Alvarado, Francisco José Marcos. El Filósofo Rancio. Marchena (Sevilla), 23.IV.1756 – Sevilla, 31.VIII.1814. Dominico (OP), filósofo tomista y escritor polémico.
Francisco José Marcos Alvarado Téllez, que pasará a la historia con el seudónimo El Filósofo Rancio, es el primero de los seis hijos del matrimonio formado por José Alvarado Aristón y Mañuela Téllez Arjona, casados el 13 de julio de 1755. Apenas hay noticias de los tres hermanos, Gregorio Luis, Nicolás Andrés y José Antonio, mientras se conservan algunas referencias de las dos hermanas, María de la Concepción y Gertrudis Rosa. La familia, modesta y honrada, vive en Marchena del trabajo del campo. Francisco, desde muy niño, tuvo acceso a la escuela gratuita de los jesuitas hasta la expulsión de la Compañía en 1766. Conoció a los dominicos que tenían en Marchena uno de los mejores conventos de Andalucía, pero no era Estudio General. Al cumplir los quince años pidió ser admitido como fraile en el convento de San Pablo de Sevilla, donde vistió el hábito de la Orden en octubre de 1771. Su salud era frágil y esto era un obstáculo a la hora de hacer la profesión. El voto de la comunidad le fue favorable y pudo emitir sus votos el 16 de octubre de 1772. La profesión le da la filiación religiosa. Por ella, es dominico, pertenece a la provincia de Andalucía y es hijo del convento de San Pablo de Sevilla. Su vida de dominico se puede condensar en tres etapas, la de estudiante, la de profesor y, la más notoria, la de escritor de Cartas Críticas.
De 1772 a 1778, fray Francisco Alvarado es un religioso dominico en período de formación. Ésta debía ser integral; es decir, humana, espiritual, intelectual y apostólica. El convento de San Pablo le ofrece el marco adecuado para su desarrollo. Fundado por el rey San Fernando, a la puerta de Triana, ha sido desde el principio escuela de artes y teología. A partir del siglo xvi es también casa de acogida para los dominicos enviados a evangelizar en América y Filipinas, los cuales se hospedan en San Pablo a la espera de la partida de la flota. Cuando Alvarado comienza sus estudios, está aún vivo el recuerdo de la visita que ha hecho a la provincia dominicana de Andalucía el maestro de la Orden, Tomás de Boxadors, convento por convento, de 1762 a 1763, aplicando su plan de formación cual lo exponía en la Carta a la Orden Perlatum ad nos de 1757. Anticipaba la reforma radical que en el siglo siguiente impone a la Iglesia León XIII con su Encíclica Aeterni Patris de 1879. La Orden formaba a sus estudiantes teniendo por guía y maestro a santo Tomás de Aquino. Alvarado dirá que después de la gracia de ser cristiano, agradece al Señor el haber sido formado en la escuela de santo Tomás.
En esos años, todavía la formación era exigente, en neta oposición a la moda impuesta desde Francia con la Enciclopedia y la Ilustración. Partía de las letras clásicas, iniciaba en ciencias naturales, prestaba mucha atención a la filosofía escolástica y ordenaba todo el saber al estudio de la teología. El latín era la lengua de las clases. Se formó en filosofía con la obra de Pedro Hispano, el manual de Goudin y los cursos de Juan de Santo Tomás. Seis años pasó Alvarado en el convento de San Pablo.
En 1778 pasó al colegio de Santo Tomás, el cual desde su fundación por Diego de Deza conservaba estilo y rango universitario. De 1778 a 1788 Alvarado es un “colegial decenio” al ocupar una de las veinte plazas que el colegio reservaba a los dominicos.
Doce de sus plazas eran para colegiales “perpetuos” y ocho para los que sólo podían estar diez años. El 7 de marzo, fiesta de santo Tomás, se trasladó del convento de san Pablo, junto al río, al colegio de Santo Tomás, junto a la catedral. El colegio estaba abierto también a estudiantes clérigos y seglares. Cambió el convento pero no el proceso de formación. Por fortuna, se conservan los libros oficiales del colegio y se pueden seguir los pasos de Alvarado, año tras año, primero de estudiante, luego de profesor y de escritor.
Tenía veintidós años cuando ganó la oposición y entró como colegial y salió con treinta y dos ya maduro como profesor y con fama de maestro. Durante los dos primeros años, 1179-1781, completa los cursos de teología y prepara los ejercicios para obtener los grados de bachiller y licenciado. En este tiempo es ordenado sacerdote.
La etapa de profesor la inicia en el curso de 1781- 1782, explicando los textos de Pedro Hispano conocidos como Summulae. Al recibir el grado de bachiller pronunciaba estas palabras: “ascendo ad interpretandum Philosophum”. Como el que sube por una escalera, peldaño a peldaño, explicó Lógica durante el curso 1782-1783, Física en el siguiente y Metafísica en el curso 1784-1785. Concluido este ciclo de materias filosóficas, durante el bienio 1785-1786 y 1786- 1787, al no haber cátedras de teología vacantes, sigue en el Colegio, en el gremio de profesores, se gradúa de bachiller y licenciado en Teología. Al llegar el principio del curso 1787-1788, ocupa la cátedra de teología, explicando Sagrada Escritura. Tal era su puesto en el Colegio de Santo Tomás cuando llegó la fiesta del 7 de marzo en la que se cumplían puntualmente los diez años de “colegial”.
Fruto maduro de este período de colegial es su primera obra conocida como Las Cartas Aristotélicas. Las ha escrito y enviado por entregas en los dos años en los que estaba a la espera de la cátedra de Teología. Los originales de estas Cartas se conservan en la Biblioteca Colombina de Sevilla. En verdad, estas Cartas, siendo las primeras en ser escritas, serán las últimas en ser publicadas. En Sevilla circularon en copias, despojadas de sus “notas individuantes”. Quizá por este detalle ha existido un despiste histórico al buscar los destinatarios y los profesores eclécticos a los que Alvarado pone de ropa de Pascua. El origen de las Cartas hay que buscarlo en el enfrentamiento entre la nueva filosofía ecléctica que llega a Sevilla y la corriente de la filosofía tradicional que tiene su roca fuerte en el Colegio de Santo Tomás. Los hechos fueron los siguientes: El 15 de febrero de 1783 el profesor agustino padre Antonio Ruiz defiende unas Conclusiones en las que se hace la apología de la nueva filosofía ecléctica y se ataca duramente la filosofía aristotélica. Un año más tarde, el 5 de febrero de 1784, Alvarado, profesor de Física, propone, sin decirlo, la réplica proporcionada al ataque en la defensa de otras Conclusiones. Se convocan en folletos impresos y circulan por Sevilla.
Cuando ya todo está preparado para el acto, llega una orden del regente de la Universidad sevillana prohibiéndolo, porque han sido denunciadas por cuatro profesores. Alvarado y el Colegio de Santo Tomás se sienten ofendidos y humillados, pero acatan la orden y piden conocer las razones de tal prohibición. Pasaron dos años de notable tensión académica. El 9 de mayo de 1786, otro agustino, el padre Merchan, discípulo del padre Ruiz, defiende otras Conclusiones y vuelve en ellas al ataque contra la filosofía aristotélicotomista.
Alvarado ya no se pudo contener y saltó a la palestra, escribiendo al amigo Manuel Custodio las Cartas Aristotélicas. Se presentan como escritas por el mismo Aristóteles. Desde el infierno las envía por medio de Averroes, el cual volando en globo aerostático, como el que acaban de inventar los hermanos Montgolfier, llega hasta Sevilla. Alvarado analiza con lupa el texto de las Conclusiones y en ellas se enfrenta al eclecticismo, que ni existe ni puede existir. Al final, se proponía escribir un plan de filosofía para el futuro, pero no lo realiza porque le llegó la hora de ocupar la cátedra de Metafísica. La noticia de estas aventuras y escaramuzas circuló por Sevilla de boca en boca y dieron fama al profesor Alvarado.
Pasada la fiesta de santo Tomás de 1788, Alvarado volvió a su convento de San Pablo para ejercer su oficio de profesor de Teología. Alvarado, endeble de salud, dotado de singular talento, de aguda inteligencia, buena memoria y gracia sevillana en el decir, en la madurez de sus treinta y dos años, era muy bien acogido por todos como profesor y como predicador. Era hombre de estudio, de biblioteca, de comunidad. Con la vuelta a su casa conventual, inicia el período más largo y continuado de su existencia, período que va desde 1788 a 1810. Además del profesorado, ama la predicación y la ejerce de modo constante. En los ambientes clericales y culturales es conocido y apreciado como el padre maestro Alvarado. En 1805, el Capítulo Provincial le otorgó el grado de maestro en Sagrada Teología, el más alto que otorga la Orden.
Todo cambió en España con la abdicación del rey Fernando VII, la invasión francesa y la Guerra de la Independencia. Alvarado se siente tocado en lo profundo de su ser español. Brota en él un sentimiento de rechazo radical a todo lo francés —“no soy francés, ni lo quiera Dios”— y, por otro, la identificación con la tradición religiosa, católica, hispana. Se siente un “guerrillero”, se define como “Quixote filósofo” llamado a luchar contra “los malandrines liberales”.
Buscando un lugar más seguro, la Junta viene a Sevilla.
Por el convento y biblioteca de San Pablo pasan algunos políticos que dialogan con el maestro Alvarado.
La Junta convoca las Cortes para 1810. Se lleva a cabo la elección de diputados. Entre los elegidos hay cuatro de sus amigos. Los eventos se precipitan cuando las tropas del mariscal Soult atraviesan Despeñaperros.
Son derrotados en Bailén, pero vuelven a la carga en enero de 1810 y se dirigen a Sevilla. Alvarado ya bien conocido por su posición antifrancesa se siente en peligro y decide dejar Sevilla e irse al exilio en Portugal. Con un hatillo al hombro, acompañado de fray Luciano, cruza el Guadiana y pasa a instalarse en Tavira, un pueblecito portugués de sencillos pescadores.
Reside en Tavira, pero su mente y su alma están en la isla de León, donde se celebran las Cortes.
No se resigna a la pasividad. Muy al contrario, estos largos meses de exilio han sido los más fecundos de su vida. En estas duras circunstancias de su existencia, se pueden distinguir tres etapas diferentes: una de colaboración con el proyecto de las Cortes, una segunda de lucha a brazo partido contra los liberales, y una tercera en la que, respetando la autoridad de las Cortes, se ocupa de rebatir las ideas difundidas en los escritos que pululan como hongos en Cádiz a partir del decreto de libertad de imprenta.
Desde agosto de 1810 hasta febrero de 1811, Alvarado escribe diez Cartas dirigidas a Francisco Javier Cienfuegos —más tarde, obispo de Cádiz, arzobispo y cardenal en Sevilla— y una a Francisco Gómez Fernández.
En ellas no hay polémica sino proyectos de un futuro mejor para España. Alvarado se propone colaborar con las Cortes y ofrece un abanico de cuestiones que deben ser tratadas para remedio de los males endémicos de España. Esta serie de Cartas circuló entre los diputados, pero en verdad no han sido bien conocidas hasta 1846 en que las publica en Madrid José Félix Palacios, con el título de Cartas Inéditas. Su interés radica en que presentan el pensamiento del maestro en Teología, son como un avant project, de lo que espera de las Cortes ya convocadas. Desde esta perspectiva, Alvarado participa del entusiasmo de los diputados porque ha llegado la hora de forjar una España mejor. Las Cortes deben tratar ante todo de la defensa y liberación de la patria, pero también de la Constitución, de la libertad de imprenta, de la reforma de la educación, y hasta de un Concilio. En verdad, su pensamiento no dista mucho de las tesis liberales acerca del cometido de las Cortes.
El enfrentamiento polémico se produce cuando dan comienzo las sesiones y Alvarado toma partido por la tradición contra los afrancesados. Se siente unido al grupo moderado de las Cortes y escribe para ayudarles.
Entre los diputados cuenta con distinguidos amigos, no sólo Cienfuegos, sino también el gallego Freyre de Castrillón, diputado por Mondoñedo, y de modo especial su compañero de los días del Colegio de Santo Tomás y amigo del alma, el canónigo sevillano Francisco de Sales Rodríguez de la Bárcena. Éstos le piden ayuda y orientación. Alvarado se goza en dedicarse a ello. Se establece como un puente entre Tavira y la isla de León. Al menos una vez por semana hay correo por tierra y por mar que lleva y trae correspondencia y por este puente se diría que Alvarado logra situarse entre los diputados. El punto de partida de la nueva etapa es el discurso del diputado liberal Agustín de Argüelles, un discurso sobre los diezmos que cae como un aerolito en las aguas de un lago. Alvarado escribe al amigo con la confianza y soltura que da una carta, pensando que sólo va a ser leída por los amigos. La primera de esta nueva serie está escrita el 16 de mayo de 1811. Los diputados a quienes la dirige desean publicarla, y aunque Alvarado se opone, Bárcena la da a la imprenta. El 25 de agosto llega a Tavira en el paquete del correo y Alvarado se encuentra con el hecho consumado y con este título que le da nombre a las Cartas y al autor: Carta Crítica de un Philosopho Rancioso. La Carta es Crítica, el autor es Rancioso, tradicional. Ante la buena acogida y comprobar que la edición se agota muy pronto, Alvarado cambia de opinión. En adelante se llama El Rancio o El filósofo Rancio y la serie Cartas Críticas. La actitud de Alvarado es muy clara: polémica y oposición leal en el tiempo de la discusión en las Cortes, silencio resignado y doliente cuando las Cortes hayan legislado, por más que no pueda estar de acuerdo. Las Cartas Críticas son como el púlpito del Alvarado polemista que existe y desarrolla sus talentos gracias a las Cortes.
Cuando proyectaba su idea de cómo debían actuar, le venía a la mente el Concilio de Trento, que tenía en el salón de sesiones un ejemplar de la Suma de santo Tomás, junto a la Biblia. Cuando constataba lo que estaba ocurriendo en Cádiz, donde una minoría liberal se imponía a la mayoría de los conservadores, llegaba a la conclusión de que las Cortes llamadas a salvar España iban a ser su ruina. El 19 de marzo de 1812 se publicaba la Constitución, la Pepa. Alvarado la acató, pero nunca la hubiera jurado.
El temor de ser condenado por oponerse a la marcha de las Cortes le llevó a cambiar de táctica, y a dedicar atención al fenómeno de la prensa gaditana.
Con la aprobación de la libertad de imprenta cada semana aparecían nuevos periódicos, folletos, diccionarios.
Cádiz, que hasta ese momento tenía más letras de cambio que de imprenta, se puso a la cabeza de España en publicaciones. Bartolomé José Gallardo, archivero de las Cortes, descendió a la arena polémica con su Diccionario crítico burlesco. Alvarado reaccionó, salió a la palestra y lo dejó fuera de combate. Joaquín Villanueva dejó correr la pluma y escribió una serie de folletos, de los que Alvarado dio buena cuenta. Alvarado, lector infatigable, salió al paso de esa avalancha y dejó pruebas de su talento de pensador y de escritor de raza. Azorín nota cómo el “engreído y pedante” Gallardo no se atrevió a medirse con el Rancio.
La vida de Alvarado en el exilio fue muy laboriosa, una lucha por la existencia. El fraile predicador tenía a su lado, además del dominico fray Luciano, que le daba una mano en la búsqueda de libros para los temas, otras seis personas, a cuyo sustento debía proveer.
Cuando no bastan sus recursos, acude a los amigos y les pide ayuda. En Cádiz se encuentra su cuñado José Francisco, al servicio del diputado Bárcena.
En agosto de 1812, Sevilla queda liberada y Alvarado se dispone para volver a su convento de San Pablo.
El Provincial le nombra presidente, pero los intendentes no le permiten entrar en su casa, que ha sido cuartel de los soldados franceses y morada de los sacerdotes de la parroquia. Tiene que irse a la casa de las hermanas. Escribe un largo alegato al cardenal pidiendo su apoyo para poder conservar los seis conventos de dominicos en Sevilla. Sólo el 12 de febrero de 1813 puede tomar posesión del convento y dar acogida a los ochenta religiosos que llevaban dos años largos expulsados de su casa. El espíritu cobraba fuerzas, Sevilla le saludaba y él se disponía para celebrar la vuelta de Fernando VII con el último artículo, “Viva el Rey”. Un año sólo disfrutó de la paz del claustro.
Su cuerpo se desmoronaba día a día. Postrado ya en cama le llegó el nombramiento de consejero del Tribunal Supremo de la Inquisición, con la firma regia.
Renuncia a ser Superior. La muerte le llega el 31 de agosto de 1814. Su comunidad y la ciudad le hicieron solemnes funerales y lo enterraron en un sepulcro labrado para él.
Su fama y aprecio fue creciendo a lo largo de la publicación de sus Cartas entre 1824 y 1825. Menéndez Pelayo le otorga un primer puesto entre los pensadores católicos hispanos de su tiempo, y le da la palma entre los escritores coetáneos por el dominio de la lengua y la gracia en comunicar lo que piensa.
Ya existe abundante literatura en torno a la persona y la obra, pero aún falta una monografía histórica y una edición crítica y completa de sus escritos.
Obras de ~: Cartas Aristotélicas (inéd., Archivo de la Biblioteca Colombina de Sevilla); Las Cartas Críticas y Cartas privadas (inéd., Archivo de la Provincia de Aragón de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Sarrià, Barcelona); Cartas críticas (1811-1814), Madrid, Imprenta E. Aguado, 1824-1825, 5 vols.; Cartas aristotélicas (1786-1787), Madrid, Aguado, 1825; Cartas Inéditas (1810-1811), Madrid, Imprenta de D. José Félix Palacios, 1846.
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Abelardo Lobato, OP