Espoz y Mina Ilundain, Francisco. Idocin (Navarra), 17.VI.1781 – Barcelona, 24.XII.1836. Mariscal de campo, guerrillero.
Francisco Espoz y Mina pertenecía a una familia de labradores acomodados de Idocin, su lugar de nacimiento, siendo su padre Juan Esteban Espoz y Mina y su madre María Teresa Ilundain Ardaiz. Era tío en tercer grado de Javier Mina, el Mozo.
Espoz y Mina es el guerrillero más importante de los que combatieron contra los franceses durante la Guerra de la Independencia. Lo es por el teatro de sus operaciones, tan próximo al principal eje de comunicaciones de los franceses que interfirió continuamente; por la consecuencia de sus acciones, que restaron importantes efectivos a los ejércitos enemigos limitando su libertad de acción y porque, a diferencia de otros guerrilleros, logró superponer a su organización militar la creación de una administración civil a él subordinada que le proporcionó los recursos necesarios a sus guerrilleros, separándose de las acciones de pillaje que caracterizaron a otros muchos de ellos.
Tan interesante resulta el desarrollo de sus acciones guerreras como su imaginativa dirección de los asuntos civiles. Se inventó una hacienda que le permitiera sufragar la supervivencia de su ejército sin tener que recurrir al pillaje: creó aduanas sobre los pasos fronterizos cobrando el normal peaje a los comerciantes que transitaban por ellos, e incluso logró que la de Irún, sujeta a la administración afrancesada, le pagara un tributo mensual de cien onzas de oro; cobró los diezmos y demás impuestos del Estado y de la Iglesia —posiblemente doblando los que cobraba la administración francesa— y así calzó, vistió y pagó a sus soldados. Cuando pudo, estableció fábricas de armas y municiones que se movían sin cesar para escapar a la persecución francesa; estableció hospitales y hasta instituyó tribunales de justicia civiles y eclesiásticos en el territorio que controlaba.
Sus operaciones militares descansaron siempre en un perfecto conocimiento de las intenciones y movimientos del enemigo. Estableció una red de confidentes en todos los lugares que contaban con guarnición francesa; obligó a los curas párrocos, alcaldes y regidores a informarle, y esos u otros informes llegaban hasta él a través de una red de correos que se transmitían las noticias oralmente para evitar ser interceptados. Esa red de confidentes se complementaba con otra de vigilantes establecida en los puntos dominantes del terreno para controlar los movimientos del enemigo. No era sólo el valor en combate la razón de sus victorias, sino la esmerada preparación de las acciones y el cuidado de sus hombres.
Su vida llena el intenso período de nuestra historia que va desde la Guerra de la Independencia hasta la Primera Guerra Carlista, siempre con un importante papel protagonista, pero será su actuación de general y guerrillero en la primera de ellas la que le dará mayor relevancia.
El 9 de febrero de 1808 presenció la entrada de los franceses en Pamplona y su progresiva actitud avasalladora. Cuando llegaron las noticias del Motín de Aranjuez y de los sucesos del Dos de Mayo, los pamploneses comenzaron a urdir la rebelión, pero no alrededor de un determinado caudillo, sino desertando sus jóvenes para unirse a los defensores de Zaragoza o integrándose en pequeñas bandas a mitad de camino entre el bandolerismo y la guerrilla patriótica. A Espoz y Mina no le atrajo ni una ni otra opción, y el 8 de febrero de 1809 se alistó como soldado en el batallón de Doyle (un aventurero inglés) en la ciudadela de Jaca.
Pero Jaca y su ciudadela capitularon el 21 de marzo siguiente. Espoz se descolgó de sus murallas y volvió a Navarra, donde se integró en la “partida” de su sobrino Javier Mina, el Mozo, quien, para entonces, había logrado del general Areizaga el nombramiento de jefe del Corso Terrestre en Navarra.
Once meses permaneció Espoz como simple soldado subordinado a su sobrino, que estaba el frente de seiscientos infantes y sesenta jinetes, participando desde el 28 de julio en las acciones de Equísoain, El Carrascal, Beriáin, Oyarzun, Barásoain, Noáin, Unzué, Estella, Sangüesa, etc., hasta que el 29 de marzo de 1810 los franceses sorprendieron a la guerrilla en Labiano capturando a Javier Mina. Espoz logró escapar con otros seis guerrilleros, mientras los demás supervivientes se dispersaron, volviendo unos a sus casas y otros uniéndose a las otras guerrillas existentes. Los seis que escaparon con Espoz le eligieron como jefe, basados fundamentalmente en el parentesco que le unía a su anterior jefe, puesto que hasta entonces no había ejercido ningún mando en ella. Juntos marcharon a Lacunza, donde Sádaba, otro guerrillero, tenía reunidos cuatrocientos hombres. Espoz les habló, les convenció para que le reconocieran al mando de ellos, nombró a Sádaba su ayudante y allí arrancó como jefe de una guerrilla independiente.
Espoz se esforzó en lograr el reconocimiento oficial de su mando y logró que la Junta de Castilla y Aragón, reunida en Peñíscola, le designara el 23 de abril sucesor de su sobrino. Entonces se le unieron otros jefes de partida, como Cruchaga, que sería su segundo, aunque otros como Echeverría y Hernández rehusaran someterse a él y continuaron con sus actividades más próximas al bandidaje. A partir de ese momento, Espoz simultaneó sus acciones contra los franceses con otras contra esas partidas, logrando expulsar a Hernández de Navarra y apresar el 13 de julio a Echeverría en Estella, a quien fusiló, uniendo a sus seguidores a su propia guerrilla.
Espoz y Mina envió a su hermano Clemente a Cádiz para conseguir su reconocimiento como jefe del levantamiento en Navarra, pero el 11 de mayo de 1810 la regencia prefirió designar a Francisco Javier de Irujo, prior de Ujué, además de entregarle un millón de reales. El prior se presentó ante Espoz con un despacho de coronel y el título de comandante en jefe e independiente de las guerrillas navarras. Espoz lo aceptó en principio, pero en un primer combate con los franceses en las proximidades de Estella el prior abandonó el campo de batalla y Espoz y Mina recuperó el mando sin oposición alguna.
El 16 de septiembre, esa misma regencia rectificó su error anterior y nombró a Espoz coronel graduado a la vez que le reconocía como comandante general de las guerrillas de Navarra, formadas por tres batallones de infantería y un escuadrón de húsares. La regencia no reconoció los grados militares de sus subordinados hasta el 5 de junio de 1811.
No es posible resumir aquí todas las acciones en que intervino, que recogen su hoja de servicios y sus más extensas Memorias. Basta decir que la primera consigna catorce combates o batallas en 1809; cincuenta en 1810; treinta y dos en 1811; veintitrés en 1812; catorce en 1813 y uno en 1814, y que esas Memorias se extienden en otros cientos de acciones de menor entidad, que en su conjunto, causaron cuarenta mil bajas a los franceses, de las que catorce mil fueron prisioneros, en los que no se incluyen los que fueron muertos durante el tiempo en que no se dio cuartel, datos que han de aceptarse con cierta reserva. Por su parte, Espoz reconoce haber sufrido cinco mil bajas propias.
En 1817, las merindades navarras comunicaron a Pamplona su participación en la lucha, que fijan en 3.501 voluntarios, de los que 1.060 resultaron muertos, 25 resultaron prisioneros de los franceses en Navarra, 83 fueron deportados a Francia y 149 quedaron inútiles a causa de sus heridas. Esa participación en la lucha suponía el 3,2 por ciento de la población y, como faltan los datos de algunos ayuntamientos que suponían unos diez mil habitantes, se puede elevar el número de voluntarios navarros a unos tres mil ochocientos. Como Espoz y Mina asegura disponer de tres mil hombres a finales de 1810, para pasar a once mil en 1814, con nueve batallones de Infantería y dos regimientos de Caballería, es necesario pensar que las unidades navarras de su guerrilla hubieron de nutrirse también de voluntarios castellanos, aragoneses y vascongados, captados en sus correrías por esos territorios, además de desertores franceses de las distintas naciones que componían su ejército, a los que reiteradamente cita sin consignar su número, como no es dudoso suponer que a sus unidades se unieran los prisioneros españoles liberados por él. También formó unidades enteramente aragonesas, alavesas y riojanas, que integró en su división Navarra.
Pero si no es posible referirse a todas las acciones, sí parece conveniente señalar las distintas actitudes que adoptó a lo largo de aquella guerra, como presentar las acciones más importantes.
Primero Navarra constituiría su teatro de operaciones, en un ir y venir continuo del que sólo es posible excluir Pamplona, a la que, sin embargo, sometió a bloqueo en múltiples ocasiones, dificultando la entrada en ella de víveres y combustibles, pero también, unas veces para rehuir la persecución de fuertes columnas francesas (como ocurrió en septiembre de 1810, junio de 1811 y febrero de 1813) y otras para ampliar su zona de objetivos, las guerrillas de Espoz y Mina actuaron en Álava, Guipúzcoa, Aragón y La Rioja.
En un principio, las relaciones de Espoz y Mina con los gobernadores franceses de Navarra fueron lo más civilizadas posibles, canjeándose los prisioneros de uno y otro bando, tanto en los tiempos de D’Armagnac como de Dufour, aunque cada relevo de esos gobernadores supusiera un endurecimiento de la lucha contra los guerrilleros. Los prisioneros franceses eran enviados sucesivamente a Lérida y a Valencia y, cuando esta última cayó también en manos enemigas, a Motrico, donde los recogían navíos ingleses. En todos esos casos, los convoyes que conducían a los prisioneros volvían con armas y municiones, siempre escasas en las manos de los hombres de Espoz. Este traslado de prisioneros y la vuelta de los convoyes cargados con municiones da una idea de la porosidad del territorio teóricamente bajo control francés, de la facilidad de movimientos en un extenso territorio donde los franceses sólo dominaban el terreno que pisaban.
Pero la irrupción de Massena en España al frente del ejército de Portugal endureció las condiciones de la lucha, porque la seguridad de la retaguardia era vital para sus propósitos. En septiembre de 1810, Reille, el nuevo gobernador francés de Navarra, acometió la destrucción de las guerrillas, formando fuertes columnas que expulsaron a Espoz de su territorio, obligándole a retirarse a Castilla y Aragón, donde también sufrieron los ataques de otras tropas francesas coordinadas con las anteriores. Durante el mes de octubre, Espoz se retiró hasta Molina de Aragón y Tarazona siempre combatiendo, para volver a Navarra en noviembre cuando la presión francesa disminuyó por haber marchado la mayoría de sus tropas. En aquella ocasión, su infantería guerrillera casi había sido destruida en Belorado después de intentar cruzar el Ebro por Logroño y ser rechazada hasta allí.
El éxito principal de Espoz y Mina en este período fue el de sobrevivir para poder seguir combatiendo. La mayor parte de las unidades francesas que le habían acosado volvieron con el conde de Erlon al ejército de Massena, mientras los guerrilleros reanudaron sus acciones, a la vez que iniciaban la instrucción militar de sus hombres, pues una de las consecuencias extraídas del desastre de Belorado fue la de su escasa instrucción en orden de combate para hacer frente a las unidades francesas en campo abierto. Espoz creó academias de oficiales y ordenó que las tropas realizaran ejercicios tácticos mientras no se encontraran de servicio.
A partir de enero de 1811, su división adoptó la organización del ejército regular. Cada uno de sus tres batallones ya contaba con mil doscientos hombres y aún le sobraron voluntarios para iniciar la organización de un cuarto batallón, lo que no supuso el cese de su actividad continua y dispersa cubriendo todo el territorio, atacando al enemigo o retirándose a Aragón, para seguir combatiendo allí cuando la afluencia de unidades enemigas a Navarra le hacía imposible su permanencia, y volver de nuevo a su territorio cuando esa presión enemiga disminuía. Porque siempre las áreas limítrofes entre varias zonas de acción son las más débiles, y bastante tenían los gobernadores franceses de Aragón o Castilla con hacer frente a sus problemas habituales, antes que ocuparse de la intermitente llegada de los navarros a unas partes de su demarcación consideradas por ellos de menor interés, pero que las guerrillas de Espoz no utilizaban como escondite o refugio, sino que seguían combatiendo en ellas a las más débiles tropas francesas que las guarnecían.
Pero hubo una acción importante que merece ser reseñada, como es la primera emboscada de Arlabán. Suponía Espoz y Mina que Massena se dirigiría a Francia desde Vitoria acompañado de un gran convoy. Antes del amanecer del día 25 de mayo de 1811, desplegó sus batallones de guerrilleros a ambos lados del puerto de Arlabán, con orden de mantenerse ocultos hasta que él mismo diera la señal de ataque con un pistoletazo, momento en el cual, tras una descarga cerrada de todos sus hombres (cada uno disponía, como era habitual entre ellos, de un solo cartucho), se lanzarían a la bayoneta. Massena no cayó prisionero porque había retrasado su viaje, pero de los mil doscientos hombres que componían la escolta del convoy, apenas cuatrocientos volvieron con vida a Vitoria, dejando en mano de los guerrilleros un rico botín y rescatándose cerca de mil prisioneros españoles e ingleses que eran conducidos a Francia.
En junio, Bessieres, general en jefe del ejército francés del norte de España, publicó un decreto de extraordinaria dureza, confiscando los bienes de los navarros que hubieran abandonado los lugares de su naturaleza, haciendo responsables a padres, madres, hermanos y hermanas de la conducta de los “insurgentes”; tomando rehenes cuando los guerrilleros detuvieran a alguno de sus colaboradores; condenando a muerte a los que se probara su relación con los guerrilleros... Para conseguir la ejecución de estas órdenes, Navarra fue invadida por nuevas oleadas de soldados franceses, polacos, alemanes e italianos, hasta veinte mil hombres, conducidos por los generales Caffarelli, Panatier, Abeé... contra los cuatro mil de Espoz. Además, se publicó otro durísimo bando de Reylle, gobernador de Navarra, declarando rehenes a los detenidos en la ciudadela, a los padres y hermanos de los guerrilleros y “a los doscientos mil prisioneros españoles en Francia”. No contento con esto, llegó a poner precio a la cabeza de los principales guerrilleros.
En ese año, Espoz estableció contacto con Longa, jefe de los guerrilleros en Vizcaya y con Jáuregui, el Pastor, que lo era de Guipúzcoa, integrándose todos en el 7.º Ejército que mandaba Mendizábal. Para entonces ya había encuadrado en su División Navarra al Primer Batallón de Álava que era también el 5.º de Navarra.
El 19 de noviembre de 1811, Espoz ascendió a brigadier y el 14 de diciembre, como respuesta a los bandos anteriores, publicó otro suyo declarando “guerra a muerte y sin cuartel a los franceses”, disponiendo fuesen ahorcados todos los jefes, oficiales y soldados que se hicieran prisioneros. Hay que señalar que trescientos gendarmes, cogidos prisioneros en Huesca poco después de la publicación de este decreto, salvaron su vida.
Mientras seguían sus acciones por Navarra y Aragón huyendo de la persecución francesa, el 23 de abril de 1812 ascendió a mariscal de campo; el 5 de junio fue nombrado segundo jefe del 7.º Ejército, y el 7 de septiembre de 1812 la regencia le nombró comandante general del Alto Aragón a la izquierda del Ebro. Este nombramiento vino a dar reconocimiento oficial a la situación en que se encontraba, pues tanto el territorio alavés como el aragonés formaban parte de su zona de acción. La orden le autorizaba a recoger en él los tributos estatales y eclesiásticos, así como al encuadramiento de sus hombres en la División Navarra.
El 12 de abril había vuelto a sorprender en Arlabán a otro convoy francés. Esta vez había distribuido dos cartuchos a cada uno de sus hombres, aunque siguiera la misma táctica habitual, de la descarga cerrada de un solo disparo seguida de la carga a la bayoneta. Como antes, recogió un rico botín y liberó a cerca de cuatrocientos prisioneros españoles. Pero el 17 de mayo, Cruchaga, su segundo, moría a consecuencia de las heridas sufridas en combate. Tenía veintisiete años y había ascendido a brigadier a la vez que Espoz lo había hecho a mariscal de campo.
Su expansión geográfica, forzada por el acoso francés en su territorio navarro, redundó en el incremento de sus fuerzas. En mayo formó el 4.º Batallón de Aragón; en agosto, el 5.º de Álava y La Rioja, y en noviembre, el 2.º de Álava. Cerrará el año al frente de cuatro batallones navarros, dos alaveses, uno riojano-alavés y dos aragoneses, a la vez que había doblado su caballería con la formación de otro regimiento de húsares.
El año 1813 supuso el debilitamiento progresivo del enemigo en general, pero también la concentración de ese enemigo en la zona vasco-navarra, buscando desesperadamente mantener la conexión con Francia. Mientras no se ve acosado, Espoz ataca las guarniciones francesas fortificadas, provisto de alguna artillería que le han facilitado los ingleses. El 10 de febrero, Tafalla fue el primer blanco de estas acciones, a las que siguieron batallas como las de Lerín y Lodosa en marzo, para volver a escapar de la acción coordinada de veinte mil franceses que entraron en Navarra conducidos por Clausel para proteger el ala izquierda del ejército de José desplegado en Vitoria.
Al aproximarse los aliados a Vitoria, Wellington ordenó a Espoz que fijara con sus acciones a los efectivos de Clausel, restándolos así a la masa de maniobra de José reunida en las proximidades de la capital alavesa. De esa manera, Espoz contribuyó al éxito aliado en esa trascendental batalla (21 de junio). Después, sus batallones y escuadrones, reforzados por la caballería de Julián Sánchez, el Charro, siguieron y empujaron el repliegue francés por Calahorra y Alfaro, y de allí a Tudela.
El 4 de julio, después de ocupar Tudela, se dirigió a Zaragoza, donde entró al amanecer del día 9 después de derrotar a su guarnición francesa, a la que persiguió hasta Alcubierre. Desde allí volvió a Zaragoza, donde aún resistían los franceses en su castillo, atacándolo y ocupándolo por capitulación de sus defensores.
Wellington le ordenó volver a Navarra, dejando en Zaragoza un batallón y otro frente a Jaca, aún en manos francesas. Las tropas de Espoz reforzaron a las españolas que bloqueaban Pamplona y a las inglesas que cubrían Roncesvalles. El 30 de noviembre pasó de Roncesvalles a Baygorri, que asaltó y ocupó. Después volvió a Jaca, formalizando su sitio y logrando su capitulación el 12 de febrero de 1814.
Desde Jaca volvió a entrar en Francia por Canfranc, marchando a San Juan de Pie de Puerto, sorprendiéndole el armisticio, firmado el 19 de abril entre Soult y Wellington, mientras formalizaba el bloqueo de esa ciudad francesa.
En junio de 1814, hecha la paz, Espoz y Mina se trasladó a Madrid. En su ánimo llevaba una doble pretensión: lograr ser nombrado virrey de Navarra y conseguir la integración de sus guerrilleros en el nuevo ejército regular español, como había solicitado el 23 de abril desde Lacarra. No consiguió ni una cosa ni otra. Fernando VII prefirió para virrey al conde de Ezpeleta, que había permanecido prisionero en Francia durante toda la guerra tras ser capturado en Barcelona al principio de la misma donde era capitán general, y el 25 de junio se cursó una orden autorizando a los miembros de las unidades irregulares a volver a sus domicilios.
A primeros de agosto, Espoz salió de Madrid después de que en la segunda semana de julio lograra entrevistarse con el Rey. Volvió a Pamplona en cumplimiento de una orden de Eguía, ministro de la Guerra, donde sus hombres habían desertado en masa, convencidos de haber perdido todas las compensaciones que esperaban, y donde debiera someterlos a disciplina.
Espoz y Mina protagonizó el primero de los alzamientos militares que iban a llenar nuestra Historia. Los hechos demuestran que fue un “pronunciamiento” improvisado, sin más conexión que con el jefe de uno de sus batallones de guarnición en Huesca, con la participación de su sobrino Javier Mina el Mozo, y sin que los oficiales y tropa de sus unidades tuvieran idea de qué se trataba. En la noche del 25 al 26 de septiembre, Espoz se trasladó desde su domicilio en Muruzábal a Puente la Reina, donde estaba acuartelado el primero de sus regimientos.
Puesto al frente del mismo, marchó sobre Pamplona, donde intentó escalar las murallas de la ciudadela, pero la mayoría de la oficialidad y la tropa se negó a secundar su intención de asaltarla, obligándole a regresar a Puente la Reina. Al día siguiente, la tropa de ese regimiento condujo prisionero a Pamplona a su coronel Gorriz, posiblemente el único comprometido en la intentona, donde fue fusilado unos días más tarde. Espoz y Mina logró huir a París, estableciéndose allí como exiliado. Más parece ese intento un arrebato que un propósito serio de conseguir la vuelta de la Constitución de 1812, aunque lo justifique así en sus memorias. Hay que señalar que Espoz y Mina no se había distinguido por su amor a la Constitución hasta entonces, que sus tropas no la juraron durante la guerra y que la primera jura de ella en Navarra que puede documentarse tuvo lugar en Estella el 31 de julio de 1813 sin su concurso.
El 22 de febrero, tras el pronunciamiento de Riego, Espoz y Mina volvió a Navarra, donde en diciembre de 1820 asumió el cargo de capitán general, aunque no fuese nombrado para el mismo hasta el 16 de enero de 1821. En febrero fue trasladado a Galicia a petición propia, también de capitán general y donde contrajo matrimonio, cargo del que fue cesado en noviembre por la publicación de un escrito contra el Gobierno y enviado “de cuartel” primero a Sigüenza y después a León.
Ascendió a teniente general el 26 de diciembre de 1822.
Cuando se produjo la insurrección absolutista de la regencia de Urgel, Espoz y Mina volvió a la actividad militar. El 23 de julio de 1822 fue nombrado general jefe del Ejército de Cataluña, combatiendo con éxito y gran dureza, rayana muchas veces en crueldad, a las tropas del barón de Eroles y ganando la Cruz Laureada de San Fernando por el asalto y toma de la ciudadela de la Seo de Urgel. En otra de sus acciones arrasó Castellfullit tras ser abandonado por sus defensores realistas.
El 7 de abril de 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis cruzaron la frontera y se adentraron en España auxiliados por un gran número de tropas españolas y de guerrilleros realistas. Apenas encontraron resistencia. Moncey, al frente del IV Ejército, avanzó sobre Cataluña y el 2 de noviembre firmaba Espoz y Mina la capitulación de Barcelona y del resto de las plazas del principado que permanecían en manos de los liberales. Espoz y Mina salió desterrado rumbo a Inglaterra.
Volvió a Francia bajo Luis Felipe y participó en varias intentonas liberales, como la de Vera de Bidasoa el 20 de octubre de 1830, pero sin éxito. Regresó a Inglaterra en 1832 tras una desgraciada expedición desde Gibraltar, y allí permaneció hasta que la amnistía decretada por la reina María Cristina en 1833 le permitió volver a España. Poco antes de su vuelta, a mediados de 1834, mantuvo dos entrevistas amistosas con José Bonaparte a petición de este último.
En 1834 se le nombró jefe del Ejército del Norte, enfrentado a la insurrección carlista. Al revés de como actuara en la Guerra de la Independencia, hubo de combatir al frente de tropas regulares desmoralizadas y mal organizadas contra las guerrillas de Zumalacárregui.
En el puerto de Larremiar fue herido y estuvo a punto de caer prisionero, pero consiguió levantar el sitio de Elizondo. Incendió Lecaroz y fusiló a tres de sus habitantes, con lo que se granjeó la enemistad de sus paisanos navarros y su rasgo de dejar en libertad a la hija del caudillo carlista no contribuyó a pacificar los ánimos. Tampoco tuvo el éxito que se esperaba de él en la dirección de las operaciones, enemistado también con el Gobierno, fracasado y enfermo, presentó su dimisión el 12 de abril de 1835 y pasó a Francia para intentar restablecer su maltrecha salud, siendo relevado por el general Valdés.
El 2 de octubre se hizo cargo de la capitanía general de Cataluña para hacer frente allí de la insurrección carlista que había combatido en Navarra. El 29 de noviembre publicó un durísimo bando, similar al de Bessieres, en el que daba ciento veinticinco días a los rebeldes para rendir sus armas o caería sobre ellos el peso de la ley; hacía responsables a sus familiares de la conducta de los rebeldes y anunciaba la pena de muerte para todos los que colaboraran con ellos. La lucha se caracterizó por la extremada inhumanidad de ambos bandos, ninguno de los cuales reconocía la validez del Tratado de Lord Elliot, firmado entre el 27 y el 28 de abril de 1835 por Zumalacárregui y Valdés, que prohibía el fusilamiento de los prisioneros e instituía el canje de los mismos.
Las tropas de Espoz y Mina derrotaron a los carlistas en Santa María del Hort, que constituía su principal reducto en Cataluña, pero lo que define mejor a aquella lucha no fueron las batallas, sino los fusilamientos. En septiembre de 1835, Cabrera había acuchillado a los defensores de Rubielos después de haber depuesto sus armas y habérseles garantizado sus vidas; poco después fusiló a los alcaldes de Valdealgorza y Torrecilla, a lo que respondieron los cristinos con el de la madre del general Cabrera en Tortosa el 16 de febrero de 1836. Otra víctima de aquella actitud fue el coronel carlista Juan O’Donnell, que había intentado reiteradamente entregar a Espoz el texto del Tratado de Lord Elliot, fusilado con otros ciento cincuenta hombres de su bando en la ciudadela de Barcelona.
En abril de 1836, presentó la dimisión de su cargo. Espoz y Mina falleció en Barcelona el 24 de diciembre de 1836 a la temprana edad de cincuenta y cinco años. Está enterrado en el claustro de la catedral de Pamplona.
A su viuda, Juana María de Vega, se le concedió el título de condesa de Espoz y Mina el año 1842. Fue aya y camarera de la reina Isabel II.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Sección Estado; Instituto de Cultura e Historia Militar, Colección Duque de Bailén y Guerras del Reinado de Fernando VII, Memorias del General Don Francisco Espoz y Mina, Madrid 1851; Archivo General Militar (Segovia), Hoja de Servicios; exp. personal.
J. Gómez de Arteche, Guerra de la Independencia: historia militar de España de 1808 a 1814, Madrid, Imprenta del Crédito Comercial á cargo de Don D. Chaulie é Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1868-1903; A. Pirala, Historia de la Guerra Carlista y de los Partidos Liberal y Carlista, Madrid, Felipe González Rojas, 1889-1891; H. de Olóriz, Navarra en la Guerra de Independencia, Pamplona, Imprenta de Aramburu, 1910; J. L. Comellas, Los Primeros Pronunciamientos en España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1958; J. M. Iribarren, Espoz y Mina el Guerrillero, Madrid, Aguilar, 1965; Espoz y Mina el Liberal, Madrid, Aguilar, 1967; M. Artola, La España de Fernando VII, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXVI, Madrid, Espasa Calpe, 1968; F. Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1977.
Andrés Cassinello Pérez