Alcover Figueras, Juan de Santo Tomás. Granada, 21.XII.1694 – Focheu, Fuzhou (China), 28.X.1748. Religioso dominico (OP), misionero y mártir.
Cuatro días después de su nacimiento en el número 184 de la calle de las Truxillas (perteneciente a la parroquia de la Virgen de las Angustias), recibía el bautismo (Archivo Parroquial, Libro 8 de bautizos, folios 21/22). Su padre, Francisco Alcover, tenía una posición económica más bien modesta y enviudó en 1699, no tardando en casarse en segundas nupcias con la alpujarreña Marcela Jiménez, mujer de extraordinarias cualidades, que supo cuidar de todos sus hijos. Por aquellas fechas el padre consiguió comprar una casa en el barrio del Realejo —en el mismo en que había nacido, en 1504, fray Luis de Granada— a la que se trasladó la familia.
Frecuentaban los Alcover, dada la proximidad, el convento de Santa Cruz la Real, fundado por los Reyes Católicos. A los catorce años, persuadido de su vocación religiosa, solicitó su admisión que el prior, fray Pedro Carbonero, le concedió, previo consentimiento paterno, el 13 de septiembre de 1708 (jueves), iniciando el noviciado un año más tarde. Concluida esta etapa, inició sus estudios de Artes y Teología en Santa Cruz la Real, Estudio General de la Orden, siendo ordenado sacerdote el domingo, 1 de enero de 1719.
Por dos veces estuvo a punto de ser enviado a las misiones y por dos veces, en el último momento, hubo de regresar a Granada, siendo destinado por sus superiores al convento de Lorca (Murcia), ganándose allí merecida fama de excelente predicador. Finalmente, emprendería el camino a Cádiz.
El 13 de julio de 1725 (viernes) zarpó de Cádiz con otros cuarenta y tres dominicos. Durante la travesía, que fue muy accidentada, llegó a incendiarse la nave capitana de la flotilla, pereciendo su tripulación y algunos de los misioneros que iban a bordo, entre ellos un obispo y el padre comisario de la expedición. Los supervivientes le eligieron como presidente y vicario de la misma, arribando el 20 de septiembre, a Vera Cruz, cruzando el país a caballo hasta llegar a México, alojándose todos ellos en el hospital de San Jacinto de la China para reponerse de las fatigas del viaje. Cuando se disponía a trasladarse a Acapulco para preparar la travesía marítima cayó gravemente enfermo el sábado santo de 1726: “Me mantengo robusto, ligero y desembarazado para soportar la cruz que Dios ha sido servido ponerme en el gobierno de esta misión [...]”, escribe a una hermana que vive en Granada. Finalmente, a comienzos de 1727 viaja solo a Acapulco para preparar el transporte de los misioneros al Extremo Oriente, que se inició el 5 de abril (sábado), y tal como escribe, “en ciento cuarenta días concluimos la navegación”, llegando a su destino treinta y nueve religiosos, y tras un breve descanso en Manila, “luego se repartió la misión a muy largas y distintas provincias”.
Destinado primero a Manila, y después a Binondo (Filipinas), el 4 de octubre de 1729 (martes), disfrazado, emprendió el viaje a China, vía Macao, enterándose allí de las violentas persecuciones de que eran objeto los misioneros y los nativos cristianizados, pasando después a la provincia de Fokién, Fujían (sudeste del país), moviéndose, según él, a sombra de tejados, escalando tapias para administrar los sacramentos a los cristianos, va “vestido a la tártara, barba larga, rapada la cabeza como galeote”, llegando en una ocasión a hacer de cadáver, haciéndose llevar en parihuelas para confortar con los auxilios espirituales a un moribundo.
En la centuria anterior la dinastía Ming se preparó la ruina por sí sola al solicitar la ayuda exterior, dirigiéndose a los manchúes para que les auxiliasen en sus conflictos fronterizos; los recién llegados no tardaron en derrocar a los Ming, adueñándose del país y fundando la que sería la última dinastía (1644), la de los Ching o Quina.
Inicialmente, los manchúes fueron tolerantes en los asuntos religiosos; los jesuitas, bien insertados con los Ming, no sólo hablaban con soltura la lengua china, sino que algunos, como Von Beil, Verbiest o Gerbillon, desempeñaron importantes cargos en la corte. A su vez, los jesuitas condescendían con ciertas prácticas religiosas locales, en las que no advertían cosa alguna que se opusiera al cristianismo, en desacuerdo con la opinión de otras órdenes que afirmaban se trataba de una especie de idolatría. La polémica hizo que el papa Clemente XI condenase —tras largas controversias— los llamados “ritos chinos”, que fueron prohibidos (1715), lo que ofendió al emperador Quina, que vedó la predicación del cristianismo en China, cambiando su actitud respecto a los europeos, cerrándoles el país y volviendo al anterior aislamiento. Por otra parte, un amplio sector de la opinión pública china acusaba a los misioneros de ser espías y agentes al servicio de las potencias extranjeras, dando así comienzo a las persecuciones.
Vicario de los misioneros, cinco en total (él mismo, Pedro Sanz, Francisco Serrano —compañero de noviciado—, Joaquín Royo y Francisco Díaz), si el trabajo apostólico resultaba difícil, a la muerte del emperador Yong Zhen (1735) se hizo más difícil al arreciar la persecución su sucesor Quian-Long. Finalmente, por la traición de un chino que se hacía pasar por un prosélito, el 25 de junio de 1746 era arrestado; pocos días después lo serían los demás. Trasladados a la cárcel de Fuzhou, donde fueron objeto de toda clase de vejaciones, se les juzgó con desusada severidad, siendo decapitado el padre Sanz, que era el obispo, el 26 de mayo de 1747, no tardando en seguirle el padre Serrano, el 25 de octubre. Poco después le llegaría el turno al padre Alcover. Benedicto XIV describió en el consistorio la admirable gesta de estos mártires, beatificados por León XIII el 14 de mayo de 1893. El 1 de octubre de 2000 Juan Pablo II los canonizó.
Fue autor de un Epistolario, según uno de los biógrafos, “lleno de pequeños detalles, de gozo, de fortaleza, de santo humor”.
Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional (Servicio de Información Bibliográfica), Madrid; Convento de Santa Cruz la Real, Granada; Embajada de la República Popular China (Madrid).
B. Shoui, et al., Breve historia de China desde la antigüedad hasta 1919, Beijing, Colección Biblioteca Básica, 1964; A. Huerga, “Alcover, Juan de Santo Tomás”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, págs. 35; Historia Universal Ilustrada, Barcelona, Moguer-Rizzoli-Larousse, 1974; Breve biografía y misa propia de san Juan Alcocer, Granada, Convento de Santa Cruz la Real, 2000.
Fernando Gómez del Val