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Diego José Abad García

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Biografía

Abad García, Diego José. Labbe Selenopolitano. Jiquilpan, Michoacán (México), 1.VI.1727 – Bolonia (Italia), 30.IX.1779. Jesuita (SI) expulso, filósofo, poeta y humanista.

Fue hijo del español peninsular Pedro Abad García, nacido de Pedro y María en la villa de Quintana (Burgos), quien hacia 1722 salió del viejo mundo. Arribó a la Nueva España “en la segunda flota del General Serrano”. Entró por Veracruz y, vía México, pasó pronto a San Francisco Xiquilpan donde trabajó bajo su paisano Diego Sánchez Morcillo, comerciante establecido en Jiquilpan (Michoacán). Pedro Abad sirvió algunos años de cajero, “administrando caudal ajeno y obligado a diferentes correspondencias”, en la tienda y comercio del capitán Diego Sánchez, tienda miscelánea donde se traficaba chocolate, papel, géneros, cobijones de algodón y de lana, mantas, sayal, frazadas, balleta acambareña, revesillo de añil, manteca, sal, cera, velas, jabón, dulce, queso, tabaco, “zapatos de media caña”, sombreros de lana, etc. Diego Sánchez desempeñó el cargo de comisario de la Santa Hermandad en el asunto de policía y buen gobierno de la región e igualmente participó como diputado y mayordomo en la cofradía lugareña del Santísimo Sacramento, fundada en 1680.

Pedro Abad se casó a principios de 1726 con Teresa Sánchez de Alcaraz, originaria y vecina de Xiquilpan e hija legítima de Diego Sánchez de Alcaraz y Mariana Ruiz de Mendoza y Guerrero. Pedro Abad, con la dote de 4260 pesos, y apoyado por don Diego, logró ser nombrado mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento el 19 de julio de 1726. Arrendó un potrero, propiedad de la cofradía, negocio redondo que le permitió rentar primero y, posteriormente, comprar, gracias a la dote matrimonial, los ahorros e hipotecas, la hacienda de San Antonio Buenavista en 4900 pesos al jalisciense Quiterio Álvarez del Castillo.

La hacienda, ubicada a cinco leguas al poniente del pueblo, en el Valle de Mazamitla, a un costado del latifundio de Guaracha, la recibió el dueño “sin cercos, casas competentes ni oficinas”; con una extensión de tres sitios de ganado mayor, sitio y medio de ganado menor y tres caballerías “de pan llevar”; mismas tierras que después de algún tiempo fueron cercadas y “beneficiadas para siembras de trigo, maíces, garbanzos y demás semillas con riego, y aperos necesarios”; pobladas con ganados y caballada, a más de tener “casas y oficinas competentes”, un tanque o presa y una tenería. Finca rústica “grande y espaciosa” a los ojos de los nuevos ocupantes; mediana empresa agrícola con sirvientes de planta y eventuales, arrendatarios y “arrimados”. Con todo, Buenavista alguna vez llegó a pagar religiosamente de diezmo a la Iglesia cincuenta fanegas de maíz, una de frijol, cuatro cargas de trigo, diez becerros, ocho potros, seis arrobas de queso y un cerdo.

Para entonces ya había nacido el primogénito y futuro jesuita Diego José (Diego por el abuelo que no alcanzó a conocer al nieto y José por el santo tutelar devoto de los criollos jiquilpenses). Le seguirán cinco hermanos: José, Pedro Víctores, Plácida Josefa, María Josefa y Tomás, el benjamín. Diego José daría sus primeros pasos al lado de la abuela materna Mariana Ruiz de Mendoza y Guerrero, la cual, “colocados ya hacía tiempo sus hijos e hijas con el decoro que convenía, deseaba tener un consuelo para su soledad en el cuidado de su adorado nieto”. De ella recibió Abad “aquella educación liberalísima, indulgente y generosa” en la que “los niños, se acostumbrarían a tender hacia cosas más altas y a pensar con magnanimidad”.

Al contar siete años, en 1734, el padre rescató al hijo de la compañía de la abuela doña Mariana y lo llevó a la hacienda de Buenavista, en los confines civiles de Jalisco, el nuevo domicilio de los Abad, para que aprendiera las primeras letras con sus hermanos. En vista de que eran escasos y de poco talento los preceptores en la comarca, el exigente padre trajo unos mejores de Guadalajara y les confió la instrucción de sus retoños. En 1739, aprendidos los rudimentos de la gramática, don Pedro creyó conveniente buscar otros horizontes para los dos pupilos mayores (Diego José y José) y los mandó a la ciudad de México, donde “florecían los estudios de las letras y de las ciencias”. Ambos ingresaron en el jesuítico Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Diego José terminó “lo que le faltaba de la gramática, así como el curso de poesía y retórica” y empezó a estudiar filosofía aún no cumplidos los doce años y aprendió muy bien, “con suma alabanza” de sus maestros.

La familia Abad llevaba tiempo relacionada con los jesuitas, puesto que el padre don Pedro administraba en la comarca unos ranchos de los jesuitas, factor si no decisivo sí influyente para que, a los catorce años, el 24 de julio de 1741, Diego entrara a las filas de la Compañía de Jesús, en las que militaba desde hacía ocho años su paisano Francisco Javier Anaya. Después de su noviciado en Tepotzotlán fue a repasar la filosofía a San Ildefonso de Puebla.

Acerca de José, el hermano que lo acompañaba, se tienen menos noticias fuera de su estancia colegial en el Máximo de San Pedro. Escogió para sí el familiar hábito de San Francisco y el nombre de José Abad de Jesús María, en la provincia franciscana del Santo Evangelio de México.

Según Hervás, que sigue al padre Manuel Fabri (México, 1737-Roma, 1805), Abad nació en una heredad paterna cerca de Jiquilpan, villa de la diócesis de Valladolid de la Nueva España, y estudió Artes antes de entrar en la Compañía, pues “sus padres, deseando instruirle sólidamente en la religión y en las ciencias, no perdonaron gastos para lograr un excelente maestro, que en su propia casa le diese la mejor educación, a la que su hijo correspondió con eminencia”. Fue enviado a México para aprender las ciencias mayores en el Colegio de San Ildefonso, desde el cual ingresó, el 24 de julio de 1741, en el noviciado jesuítico de Tepotzotlán (México).

Ya jesuita, cursó Teología (1747-1752) en el Colegio Máximo de México (Colegio de San Pedro y San Pablo), fue ordenado en 1751 en la capital de México e hizo la tercera probación (1752-1753) en Puebla. Enseñó Gramática en Zacatecas, dejando constancia de su paso por esta ciudad en su juvenil Breve descripción de la fábrica y adornos del templo de la Compañía de Jesús de Zacatecas. En 1750 se consagró a la Inmaculada Concepción la nueva iglesia de la Compañía de Jesús en la ciudad minera de Zacatecas, al norte de Nueva España. El interior del nuevo edificio fue decorado con once retablos de acuerdo con un programa iconográfico, desarrollado por el padre Ignacio Calderón, rector del colegio de los jesuitas de esta ciudad. Cuatro de estos retablos están directamente dedicados al culto a la Virgen María, quien está también representada, con otras diferentes advocaciones, en otros dos altares de la iglesia. Este conjunto de retablos es un buen exponente de las devociones marianas promovidas por la Compañía de Jesús en Nueva España durante el siglo XVIII. El padre Diego José Abad contribuyó anónimamente con un poema y la citada descripción de la iglesia, contribuyendo así a propagar la gloria de los jesuitas y a difundir esta nueva creación artística. Con ambos se ha podido definir el mensaje devocional de la Compañía y reconstruir el programa iconográfico original con que se decoró el nuevo templo de Zacatecas.

Después enseñó “con gran aplauso” la filosofía, el derecho canónico y civil y la teología en México capital. Fue operario en la casa profesa de México, enseñó Filosofía en el Colegio de San Luis Potosí, mientras trabajaba como misionero itinerante entre los feligreses de habla española en la zona. En 1756 volvió al Colegio Máximo, donde fue el primero en dar un curso de “filosofía moderna”, es decir, de cosmología aristotélica modificada con la ciencia del siglo XVIII. Prefecto más tarde de la Academia de Teología y Jurisprudencia en el Colegio Real de San Ildefonso, promovió la renovación de los cursos, llegando “en el tiempo de su prefectura a tener casi trescientos colegiales”, según Hervás.

Hizo los últimos votos el 15 de agosto de 1763 en la ciudad de México, pero, deteriorada su salud, fue nombrado superior y profesor de Teología (1763) en el seminario San Xavier de Querétaro. Por este tiempo se dedicaba mucho a la poesía y traducía a Virgilio. Entonces compuso el borrador, tosco e incompleto (sólo diecinueve cantos), de su poema teológico, el romance épico De Deo Heroica, que, sin su conocimiento y sin darle crédito como autor, publicó poco después (1769) el oratoriano mexicano Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, con el título Musa Americana. En 1764, Abad fue convocado a México (entre los otros llamados estaban los jesuitas Francisco Alegre, José Campoy y Francisco Clavigero) para asistir a una conferencia reunida por el provincial para tratar de la modernización del currículo y de los métodos pedagógicos en los colegios jesuitas de Nueva España. Por razones desconocidas, se obtuvo poco fruto en esta reunión, pero era un indicio del prevalente espíritu de reforma. La estancia del padre Abad en Querétaro se terminó con el decreto de expulsión (1767) de Carlos III. Zarpó (19 de noviembre de 1767) para Europa y residió en Ferrara (Italia) hasta 1778, cuando su precaria salud le forzó a dirigirse a Bolonia con la esperanza de encontrar un clima más favorable, pero no fue así. Su salud empeoró y falleció al año siguiente, “el día de San Jerónimo, su especial protector” (Hervás).

Sus años en Ferrara fueron de bastante actividad literaria. Publicó dos ediciones, aumentadas y revisadas, de su poema teológico, ambas con el seudónimo de Labbe Selenopolitano (seudónimo aclarado por Hervás: “El apellido Labee es el apellido español Abad afrancesado; y el nombre Selenopolitano quiere decir de la ciudad de la Luna, lo que según algunos etimologistas significa el nombre Méjico”), y la de 1775 tenía como título De Deo Deoque Homine Heroica. La tercera edición la publicó, al año siguiente (1780) de su muerte, su colega Manuel Fabri, quien escribió como prefacio una biografía del autor. Abad compuso también varios trabajos menores sobre otros temas, pero una de sus sátiras merece mención: su composición Dissertatio ludicroseria. Ante la errónea creencia italiana, común en su tiempo, de que los americanos eran rudos y sin intereses intelectuales ni aprecio por la literatura, se propuso probar la falsedad de tal opinión con dicha Dissertatio ludicroseria. En su obra poética latina, tuvo a Virgilio como modelo.

Sus contemporáneos vieron en el padre Abad al humanista que representaba en México la reacción clásica en contra del barroquismo decadente. Así, el padre Luengo destaca su “traducción en verso castellano de la octava Égloga y de los mejores pasos de la Eneida de Virgilio; y otras varias composiciones” (Papeles varios, t. XV, pág. 249). Hervás dice que “el Señor Abad se instruyó fundadamente no sólo en las ciencias que enseñó, mas también en las matemáticas y en la literatura, y con el estudio grande que de todas las ciencias hizo”, pero sobre todo destacó “en el particular gusto que tenía en cultivar la poesía. Su grande instrucción llamó la atención y la estimación de los literatos, en que se distinguieron Eustaquio Zanotti, rector de la Universidad de Bolonia, Sebastián Canterzano, y Clementino Vanetti, doctos escritores. La Academia de Roveredo lo adoptó entre sus socios”.

Diego José, poeta y amante de la sabiduría, maestro reformador de la enseñanza filosófica, es una figura relevante del grupo de jesuitas ilustrados, de Alegre, Campoy, Clavijero y otros. Como ellos, desterrado a Europa en 1767, dejó en sus trabajos el testimonio de “amor entrañable a la patria, pleno de sentimiento, nostalgia y aun alguna tristeza”. Diego José Abad también mostró su acendrado mexicanismo, un rasgo inconfundible del grupo, caracterizado por ser criollos e hijos inmediatos de peninsulares hispanos, pero ya se sentían menos españoles que mexicanos, por derecho de cultura “y así lo proclaman con noble orgullo en la portada de sus obras”.

 

Obras de ~: Breve descripción de la fábrica y adornos del templo de la Compañía de Jesús de Zacatecas, México, Viuda de Joseph Bernardo de Hogal, 1750; Philosophia Naturalis. Disputationes in octo libros Physicorum Aristotelis, s. l., 1756; Musa Americana, Cádiz, 1769 (México, 1783); Iacobi Josephi Labbe Selenopolitani De Deo Heroica. Carmen Deo Nostro, Venecia, 1773 (Ferrara, 1775); Didaci Josephi Abadii Mexicani [...] Agiologi De Deo Deoque Homine Heroica, Cesena, 1780, 2 ts.; De Dios y sus atributos. De Dios Hombre y sus misterios, Barcelona, 1788; Dissertatio ludicroseria num possit aliquis extra Italiam natus bene Latine scribere, Padua, 1778 [ed. bilingüe, introd. y notas de A. L. Kerson, en Humanística lovaniensia, 40 (1991), págs. 357-422]; Poesías castellanas, ed. de A. Peñalosa, San Luis Potosí (México), 1956; Las Bucólicas VIII y X traducidas [...], México, 1956; Poema Heroico, introd., texto lat. y trad. con aparato crítico por B. Fernández Valenzuela, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1974; Nodus intricatior matheseos solutus, seu ratio composita expedita et ad tyronum captum accomodata, s. l., s. f. (inéd.); Livini Meyer anima minusculo corpore conclusa, seu epitome historiarum controversiarum de auxiliis, s. l., s. f. (inéd.); Compendio de álgebra, s. l., s. f. (inéd.); Tratado del conocimiento de Dios, s. l., s. f. (inéd.); Geographia hydrographica, seu de orbis terrarum fluminibus precipuis, s. l., s. f. (inéd.).

 

Bibl.: M. Fabri, Vida del ex-jesuita D. Diego Abad y nota a sus obras, Bolonia, 1780 (en J. L. Maneiro y M. Fabri, Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII, pról., selecc., trad. y notas de B. Navarro, México, Biblioteca del Estudiante Universitario, 1956, págs. 181-210); J. E. Uriarte y L. M. Lecina, Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús pertenecientes a la antigua Asistencia de España, vol. I, Madrid, Imprenta de la Viuda de López del Horno, 1925, págs. 3-4; J. A. Peñalosa, “Diego José Abad, poeta castellano”, en Estilo (San Luis Potosí, México), 9 (1955), págs. 81-170; I. Osorio Romero, “Diego José Abad: Bibliografía”, en Boletín de la Biblioteca Nacional (México), 14 (1963), págs. 71-97; F. Leeber, El P. Diego José Abad y su obra poética, Madrid, José Borrua Turanzas, 1965; Á. Ochoa Serrano, Diego José Abad y su familia, Morelia, FONAPAS Michoacán - Gobierno del Estado, 1980; L. Polgár, Bibliographie sur l’histoire de la Compagnie de Jesus 1901-1980, vol. 3/1, Rome, Institutum Historicum, 1983, págs. 12-35; J. Pimentel, F. J. Alegre y D. J. Abad, humanistas gemelos, México, 1990; M. Beuchot, “Una pieza de la historia de la psicología: El De Anima de Diego José Abad (México, siglo XVIII)”, en Dieciocho, XV (1992), págs. 202-214; Filosofía y ciencia en el México dieciochesco, México, UNAM, Facultad de Filosofía, 1996, págs. 105-164; Historia de la Filosofía en el México Colonial, Barcelona, Herder, 1997, págs. 226-229; R. Heredia Correa, “Sátira y crítica en Diego José Abad”, en Tzintzun: Revista de Estudios Históricos, 29 (1999), págs. 5-12; E. J. Burrus, “Abad, Diego José”, en Ch. E. O’Neill y J. M.ª Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu-Universidad Pontificia de Comillas, 2001, pág. 2; L. Hervás y Panduro, Biblioteca jesuítico-española, ed. de A. Astorgano, Madrid, Libris Asociación de Libreros de Viejo, 2007, págs. 95-97; M. Á. Castillo Oreja y L. J. Gordo Peláez, “Versos e imágenes: culto y devociones marianas en el templo de la Compañía de Jesús en Zacatecas, México”, en Anales de historia del arte, 1 extra (2008), págs. 307-340; Á. Ochoa Serrano, “Breve y prosaica semblanza del sabio poeta Diego José Abad”, en L. Prieto Reyes, XXXVI Jornadas de Historia de Occidente, México, Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, 2014, págs. 45-52.

 

Antonio Astorgano Abajo

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