Salinas, Francisco de. Burgos, 1.III.1513 – Salamanca, 13.I.1590. Teórico musical y organista.
Las referencias documentales sobre la figura de este músico teórico y práctico del renacimiento español son escasas y los datos principales sobre sus orígenes los aporta en el prólogo a su principal obra, el tratado De musica libri septem. En éste, menciona su lugar de nacimiento en Burgos (Franciscus Salinas Burgensis) y los problemas del origen de su ceguera, cuando era todavía un recién nacido. Ante esta adversidad su padre, un oficial del emperador Carlos V, dirigió la educación de su hijo hacia los estudios musicales mediante la enseñanza de Canto y de Órgano, para facilitarle la vida en el futuro y por considerarlo la “cosa más honesta y más útil [...] que a través del oído, más eficazmente conduce a la razón”.
Desde el comienzo, Salinas mostró grandes aptitudes para la música práctica, sin embargo se interesó por obtener una formación más amplia, más humanista, y ello le llevó a completar sus estudios con el aprendizaje del Latín y Griego de la mano de una mujer de la nobleza que quería aprender Órgano y a la que Salinas dio lecciones. Asimismo se formó en Filosofía y Artes en la Universidad de Salamanca.
Pero en 1536 su familia comenzó a pasar apuros económicos y Salinas debió abandonar sus estudios y acudir a la Corte. Se incorporó al servicio de Pedro Sarmiento, familiar suyo, arzobispo de Santiago de Compostela y capellán mayor de Carlos V. En un principio esto no tendría por qué ser un dato determinante en su vida, pero se convirtió en un momento trascendental cuando el arzobispo fue nombrado cardenal y debió desplazarse continuamente a Roma. En estos viajes le acompañó Salinas quien, bajo la protección del nuevo cardenal, continuó su proceso de madurez intelectual como músico y, particularmente como organista, y tomó una decisión determinante: desplazarse a vivir a Italia.
El período italiano, que se extendió durante más de veintitrés años, fue un momento de toma de conciencia de Salinas ante los estudios musicales: no sólo se debe ser un buen músico práctico sino que hay que obtener una buena formación teórica, un principio que él conoció de los tratados vitruvianos que exponían esta idea de la conjunción de ambos conocimientos para ser una autoridad en algún campo de las artes. Su formación como organista era completa, su formación como teórico precisaba una profundización en el estudio.
El apoyo de los papas Pablo III, Pablo IV y Pío IV favorecerá su estancia en Roma, pues le dieron protección y le confirieron importantes beneficios que le reportaron ingresos económicos procedentes de iglesias españolas (de Jaén y Burgos), ingresos que se unieron a los que él percibía como organista en ejercicio.
Además ese apoyo le facilitó el acceso a la Biblioteca Vaticana donde, gracias a los conocimientos que de joven había adquirido en lenguas clásicas, pudó acercarse a la lectura directa de los tratados clásicos de la antigüedad y del período medieval, desde Ptolomeo a Boecio, Porfirio o Aristógenes, entre otros, hasta Zarlino y otros teóricos italianos contemporáneos que fueron determinantes en sus futuras teorías sobre el ritmo y la armonía. Junto a esta formación teórica, Salinas tuvo la oportunidad y la fortuna de conocer también en Italia a músicos de la talla del laudista Francisco de Milán, el compositor Orlando Lasso o maestros como Bartolomé de Escobedo, cantor de la capilla pontificia, con quien trabó una estrecha amistad y al que calificó como “un músico extremadamente docto y amigo personal muy querido” y con el que Salinas departió en numerosas ocasiones acerca de conceptos teóricoprácticos que luego recogió en su tratado.
Entre los años 1553 y 1558 fue contratado como organista por el Cabildo del virreinato de Nápoles para la capilla musical del duque de Alba bajo la dirección de Diego Ortiz y, por recomendación del virrey, el Papa nombró a Salinas abad de San Pancracio de Rocca Scalegna en Nápoles, un centro musical de prestigio en este momento. A partir de entonces se encuentran referencias al “abad” Salinas, y así se cita en la portada de su tratado de 1577. También hay referencia en su tratado a estancias en la ciudad de Florencia, donde ejercería como organista, pero debieron ser esporádicas.
En 1559 Francisco Salinas comenzó una nueva etapa de su vida. Regresó a España, pero en una situación personal poco optimista. Como el propio Salinas señala en el prólogo a su tratado, “deprimido por muchas desgracias y especialmente por la muerte de dos cardenales y del virrey de Nápoles [...] y por la pérdida de tres hermanos [...] con poquísimos alicientes para poder sostenerme, decidí finalmente volver a España”. Su estancia en España se inició en la Catedral de Sigüenza. Allí consta hasta 1563 como organista al que se le exime, debido a su ceguera, de otras tareas del coro dedicándole exclusivamente a tocar el órgano. De Sigüenza se trasladó a la Catedral de León, donde consta su recibimiento en las actas capitulares en mayo de 1563. En esta Catedral percibía un salario de 300 ducados más el alojamiento por tocar los días solemnes. Se mantuvo en este puesto hasta 1567, en que cambió el ejercicio de la música práctica catedralicia por el ejercicio de la música teórica en el ambiente universitario.
En 1567 y tras dura oposición claustral, obtuvo la Cátedra de Música de la Universidad de Salamanca, sucediendo a Juan de Oviedo. En enero se celebró una sesión de claustro en la que el rector proponía elevar el salario de la Cátedra de Música a 100.000 maravedís para que el maestro no regresase a su puesto en León. En el acta de esta reunión se hacía una alabanza del maestro Salinas y de la importancia que la música especulativa y práctica tiene para la formación universitaria y que él, con la formación que había obtenido en Italia era la única persona en este momento en España que podía transmitir nuevos conocimientos sobre dicha disciplina. Pero le pusieron la condición de graduarse como maestro en Artes en los cuatro años siguientes mientras ya ejercía su cargo. A partir de entonces, aparece al maestro Salinas en continuas referencias en los libros de claustros de la Universidad preocupándose por todos los aspectos relacionados con la música: dotación de libros para las festividades de la institución universitaria, mantenimiento de los órganos de diferentes capillas vinculadas a la Universidad, etc. Una Cédula Real del 3 de agosto de 1569 que imponía el nombramiento de Salinas como catedrático con plaza en propiedad, confirma que éste obtuvo el título de maestro en Artes a los dos años y solicitó que, al ser ciego y anciano, no debería ejercer la música en la calle en actos oficiales sino que se le debía dar el mismo tratamiento que a las otras cátedras. Pero inmediatamente el claustro respondió indicando que el maestro Salinas no tenía la formación en artes, lógica y filosofía que se exigen para todos los catedráticos, lo que suscitó un enfervorizado debate en el ambiente universitario.
Es importante resaltar en este punto la figura de fray Luis de León, catedrático de Teología en la Universidad salmantina, que mantuvo una estrecha amistad con Salinas. Esto se evidencia en el mutuo apoyo que se practicaron: Salinas apoyó a fray Luis en el proceso inquisitorial abierto contra él y el teólogo dio su voto favorable al recibimiento de Salinas como catedrático de la Universidad en todos los claustros en que se debatió acerca de su admisión. Esa mutua amistad justificaría la Oda a Salinas que fray Luis de León dedicó a este músico.
En 1587 el maestro Salinas se retiró de la docencia en la Universidad por jubilación pero continuó ejerciendo como organista. Así se mantuvo hasta el 13 de enero de 1590, fecha en la que Francisco Salinas murió en Salamanca.
La aportación de Salinas a la historia de la música renacentista española fue, en primer lugar, desde su labor como organista, como músico práctico, pero su aportación más trascendente fue el resultado de sus estudios teóricos. Su labor como organista se ha constatado por su trayectoria desde su formación hasta la llegada a Salamanca. Así también lo hace ver Esquivel en su Vida del escudero Marcos de Obregón donde cita: “[...] aquel príncipe de la música, el abad Salinas [...] yo le vi tañer el instrumento de tecla que dejó en Salamanca, en que hacía milagros con las manos[...]”.
Su labor como teórico queda patente en su tratado De musica libri septem. Escrito en 1577 cuando ejercía como catedrático en Salamanca, este tratado constituye una de las principales fuentes teóricas y humanísticas del renacimiento español. Está dedicado a Rodrigo de Castro, obispo de Zamora, al que describe como un gran impulsor de las artes y de la música en particular y al que se consideraba un hombre musicalmente muy culto que apoyó a figuras como Guerrero, Peraza o Boluda. En esta obra, partiendo de los principios teóricos de las fuentes clásicas y apoyándose en las ideas expuestas por teóricos italianos de su época, sintetiza el saber musical de su época y expone criterios en algunos casos novedosos sobre la teoría rítmica y armónica. Su estructura, muy equilibrada, es de siete libros divididos en tres grandes partes: la primera de carácter general, como prólogo (libro 1), la segunda sobre la música armónica (libros 2, 3 y 4), la tercera sobre la rítmica (libros 5, 6 y 7).
Algunas de sus aportaciones fueron tenidas en cuenta por sus continuadores, aunque la dificultad ante un tratado escrito en latín académico fue una traba para el conocimiento profundo de lo que Salinas transmitía. Son muy interesantes sus aportaciones sobre cuestiones relacionadas con el temperamento igual o el género enarmónico, pero no se pueden olvidar sus explicaciones sobre el sonido, los intervalos, el tetracordio, las consonancias y disonancias y sus nuevas valoraciones, las distinciones de la modalidad griega y gregoriana o las aportaciones sobre el ritmo y el repertorio de fuentes del folclore español de la época que incluye a modo de ejemplificación.
Se trata en definitiva de un libro exclusivamente sobre música teórica que parte de su formación práctica, de ahí que, entre sus argumentos, plantee claramente la distinción entre los músicos teóricos y los músicos prácticos. Estos últimos serían los que exponen la música de manera inmediata, con la ejecución musical desde sus instrumentos, mientras que los teóricos son los que justifican lo que se pone en práctica a través de sus principios fundamentales y para ello, Salinas exige que tengan conocimientos de la práctica musical, el canto y algún instrumento, conocimientos profundos del arte que practican. Él fue un importante exponente de esta idea.
Obras de ~: Musices liber tertius, 1566 (est. prelim. de J. J. Goldáraz Gainza, intr. al texto latino, ed. y trad. de A. Moreno Hernández, Madrid, ONCE-Biblioteca Nacional, 1993); De musica libri septem, Salamanca, excudebat Mathias Gastius, 1577 (ed. facs. M. S. Kastner, Kassel, 1968; Siete libros sobre la música, trad. I. Fernández de la Cuesta, Madrid, Alpuerto, 1983).
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Asunción Gómez Pintor