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Juan Bautista Picornell y Gomila

Biografía

Picornell y Gomila, Juan Bautista. Juan Obispo. Palma de Mallorca (Islas Baleares), 1759 – Cuba, 1825. Pedagogo, tratadista, independentista y revolucionario.

Su familia pertenecía a la clase de terratenientes acomodados.

Después de dos años de estudios de Filosofía en Palma, pasó a la Universidad de Salamanca, donde en 1778 se recibió de bachiller en Filosofía.

Además de ser actuante en la Academia de San Agustín, fue profesor de Filosofía en Salamanca, donde se le nombró alcalde de la Santa Hermandad. En 1784 entró como miembro en la Real Sociedad Económica de Madrid y en 1787 en la Vascongada. Hacia esos mismos años Carlos III lo pensionó con 6 reales diarios, después de una comentada sesión en la Universidad salmantina, donde se examinó a su hijo Juan Antonio, de tres años, en las disciplinas humanísticas de Religión, Geografía de Europa e Historia de España.

De este sonado triunfo queda un delicioso informe, fechado el 15 de abril de 1785, dirigido a la Universidad de Salamanca por el catedrático y poeta Juan Meléndez Valdés y el relato del mismo Picornell, en su Examen público, catechístico, histórico y geográfico.

Meléndez cuenta que el examen público fue tenido en el general mayor de Escuelas Menores el día 3 de abril de este año, por Juan Picornell y Obispo, niño de tres años, seis meses y veinticuatro días de edad.

El tiempo que duró el examen fue hora y media y las preguntas pasaron de trescientas; hubo un concurso innumerable escuchándole, y “su padre instó mucho a que se preguntase más y más”. Concluye que “creen los comisarios que el niño don Juan Picornell es un prodigio de memoria, y mayor y más raro prodigio, no sabiendo aún leer, cosa que hace más dignos de alabanza los desvelos y la solicitud de sus padres en cultivársela”.

Al año siguiente (1786) publicó dos folletos más sobre la educación de párvulos, Discurso teórico-práctico sobre la educación de la infancia y El maestro de primeras letras, donde muestra sus convicciones de hombre ilustrado con conocimientos e influjo de Locke, Genovesi, Buffon, Condillac, Rousseau, Mably, Beccaria y Montesquieu. Claramente Picornell se aliena con la “pedagogía cívica”, tan característica y fundamental en la Revolución Francesa. En 1787 continuaba interesado en los mismos temas y preparaba un Catecismo político para introducción de la infancia española, manuscrito que envió a Floridablanca y que, al parecer, nunca vio la luz, donde afirmaba que “la educación es el resorte más poderoso que tiene la política para formar buenos patriotas”.

Entre 1787 y 1789 Picornell se dedicó a la preparación de memoriales y planes con el objeto de mejorar la educación de la infancia. Sin embargo, en 1790, después de la frustración de su proyecto de reformas educativas y de algunos percances y choques con Cabarrús, “la actitud del mallorquín parece transformarse, de entusiasta reformador conservador, y Picornell pronto se convertirá en uno de los activistas de la izquierda revolucionaria española” (Zavala). Representativo de este nuevo espíritu es la traducción del folleto, en 1790, Discurso sobre los mejores medios de excitar y fomentar el patriotismo en una monarquía, sin ofender ni disminuir en cosa alguna la extensión del poder y ejecución que es propia de este género de gobierno, obra de Charles Mathon de la Cour (1738-1793), donde se traslucen cambios ideológicos sustanciales.

El prólogo del mallorquín va dedicado a la Real Sociedad Económica Matritense y al Rey, en adulatoria exaltación, como representantes de los sectores amantes del bien público. Aunque Picornell no es el autor del folleto, es evidente que comulga con los principios allí expuestos. Sólo en una república hay verdadero patriotismo, porque es producto del sentimiento democrático.

No es difícil reconocer las ideas de Montesquieu, Rousseau y Mably (su lectura transformó radicalmente el pensamiento de Picornell), nombres que desempeñarán un importante papel en la conspiración de 1795.

Los años de 1790-1795 fueron de formación intelectual y política. Picornell aprendió inglés y francés y estudió Física y Química con José Lax, a quien posiblemente acababa de conocer en Madrid. Durante estos años debió de haber entrado en nuevo círculo de amigos y a algunos de ellos les debió las nuevas perspectivas intelectuales. En 1792 el conde de Aranda lo envió a Talavera de la Reina con la encomienda de arreglar las escuelas. En esta época se dedicó también a la industria, pues en una “Relación de Méritos” se lee que “por medio de sus luces se ha perfeccionado la fábrica de baldosas y se ha mejorado el tinte de la fábrica de sombreros”. Durante estos años es, al parecer, el prototipo de miembro de las sociedades económicas, preocupado por mejorar la industria y el sistema educativo. Visitó algunos pueblos con el propósito de estudiar las condiciones económicas del Reino. Su actitud revolucionaria, pues, no fue sólo producto de una preocupación intelectual, sino que estuvo motivada por un contacto directo con la situación concreta del mundo social y económico español. Picornell no copia el jacobinismo francés: lo reinterpreta de acuerdo con la propia sociedad española. No se trata de un liberalismo abstracto, sino de una actitud basada, en gran medida, en los intereses reales de las clases trabajadoras y de la baja burguesía. Mucha de la pobreza y crisis económica de la España de la época debió de afectar a Picornell.

En este contexto ideológico y social, claramente influido por la Revolución Francesa, Picornell intentó en 1795 proclamar la república con un puñado de amigos. Fue la llamada Revolución de San Blas, por haber sido descubierta el 3 de febrero de 1795. El grupo dirigente estaba compuesto por Manuel Cortés de Campomanes, pensionado del Reino (diecinueve años); Sebastián Andrés, maestro de Matemáticas en el Colegio Real de San Isidro (veinticinco años); José Lax, traductor (treinta años); Juan de Manzanares, abogado gaditano; Bernardo Garasa, abogado y traductor aragonés; Juan Pons Izquierdo, profesor de Humanidades y de Lengua Francesa y Joaquín Villalba, cirujano. El programa de los dirigentes está resumido en el Manifiesto al pueblo y en la Instrucción de lo que debe ejecutar el Pueblo de Madrid en este día. El lema insurreccional sería: “¡Viva la ley de Dios, viva el pueblo y muera el mal Gobierno!”. Frente a otras protestas espontáneas y otros complots palaciegos, se descubrió en 1795 la Revolución de San Blas, que se distingue por ser un plan fraguado por un grupo de individuos con el fin de subvertir el orden (“trastornar nuestra Constitución”). La república democrática era para ellos la panacea de todos los males. Los líderes buscaron apoyo entre las clases populares de varias regiones de España y de ellas esperaban la acción directa y eficaz, aprovechando el descontento de las gentes empobrecidas. El pasquín era un ataque directo contra Godoy.

Las diligencias judiciales duraron veinte días, durante los cuales estalló un motín en la Cárcel de la Corte, instigado por Picornell, que desde su prisión animaba a los amotinados con el cabello alborotado y las manos en alto. El 23 de marzo de 1795 se terminó el sumario, y resultaron cuatro culpables presos.

Los testigos del fiscal sostenían que Juan Obispo (seudónimo de Picornell) estaba tramando una conmoción contra el Estado. Cuando se intervino el domicilio de Obispo en la calle de San Isidro, barrio de San Francisco, n.º 22, 4.° bajo, se incautaron varias cartas personales de anónimos ciudadanos, que le solicitaban ayuda como “pobres trabajadores”. Poco después se prendió a otro grupo, directamente envuelto en los planes sediciosos. Figuraban allí, entre otros, Feliciana Obispo, esposa de Picornell (treinta años de edad). Los acusados fueron conducidos a la cárcel de Madrid. Por su parte, el niño Juan Antonio Picornell (trece años, el niño prodigio de las exhibiciones precoces y espectaculares, de tres años en 1785) fue recluido en el Real Hospicio, se le apartaba del estudio de las letras y se le obligaba a aprender algún oficio artesano, “para que no pueda incurrir en los desvíos del padre”.

El juicio se retrasó y duró más de un año. El 21 de junio de 1796, se remitió la sentencia al Rey. Al margen del oficio, hay una nota de Godoy que escribe a nombre del Rey: “no es tiempo oportuno para la resolución”. Se solicitó entonces que interviniera el consejero Francisco Pérez de Lema, uno de los jurisconsultos de mayor confianza. Su informe, fechado el 26 de julio de 1796, contiene la descripción más clara de los acontecimientos. Por él se sabe que la conspiración se venía preparando desde el verano anterior, y que estaba convenido “romper las voces en el Jueves Santo”.

El magistrado del Consejo de Castilla Jacinto Virto, el 7 de mayo de 1795, acusó a Picornell, Lax y Andrés de ser los principales instigadores y ofrece un retrato del primero: “Hombre a la verdad sagaz, díscolo, perturbador del sosiego público, enemigo declarado de los imperios monárquicos, y capaz por su extremada travesura, de fraguar sediciones, y cuantos excesos caven en la esfera de la perversidad. Este hombre cuya rara vida es propiamente una extraordinaria novela por la variación de destinos, se halla ahora dedicado únicamente a excogitar medios para inducir novedades contra la tranquilidad pública, por haberse ciegamente entregado a las máximas de la Francia, [...].

Poseído Picornell de estas perversas ideas, ha pensado en disponer y ejecutar revoluciones”. Termina su acusación con una censura de la actividad intelectual del mallorquín: “Se le ve ciegamente entregado a la lectura de libros sospechosos, y a reimprimirlos para extender sin duda tan perniciosa semilla”.

Picornell, Lax y Cortés fueron condenados a la horca, según la “Sentencia definitiva contra don Juan Picornell y consortes” (10 de junio de 1796), y sus bienes confiscados (en carta de Godoy del 26 de julio de 1796, se le despoja a Picornell del título de don).

Picornell y Cortés fueron desterrados a Panamá, y Lax y Andrés a Puerto Cabello, en “destierro perpetuo entre los salvajes”. Los cuatro volvieron a encontrarse en La Guaira (Venezuela) a mediados de 1797 casi fortuitamente; la reunión tuvo no pocas repercusiones futuras, pues en tierras de América lograron los revolucionarios llevar a cabo algunos de los planes fraguados en España. En octubre de 1796 el administrador de Correos de La Coruña le notificó al príncipe de la Paz que acababa de salir rumbo a La Habana el bergantín Golondrina, donde viajaba Picornell.

Mientras tanto, en España, la esposa Feliciana se quejaba de su situación económica y de la miseria en que estaba. Después de innumerables instancias solicitando la salida de su hijo del Hospicio, obtuvo por fin el permiso en septiembre de 1798 para irse con él a Mallorca, al amparo de su cuñado Lucas Picornell.

En 1797 comenzó la segunda parte de la vida de Picornell, quien llegó prisionero a La Guaira el 27 de febrero de ese año. Poco después, en junio de 1797, Picornell, Andrés y Cortés Campomanes se fugaron del calabozo. Picornell y Cortés lograron huir a Curaçao, pero Sebastián Andrés fue apresado en julio de ese año al llegar a Caracas y fue reexpedido a Puerto Cabello. Los dos prófugos siguieron trabajando por la causa revolucionaria desde las Antillas. En 1797 lograron imprimir algunos textos que se introdujeron en España y en las posesiones americanas. Se sabe de unas Ordenanzas para la liberación y de una Alocución a los habitantes libres de la América española. El 11 de diciembre de 1797 la Real Audiencia de Caracas prohibió la obra atribuida a Picornell y Cortés Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas dirigidas a los americanos, que circulaba clandestinamente. El capitán general de Venezuela, Pedro Carbonell, amenazaba con la pena de azotes, presidio y muerte, según el caso, a los que retuvieran ejemplares de la citada obra. Prometía gratificar con 300 pesos a los que denunciaran a las personas que poseían el impreso o divulgaran sus doctrinas.

En 1798 Picornell viajó a Caracas, Trinidad, Guadalupe y Curaçao. En enero de 1799 el Gobierno decidió condenarlo, una vez más, a la horca, esta vez por sus actividades, en compañía de José María España y Manuel Gual, para soliviantar a los americanos contra el Reino de España. El descubrimiento y fracaso de la tentativa revolucionaria determinó su salida de Venezuela. Este año las autoridades españolas lo creían refugiado en Santo Domingo. En el despacho oficial (17 de noviembre de 1799) se informaba de que José España, Picornell y Manuel Gual contaban con la ayuda del gobernador inglés de Trinidad, adonde llegaron procedentes de La Guaira. El plan fraguado consistía en que Picornell viajara a Curaçao, España a Caracas y que Gual permaneciera en Trinidad.

José María España fue descubierto y ajusticiado el 8 de mayo de 1799; Gual murió en Trinidad el 25 de octubre de 1800. Según el informe del espionaje español, los conspiradores habían pensado “introducir en las posesiones españolas el sistema de libertad y trastornar en ellas el sistema monárquico”.

Mientras tanto, Picornell prosiguió sus andanzas. El mejor estudio sobre esta época es el de Harris Gaylord Warren, quien informa de que Picornell estuvo en México, Texas, Cuba; vivió en Baltimore y Filadelfia e, incluso, en París, según un oficio del marqués de Casa Irujo desde Filadelfia, en septiembre de 1806.

En noviembre del mismo año, Casa Irujo dio cuenta de una carta de Juan Bautista Altamira, miembro de la conspiración de Caracas, que le pidió trabajo a Picornell.

En noviembre de ese año el ministro Pedro Ceballos se dirigió al príncipe de Masserano, embajador de España en París, encargándole que solicitase al Gobierno francés la entrega del mallorquín, quien había desembarcado clandestinamente en Nantes.

En enero, Masserano le pidió al ministro de Policía, Fouché, la prisión de Picornell. El hábil ministro francés respondió que era imposible saber si éste había llegado a Nantes en barco proveniente de Nueva York, puesto que su nombre no figuraba en la lista de pasajeros. En marzo se le envió la “filiación”, donde se describe a un Picornell de “53 a 54 años, algo más de dos varas de alto, grueso, moreno claro, rostro sonrosado, frente ancha, pelo y ojos castaños y pecoso de viruelas”. Nada se sabe de sus actividades ni el propósito del viaje.

En 1811 se unió a los rebeldes venezolanos y formó parte del Gobierno. Al año siguiente abandonó Caracas, que estaba ocupada por el marino realista Domingo Monteverde, y se refugió en Filadelfia, donde se dedicó al filibusterismo. En 1812 se unió a un grupo de soldados mexicanos encabezados por José Álvarez de Toledo. En este momento se le describe como un viejo español, maltratado físicamente por la edad y por la persecución de Godoy, aunque lleno todavía de entusiasmo.

A lo largo de 1813 se produjo un cambio radical en Picornell, pues en 1814 entró al servicio de Fernando VII como delator, denunciando desde Nueva Orleans los intentos de sublevaciones que se fraguaban para liberar las colonias. Desde el citado puerto sureño escribió el 7 de julio de 1814 al Rey, dándole a entender que desde 1807 estaba solicitando indulto y ofreciendo sus servicios a la Corona. Subraya aquí que su conspiración había sido contra Godoy, no contra el Monarca. Y le explica: “Este es, Señor, el desgraciado Picornell, que a principios de 1795 arrebatado del amor y gloria de su nación intentó atacar el poder arbitrario del Príncipe de la Paz, que amenazaba el trono de Vuestra Majestad y la reina de España, si por medio de una medida pronta y sabia no se deponía al ambicioso Privado, y se llamaban inmediatamente las Cortes para remediar los graves males y perniciosos abusos que sufría el pueblo”.

Informa, asimismo, de que permaneció en Martinica hasta la invasión de España por los franceses, y que tanto esta invasión como lo cometido en Bayona (mediados de 1808) causaron su indignación hasta tal punto, que resolvió abandonar a los franceses para siempre. Él y Cortés decidieron ir a Londres para, desde allí, ofrecer sus servicios a España; la enfermedad se lo impidió, pero Cortés logró llegar a Inglaterra, desde donde solicitó entrada a España para ambos.

Por su parte, Picornell, “desesperado por volver a la Madre Patria”, presentó una instancia, en la que afirmaba que “su conducta tanto en Caracas como en Provincias Internas ha favorecido y no perjudicado a ninguno de sus compatriotas”.

No logró respuesta, por lo que solicitó indulto, “una cruz chica de Isabel, los honores de comisario o un premio de esta clase” (oficios de julio, agosto y octubre de 1814), al Rey por conducto del embajador de España en Filadelfia, Luis de Onís, quien lo elevó al ministro universal de Indias, Miguel de Lardizábal, en Madrid. Sin embargo, el Consejo de Castilla, con fecha del 1 de febrero de 1816, decidió que el indulto debía limitarse a “las penas en que había incurrido por su unión con los rebeldes de América” y a vivir en sitio determinado bajo inspección de la justicia.

En nota al pie del oficio, se agrega que es imposible que Picornell deje de ser rebelde: “lejos de tener mérito para ser premiado: lo tiene para ser tratado como enemigo nato del rey”.

Pese a las continuas instancias, Fernando VII nunca le permitió regresar a España. En la actitud de Picornell a partir de 1814 hay que diferenciar las convicciones “ideológicas” y políticas de las motivaciones personales y coyunturales, como la frustración del proceso político de Venezuela durante los primeros años de su independencia y su ruptura con Francisco Miranda. Habría que añadir la nostalgia de su tierra y de reencontrarse con su familia, pues su hijo Juan Antonio, el niño precoz de Salamanca, quien el 2 de junio de 1807 se había casado en Mallorca con una joven natural de La Habana, siguió los pasos revolucionarios de su padre y fue el principal redactor del Diario de Mallorca durante el período de 1808 a 1812, donde se acogieron las colaboraciones de los más notables liberales de Palma.

En los últimos años de su vida Picornell recuperó sus inquietudes científicas y pedagógicas. Entre 1818 y 1820, se hizo pasar por médico y escribió sobre medicina.

En 1820 fue a Cuba, donde practicó la nueva profesión. Finalmente, murió oscuramente en la isla del Caribe en 1825, arrepentido de su pasado radical e independentista, lo cual ha ocasionado que Picornell sea excluido, casi como traidor, de entre los patriotas independentistas en actos políticos organizados por las distintas repúblicas, como Venezuela.

Lamentablemente, esta incidencia “patriótica” o personal de la última década de su vida no puede ocultar el sentido de los acontecimientos históricos de los que fue protagonista ni anular su trascendencia.

En resumen, Picornell se autodefinía como hombre irreprensible, religioso, prudente, afable y partidario de la sana filosofía, pero su personalidad ha sufrido distintas valoraciones según las modas historiográficas, siendo presentada en función de los polos de su dimensión de pedagogo ilustrado o de agitador social, de reformista monárquico o de republicano revolucionario.

Al respecto, hoy no se puede sostener que la Revolución de San Blas fuera un suceso anecdótico sin conexión con la Revolución Francesa. Su trayectoria vital fue una contradicción y un fracaso en España y en América, pues osciló entre las ideas revolucionarias que lo llevaron a la pena de muerte, la prisión y el exilio, y la clara adhesión al absolutismo al final de su vida. Parece evidente la relación entre el Picornell humanista y pedagogo ilustrado de la etapa salmantina y su dimensión revolucionaria posterior (“la ignorancia es el mayor mal de un pueblo”, solía repetir). Los sucesos del día de San Blas de 1795 fueron una auténtica revolución, a la que sólo le faltó la oportunidad y la astucia, cuyas ideas habían fermentado en Salamanca. Hay un hilo de continuidad entre el reformador y el revolucionario, entre la trayectoria de España y la de América, pues para Picornell y sus contemporáneos la lucha en América y en la Península era una misma cosa. A pesar de su pragmatismo revolucionario (“en otro tiempo me hubiera guardado bien de proponeros un hecho semejante”, dice en el Discurso a los americanos en 1797), Picornell no logró dar cohesión a los distintos grupos revolucionarios que encabezó en los dos continentes. No obstante su fracaso, el mallorquín marcó un hito importante en la cadena de protestas populares del antiguo régimen y fue ejemplo para otros revolucionarios que repitieron la misma experiencia en tierra americana. Algunos de los textos de Picornell (por ejemplo, Derechos del hombre y del ciudadano) se convirtieron en referencia fundamental en los primeros pasos hacia la independencia americana e inspiraron numerosos textos constitucionales de aquel continente.

 

Obras de ~: Examen público, catechístico, histórico y geográfico, a que expone Don Juan Picornell y Gomila, socio de la Real Sociedad Económica de Madrid, a su hijo Juan Antonio Picornell y Obispo, de edad de tres años, seis meses y veinte y quatro días, en un general que franqueará la Universidad de Salamanca, domingo 3 de abril de este presente año, a las 10 de la mañana, Madrid, Andrés García Rico, 1785; Discurso teórico-práctico sobre la educación de la infancia dirigido a los padres de familia, Salamanca, Andrés García Rico, 1786; El maestro de primeras letras, Salamanca, 1786; Catecismo político para introducción de la infancia española, dirigido a los padres de familia, 1787 [ms. que envió a Floridablanca]; M. de la Cour, Discurso sobre los mejores medios de excitar y fomentar el patriotismo en una monarquía, sin ofender ni disminuir en cosa alguna la extensión del poder y ejecución que es propia de este género de gobierno [...], trad. de ~, Madrid, 1790; Manifiesto al pueblo e Instrucción de lo que debe ejecutar el Pueblo de Madrid en este día, ms., Madrid, 1795; Ordenanzas para la liberación y de una alocución a los Habitantes libres de la América española, s. l., 1797; Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas y un discurso preliminar, dirigido a los Americanos, s. l., 1797 [atrib. a A. Nariño] (Caracas, Imprenta de J. Baillio, 1811; ed. de P. Ruggeri Parra, Caracas, Sesquicentenario de la Independencia, 1959, págs. 46-54); “Manifiesto al pueblo”, en A. Elorza, Pan y toros, y otros papeles sediciosos de fines del siglo XVIII, Madrid, Ayuso, 1971, págs. 87 y ss.

 

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Antonio Astorgano Abajo