Estébanez Calderón, Serafín. El Solitario. Málaga, 27.XII.1799 – Madrid, 5.II.1867. Escritor.
Nacido en una familia de clase media, Serafín quedó muy pronto huérfano de padres (Francisco Estébanez y María Calderón) y fue recogido por unos tíos suyos, Agustín Fernández Estébanez e Isabel Hidalgo Calderón, en la que “halló segunda madre, y de quien fue, no ya querido, sino adorado” (A. Cánovas, 1883: I, 13). Hizo sus primeros estudios con Antonio Recalde (en cuya escuela fue compañero de Andrés Borrego, que llegaría a ser un prestigioso periodista y político liberal) y posteriormente en un centro de los clérigos menores, adscrito a la iglesia de la Concepción en Málaga. Terminada la formación secundaria, se trasladó a Granada para iniciar la carrera de Derecho.
De esta época, data su primera creación literaria: una oda escrita con ocasión del levantamiento de Riego y titulada El listón verde (en alusión a la cinta verde que portaban los liberales con el lema “Constitución o muerte”), en la que se hace eco del clamor del pueblo pidiendo libertad y el castigo para los “déspotas”: “Tiemblen que ya tremola / la fiera insignia verde, / y ya gritar se escucha / Constitución o muerte”. Terminada la carrera, en octubre de 1822 figura como miembro del Colegio de Abogados de Málaga, ciudad en la que obtiene por oposición una cátedra de Retórica y Bellas Letras en el seminario, al tiempo que es nombrado promotor fiscal del obispado (J. Campos, 1955: I, XI). Por entonces se manifiesta ya su “pasión por las crónicas, por los romances, por las comedias antiguas y por la literatura árabe” (A. Cánovas, 1883: I, 18), pasión que le acompañará toda su vida. Al producirse la invasión de las tropas francesas del duque de Angulema en apoyo de Fernando VII, Estébanez, que formaba parte de la milicia nacional, muestra su rechazo contundente en un romance que concluye con los siguientes versos: “Pues quiere el Galo impío / profanar nuestras lindes, / truenen las roncas cajas / y clamen los clarines” (Cánovas, 1883, I, 30). Depuesto el Gobierno liberal, huye a Gibraltar junto con otros liberales comprometidos, entre ellos su amigo Andrés Borrego, que se traslada a Francia como exiliado. Estébanez vuelve a Málaga, donde se entera de que le han retirado el título de abogado por militar en el campo liberal y tiene que revalidarlo en Granada, donde será rehabilitado en la cancillería en diciembre de 1825. Poco después, abre un bufete de abogados en Málaga. Inicia entonces una etapa de intensa relación social y de relaciones afectivas, de las que deja constancia en una serie de poemas amorosos (odas, anacreónticas, sonetos), en los que se va perfilando su vocación de escritor. A ello contribuye igualmente una activa vida profesional que le lleva a hacer frecuentes viajes por la provincia, en los que se encuentra con diferentes tipos, costumbres y expresiones folclóricas que provocan su interés estético y constituyen un material apropiado para sus futuros cuadros de costumbres.
Con la esperanza de promocionarse como escritor, en 1830 viaja a la capital de España, donde se estrena como crítico teatral en La Correspondencia y en El Correo con artículos que firma inicialmente con el seudónimo de El Solitario en acecho, y posteriormente, a raíz de la crítica a la comedia de J. M. Carnerero, El afán de figurar (El Correo, 16 de junio de 1830), con el de El Solitario. Muy pronto, consigue relacionarse con personalidades relevantes del mundo de la cultura, de la política y de la aristocracia: entabla amistad con la marquesa de Zambrano (a quien dedicará uno de sus poemas: “Mis tímidos versos / concede, Señora, / que a tu fausto amparo / rendidos se acojan”), la Duquesa de Frías (“gran señora de celebrada hermosura”) y con los condes de Teba, en cuyos salones conoce a Prosper Mérimée, a quien ofrece una abundante información sobre la sociedad y la cultura andaluzas, “cuya influencia en Carmen está aún por determinar” (C. Blanes, 2006: 12). En julio de 1831 sale a la luz una nueva revista, Cartas españolas, fundada por Carnerero, en la que participa Estébanez y en la que publicará algunos de sus primeros artículos de costumbres (“Pulpete y Balbeja”, “El bolero”, “Los filósofos en el figón”, “La niña en la feria”, etc.) y poemas como “El arroyo”, “La miga y la escuela”, etc. Ese mismo año se edita su libro Poesías, integrado por letrillas pastoriles y moriscas, romances galantes, sonetos, etc., en los que se advierte la influencia de Meléndez Valdés e Iglesias. No faltó quien confundiera maliciosamente influencia con plagio, acusación de la que se vio libre por la intervención de críticos neutrales que supieron destacar las diferencias temáticas y estilísticas de su obra respecto a la de los citados modelos, especialmente visibles en el estilo “pomposo y arabesco” de sus romances moriscos, poemas que no cultivaron ni Menéndez ni Iglesias. En noviembre de 1832 aparece la Revista Española, en la que se reserva un espacio importante para los artículos de costumbres, y en la que participan, entre otros, Mesonero (Curioso parlante) y el Solitario, que se ocupa de críticas bibliográficas, de teatro y de artículos de opinión política.
En 1833 el ministro de Fomento, Francisco Javier de Burgos, le encarga la dirección del Diario de la Administración.
En enero de 1834, producida la rebelión carlista, Estébanez es nombrado auditor general del ejército del Norte a las órdenes, sucesivamente, de Valdés, Quesada, Rodil y del general Córdoba. La eficacia y coraje mostrados en la campaña le valieron diversas condecoraciones y el reconocimiento de sus jefes como uno “de los nuestros, porque en las batallas comunicaba órdenes y participaba del peligro como el más intrépido de todos” (F. Fernández de Córdoba, 1886- 1869, I: 332). En diciembre de 1835 se hace cargo de la jefatura política de Logroño a instancias del general Córdoba, que deseaba contar con alguien de su confianza al frente de una plaza cercana al escenario de las operaciones militares. Al producirse la sublevación de los sargentos de la Granja, Estébanez se encontraba fuera de la ciudad mandando una brigada que iba en la persecución de un cabecilla carlista de la zona, por lo que no pudo impedir que en Logroño triunfara la sublevación en la división de caballería de la Ribera.
Ante la nueva situación, vuelve a Madrid y se centra de nuevo en sus actividades literarias y de investigación, vinculado a otros estudiosos (P. Gayangos, L. Usoz, B. J. Gallardo y A. Durán), empeñados en recomponer los grandes hitos de la tradición literaria española: el romancero, textos poéticos, teatrales, etc. Empeñado en conocer la lengua y cultura árabes y su influjo en la cultura hispánica, se dedica por estas fechas a copiar manuscritos árabes en El Escorial (J. Campos, 1955, I: XX). Como estudioso del folclore, recopila romances moriscos y trata de recuperar sus notaciones musicales evocando los cantos escuchados en los pueblos de la serranía de Ronda, las Alpujarras y otras zonas en las que podía rastrearse esa tradición folclórica. En 1837 sustituye a Gallardo en las clases de árabe que venía ofreciendo gratuitamente en el Ateneo de Madrid. Por esas fechas planea lanzar con L. Usoz una Colección de novelas originales españolas, de las que no se publicará más que un primer volumen, precisamente un relato del propio Estébanez, Cristianos y moriscos (1838), novela corta de reconstrucción histórica romántica (Cánovas percibe similitudes con Ivanhoe de Walter Scott, 1883, I: 327 y ss.) en la que se narra la relación amorosa entre un cristiano y una morisca, que constituye un drama personal, social y político situado en la época de Carlos V, “con una evocación espléndida de aquellas gentes y aquellas circunstancias” (J. L. Alborg, 1980: 729), que supone una rigurosa documentación integrada estéticamente en la trama del relato.
En enero de 1838 es nombrado jefe político de la ciudad de Sevilla y durante su corta permanencia en el cargo desarrolla una intensa actividad en el ámbito cultural (creación del Museo de pintura y escultura, fundación del Liceo, dotación, recolección y adquisición de abundante material bibliográfico para la Biblioteca municipal de la ciudad, etc.), al tiempo que tiene ocasión de conocer nuevos ambientes, fiestas, personajes y realidades sociales (por ejemplo, la feria de Mairena), enriquecedoras del fondo documental con el que elaborará sus Escenas andaluzas. A finales de 1838, se produce en la ciudad una sublevación propiciada por el general Narváez contra el gobierno progresista, que obliga a Estébanez a abandonar precipitadamente el cargo, con lo que da por zanjada su carrera política, ya que, “escarmentado”, en adelante “no volverá a pronunciarse nunca en política activa”, aunque acepte nuevos cargos por recomendación (C. Sáenz de Tejada, 1971: 34). Esto último le va a ocurrir al emparentar en 1839 (por su matrimonio con Matilde Libermoore y Salas, la musa de sus primeros poemas amorosos) con el financiero y político José de Salamanca y con Manuel Agustín Heredia, influyente prócer malagueño. De vuelta a Madrid, obtiene un empleo burocrático bien remunerado como administrador “de la renta de la Sal que tenía concedida su cuñado Salamanca” (J. Campos, 1955: XXIV), lo que le permite una posición holgada para atender a sus gastos familiares y a los derivados de su pasión bibliográfica con la compra de libros y manuscritos.
La tarea burocrática no le impide seguir escribiendo y publicando relatos, como “El collar de las perlas o los cuentos del Generalife” en la Revista de Teatros (entre el 30 de marzo y el 18 de julio de 1841), poemas como Grandeza del poeta en el Semanario Pintoresco Español (28 de noviembre de 1841) y artículos de contenido diverso, entre los que cabe destacar el conocido como “La feria de Mairena”, editado en la mencionada Revista de Teatros (7 y 8 de mayo de 1843). Este año acompaña en un viaje de negocios a su pariente Salamanca, primero a París (donde se encuentra con Mérimée) y luego a Londres, donde coincide con su amigo Gayangos, interesado como él en la adquisición de joyas bibliográficas. En 1843 llega a Madrid el joven Antonio Cánovas del Castillo, que acababa de perder a su padre; Estébanez, primo hermano de la madre de Antonio (Juana del Castillo y Estébanez), le recibió como a un hijo y “se encargó de su formación y colocación” (Ronald J. Quirk, 1992: 97). En la biografía que Cánovas escribirá sobre el Solitario reconoce “el magisterio que en mí ejerció durante mis primeros años juveniles” (Cánovas, 1883, II: 172). Con él compartirá la afición por los temas históricos y los afanes de bibliófilo.
En 1844 publica Estébanez un libro titulado Manual del oficial en Marruecos, bien acogido por la crítica, aunque debe advertirse que no se trata de un manual de campaña sino de una bien documentada iniciación al conocimiento de la realidad geográfica (“clima, suelo, agricultura e industria”, demografía, ciudades, etc.), cultural (“usos, costumbres, lengua, literatura y espectáculos”, etc.) e histórica del vecino país. Este libro, por su contenido y valor historiográficos, suscita el interés de los miembros de la Real Academia de la Historia, que le nombran correspondiente en Junta de 15 de marzo de 1844; ese mismo año fue aceptado como supernumerario, adquiriendo la condición de numerario con la reforma de la Academia en 1847. En 1845 y 1846 sigue publicando artículos como “La asamblea general de los caballeros y damas de Triana” (El Siglo Pintoresco, 9, 1845), “El Roque y el Bronquis” (El Español, 549, 1846) y la sátira política Don Opando, o unas elecciones, en la que Estébanez, al parecer, arremete contra las artimañas de “un adversario suyo en unas elecciones” (A. Cánovas, 1883, I: 242). Con estos artículos de costumbres se completa la obra que venía gestando desde hacía tiempo y que publica en 1846 con el título de Escenas andaluzas, integrada por veinte relatos y dos poemas descriptivos, ilustrados con ciento veinte dibujos del pintor D. F. Lameyer. El libro constituye un texto ejemplar del costumbrismo español en sus dos modalidades de “escenas” (“La feria en Mairena”, “Un baile en Triana”, “La rifa andaluza”, etc.) y “tipos” (“Pulpete y Balbeja”, “Don Opando”, etc.), con los que su autor no pretende ofrecer una “visión globalizadora” sobre la realidad de la vida diaria de Andalucía, sino más bien “pinceladas” de personajes, acontecimientos y situaciones encuadrados en una atmósfera festiva e irónica (mujeres apasionadas, “hombres de veta brava”, etc.) y que “sin ser nada cotidianos ni regulares, han pasado a convertirse en los más típicos y caracterizadores de la imagen literaria de Andalucía” (A. González Troyano, 1985: 39). En 1847, presionado por Salamanca, Estébanez acepta volver a la política, esta vez como Ministro Togado del Tribunal Supremo. Ese mismo año, el Gobierno de Narváez le encarga (RO del 26 de octubre) la redacción de una Historia de la Infantería Española, para cuyo empeño cuenta con auxiliares que le copian documentación en el archivo de Simancas y en El Escorial. Consiguió reunir una ingente base documental, pero tan sólo pudo redactar fragmentos sobre determinadas campañas que le atraían especialmente: las de Portugal en el período de Felipe IV, sobre las milicias árabes en España, las expediciones de los almogávares y la conquista de Nápoles por el Gran Capitán, tema cuyo interés se acrecienta en él con el viaje a Italia, adonde es destinado en 1849 para el desempeño de una importante misión. En efecto, cuando ese año el Congreso de los diputados aprueba la intervención de España para procurar la restauración del poder temporal del papa Pío IX (que, ante el acoso de la insurgencia romana, se había refugiado en Gaeta), Estébanez es enviado como auditor general del ejército expedicionario, al mando del general Fernández de Córdoba.
Fue Estébanez quien redactó, a instancias del general, el primer bando a la llegada de las tropas españolas a Terracina (exigiendo una conducta irreprochable a los soldados españoles con la población) y el que llevó a la Comisión Consultiva de Estado de los cardenales el mensaje de la División española (J. Campos, 1955: XXIX). Siendo Estébanez, a juicio del general, “el más entusiasta de todos” (Fernández de Córdoba, 1886- 1889, III: 241), no obstante, pronto se dio cuenta de que el Gobierno español no había sido adecuadamente informado sobre “el fervor de la opinión nacionalista” que había en Italia, de que la diplomacia española actuaba más “con buena fe” que “con rumbo cierto y con apoyos históricos y de actualidad” y que el papel que podría jugar España iba a ser secundario.
De hecho, la función de las tropas españolas se redujo a la protección de fronteras entre el reino de Nápoles y los Estados Pontificios, mientras que fueron las tropas francesas del general Oudinot las que definitivamente entraron en Roma en julio de 1849. Por ello, Estébanez llega a aconsejar en carta al general Narváez (10 de agosto de 1849) el fin de la misión, ya que “nuestra situación aquí, por otra parte, ni es gloriosa, ni útil, ni segura” (M. Azaña, 1971: 120-121).
De la estancia en Italia, se derivan dos aspectos positivos para Estébanez: la amistad que hace con Juan Valera, destinado en la embajada española en Nápoles, a quien corrige algunos de sus trabajos literarios e introduce “en el fondo de las buenas letras castellanas” (Azaña, 1971: 126) y el abundante acopio de cuadros, libros antiguos y códices que fue encontrando en el transcurso de la campaña. En este aspecto, destaca el mencionado general que “el gran bibliógrafo y coleccionista asiduo no abandonaba ningún pueblo sin haber examinado, rebuscado y escrudiñado en las bibliotecas, palacios, archivos, sacristías y edificios públicos cuanto de noble” encontraba en sus pesquisas, especialmente libros antiguos, “ediciones raras” y “códices curiosos”, de los que llegó a reunir una cantidad “que a duras penas pudieran contenerla los muchos cajones con que regresó a España” (Fernández de Córdoba, 1886-1889, III: 306).
En 1854, con la vuelta de Espartero al Gobierno, Estébanez queda en condición de “cesante” hasta el final del Bienio Progresista. En 1856, bajo la presidencia de Narváez, es nombrado consejero de Estado.
Ese año muere su mujer y Estébanez se hunde psíquica y moralmente: su proverbial ingenio y humor festivo dan paso a un estado de ánimo triste y desesperanzado.
En sus cartas se queja de problemas de salud: dificultades de movilidad, falta de vista con graves dificultades para leer y escribir. No obstante, aún colabora como puede en algunos trabajos de la Real Academia (en la redacción de un Manual de Arqueología en unión con Amador de los Ríos y Madrazo; en Cuatro palabras sobre Munda) y algunos poemas, como “A la ciudad reina de Andalucía”, “La vida en muerte” y “A la fuente de Olletas”, paisaje malagueño de infancia al que retorna con melancólica pesadumbre: “Vuelvo aquí, al cabo, anciano peregrino” (Cánovas, 1883, II: 249). En octubre de 1864 pide la jubilación.
A finales de 1866 viaja a Colima a visitar a su hijo enfermo (hay una epidemia de cólera) y en Segovia cae enfermo también él. Son trasladados a Madrid.
Su salud se agrava y el 5 de febrero de 1867, después de recibir los sacramentos, muere mientras le están leyendo, a petición suya, un episodio del Quijote.
Hombre de entendimiento claro, agudo ingenio y de profunda cultura, Estébanez había sido un animador intelectual de personalidades insignes en el campo de la política y de las letras españolas, como Cánovas y Valera, un incansable descubridor de tesoros bibliográficos de la tradición literaria (dejó 9.671 textos, que, por intervención de Cánovas, pasaron a la Biblioteca Nacional, según R. J. Quirk, 1992: 11), uno de los promotores del costumbrismo romántico junto a Larra y Mesonero, y un autor relevante de poemas y relatos cortos de notable calidad estética, especialmente sus Escenas andaluzas, que sirvieron de modelo a Fernán Caballero, Alarcón y al mismo Valera en el tratamiento de temas y relatos sobre Andalucía.
Obras de ~: Poesías del Solitario, dadas a luz por ~, Madrid, Aguado, 1831; Cristianos y moriscos: novela lastimosa, Madrid, Imprenta de D. León Amarita, 1838; Manual del oficial en Marruecos. Cuadro Geográfico, Estadístico, Político y Militar de aquel Imperio, Madrid, Imprenta de D. Ignacio Boix, 1844; Asamblea general de los caballeros y damas de Triana, Madrid, D. V. Castelló, 1846; Escenas andaluzas, bizarrías de la tierra, alardes de toros, rasgos populares, cuadros de costumbres y artículos varios, que de tal y cual materia, ahora y entonces, aquí y acullá y por diverso son y compás, aunque siempre por lo español y castizo ha dado a la estampa “El Solitario”, ed. adornada con 125 dibujos por D. F. Lameyer, Madrid, Baltasar González, 1847 [se imprimió en 1846]; Escenas andaluzas, Madrid, A. Pérez Dubrull, 1883 (Colección de Escritores Castellanos, Novelistas, 6) (ed. de A. González Troyano, Madrid, Ediciones Cátedra, 1985; ed. de C. Blanes Valdeiglesias, Sevilla, Clásicos Andaluces, 2006); De la conquista y pérdida de Portugal, Madrid, Colección de Escritores Castellanos, 1885, 2 vols.; Novelas, cuentos y artículos, Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1893 (Colección de Escritores Castellanos, 29 y 31); Obras completas de D. Serafín Estébanez Calderón. Vida y obra de D. Serafín Estébanez Calderón “El Solitario”, ed., pról. y notas de J. Campos, Madrid, Ediciones Atlas, 1955, 2 vols. (Biblioteca de Autores Españoles, 78-79).
Bibl.: J. Campos, “Introducción” a Obras completas de D. Serafín Estébanez Calderón. Vida y obra de D. Serafín Estébanez Calderón “El Solitario”, op. cit., págs. VII-XLIII; A. Cánovas del Castillo, El Solitario y su tiempo. Biografía de don Serafín Estébanez Calderón y crítica de sus obras, Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1883, 2 vols.; F. Fernández de Córdoba, Mis memorias íntimas, Madrid, Tipografía Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1886-1889; M. Ucelay da Cal, Los españoles pintados por sí mismos. Estudio de un género costumbrista, México, Colegio de México, 1951; J. Fernández Montesinos, Costumbrismo y novela, Madrid, Castalia, 1960; J. Valera, “Las escenas andaluzas de El Solitario (1856), en Obras Completas, t. II, Madrid, Aguilar, 1961, págs. 47-53; M. Azaña, “Silueta de Estébanez Calderón” y “Estébanez Calderón y Valera” (¿1924?), en Ensayos sobre Valera, Madrid, Alianza Editorial, 1971, págs. 111-122 y 123-135; J. Valera, Serafín Estébanez Calderón (1850-1858) Crónica histórica y vital de Lisboa, Brasil, París y Dresde, como coyunturas humanas a través de un diplomático intelectual, ed. de C. Sáenz de Tejada Benvenuti, Madrid, Editorial Moneda y Crédito, 1971; J. L. Cano, “Estébanez Calderón, entre el neoclasicismo y el romanticismo”, en Españoles de dos siglos, Madrid, Seminario y Ediciones, 1974; Marqués de Siete Iglesias, “Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos. Noticias sacadas de su archivo”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CLXXV, cuad. II (mayo-agosto de 1978), págs. 329-330; J. L. Alborg, “Estébanez Calderón”, en Historia de la Literatura Española. El romanticismo, t. IV, Madrid, Gredos, 1980, págs. 723-730; A. González Troyano, “Introducción” a S. Estébanez Calderón, Escenas andaluzas, Madrid, Cátedra, 1985, págs. 1-50; R. J. Quirk, Serafín Estébanez Calderón. Bajo la corteza de su obra, New York, Peter Lang, 1992; J. Valera, Cartas a Estébanez Calderón, ed. de J. L. García Martín, Gijón, Llibros del Pexe, 1996; B. Pellistrandi, Un discours national?: la Real Academia de la Historia entre science et politique (1847-1897), Madrid, Casa de Velázquez, 2004, pág. 388; C. Blanes Valdeiglesias, Romanticismo y costumbrismo. El contexto de las Escenas Andaluzas de Estébanez Calderón, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 2006.
Demetrio Estébanez Calderón