Deza y Tavera, Diego de. Toro (Zamora), 1443 – Sevilla, 9.VI.1523. Dominico (O.P.), obispo, arzobispo, confesor y consejero real, protector de Cristóbal Colón, inquisidor.
Nació en el seno de una acomodada familia de Toro, por entonces una de las ciudades más nobles y principales del antiguo reino leonés, cuna de no pocas celebridades, tanto seculares como eclesiásticas, y lugar de acontecimientos importantes, sobre todo en la época de los Reyes Católicos, reinado en el que Deza vivió la mayor parte de su vida y en el que influyó decisivamente.
Si se hace caso a una lápida sepulcral, conservada en el Museo Provincial de Sevilla, Diego de Deza nació antes o en el mes de junio de 1443, pues cuando murió, el 9 de junio de 1523, tenía ochenta años de edad, según se lee en la referida lápida: “Obiit Anno Domini MDXXIII-Die IX Junii. Vixit annis 80”.
Fueron sus padres Antonio Deza e Inés Tavera (o Tabera). En ambos linajes se encuentran ascendientes y descendientes ilustres, como el arzobispo Alonso de Fonseca, tío segundo de fray Diego, su sobrino el arzobispo y cardenal de Toledo Juan de Tavera, muerto en 1554, y un sobrino nieto, con el mismo nombre y apellido que fray Diego, que fue obispo de Coria y de Jaén, muerto en 1579. Tuvo dos hermanos, Ana y Antonio. El futuro catedrático de Salamanca, prior del convento salmantino de San Esteban, preceptor del príncipe Don Juan, confesor y consejero de los Reyes Católicos, obispo, arzobispo e inquisidor (pero no provincial de la Provincia dominicana de España, como algunos han creído) antes y cuando estuvo en las cumbres de la vida eclesiástica y política de España, nunca olvidó la casa solariega toresana, volvió a ella en bastantes ocasiones e hizo lo posible por embellecer y favorecer a su ciudad natal. Lo demostró magnánimamente, por ejemplo, con la parroquia de San Sebastián, en la que había sido bautizado, y con el convento de San Ildefonso. Toro conserva la memoria de este su gran hijo y le erigió hace más de un siglo una estatua, aunque bastante pobre, en una céntrica plaza.
Inteligente y aplicado desde niño, su primera instrucción pudo haberla recibido en su propia casa, o en alguno de los muchos conventos que por entonces había en Toro. De entre todos destacaba el de San Ildefonso, de la Orden de Predicadores, en el que entró el joven Diego de Deza a la edad de dieciséis años para hacerse fraile dominico. Pero antes, y sin saberse a ciencia cierta la causa, estuvo bajo el cuidado de Diego de Merlo, personaje de los más principales de Toro y familia muy relacionada por lazos de amistad con los Deza-Tavera. Entró en el convento de San Ildefonso atraído, seguramente, por la religiosidad y el cultivo de las ciencias que por entonces reinaban en el cenobio dominicano, pasiones ambas que cultivó y marcaron su vida, y porque este convento estaba, además, muy ligado a la historia de su familia, pues en su iglesia tenían ya sus enterramientos, y los tendrían más con el tiempo, bastantes miembros de la familia Deza-Tavera, entre otros los padres de fray Diego. Este real convento, víctima como tantos de la destrucción del siglo XIX y de la desidia humana y hoy desaparecido completamente, era obra del mecenazgo de la reina María de Molina, que lo fundó y dotó espléndidamente en el último tercio del siglo XIII. En él reposaban los restos de su hijo el infante Don Enrique, en él moraron reinas y personajes ilustres y allí mismo dio a luz la reina Catalina de Lancaster a su hijo Don Juan II (1405), padre de Isabel la Católica.
El convento llegó a ser de los más suntuosos, importantes y ricos de la Provincia dominica de España, y en su recinto se celebraron bastantes capítulos provinciales.
En él hizo el noviciado y emitió la profesión religiosa. El único recuerdo que ha llegado de su estancia en San Ildefonso es que fray Diego fue religioso muy observante, lo que no es poco.
Prueba de su buena inteligencia y afición al estudio es el hecho de que nada más profesar fue destinado al famoso convento de San Esteban de Salamanca, en el que desde 1299 existía Studium Generale, o centro superior de estudios de los dominicos de la Provincia de España, que todavía abarcaba a gran parte de la Península, pues no se había creado aún la Provincia dominica de la Bética o Andalucía. El convento dominico estaba, intelectualmente hablando, a la sombra de la Universidad salmantina, la Atenas española de entonces, y de frailes del claustro de San Esteban se nutría a su vez la Universidad para que ocuparan sus cátedras. En este tiempo estaba aún fresca la huella dejada por el famoso dominico Lope de Barrientos.
El ambiente que por entonces, finales del siglo XV, se vivía en San Esteban era el de la reforma de Savonarola: la vuelta al espíritu primitivo de la Orden enfatizando la observancia regular y el amor al estudio, típicos carismas de los dominicos. A ambas cosas se dedicó con ahínco el joven Deza; tenía ejemplos que imitar y conventuales suyos de la época fueron, entre otros, el reformador, y luego prior del convento, fray Diego Magdaleno, fray Diego de Betoño, catedrático jubilado de Sagrada Escritura, y sucedido por el también dominico Alonso de Peñafiel. El entusiasmo por las letras y las ciencias, de tanta tradición en la orden, era por entonces muy intenso en San Esteban. En ese ambiente hizo Deza sus estudios filosófico-teológicos y en el mismo convento comenzó a enseñar Artes y Teología. Pero Deza, como los frailes más capaces y mejor preparados del convento salmantino, aspiraba a ser profesor de la Universidad. Y en ella siguió estudiando teniendo como maestros, entre otros, a Pedro Ximénez de Préxamo (o Préjano) y al famoso Pedro (Martínez) de Osma, que llegó a estimar y a valorar el talento de Deza. Éste, más tarde (18 de mayo de 1479), tuvo que intervenir en el proceso abierto contra su maestro en Alcalá. Compañero de aulas de él fueron, entre otros, el célebre Antonio de Nebrija, pero no Alfonso de Madrigal, el Tostado, como alguno ha apuntado erróneamente. Licenciado en Teología por la Universidad de Salamanca, fue nombrado sustituto en el año 1477 y numerario de la cátedra de Teología el 14 de mayo de 1480, ocupándola hasta 1486, año en que le sustituyó el también dominico de San Esteban Juan de Santo Tomás.
El maestro Deza mantuvo poco tiempo su cátedra salmantina porque el destino le tenía reservados otros caminos. Fernando e Isabel habían estado en Salamanca en 1480, y entonces fue cuando Rodrigo de Ulloa, pariente de Deza, lo presentó a los Reyes. La impresión fue buena, y cinco años después (en 1485, según unos, o al año siguiente, según otros) volviendo a estar los Reyes Católicos en la ciudad del Tormes fue cuando le encomendaron el oficio de preceptor o maestro del príncipe heredero Don Juan, el único varón de los Reyes, y que murió en los brazos de fray Diego el 4 de octubre de 1497. Cotarelo recoge el testimonio de Fernández de Oviedo en su Libro de la Cámara del Príncipe Don Juan, página 22, que dice: “Así como el Príncipe fue en edad para comenzar á aprender letras, los Reyes Católicos, sus padres, seyendo informados de los varones doctos é religiosos é honestos que en sus reinos había en esa razón, para que suficientemente pudiese ser enseñado en la doctrina cristiana é letras que á tan alta persona convenían, escogieron por su Preceptor al maestro frey Diego de Deza, de la Orden del glorioso Sancto Domingo [...] hombre de grandes letras é aprobada vida”. Este gran favor que le dispensaron los Reyes, de los que fue confesor, capellán y siempre consejero, es otra de las notas más sobresalientes de la vida pública y política de fray Diego de Deza, lo que explica su continuo y progresivo ascenso de una sede episcopal a otra, a cual más importante y de pingües rentas, y a que interviniera, como obispo, arzobispo e inquisidor en prácticamente todos los asuntos importantes de la vida española de entonces.
Uno de esos asuntos trascendentales en los que Deza tuvo protagonismo de excepción fue su encuentro con Cristóbal Colón. Para comprender mejor la ayuda de los dominicos de San Esteban al Descubridor, y en especial el apoyo de Deza, conviene reparar de nuevo en el ambiente intelectual que se vivía entonces en el convento y en el que fray Diego de Deza estaba activamente inmerso. Tanto en San Esteban como en la Universidad salmantina no sólo se estudiaba y enseñaba Teología o Derecho canónico, sino otras ciencias, lo que posibilitó que los dominicos y algunos maestros salmantinos hicieran finalmente caso a Colón.
En San Esteban se conocía y estudiaba la obra Sphoera del padre Leonardo Dati (Florencia, 1480) en la que se defendía la esfericidad de la Tierra. Fray Juan de Santo Domingo, conventual de Deza, fue llamado mathematicus optimus y mereció elogios de Lucio Marineo Sículo, y Tomás Durán, fraile también de San Esteban de la misma época que Deza, trabajó en la edición y corrección de la obra de Brawardino Praeclarissimum mathematicorum opus. Además, desde siempre y siguiendo a san Alberto Magno y a santo Tomás de Aquino, la esfericidad terráquea había sido doctrina tradicional en la Orden de Predicadores. Este ambiente, sin saberlo, preparaba la venida de Colón a Salamanca, facilitó la comprensión de sus ideas expuestas a los frailes y a otros maestros e hizo que Deza se entusiasmase con los planes del Descubridor. Este encuentro y la amistad que entonces comenzó entre Deza y Colón, y que duró hasta la muerte, es uno de los timbres de gloria del gran toresano, arzobispo e inquisidor, pues hizo a fray Diego ser uno de los interventores más destacados en la aventura colombina que terminaría en el descubrimiento de las Indias.
Son bastantes los testimonios que hacen ciertas las conversaciones de Salamanca y, desde luego, innegable la decidida mediación de Deza a favor de Colón aunque la historia guarde todavía algunos detalles por desvelar. Bastantes autores españoles (Las Casas, Remesal, Sánchez Moguel, Ballesteros, Bernardo Dorado, Ybot, Consuelo Varela) y extranjeros (Mandonnet, Whashington Irwing, W. H. Prescott) y otros concuerdan en la estancia de Colón en Salamanca, en el decidido apoyo que obtuvo de Deza por su mediación ante los Reyes Católicos, en el agradecimiento continuo de Colón al Obispo de Palencia, como le llamaba siempre a fray Diego, y en la amistad que siempre se profesaron ambos.
El testimonio del cronista dominico Antonio de Remesal en su Historia General..., sobre las “conversaciones de Salamanca”, que levantó polémica entre historiadores y que alguno llegó a tildar de “leyenda” dominica, no deja por ello de ser una fuente muy atendible para ver a Colón en la ciudad del Tormes y en Valcuevo, una granja de los dominicos, próxima a la ciudad, en la que supuestamente se tuvieron dichas conversaciones. Remesal, conventual de San Esteban desde 1592 hasta 1605, recoge en su Historia General... una tradición que no fue desmentida por los censores que revisaron su obra antes de ser publicada en 1619. Su testimonio, visto el éxito ya consolidado del descubrimiento, puede muy bien enlazar y ser correa de transmisión con el de los cronistas e historiadores antiguos del convento de San Esteban, que se habían pasado los conocimientos unos a otros, y que coinciden en que Deza y Colón se entrevistaron también en Valcuevo, como recogen y defienden el historiador salmantino Bernardo Dorado y otros.
En cualquier caso, y aunque a Remesal le falten detalles, en las relaciones Colón-Deza, habidas en el convento salmantino de San Esteban, y con toda seguridad en la casa de campo de la granja de Valcuevo, a propósito de la empresa descubridora de las Indias o Nuevo Mundo, nunca podrá omitirse el siguiente testimonio: “Para persuadir de su intento a los Reyes de Castilla [...] vino [Colón] a Salamanca a comunicar sus razones con los maestros de astrología y cosmología que leían estas facultades en la Universidad.
Comenzó a proponer sus discursos y fundamentos, y en solos los frailes de San Esteban halló atención y acogida. Porque entonces en el convento no sólo se profesaban las Artes y Teología, sino todas las demás facultades que se leían en las Escuelas [Universidad].
En el convento se hacían las juntas [conversaciones o conferencias] de los astrólogos y matemáticos y allí proponía Colón sus conclusiones y las defendía. Y con el favor de los religiosos redujo a su opinión a los mayores letrados de la Escuela. Y entre todos tomó más a su cargo el favorecerle y acreditarle ante los Reyes [...] el maestro fray Diego de Deza [...]. Todo el tiempo que se detenía Colón en Salamanca, el convento de San Esteban le daba aposento y comida, y le hacía el gasto de sus jornadas, y en la corte, el maestro F. Diego de Deza; y por esto y por las diligencias que hizo con los Reyes para que creyesen y ayudasen a Colón en lo que pedía, se atribuía [Deza] así como instrumento, el descubrimiento de las Indias” (Remesal, Historia General..., en BAE, t. 175, pág. 134). En esta misma línea aparece el testimonio de Bartolomé de Las Casas, en su Historia de las Indias, cuando escribe: “En carta escripta de su mano [de Cristóbal Colón] vide que decía al rey que el susodicho maestro del príncipe [D. Juan] arzobispo de Sevilla D. Fray Diego de Deza y el susodicho camarero, Juan Cabrero, habían sido la causa de que los reyes tuviesen las Indias [...]. E muchos años antes que lo viese yo escripto de la letra del Almirante Colón, había oído decir que el dicho arzobispo de Sevilla y lo mismo el camarero, Juan Cabrero, se gloriaban que habían sido la causa de que los reyes aceptasen dicha empresa y descubrimiento de las Indias, debían cierto de ayudar en ello mucho” (en BAE, t. 95, págs. 110-111).
Pero más definitivo todavía es el testimonio repetido del propio almirante, actualizado por Consuelo Varela, en su obra citada en la Bibliografía. En ella se recogen cinco cartas del Descubridor escritas a su hijo Diego Colón, desde Sevilla, durante los años 1504 y 1505, y en todas le habla de su protector y siempre amigo Diego de Deza. Estas cartas son un testimonio de primera mano, y aunque las ignorasen en su tiempo los cronistas e historiadores antiguos de San Esteban y el mismo Remesal, lo que hacen es avalar sus testimonios. Como botón de muestra valga la escrita por el almirante a su hijo Diego, desde Sevilla a 21 de diciembre de 1505, en la que, entre otras cosas, le dice: “[...] Es de trabajar de saber si la Reina, que Dios tiene, [había muerto el 26 de noviembre de 1504] dexó dicho algo en testamento, y si es de dar priesa al Señor Obispo de Palencia [siempre se refiere así cuando habla de Deza] el que fue causa de que sus Altezas oviesen las Indias y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para fuera”. La intervención de Deza en el descubrimiento de las Indias es una de sus mayores glorias.
Diego de Deza no se mantuvo mucho tiempo en su cátedra universitaria (1480-1486), porque de ella le sacaron los Reyes Católicos para encargarle de la educación del heredero Don Juan, tarea que fue la principal que realizó hasta la prematura muerte del príncipe.
Pero antes de ese año, y sin duda como premio a su buen hacer, los Reyes le presentaron al papa español Alejandro VI (1492-1503) para que le confirmase obispo de Zamora, lo que el Papa aprobó por bula de 14 de abril de 1494, sin que ello le impusiera a Deza dejar la preceptoría del príncipe. Esta ocupación principal hace suponer que el obispo no pudo ocuparse personalmente del cuidado pastoral de su diócesis ni residir en ella, condiciones que por entonces no eran exigidas a los obispos con rigidez. No obstante, visitó su diócesis alguna vez y se ocupó de los asuntos más urgentes e importantes. Pagó de su peculio algunas reformas y ampliaciones de la catedral zamorana y no se olvidó de su Toro natal y menos todavía de su convento de San Ildefonso en el que terminó un claustro, hizo construir nuevo refectorio, la sala de De Profundis, la del capítulo nuevo y tres dormitorios para los frailes. Además, les dio 8.000 maravedís anuales de renta con la obligación de decir misas por sus familiares.
Como era de esperar en él, se preocupó también de fomentar los estudios, concretamente los de Gramática y Artes, que se habían creado en el convento en 1490 y que perduraron hasta 1770. La iglesia de Santa María la Mayor, la bellísima colegiata románica del siglo XII, también se benefició de la generosidad del obispo, encargando a su costa la tribuna y el coro que habían de colocarse en la puerta de la Majestad.
Querido y valorado por los Reyes y el príncipe, fray Diego fue promovido a obispo de Salamanca por bula del mismo Alejandro VI el 24 de julio de 1496, o sea, a los pocos meses de haber sido elegido obispo de Zamora, pues en este tiempo tampoco era óbice que un mismo prelado tuviera más de una diócesis. Aún no había llegado el Concilio de Trento.
En Salamanca, ciudad tan querida de Deza, se interesó por la Universidad, de asistir a algunas de sus sesiones literarias, de ayudar a estudiantes pobres y de hacer muchas mercedes a su antiguo convento de San Esteban. Lo más destacado de su pontificado salmantino seguramente fue el sínodo diocesano que convocó en 1497, con el fin de enderezar las costumbres y la vida de los clérigos, suprimir abusos y corruptelas y dar a la diócesis unas Constituciones por las que regirse. Se cree que éste fue el primer sínodo de Salamanca, y aunque sus Constituciones parece que no llegaron a imprimirse, fueron, sin embargo, muy importantes, por las muchas referencias que otros sínodos posteriores hacen de ellas.
A finales de 1497 quedó vacante la mitra de Jaén, y al año siguiente Alejandro VI la proveyó en la persona de Deza, que fue sucedido en Salamanca por el obispo de Astorga Juan de Castilla. Pero Deza no tuvo tiempo de bajar a Jaén, aunque se ocupó, desde la distancia y por procurador, de algunos de sus asuntos.
Por esas fechas, Tomás de Torquemada era ya viejo y estaba cansado de su cargo de inquisidor general. Antes de morir (16 de septiembre de 1498) y a instancias de los Reyes, habría propuesto para sucederle a su hermano de hábito fray Diego de Deza, a quien los Reyes, gustosos, preconizaron y el papa Alejandro VI aceptó y confirmó en diciembre de 1498. Comenzaba así otra de las grandes tareas político-eclesiásticas desempeñada durante años; la tarea, quizás, más dura y desagradable y la más criticada de su actuación. La Inquisición era como un gran ministerio político-eclesiástico que podía afectar, y de hecho así era, a la vida general de la España de entonces. Algunos verán a Deza como digno sucesor del “temible” Torquemada; otros lo consideran como celoso y diligente guardián de la ortodoxia, que previno y evitó graves conflictos para la Iglesia y el Estado.
En 1500 vuelve a ser promovido a otra diócesis, ahora a la importante sede de Palencia, que rentaba por entonces 13.000 ducados anuales. Como hizo en Zamora y Salamanca, Deza volvió a demostrar en Palencia su calidad de reformador y de generoso mecenas; adornó a su costa la capilla mayor de la catedral con un retablo nuevo y siguió siendo muy generoso con pobres y estudiantes. También en Palencia convocó sínodo diocesano (1500), cuyas actas mandó imprimir en Salamanca al año siguiente. Estas Constituciones y sus disposiciones son de gran utilidad por la variedad de datos y costumbres religiosas y profanas que aportan sobre la época. En estas actas aparece, se cree que por primera vez en España, la creación de los libros parroquiales de bautismos y matrimonios (el Registro eclesiástico), medio siglo antes de que lo ordenase el Concilio de Trento (1545-1563). Como es fácil de suponer, el sínodo y sus Constituciones aspiraban a la reforma moral e intelectual del clero y a mejorar las costumbres cristianas del pueblo, cosas ambas de las que se adolecía por entonces. A propósito de esto, cabe destacar que con Hernando de Talavera, Mendoza, Cisneros y otros, Deza fue uno de los reformadores de la Iglesia española de entonces, reforma que los Reyes Católicos habían tomado muy a pecho.
Organizada la diócesis de Palencia, Deza se dedicó con entusiasmo y celo a su otro oficio de inquisidor.
El 17 de junio de 1500 decretó unas Instrucciones sobre el modo de actuar la Inquisición, reducidas a siete artículos; por su indicación se estableció el Santo Tribunal, aunque con mucha oposición, en Sicilia (1500) y lo intentó, también, en Granada, a causa de que muchos moriscos querían volver al mahometismo, o vivían en él ocultamente. Requisó libros y bibliotecas tenidos por entonces como perniciosos, lo que le valió la inquina de no pocos. No hay duda de que Deza se tomó en serio su cargo de inquisidor y que fue siempre muy celoso de la conversión de los moriscos y de extirpar errores y desviaciones allí donde los hubiera. No siempre acertó, pero no tuvo él toda la culpa, sino algunos de sus subordinados, como sucedió en los disturbios de Córdoba (1500), a causa de los excesos casi fanáticos del licenciado Diego Rodríguez Lucero, que tanto daño hicieron a la persona de Deza a la hora de enjuiciar su actuación como inquisidor general.
El 26 de noviembre de 1504 moría Isabel la Católica en Medina del Campo, y entre sus testamentarios estaba Deza. Bien porque la Reina se lo hubiera recomendado a su esposo Don Fernando, o bien por iniciativa del propio Rey, el hecho fue que en diciembre de ese año Diego de Deza fue promovido a la importante silla arzobispal de Sevilla. Pero antes de ocupar su sede, Deza acompañó al Rey a Toro, donde hubo Cortes (enero de 1505) y de donde salieron las llamadas “Leyes de Toro”. Después de dar cumplimiento al testamento de la Reina, el 4 de octubre de 1505 Deza entró en Sevilla, ciudad que comenzaba su época de oro y cuya mitra, de las mejores y más ricas de España, rentaba al año 24.000 ducados. Esta abundancia de bienes permitiría al nuevo prelado ser todavía más caritativo y mejor mecenas. Cuando Cisneros sucedió a Deza en el cargo de inquisidor general, el arzobispo pudo dedicarse más plenamente a su tarea pastoral y a aquello que verdaderamente más le gustaba: estudiar y escribir y socorrer a los pobres, según el testimonio de Fernández de Oviedo. De su etapa de arzobispo hispalense hay que destacar la fundación y dotación, en 1517, del Colegio de Santo Tomás de Aquino, de Sevilla, un centro de estudios superiores similar al de San Esteban de Salamanca y al de San Gregorio de Valladolid. Como arzobispo de Sevilla, Diego de Deza era el metropolitano de varias diócesis andaluzas y de Canarias; y de la hispalense dependieron también, como sufragáneas, las mitras de Santo Domingo, Concepción de la Vega y San Juan de Puerto Rico en las Indias, erigidas por el papa Julio II, en 1512, gracias a la gestión de Deza. Es éste un dato que demuestra todavía su “americanismo” y su interés por la evangelización y la implantación de la Iglesia en las tierras descubiertas, en parte, gracias a él. Pacificador de Sevilla, Deza siguió preocupándose de la conversión de los moriscos y continuó siendo mecenas de iglesias y conventos y “padre de pobres”, como se le llamó. Entre los años 1511 y 1518 se hicieron a su costa importantes obras en la catedral sevillana.
También aquí reunió sínodo (1512) y dio Estatutos al cabildo catedralicio, fue celoso del culto y de la honra de Dios y visitó con frecuencia las parroquias de su dilatada diócesis.
Queda por referir su faceta intelectual teológica, no estudiada todavía en profundidad y amplitud, pero que fue importante, como han demostrado concretamente en el tema de la gracia Francisco Navajas (1955) y en el de la fe, Ginés Arimón (1962).
Aunque su mucho hacer político, burocrático y pastoral le obligó a abandonar muy pronto su cátedra salmantina y a no poder, por ello, dedicarse al estudio todo lo que hubiese querido, Deza es recordado, aunque muy de pasada, en todas las historias de la Teología. Y lo es con razón y en justicia, pues fue puente entre teólogos y pensadores destacados del siglo XV (Lope de Barrientos, Juan de Torquemada y otros) y las glorias dominicas que conforman la famosa escuela teológico-jurídica de Salamanca del siglo XVI y que se adentró, ya con menos fuerza, en el XVII. Bien puede ser considerado como uno de los grandes teólogos del prerrenacimiento teológico español que prepara el Siglo de Oro de la Teología hispana. Su principal obra teológica, resultado de su docencia en Salamanca y que luego se publicó en Sevilla (1517) es la llamada Novarum defensionum (Nuevas Defensiones) o también conocida como Comentarios hispalenses, de la que el padre Santiago Ramírez, haciendo historia de la Teología, dirá: “Luego vendrían las macizas Defensiones teológicas de Diego de Deza, muy superiores a las homólogas de Capreolo y émulas de los célebres comentarios de Cayetano” sobre Santo Tomás. Vacante la sede primada de Toledo por muerte de su titular, el cardenal Guillermo de Croy (1521), el Emperador propuso a Deza para ocupar la vacante, pero éste, anciano de casi ochenta años y enfermo de gota, declinó tomar posesión, a pesar de que el papa Adriano VI había expedido ya las bulas. Fray Diego de Deza y Tavera murió cargado de méritos y de buenas obras en el monasterio de San Jerónimo de Buenavista, cuando se dirigía a Sevilla, el 9 de junio de 1523.
Obras de ~: Defensiones S. Thomae ab impugnationibus magistri Nicolai de Lyra Magistrique Mathiae Dorink, Hispali, 1491; Constituciones Sinodales de Salamanca, Salamanca, 1497; Statuta seu Instructiones a D. Deza Hispaniarum inquisitore generali sancitae, a variis sacri tribunalis ministris observandae, Hispali, 1500; Constituciones y Estatutos hechos y ordenados en Palencia, Salamanca, 1501; Synodus Hispali celebrata, Sevilla, 1512; Novarum defensionum doctrinae doctoris Angelici B. Thomae super IV Libris Sententiarum questiones profundissimae et utilissimae, Hispali, 1517; Constituciones Sinodales de Sevilla, 1520; Missale secundum usum almae Ecclesiae Hispalensis, Hispali, 1520; Exposición del Pater noster dirigida a la muy cristianísima y muy poderosa Reyna Doña Isabel de Castilla, Alcalá, 1524; Compilación de instrucciones de la Inquisición, s. l., 1630.
Bibl.: D. I. de Góngora, Vida de Fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla y fundador del Colegio de Santo Tomás de Aquino de la misma ciudad, siglo xvii (ms.); A. de Remesal, Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala, de la Orden de nuestro glorioso Padre Sancto Domingo..., Madrid, por Francisco Angulo, 1619 (o como aparece en otras ediciones: Historia General de las Indias Occidentales y particularmente de la Gobernación de Chiapa y Guatemala, Madrid, 1965, Biblioteca de Autores Españoles, 175); P. Mandonnet, “Christophe Colom et Diego de Deza”, en L’Année Dominicaine, 32 (1892), págs. 492-495, y 33 (1893), págs. 5 y 14; P. J. Monzón, “Colón y Deza”, en El Santísimo Rosario, VII (1892), págs. 495-507; P. Álvarez, “Colón y los dominicos”, en El Santísimo Rosario, VII (1892), págs. 589-595; P. Gerard, “Fray Diego de Deza”, en El Santísimo Rosario, VII (1892), págs. 604-616 y 665-673; A. Cotarelo y Valledor, Fray Diego de Deza. Ensayo biográfico, Madrid, Imprenta de José Perales y Martínez, 1905; J. Cuervo, Historiadores del Convento de San Esteban, t. I, Salamanca, Imprenta Católica Salmanticense, 1914; M. García, “Fray Diego de Deza, campeón de la doctrina de Santo Tomás”, en La Ciencia Tomista, 72 (1922), págs. 188-213; M. Alcocer Martínez, Fray Diego de Deza y su intervención en el descubrimiento de América, Valladolid, Casa Social Católica, 1927; A. Ybot León, Historia de América. La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de las Indias, t. I, Barcelona, Salvat Editores, 1954; G. Arimón, La Teología de la Fe y Fray Diego de Deza, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962; C. Varela (ed.), Cristóbal Colón. Textos y Documentos completos. Relaciones de viajes, Cartas y Memoriales, Madrid, Alianza Editorial, 1982; J. L. Espinel Marcos, San Esteban de Salamanca. Historia y guía. Siglos xiii-xx, Salamanca, Ediciones San Esteban, 1995.
José Barrado Barquilla, OP