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José Alonso González

Biografía

Alonso González, José. Salvadiós (Ávila), 1772 – Valladolid, 1.VIII.1841. Agustino (OSA), prior del Real Colegio Seminario de Valladolid.

Nació en el pueblo abulense de Salvadiós y sus progenitores fueron Vicente y Josefa. Impulsado por su vocación a la vida consagrada, llamó a las puertas del Real Colegio Seminario de Valladolid, donde endosó la librea agustiniana el 8 de diciembre de 1788 y en la misma fecha del año siguiente emitió sus votos ante el prior fray Antonio Moreno.

El año 1792, siendo aún subdiácono, se alistó en la misión colectada por el padre Santiago Tobar con destino a Filipinas. Pero él nunca llegó al archipiélago magallánico porque hubo de quedarse en el Hospicio de Santo Tomás de Villanueva de la ciudad de México, donde ejerció durante diez años el oficio de procurador, hasta que el año 1814 fue designado presidente del mismo, “oficio que ejerció con mucho tacto y diligencia hasta que, extrañados los regulares de aquella República, regresó con todos los demás al Seminario” de Valladolid en 1828, tras los convulsos días de la revolución e independencia mexicana. Su labor y méritos durante esta etapa fueron reconocidos por los superiores de la Orden Agustiniana al concederle las exenciones propias y título de ex definidor con un decreto generalicio fechado el 24 de mayo de 1830. Fue también definidor para el Capítulo General celebrado en 1835.

Pero fueron los años de 1834 a 1841, en los que fue rector del Real Colegio Seminario de Valladolid, los que le auparon a imperecedera memoria. Contribuyó a ello la preocupación por la cultura de formación de los religiosos estudiantes que albergaba dicho claustro. Para ello presentó el 25 de julio de 1837 un Plan de instrucción que se observa en el Colegio de las Misiones de Asia, sito en la ciudad de Valladolid, en el cual va inserto un detallado Plan de Estudios de Filosofía, Teología y Moral “con el fin de que obtengan la suficiencia y aun superabundante instrucción para el desempeño del alto ministerio a que son destinados”.

Pero no se excluyen las ciencias naturales y otras disciplinas, “según la inclinación de cada uno”, porque en Filipinas “a los misioneros se les ha debido la agricultura, la industria, las artes y toda clase de propiedades de aquella hermosa porción de la Monarquía española”.

Su preocupación por la educación de la juventud entró en conflicto con las autoridades civiles cuando en 1834 requirieron que el colegio se convirtiera en cuartel-hospital para atender a las víctimas de la peste de cólera. Luchó a brazo partido para buscar otros locales en la ciudad menos necesarios a sus dueños y menos útiles al Estado, en los que pudiera alojarse el ejército una vez superada la pandemia. Desde un principio cedió “con gusto para tan interesante objeto el único claustro que hay en él, privándose la comunidad (compuesta de treinta y siete religiosos) de la luz y ventilación que recibía por dicho claustro, del uso del pozo tan necesario a los religiosos y a la cocina, de la portería, escalera principal y otras oficinas”. Y su labor, y la del resto de los agustinos, no se limitó a ceder locales, sino a visitar, consolar y auxiliar a los coléricos “no dudando premiaría Dios mi obediencia a las órdenes superiores y mi cooperación al socorro de la humanidad doliente, preservándonos del contagio, lo que gracias a su divina misericordia se ha verificado hasta el día de hoy”. La propia reina Isabel II, en una Real Orden fechada el 9 de agosto de 1834, agradeció a la comunidad agustiniana en la persona del rector “su filantrópico comportamiento de V., cediendo con admirable generosidad su colegio para establecer en él un hospital de coléricos”.

Tal reconocimiento regio no le ahorró que al año siguiente la Audiencia de Valladolid le encausara acusándole de encubridor del obispo de Mondoñedo, monseñor Francisco López Borricón, quien no había jurado la Constitución de 1820. El prelado iba camino de Madrid pero llegó a Valladolid muy enfermo, por lo que los agustinos le dieron hospedaje.

La ciudad primero, y el Rey y el Gobierno posteriormente, condenaron el atropello cometido por la Audiencia vallisoletana, consiguiendo la liberación del rector, que había sido llevado a la cárcel entre bayonetas.

Hasta el final de sus días presidió y se afanó por el bien de la comunidad agustiniana del Campo Grande, y al pie del cañón, ejerciendo su oficio, falleció el 1 de agosto de 1841 rodeado de la admiración y las oraciones de sus hermanos.

 

Bibl.: E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Establecimiento Tipográfico del Colegio de Santo Tomás, 1901, pág. 706; B. Hernando, Historia del Real Colegio-Seminario de PP. Agustinos Filipinos de Valladolid, vol. I, Valladolid, 1912, págs. 193-213; T. López Bardón, Monastici Augustiniani, vol. II, Valladolid, Ludovicus N. de Gaviria, 1903, pág. 146; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. I, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos S. C. de Jesús, 1915, pág. 102; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, pág. 331; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas: Monumenta, vol. VIII, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1973, págs. 407-408.

 

Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA