militar, teniente general de los Reales Ejércitos, gobernador de Cádiz, capitán general de Granada, director general de Artillería en 1808.
Sus datos familiares se recogen en el Expediente de Pruebas de Nobleza que tuvo que presentar como requisito inexcusable para acceder al Colegio de Artillería (uno de los pocos que se conservan en el actual Museo del Ejército, puesto que la mayoría se perdieron con ocasión del incendio acaecido el 6 de marzo de 1862 en el Alcázar de Segovia, en cuya gran Sala de Reyes se encontraba el archivo de aquella academia militar).
Según esta documentación, Tomás de Morla, nació el 9 de julio de 1747 en el seno de una familia noble jerezana, aunque de fortuna más bien modesta, siendo bautizado cinco días después en la iglesia de San Miguel de Jerez con los nombres de Tomás Bruno Vicente Pío, y como fruto del segundo matrimonio de su padre, Tomás de Morla, con María Pacheco. Su familia era ciertamente numerosa, pues el artillero gaditano tenía tres hermanos del primer matrimonio de su padre y otros cuatro del segundo.
Con dieciocho años, ingresó como alumno en el Real Colegio de Artillería de Segovia, el 8 de julio de 1764. El caballero cadete Tomás de Morla fue miembro de la primera promoción del Colegio Artillero (que abrió sus puertas el 16 de mayo del mismo año), cursando un plan de estudios meditadamente diseñado para que los futuros oficiales de Artillería ilustrados contaran con una excelente formación, basada en la fundamentación matemático-científica de la práctica artillera, de la ciencia artillera.
La fundación del Colegio de Artillería hay que enmarcarla en el contexto de la nueva y reformista política militar borbónica. Sin duda, en la Ilustración Española, los colegios militares fueron excepcionales vehículos para la penetración de la nueva ciencia y técnica en España; y sus alumnos recibieron una enseñanza de elite, que les convirtió en activos agentes de aquel proceso ilusionante, protagonizando actividades científico-técnicas que, en muchas ocasiones, traspasaron los límites de lo puramente castrense. Aquellas generaciones y notables individualidades que pertenecieron a ellas, hicieron posible la afirmación de que, en buena parte del siglo XVIII, el científico español vistió de uniforme, convirtiéndose en una de las señas de identidad de la Ilustración Española, que existió, y con un marcado carácter autóctono.
Uno de aquellos casos, con una trayectoria profesional excepcional, fue Tomás de Morla, que vivió la gestación del Colegio de Artillería y, como caballero cadete, el inicio de su etapa fundacional en el Alcázar segoviano, en unos años claves. Y formando parte de la primera promoción de subtenientes que salió de este centro en 1765, al elegir sus primeros destinos como oficial, decidió contribuir a la consolidación de aquel centro de enseñanza militar que tanto prestigio alcanzó en Europa, en muy poco tiempo. De esta forma, en su primer destino, optó por la docencia artillera, como profesor ayudante primero, y titular después, conviviendo, trabajando e investigando en el mismo claustro que matemáticos de la talla del padre Antonio Eximeno (SI) (no en vano designado jefe de Estudios por Carlos III y el conde de Gazola); o académicos como Vicente Gutiérrez de los Ríos.
Tomás de Morla, ya como profesor, colaboró con su esfuerzo, su ciencia y sus luces a mantener y elevar el tono de la enseñanza artillera en el alcázar. En este sentido, cabe señalar como su aportación más importante la redacción y publicación, a partir de 1784, del primer libro de texto artillero, el Tratado de Artillería para uso de los Caballeros Cadetes del Real Colegio Militar de Segovia, editado en tres tomos en la imprenta segoviana de Espinosa (1784-1786). Hasta entonces, los profesores dictaban sus apuntes sin que se contase con ningún manual como referencia, pero con la obra de Morla se comenzó a establecer la utilización del libro de texto como herramienta imprescindible de aprendizaje en la enseñanza artillera, novedad sin duda de fuerte raíz ilustrada.
La redacción de esta gran obra se inició al comenzar a impartir, junto con Vicente Gutiérrez de los Ríos, la asignatura de Táctica, pasando a ser titular de aquella disciplina, ante la prematura muerte de este último.
Como tal, hizo una aportación especialmente valiosa al asumir la elaboración del primer libro de texto para los cadetes. Su famoso Tratado de Artillería en tres tomos, editado entre 1784 y 1786, por fin fue completado en 1803 con un soberbio cuarto tomo de láminas grabadas al cobre. Los dibujos y láminas fueron realizados por los propios cadetes dirigidos por su profesor de Dibujo, y las planchas por “los mejores grabadores de la Corte”, editando este atlas la Imprenta Real.
Para la valoración de esta gran obra, un clásico de la bibliografía artillera española, cabe incluir aquí un solo dato ilustrativo. Como consecuencia de la Guerra de la Independencia, y la desaparición del Alcázar de Segovia de todos los ejemplares del tratado de Morla, en 1816 —coincidiendo con el retorno del Colegio a Segovia desde las Islas Baleares— y por iniciativa del director general de Artillería, García Loygorri, se imprimió una segunda edición, a la que se acompañó de un cuarto volumen titulado Colección de las explicaciones de las láminas, como valiosa herramienta para la docencia a la hora de interpretar el Atlas, del que no se pudo asumir una nueva impresión, por su carestía.
En la actualidad, aún se conservan la mayoría de las planchas grabadas al cobre, entre los fondos del Museo del Ejército.
La aportación del profesor Tomás de Morla al Colegio artillero, coincide con una época de despegue y consolidación de un centro modélico, y formando parte de los primeros claustros docentes, colaboró con su esfuerzo, su ciencia y sus luces al desarrollo de la enseñanza militar ilustrada. Junto a la docencia, los profesores de la Academia segoviana investigaban e incluso elaboraban su producción propia en forma de textos, apuntes o manuales, siendo en este sentido pionero, y sin duda el más destacado exponente, el artillero jerezano. Su dedicación a la cátedra y docencia en el Real Colegio le exigía —como al resto de profesores— el requisito de soltería que arrastró durante toda su vida, pues no contrajo matrimonio.
Sin embargo, tras su intenso destino como docente, Morla salió del centro docente artillero para participar en uno de los hechos de armas más espectaculares del siglo xviii, el sitio de Gibraltar de 1782, el “Gran Sitio”. En concreto, su bautizo de guerra se realizó en una de las baterías flotantes diseñadas por el ingeniero francés Michel D’Arçon para la toma del Peñón, y que marcaron el desenlace negativo de aquel sitio, ciertamente decepcionante, pues el teatro de la guerra se llenó de espectadores llegados de toda Europa que contemplaron unas escenas en extremo dantescas. Tomás de Morla iba a bordo de la batería flotante llamada Tallapiedra, en la que tuvo el mando de la artillería y, finalmente, del sitio de Gibraltar salió gravemente herido como consecuencia de su participación en la colocación de una mina como capitán de Minadores.
Después de esta primera intervención en campaña en la que demostró el valor que antes y como era habitual —según su Hoja de Servicios— se le suponía, el artillero dio un giro en su trayectoria militar. Precisamente, tantos años de estudio y formación científicomilitar iban a condicionar su inmediato futuro profesional.
De hecho, entre toda la oficialidad artillera, en 1787 sólo el capitán Juan Guillelmi y Andrade y el capitán Tomás de Morla fueron comisionados por Carlos III para viajar en comisión al extranjero. Las notas que tomó el artillero jerezano en sus viajes constituyen sus Apuntes Autógrafos, diario manuscrito de viajes que aún se conserva en la Biblioteca de la Academia de Artillería de Segovia. Los dos capitanes formaron parte del tráfico fluido de intercambio de conocimientos entre España y Europa, que fomentó Carlos III, incentivando los viajes y la instrucción de españoles por Europa. A través del estudio y conocimiento de esta etapa en vida militar de Morla, se hace evidente la estrecha relación que en el xviii existió entre la milicia y la ciencia, entre la milicia y los conocimientos técnicocientíficos en general, colaborando además los oficiales dieciochescos, de forma decisiva, en su difusión.
De hecho, los militares ilustrados españoles asumieron comisiones de este tenor, desempeñando unas actividades ciertamente de espionaje industrial, pero siempre con el fin de que fueran útiles y contribuyeran a dinamizar el tono del país. El recorrido de la Comisión al extranjero de Guillelmi y Morla, previamente fijado en Madrid, fue desde Inglaterra, Irlanda, Países Bajos, Alemania, Austria y Prusia. Las observaciones del artillero en su diario de viaje señalan como objetivo principal de esta comisión el acopio de datos e información que pudieran ser útiles a la industria militar española (a cargo del Cuerpo de Artillería), en un intento evidente de no permanecer al margen de la revolución industrial y el despegue científico- tecnológico europeo. Pero, además, sus intereses e investigaciones por Europa cubrían un amplio abanico de campos, siendo sin duda prioridad todo lo relacionado con la milicia, las nuevas tecnologías y la artillería; aunque también recogían toda clase de inventos, máquinas, ingenios o técnicas agrícolas e industriales.
En suma, las noticias militares recabadas fueron muchas, muy variadas y valiosas, así como las observaciones y reflexiones del artillero, pero en la lectura del manuscrito sorprenden también las detalladas descripciones de las costumbres culinarias o religiosas europeas, o los pormenores del sistema docente en la Universidad de Oxford, por citar sólo algunas de ellas.
Además de sus Apuntes Autógrafos, Morla dejó elaborado un voluminoso estudio que dedicó a la Constitución Militar Prusiana; ambos, quedan como primeros frutos de aquel viaje de espionaje industrial y militar.
En el desempeño de esta Comisión por la Europa Ilustrada, también redactó memorias militares, científico- técnicas y de carácter industrial que remitía a la Corte, reuniendo un gran material de trabajo para la renovación de la artillería española en particular y de la industria militar en general. Tomás de Morla, ascendió a coronel en 1789, año de especial importancia para Francia, país que ya habían visitado en su periplo europeo; a brigadier en 1792 y a mariscal de campo por méritos de guerra en 1793.
A su vuelta a España, en una clara etapa de madurez profesional, toda la información y el aprendizaje acumulados por Morla, tuvo ocasión de llevarlos a la praxis personalmente en nuestro país. De esta forma, trabajó en la fabricación de material de artillería y cureñas del sistema Gribeauval en la Maestranza de Barcelona. Los materiales y cureñas diseñados y fabricados en aquella ciudad por Tomás de Morla, fueron probados en la inmediata guerra contra Francia, demostrando sus ventajas la nueva artillería ligera española, por terrenos difíciles, y con resultados importantes como los obtenidos en la batalla de Pontos.
En aquella contienda, el artillero fue destinado como Cuartel Maestre del Ejército (saliendo gravemente herido), lo que iba a condicionar también su futuro profesional, vinculándose al equipo de militares que trabajaron en los primeros años del xix con Godoy que, en el teatro de aquella guerra, quedó impresionado por la preparación, destreza militar y buen hacer de Morla. De hecho, ya en 1797 se hallaba destinado en la Corte en un proyecto de reforma y actualización del Cuerpo de Artillería, redactando incluso Reglamentos que no se llegaron a publicar con motivo de la guerra con Portugal, en la que, de nuevo, participó como jefe de Estado Mayor, nombrado por Godoy.
Como tal, finalizada la campaña, el tándem Godoy- Morla volvió a la Corte a trabajar en la reorganización de los Reales Ejércitos, culminada con la edición de la nueva Ordenanza General de 1802, que vino a sustituir a las hasta entonces en vigor, editadas en 1768 por Carlos III. Todo ello lo desempeñó como teniente general, a lo que fue ascendido en 1795, cuando concluyó la guerra con la República Francesa.
Sin embargo, en estos años de trabajo —no siempre continuado— en la Corte, él mismo solicitó ser comisionado para visitar y estudiar las fábricas de pólvora españolas. Esta industria le debe al ilustre artillero, entre otras muchas cosas, la redacción de un Reglamento definitivo, publicado ya en 1803 que representó su reorganización. Es más, escribió una memoria manuscrita fechada en 1798 acerca del método que convenía establecer para la extracción del salitre, que se conserva en la Biblioteca de la Academia de Artillería, y que sería el preludio de una completa obra posterior. Ciertamente, sus viajes de inspección a las salitrerías y fábricas de pólvora, dieron como resultado la reconversión de esta industria en España (en el contexto de la estatalización de los establecimientos fabriles que impulsó Carlos III) y la redacción de varios trabajos, después editados. De hecho, la producción científica de Tomás de Morla se vio incrementada en 1800 con la publicación de su obra en tres tomos titulada El arte de fabricar pólvora, en la que hace gala de sus grandes conocimientos sobre las industrias dependientes del Cuerpo de Artillería, tras el proceso de estatalización borbónico. Esta obra, finalmente fue adoptada también como libro de texto en el Real Colegio de Artillería de Segovia para la formación de los caballeros cadetes.
Desde la Corte, Tomás de Morla pasó destinado a su tierra natal, pues en 1801 fue nombrado capitán general de Andalucía y gobernador de Cádiz. En este destino tuvo que afrontar la epidemia de fiebre amarilla (que él también padeció), adoptando prudentes, ilustradas y acertadas medidas para salvaguardar a la población, todas ellas tendentes a evitar el contagio, pero no exentas de polémica. Su gestión se centró en la mejora de la sanidad para la erradicación de la fiebre, así como de las fortificaciones, tan necesarias para Cádiz. De hecho, la epidemia fue aprovechada por la Armada Británica, que se aproximó a la bahía gaditana con una escuadra y un convoy, actuando Morla con firmeza y acierto y siempre respaldado por “su amado protector”, como así aludía a Godoy en su correspondencia, en la que se pone de manifiesto que la retirada temporal del poder del ministro coincidió significativamente con el alejamiento de Madrid de Morla, y la vuelta de ambos también fue coincidente, en 1802 tras la victoriosa campaña de Portugal.
Finalizada aquella breve guerra, Tomás de Morla formó parte de la Junta de Generales encargada de reformar las Ordenanzas Generales de los Reales Ejércitos, ya citadas, en un Estado Mayor que reunió Godoy en la Corte a tal efecto. Aquel trabajo, y su criterio sobre determinadas cuestiones militares, le costó el alejamiento definitivo de la Corte, como su propuesta de reducción del Cuerpo de Guardias de Corps, muy protegido por la reina María Luisa, lo que en último término determinó la disolución de aquel Estado Mayor y el “destierro” del general, que se retiró a Andalucía.
Sin embargo, pronto fue reclamado para que asumiera la Capitanía General de Granada, en 1805, en una situación crítica producida por un fuerte brote de fiebre amarilla, para lo que le sirvió de mucho su experiencia anterior. En la trayectoria militar y vital del artillero hubo de todo y, una vez más, el mantenimiento de su criterio le causó problemas. En el desempeño de este destino, se le abrió un expediente inquisitorial con ocasión de la publicación de un bando suyo en el que se daban normas para la pronta erradicación de la epidemia, y que iban en contra de prácticas religiosas tradicionales, como las procesiones, los enterramientos en las iglesias o rogativas multitudinarias en el interior de los templos, que venían a facilitar el contagio.
El bando reflejaba el sentido religioso de Morla que, como ilustrado, aún dentro de la ortodoxia, representaba a un sector crítico que devaluaba las manifestaciones externas de fervor apostando por las vivencias interiores, no sin marcados tintes de anticlericalismo.
Asimismo, en su madurez, y como capitán general de Granada y presidente de la Audiencia, cogió de nuevo la pluma para dejar un valioso testimonio sobre el estado de la administración de justicia a principios del siglo xix. Pero, finalizada su gestión y empujado en cierta manera por la enfermedad que padecía, la gota, se retiró a su tierra, probablemente con la firme determinación de no volver a la vida militar activa, pues ya contaba con cincuenta y ocho años. Sin embargo, algo va a hacer que cambie: los conflictos internos y externos de España, de Trafalgar al 2 de mayo, y que finalmente desembocaron en guerra, incorporaron de nuevo a filas al veterano artillero, quien consumada la invasión y ante el peligro inminente de dominación, reaccionó como la mayoría del atónito pueblo español y, olvidando sus años y achaques, ocupó el puesto que se le asignó. Y fue el propio pueblo de Cádiz, que poco después llevó adelante el peso de la resistencia y del proyecto constitucional, quien le reclamó cuando comenzó la Guerra de la Independencia.
Así, por decisión popular, volvió a ser gobernador de Cádiz, punto estratégico y conflictivo desde tiempos inmemoriales. En unos momentos de confusión generalizada, logró con habilidad la rendición de la escuadra de Rosilly el 14 de junio de 1808, integrada en la bahía de Cádiz aún en su antigua calidad de aliada, primer hecho de armas de aquella guerra. Tras la batalla de Bailén, en julio de 1808, Morla protagonizó una controvertida actuación con los prisioneros franceses de Dupont, mostrando verdadera dureza hacia el francés invasor. En la misma línea y desde su cargo, en todo momento se mostró a favor de la creación de una Junta Central que coordinase los esfuerzos de las Juntas Provinciales. En el verano de 1808, el general Morla publicó bandos y escritos que no ofrecen duda sobre el partido que había tomado, y su apoyo al levantamiento y a la resistencia. De tal manera que este artillero fue llamado a Madrid en momentos críticos para España, siendo nombrado director general de Artillería, la máxima jerarquía en el Real Cuerpo, con una carga añadida de responsabilidad en guerra.
En septiembre de 1808 se trasladó a Madrid al ser nombrado para aquel cargo, por sus grandes conocimientos, insuperables, sobre el arma. Asimismo fue designado consejero nato del Supremo de la Guerra.
Como director general de Artillería, realizó una encomiable labor de coordinación y distribución del armamento, incentivando en la medida de lo posible la fabricación o, en su caso, la compra a nuestro principal aliado, Inglaterra. Además dirigió los trabajos de fortificación y defensa de Madrid y los puertos de alrededor ante la amenaza francesa. Pero las tropas enemigas avanzaban con rapidez, acelerando su llegada por la definitiva carga de la Caballería Polaca en el paso de Somosierra. Los últimos días de noviembre de 1808 fueron ciertamente desalentadores para España, que hizo venir personalmente al Emperador respaldado por un gran contingente bélico. Morla vivió con intensidad todo aquello, puesto que, junto al marqués de Castelar, estaba encargado de la defensa de la ciudad, poniendo todo su empeño hasta el final.
Pero la gravedad de la situación hizo que se formase una Junta de Defensa en la Casa de Correos, domicilio de Castelar, para la toma de decisiones colegiada.
La responsabilidad fue compartida en todo momento, pero Madrid no tenía tropa suficiente para sostener un combate así, como se demostró tras los primeros enfrentamientos, aunque el pueblo —según el testimonio de Morla— gritaba “vencer o morir” al tiempo que —en diferentes puntos— abandonaba los parapetos. Madrid en diciembre de 1808 era indefendible, y así fue reconocido por el Consejo interino de la Guerra, y por la propia Junta Central.
Por acuerdo de la Junta de Defensa, finalmente, se rindió la capital de España, con el consenso de todos sus miembros, el 4 de diciembre ante Napoleón Bonaparte, y tuvo que ir Morla a Chamartín para entrevistarse con Napoleón, también artillero, llevándole en mano el texto de la capitulación. Históricamente se le ha imputado la rendición de la villa, como si de una decisión personal se tratase, mientras los otros miembros de la Junta salían de la capital y la Junta Suprema ya había puesto mucha distancia de por medio.
Hay numerosos testimonios sobre la entrevista entre ambos y la poca cordialidad con que el Emperador recibió al general Morla, por su claro posicionamiento desde el 2 de mayo y por el tratamiento a los prisioneros franceses en Lebrija. Importantes cargos, sin duda.
Lo cierto es que el anciano artillero, por una parte se quedó en el Madrid ocupado; y, por otra, le costó caro un párrafo del parte de guerra que remitió a sus superiores sobre los sucesos de Madrid, en el que incluyó un comentario elogioso sobre José I. Estos dos hechos constatables, determinaron el rumbo del último y doloroso tramo de su vida, empañando una reputación y trayectoria profesional impecables.
La Junta Suprema y Gubernativa del Reino acusó sobremanera todo esto, hasta el punto de que el 24 de enero de 1809 publicó un decreto por el que le desposeía de todos sus empleos y honores. Incluso, en un manifiesto dirigido a los americanos, fechado en el mismo mes, se incluyó un párrafo de condena a la conducta de Tomás de Morla que fue calificada como “increíble”, dados sus excepcionales antecedentes profesionales.
En Madrid, los franceses le reconocieron su jerarquía militar, otorgándole honores diversos, como el nombramiento de presidente de la Sección de Guerra de su Consejo de Estado o la concesión de la Gran Banda de la Real Orden de España, o “Cruz de la Berenjena” que, sin embargo, está acreditado documentalmente que no recogió.
La generación de Morla y la siguiente fueron cuidadosamente instruidas, con grandes esperanzas cifradas en ellos, puesto que el progreso, en términos generales, dependía de aquellos españoles. Muchos vivieron el final del XVIII y el principio del nuevo siglo y pudieron comprobar cómo se desmoronaban muchos de los pilares sobre los que se levantaron, individual y colectivamente, los españoles ilustrados.
Ante la aparente metamorfosis final de Tomás de Morla no queda claro si era afrancesado, juramentado, napoleónico. Lo cierto es que Morla, ya anciano y con múltiples achaques que arrastraba desde hacía años, murió ciego en diciembre de 1811 cuando contaba con sesenta y cuatro años de edad. En la Gazeta de Madrid de 12 de diciembre de 1811 se publicó una laudatoria necrológica, en el mismo tono de la que, posteriormente, el 3 de febrero de 1812 apareció en la Gazeta de Sevilla.
Como consecuencia del incendio de 1862 en el Alcázar de Segovia, se perdió la galería iconográfica de artilleros ilustres que había mandado formar el director general de Artillería, Martín García Loygorri, entre los que se encontraba uno de Tomás de Morla.
En la actualidad, se conservan varios retratos del artillero, copia unos de otros, uno en la Academia de Artillería y otro muy similar en el Museo del Ejército, así como un busto en bronce realizado en la Fábrica de Trubia, que tomó modelo de esta iconografía de escaso valor pictórico.
Obras de ~: Tratado de artillería para el uso de la Academia de Caballeros Cadetes de Segovia, Segovia, Imprenta Antonio Espinosa, 1784-1786; Apuntes autógrafos, 1789-1790 (ms. inéd.); Láminas pertenecientes al tratado de Artillería que se enseña en el Real Colegio Militar de Segovia, t. IV. Madrid, Imprenta Real, 1803; Ordenanza militar provisional que debe observar el distinguido Cuerpo de Voluntarios Honrados de Cádiz, Cádiz, 1808.
Bibl.: R. Salas, Memorial histórico de la Artillería Española, Madrid, Imprenta Que fue de García, 1831; J. Gómez Arteche, Guerra de la Independencia. Historia Militar de España de 1808 a 1814, Madrid, Imprenta M. G., 1868; A. Carrasco y Sayz, Iconobiografía del Generalato Español, Madrid, Imprenta Cuerpo de Artillería, 1901; J. Vigón, Historia de la Artillería Española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947; P. A. Pérez Ruiz, Biografía del Colegio-Academia de Artillería de Segovia, Segovia, Imprenta El Adelantado, 1960; M. Ruiz Lagos, Documentos para la biografía del General Morla (Tomás de) (Jerez, 1747-Madrid, 1812), Jerez de la Frontera, Centro de Estudios Jerezanos, 1972; Ilustrados y reformadores en la Baja Andalucía, Madrid, 1974; M. D. Herrero Fernández-Quesada, “El Estado Mayor de Godoy y los intentos de reforma en el Ejército de Carlos IV. La Ordenanza General de 1802”, en VV. AA., Repercusiones de la Revolución Francesa en España. Actas del Congreso Internacional celebrado en Madrid, Madrid, Universidad Complutense, 1990; M. Artola Gallego (dir.), Enciclopedia de Historia de España, t. IV, Madrid, Alianza Editorial, 1991; CIENCIA y milicia en el siglo XVIII. Tomás de Morla, artillero ilustrado, Segovia, Patronato del Alcázar de Segovia, 1992; Cañones y probetas en el Alcázar. Un siglo de la historia del Real Colegio de Artillería de Segovia (1764-1862), Segovia, PAS, 1993.
María Dolores Herrero Fernández-Quesada