Anguita Téllez, Manuel José Benito. Rafael de Vélez. Vélez-Málaga (Málaga), 15.X.1777 – Santiago de Compostela (La Coruña), 3.VIII.1850. Capuchino (OFMCap.). Escritor, teólogo, obispo de Ceuta, arzobispo electo de Burgos y arzobispo de Santiago de Compostela.
De familia humilde, fueron sus padres José Anguita Caballero y María Téllez Pérez. No se tienen datos de su infancia ni de su primera educación hasta que se encuentra en 1792, a la edad de quince años, pidiendo vestir el hábito capuchino en el convento de Granada.
Allí emitió la profesión al año siguiente (1793), tomando el nombre de Rafael de Vélez. A continuación vinieron los estudios de Filosofía, que llevó a cabo en el convento de Córdoba hasta 1799, año en que pasó a Cádiz para dedicarse a la Teología. En 1802 aprobó el examen de predicador y ganó las oposiciones para lector con todos los votos del tribunal. Desde entonces ejerció en la enseñanza de la Filosofía y Teología, con el título de maestro, ayudando a un lector más experimentado, hasta que en 1807 se le encargó comenzar con la explicación de la filosofía a un nuevo grupo de estudiantes, en el convento de Écija, donde le sorprendió la invasión napoleónica. Buscando un lugar más seguro se trasladó con sus discípulos al convento de Cádiz, donde también encontraron refugio estudiantes capuchinos de otras provincias. Por ello, en 1811, el ministro provincial de Andalucía dispuso que todos los teólogos estudiaran Teología bajo la dirección del padre fray Rafael de Vélez.
Fue en Cádiz, en el ambiente de gran efervescencia reformista que tocaba directamente a la Iglesia y sus privilegios y que rodeó a las Cortes, donde desarrolló su ideario político-religioso, manifestado con meridiana claridad en su primera obra publicada en esa misma ciudad en 1812, titulada: Preservativo contra la irreligión [...]. En ella trataba sobre los errores discutidos en las Cortes (libertad de prensa, de culto, soberanía nacional, Monarquía constitucional, abolición de la Inquisición, etc.), consecuencia de los planes revolucionarios que se intentaban llevar a cabo en Europa y España, fruto de una conjura ideológica masónica, liberal y jansenista, cuya pretensión, repetida cíclicamente a lo largo de los siglos, era destruir la religión y la Iglesia (“mito revolucionario”). La obra tuvo un éxito temprano e inesperado y afamó a su autor, haciendo que se publicara ese mismo año otra edición en Madrid. Al año siguiente se publicó en Santiago y, de nuevo, en Madrid, aumentada la obra con algunas observaciones del conocido cura de Tamajón, Matías Vinuesa. En dos años se llegaron a hacer veinte ediciones en España, América y Filipinas. Algunos autores afirman que Vélez colaboró y dirigió el periódico absolutista antimasónico El Sol de Cádiz, que sacó veinte números entre 1812 y 1813, pero esto es algo que todavía no se ha probado fehacientemente.
Como consecuencia de estos éxitos el padre Vélez fue ascendiendo en el cursus honorum de la Orden, siendo nombrado custodio general en 1813, cargo honorífico que sólo conllevaba la asistencia al Capítulo General, al parecer con la finalidad de que se pudiera dedicar a escribir. Por la misma razón, en 1814 fue adornado con el título de escritor general de la provincia de Andalucía e Indias. De este modo pudo concentrarse en la escritura de su Apología del Altar y del Trono, que no llegó a publicarse hasta 1818, aunque estaba terminada para 1816. Esta obra lo consagró como apologista acerado e implacable contra las reformas de las Cortes de Cádiz, la Constitución, de la que afirmó ser un plagio de la francesa, y las ideas de cuño liberal. En la Apología centró todo su afán en demostrar que el origen de la autoridad está en Dios, no en el pueblo, y que su manifestación concreta en lo relativo a organización social era la Monarquía absoluta, cuyo apoyo fundamental era la Iglesia; de ahí la unión indisoluble entre el altar y el trono.
Fue, muy probablemente, el obispo capuchino Andrés Esteban y Gómez Cañedo, trasladado de la sede de Ceuta a la de Jaén, el que propuso al Rey la candidatura del padre Vélez para el obispado que dejaba vacante. Efectivamente, Fernando VII lo propuso al Papa para dicha diócesis en septiembre de 1816, siendo consagrado obispo el 13 de julio de 1817 en la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid, por el cardenal arzobispo de Toledo, Luis de Borbón, actuando como padrino el duque del Infantado. No parece que en el nombramiento de Vélez como obispo hubieran influido sus ideas anteriormente aludidas, sobre todo las que defendían enardecidamente la Monarquía absoluta de origen divino y la autoridad y obediencia indiscutibles debidas al Rey.
Llegado a la reducida diócesis ceutí se ocupó inmediatamente de todo lo concerniente a su ministerio episcopal. Intervino en las cuestiones económicas relacionadas con la diócesis, intentando eximir al clero del gravamen de los treinta millones y redactando el plan de dotación de la mitra, fábrica y mesa capitular; trató asiduamente con el cabildo, mediando en sus disputas; redactó un ceremonial; predicó con mucha frecuencia al pueblo e inició una visita minuciosa y rigurosa de todas las instituciones eclesiales. Fruto de esta visita fue su primera carta pastoral, fechada el 20 de julio de 1819, en la que, con una mentalidad conservadora pero bastante abierta, recordaba los deberes cristianos fundamentales con respecto a Dios, la familia y las autoridades, para las que pedía colaboración.
Pero esta situación apacible pronto quedó truncada con la llegada al poder, en 1820, de los constitucionales.
Vélez comenzó a tener problemas, en parte porque era exponente de las ideas contrarias, y sobre todo porque fue claro su apoyo a la reacción antiliberal.
Tanto es así que el ministro de Gracia y Justicia le reconvino que no se opusiera públicamente a la Constitución. Decisivo fue en la complicación de la situación del obispo, hasta llegar a su deportación, el nombramiento de Fernando Butrón, en 1821, como jefe político y gobernador, y de su secretario José Isnardy.
Las relaciones entre el gobernador y el obispo se fueron deteriorando progresivamente, a veces por cuestiones mínimas, y en gran medida por el enrocamiento de ambos en sus posiciones. Los momentos álgidos de estas relaciones fueron debidos a las siguientes cuestiones: el restablecimiento, por parte de Vélez, del tribunal diocesano de censura mediante una carta pastoral (15 febrero), que no consideraba necesario someter a la aprobación del gobernador, y éste, por el contrario, sí; la lectura y publicación poco entusiasta de una pastoral, pedida por el Rey a los obispos, apoyando a las autoridades constitucionales, que el gobernador exigió se leyera en todas las parroquias y se publicara, cosa que no había hecho propiamente el obispo; la denuncia de Vélez del incumplimiento de la legislación religiosa en el caso del establecimiento de algunas familias judías en la plaza; la reducción de conventos establecida por el Gobierno, que afectaba a los dos únicos de Ceuta (trinitarios, que asistían a los presos, y franciscanos, capellanes del hospital). Vélez intentó que se mantuvieran, apoyado en ello por el ayuntamiento, pero el gobernador consiguió del Gobierno que se exigiera al obispo su cierre.
El ambiente se fue enrareciendo y agravando por los ataques que contra Vélez y el clero aparecían en el periódico El Liberal Africano, publicado por José Isnardy, de modo que el obispo representó al Rey pidiendo su protección. La tensión aumentó cuando el gobernador designó la catedral, que hacía también de parroquia, como colegio electoral, sin haberlo acordado con el obispo. Llegados a este punto el gobernador consiguió que el ayuntamiento y los oficiales del ejército de la plaza denunciaran al obispo y tres eclesiásticos más, pidiendo su salida de la ciudad por su conducta anticonstitucional y por representar un peligro para el orden público. El 7 de diciembre de 1821 se lo comunicaba el gobernador al obispo y, aunque éste manifestó en diversos oficios su disconformidad, tuvo que ausentarse de su diócesis. De allí pasó a distintos conventos de la provincia capuchina de Andalucía.
Desde el convento de Casares publicó el 5 de enero de 1822 una pastoral explicando los sucesos de su deportación, lo que hizo que el gobernador lo denunciara a las Cortes, que en las sesiones del 22 de abril y 4 de mayo decretaron su extrañamiento oficial de Ceuta y su confinamiento en la provincia de Córdoba.
Desde Estepona firmó otro documento, con fecha 26 de junio de 1822, con el que trataba de probar su inocencia, su injusta condena y los errores del dictamen emitido por las Cortes. Todo fue completamente inútil, y Vélez hubo de vivir en el destierro hasta noviembre de 1823. Con el restablecimiento de la Monarquía absoluta, el obispo, condecorado con la Orden de Carlos III, pudo volver a su sede, donde se le brindó un recibimiento triunfal. Pero a los pocos meses, y como premio al destierro sufrido, el Rey le propuso el 30 de mayo de 1824 para el arzobispado de Burgos. El fallecimiento imprevisto del titular del arzobispado de Santiago de Compostela, Simón Rentería y Reyes, hizo que no llegara a Burgos, siendo de nuevo presentado por el Rey para Santiago el 29 de octubre de 1824.
Patrocinado tanto por el nuncio Giustiniani, que lo consideraba de los obispos más sumisos a la Santa Sede y más seguros doctrinalmente, como por el Rey, que contaba en él con un defensor acérrimo, Rafael de Vélez hizo su entrada en Santiago el 28 de abril de 1825. Vacante la sede compostelana desde hacía cuatro años, el nuevo arzobispo interpretó que su misión debía encaminarse a impulsar la restauración de la vida cristiana tanto en el pueblo como en el clero.
Para ello consiguió en primer lugar que se le nombrara, para una diócesis tan vasta, un obispo auxiliar en la persona del capuchino Manuel María de Sanlúcar.
Su labor con el clero se centró en la exigencia de los ejercicios espirituales, a los que asistía él personalmente, y en la celebración de conferencias morales semanales por arciprestazgos. Además insistió reiteradamente en el deber de los párrocos de enseñar el catecismo en cuaresma, predicar al pueblo los domingos y fiestas, celebrar con decoro los sacramentos, confesar, recomponer los matrimonios mal avenidos, celebrar los matrimonios después del examen de la doctrina y llevar en orden los libros parroquiales. Para elevar la situación religiosa del pueblo, tan lacerada por las convulsiones políticas y sociales pasadas, programó numerosas misiones populares, participando y predicando personalmente en algunas de ellas, y sobre todo hizo la visita pastoral a la diócesis desde el 9 de diciembre de 1825 hasta finales de 1832, dejando abundantes pruebas de su meticulosidad al tratar de mejorar la vida religiosa de su grey. Durante la visita nunca fue gravoso para los párrocos, sino que todo lo cargaba a su cuenta, siendo proverbial su generosidad con los pobres y con las iglesias de pocos recursos cuyo estado dejaba algo que desear.
Pero la obra material y espiritual por la que se recordará siempre en Santiago a Rafael de Vélez fue la construcción del seminario, piedra angular de una diócesis, y en ese momento más necesario que nunca para dotarla de sacerdotes bien formados que instruyeran al pueblo y pudieran hacer frente ideológicamente a las nuevas ideas, tantas veces tan contrarias a la Iglesia. Vélez pidió la fundación al Rey en 1826, y con fecha 8 de diciembre de 1827 se le concedió instalarlo en el Colegio de San Clemente, hasta entonces usado por la Audiencia. La inauguración tuvo lugar el 14 de octubre de 1829, después de haber gastado más de trescientas cincuenta mil pesetas, que hubo de poner en parte de su asignación personal, en la habilitación del edificio y de haber superado numerosos escollos con el cabildo para asegurar una financiación estable y la concesión de unas treinta becas gratuitas.
El obispo consiguió que el sistema de estudios fuera el mismo que el de la universidad. Otro proyecto realizado por el arzobispo Vélez fue la rehabilitación de un antiguo convento (Santa María a Nova) como casa de Venerables, para sacerdotes ancianos y achacosos.
La extensión de la Guerra Carlista a Galicia, en los primeros meses de 1835, y la participación de numerosos clérigos en las partidas de facciosos llevaron a las autoridades gubernativas a acusar a Rafael de Vélez de connivencia con los insurrectos y de falta de severidad en el castigo que debía propinarles. Incluso se le acusó de ser una de las cabezas de la sublevación y de haber encontrado grandes sumas de dinero en el palacio arzobispal, particular que para nada se ha demostrado suficientemente. Sí parece evidente que sus simpatías estaban del lado del pretendiente Carlos V.
Todo esto hizo que el 21 de abril de 1835 fuera desterrado a Mahón junto con su secretario Castañeda.
Su obispo auxiliar también fue obligado a abandonar la diócesis. Desde Mahón se mantuvo en comunicación con su Iglesia y con la Santa Sede, sobre todo a través del padre Fermín de Alcaraz, capuchino y futuro obispo de Cuenca. En el destierro permaneció nueve largos años, hasta 1844, sufriendo en muchas ocasiones insultos y vejaciones, hasta el punto que tuvo que desprenderse de su hábito capuchino y su barba, recluyéndose en casa durante un año. Pero en otros momentos también gozó de la consideración de los habitantes de la isla, donde administró la confirmación y practicó la caridad con los pobres, aunque le faltara la asignación del Gobierno.
El 19 de enero de 1844, previa petición del cabildo, la Reina le concedió a Vélez poder restituirse a su sede, siguiendo la política de acercamiento a la Iglesia prevista por el Gobierno moderado. El 26 de junio de ese año entró de nuevo en la diócesis en medio del clamor popular y de un gran recibimiento organizado por el cabildo, al que no faltó el ayuntamiento.
En 1845 Gregorio XVI le nombró administrador apostólico de las sedes vacantes de Badajoz, Mondoñedo y Oviedo. Aunque con las fuerzas menguadas y con intervenciones más mesuradas, reemprendió su obra restauradora de la disciplina eclesiástica, que a raíz de la exclaustración había sufrido un duro golpe.
Enseguida emprendió la visita pastoral, llegando esta vez sólo a los lugares principales. Se ocupó del seminario y de su biblioteca, restauró la casa de ejercicios espirituales para el clero, sostuvo, casi en exclusiva, el hospicio, e insistió en los temas centrales que habían ocupado su ministerio episcopal anterior. El 1 de agosto de 1850, mientras pasaba el período estival en el pazo de Lestrove, sufrió un ataque de apoplejía, muriendo el 3 de agosto. Fue enterrado el 7 del mismo mes en la catedral de Santiago, al lado del evangelio, entre el coro y el presbiterio, después de que en la autopsia se le hubiera extraído el corazón y se hubiera depositado en una urna que se colocó en el seminario.
Rafael de Vélez fue un pastor afable, piadoso, laborioso, humilde, y al mismo tiempo imparcial en la distribución de destinos eclesiásticos, enérgico y puntilloso en la defensa de sus derechos, así como amante de la esplendidez del culto, que vivió pobremente y al que bien se le podría aplicar el título tradicional de pater pauperum.
Con todo, la figura de Rafael de Vélez sigue siendo discutida, controvertida y poliédrica. Los que se han ocupado hasta ahora de él lo han considerado desde santo (Couselo Bouzas) hasta defensor interesado del absolutismo real, que buscaba con ello subir en el escalafón episcopal, y además habría vivido como un grande (Herrero). Si bien se puede decir que su estilo literario es “vulgar y desaseado” (Menéndez Pelayo) y su teología política pobre, medieval (Barreiro Fernández) y la más reaccionaria (Herrero), difusora del “mito revolucionario” creado por los apologistas antirrevolucionarios franceses, no parece que existan pruebas para atacar su vida personal, primero como fraile y después como obispo, a no ser su ideología intransigente, combativa e implacable, que a veces parece incitar al odio y otras manipular los textos, cuando, por ejemplo, intenta demostrar que la Constitución de 1812 es un plagio de la francesa, lo que no es cierto, pero a la vez encierra la verdad de su clara dependencia. Lo más acertado parece contemplar a este personaje en el cuadro de la Iglesia y de la jerarquía española del momento, primeras décadas del siglo xix, que no ofrecían un horizonte más halagüeño, y donde su presencia no desentona ni es discordante, sino que encaja perfectamente como una de sus figuras más conspicuas, aunque quizá también más radicales.
Obras de ~: Preservativo contra la irreligión ó los planes de la Filosofía contra la Religión y el Estado, realizados por la Francia para subyugar la Europa, seguidos por Napoleón en la conquista de España, y dados á luz por algunos de nuestros sabios en perjuicio de nuestra patria, Palma, Imprenta de Brusi, 1812; Apología del Altar y del Trono, ó Historia de las Reformas hechas en España en tiempo de las llamadas Cortes, e impugnación de algunas doctrinas publicadas en la Constitución, diarios, y otros escritos contra la Religión y el Estado, Madrid, Imprenta de Cano, 1818, 2 vols.; Carta Pastoral que el Ilmo. Sr. Don Fray Rafael de Vélez, Obispo de Ceuta, dirige á sus diocesanos, Málaga, impresa por D. Francisco Martínez de Aguilar, 1819; Pruebas contra la conducta política del Ilustrísimo Señor D. Fr. Rafael de Vélez, Obispo de Ceuta, alegadas en las sesiones de Córtes del 22 de Abril y 4 de Mayo últimos por la comision encargada de examinar la Exposición del Gefe Político de Ceuta, sobre la Pastoral del Reverendo Obispo del 5 de Enero de 1822, Algeciras, por la Viuda de Contilló, [1822]; Numerosos documentos y algunas pastorales de su época ceutí fueron publicados en: Colección eclesiástica española comprensiva de los Breves de S.S., notas del M.R. Nuncio, representaciones de los SS. Obispos á las Cortes, Pastorales, edictos, etc., con otros documentos á las innovaciones hechas por los constitucionales en materias eclesiásticas desde el 7 de marzo de 1820, recopilada por J. A. Díaz Merino y B. A. Carrasco Hernando, Madrid, Imprenta de E. Aguado, 1823-1824, 14 vols., vol. VI, págs. 107-138, 210-222 y 236- 256, vol. VII, págs. 6-139; Apéndices a las Apologías del Altar y del Trono. 1.º Confrontación de las citas que de la Apología del Trono hace el C. Vern [...] en sus Observaciones con la letra de aquella obra. Hacíala el autor de las Apologías, Madrid, imprenta de D. Miguel Burgos, 1825; Sobre su pontificado compostelano se puede encontrar el elenco de circulares y pastorales en: C. García Cortés, “La obra escrita de Fray Rafael de Vélez (1777-1850), apologista capuchino, obispo de Ceuta y arzobispo de Compostela”, en Estudios Franciscanos (EstFranc), 89 (1988), págs. 495-539; Septenario á María Santísima, Nuestra Madre y Señora en la dulcísima advocación de sus Dolores, Mahón, Imprenta de D. Pablo Fabregues, 1841, reimpresa en Santiago, Imprenta de D. Juan Bautista Moldes, 1846.
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José Ángel Echeverría, OFMCap.