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Diego Tadeo González Ávila

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Biografía

González Ávila, Diego Tadeo. Delio. Ciudad Rodrigo (Salamanca), c. 1732 – Madrid, 10.IX.1794. Religioso agustino (OSA), maestro en Sagrada Teología, prior de varios conventos, rector del colegio de María de Aragón, poeta y mentor.

Ni el padre Juan Fernández de Rojas, su primer biógrafo, ni ninguno de sus biógrafos posteriores proporcionan el día y el mes de su nacimiento. Sí dicen que sus padres, Diego Antonio González y Tomasa de Ávila García, eran ilustres por su linaje y por sus virtudes humanas y cristianas. También se sabe que Diego Antonio tuvo mucho que ver con la afición a la poesía que su hijo mostró en su misma niñez, pues fue quien le proporcionó todo lo mejor que en este campo tenía la lengua española, que tuvo que ver, sin duda alguna, con lo que él mismo iba a ser más tarde.

Atraído por la vida y el ejemplo de la comunidad agustiniana existente en su ciudad natal, a sus diecisiete años decidió seguir la vida religiosa, ingresando en el convento de San Felipe el Real (Madrid), en el que, después de un año de noviciado, hizo su profesión el 25 de octubre de 1751. Los estudios filosóficos los cursó en el colegio de Doña María de Aragón (ubicado en lo que hoy es el palacio del Senado) y la Teología en Salamanca. La ciudad del Tormes y en ella el convento de San Agustín con toda su tradición literaria se le adentraron profundamente desde el primer momento. En 1760 consiguió el título de lector que le facultaba para la docencia de Filosofía y Teología, actividad que ejerció no sólo en el convento de Salamanca, incorporado académicamente a la Universidad, sino también en los de Pamplona y Alcalá de Henares. Por cierto que en 1770, junto a la fórmula de la profesión, se escribía esta nota: “Es hoy Lector de Theología de Salamanca y uno de los mozos más hábiles que tiene la Provincia”.

En 1775 fue nombrado prior del convento de Salamanca. Agotada, casi, la vena poética y, en medio de una mediocridad ambiente de más de medio siglo, surgió pujante en la primera década de la segunda mitad del siglo xviii la nueva escuela, llamada también Parnaso Salmantino, que tiene por cuna la propia celda monacal de fray Diego González y por modelo inspirador al gran maestro de la primera escuela, su cohermano de Orden, fray Luis de León.

Por una carta de fray Diego a un amigo de Sevilla —probablemente el también agustino fray Miguel de Miras— se sabe que en noviembre de 1775 el Parnaso de Salamanca se componía de cinco poetas “que se tratan con familiaridad y mutuamente se estiman: los tres, Liseno (fray Juan Fernández de Rojas), Delio (el propio fray Diego) y Andronio (fray Andrés del Corral) son de casa [...] Los otros dos poetas son jóvenes seglares, profesores de Jurisprudencia, en que van haciendo singulares progresos”. Los dos jóvenes seglares a que alude en la carta son, sin duda alguna, Juan Meléndez Valdés, Batilo, y Juan Pablo Forner, Aminta, aunque también se unieron a ellos José Iglesias de la Casa y José Cadalso.

Sobre fray Diego y su poesía escribe Leopoldo Augusto Cueto: “Es fray Diego González uno de los poetas de que con razón se envanece Salamanca, uno de los caracteres más simpáticos y más puros que han dado lustre al claustro y a las letras. La poesía le era connatural [...] Imitaba a fray Luis de León, no sólo por predilección literaria, sino por las afinidades de instinto que los unían [...] Su corazón tierno y delicado había nacido únicamente para amar, para amarlo todo. Dios, la mujer, la humanidad, se disputaban su alma”.

Ponderan sus biógrafos, en efecto, que fray Diego no era de los que desconocían lo amable de la virtud y lo maravilloso de las obras del Creador. A este propósito, dice el padre Fernández de Rojas: “Amó cuanto conoció que era amable, porque era bueno, y procuró celebrar con sus versos los dones celestiales que admiró en alguna otra belleza; pero en unos versos tan puros y castos como su alma”. Entre esas bellezas cantadas por él están Mirta y Melisa, nombres bucólicos que ocultan dos figuras femeninas reales y que comparten lo mejor del estilo poético de fray Diego. En estos poemas muestra Delio un genio dulce, un alma penetrada de amor, un talento lúcido, un logrado acierto para elegir todo lo bello; a ello hay que añadir un lenguaje puro y castizo y una versificación armoniosa y suave.

Era fray Diego, además, un apasionado y perfecto imitador de fray Luis de León, tanto en el fondo como en las formas. Un especialista como Ticknor llega a decir que, en los temas religiosos concretamente, “el maestro González imitó a fray Luis de León con tan feliz éxito que, al leer sus odas y algunas de sus versiones de los salmos, nos parece oír aún la solemne entonación de su gran maestro”. Quintana, por su parte, va aún más allá y afirma que “fue apasionado del estilo de fray Luis de León, y le imitó tan hábilmente que sus versos se confunden con los de aquel gran poeta”. Completó algunos de los poemas de la Exposición del Libro de Job, que el legionense había dejado inconclusos, con tal habilidad que, a juicio de los entendidos, no desmerecen en nada sus versos a los de aquél.

Los cuatro años de priorato en Salamanca (1775- 1779) fueron los más fecundos literariamente. Su propia celda monacal era lugar de encuentro y diálogo poético de aquel grupo de amigos, que aceptaban, complacidos, la autoridad y el suave ascendiente de las prendas personales del ilustre agustino. Hasta Jovellanos se sintió entusiasmado con aquel movimiento, si bien un día les escribió una epístola titulada Jovino a sus amigos de Salamanca, en la que les invitaba, sobre todo, a dejar un poco de lado el tema amoroso-bucólico y comenzar a dedicar sus poemas a cantar las glorias patrias, las verdades religiosas, filosóficas y morales y todo aquello que contribuyese a construir una sociedad más próspera material y humanamente.

Los “amigos de Salamanca” comprendieron el camino sugerido por Jovellanos y pusieron manos a la obra; fray Diego, en concreto, con un grandioso poema, titulado Las Edades, que dejó inconcluso. Puede decirse que en los cuatrocientos cuarenta y dos versos de que consta hay, ciertamente, dignidad y elevación en los pensamientos, cierta majestad y rapidez en la expresión y un deseo de sintonizar más con los nuevos aires e ideas procedentes de la Europa de la Ilustración, pero se echan de menos la armonía, la gracia y fácil correr de la versificación que caracterizan al Delio de las composiciones ligeras. Donde mejor logró armonizar ambas tendencias fue en sus églogas patrióticas, en las que se puede ver un empleo del género bucólico-pastoril adaptado a las necesidades del pensamiento ilustrado.

Desde luego, para bien de las letras españolas habría sido mejor —sugiere el padre Conrado Muiños— que el maestro González hubiese tenido más ambición literaria y más firmeza de carácter. Su excesiva modestia que le condenaba a oscuridad voluntaria, y su disposición a ceder siempre la cátedra de maestro al primero que se presentara con algún renombre literario, perjudicó no sólo su propia producción literaria sino también la de la naciente escuela salmantina en la que pesó demasiado tanto la carta de Gaspar Melchor de Jovellanos como la inspiración francesa aportada por Cadalso.

Al terminar su priorato en Salamanca fue agraciado por el padre general de la Orden en 1779 con el título de maestro en Teología, un título que él quiso recibir y celebrar en el convento de San Agustín de su ciudad natal. Ese mismo año fue nombrado secretario de la provincia de Castilla y a continuación desempeñó el cargo de prior en el convento de Pamplona. En 1789 fue nombrado rector del colegio de Doña María de Aragón, uno de los cargos de mayor prestigio, no sólo en la provincia sino en el mundo intelectual y literario de la Corte. Ello queda patente en el hecho de que, al autorizar el Rey la publicación del periódico Diario de las Musas en 1790, figuraba como condición que “había de someterse a la censura permanente de fray Diego González, prior del Colegio de doña María de Aragón”.

En 1794 fue elegido prior del convento de San Felipe el Real, donde vino a fallecer poco tiempo después de tomar posesión. Su muerte, acaecida el 10 de septiembre del citado año, fue llorada por sus muchos amigos y admiradores, para quienes aquel día —así lo expresó alguno en sentidos versos— “las musas castellanas se cubrieron de luto”.

Gracias al padre Juan Fernández de Rojas (Liseno), hoy se conserva toda su obra poética, ya que éste no quiso quemarla, como era la voluntad de fray Diego, y a él se debe su publicación en 1796.

Fray Diego González se halla incluido en el Catálogo de Autoridades de la Lengua por la Academia Española, por méritos para esa prestigiosa inclusión; así lo han reconocido los mejores conocedores de su obra poética.

 

Obras de ~: Oda a las Nobles Artes, Madrid, 1781; Llanto de Delio y profecía del Manzanares (Égloga que, con motivo de la temprana muerte del Señor Infante Don Carlos Eusebio y del fecundo parto de la Serenísima Señora Princesa de Asturias escribía E.M.F.D.G), Madrid, 1783; “Cantinela a Lisi”, “Canción. Cádiz transformado, o Dichas sonadas del pastor Delio” y “Oda a Liseno”, en el Memorial Literario (ML), Madrid, 1785, 1786 y 1787, respect.; Poesías del M. Fr. Diego González, del Orden de S. Agustín, Madrid, 1796; Cartas autógrafas de fray Diego Tadeo González a Jovellanos y a Fr. Miguel de Miras, en Archivo del Marqués de Pidal, s. f.; “Diego Tadeo González. Poesías”, en L. A. Cuesto, Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo xviii, vol. I, Madrid, Atlas, 1869 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vol. 61), págs. CVIII-CXII y págs. 181-203, respect.); Poesías del Maestro Diego González, Valladolid, 1872; Invectiva contra un murciélago alevoso. Sátira, s. l., s. f.

 

Bibl.: J. Fernández de Rojas, “Al que leyere”, en Poesías del M. Fr. Diego González, Madrid, 1796; J. Lanteri, Illustriores viri Augustinenses. Saeculum Sextum, Tolentini, 1858, págs. 237- 238; L. A. Cueto, “Noticias biográficas y juicios críticos”, en Bosquejo [...], op. cit., págs. 178-180; E. Esteban, “Poesías inéditas de Fr. Diego González en el British Museum”, B. Moral, “Escritores Agustinos Españoles, Portugueses y Americanos”, y C. Muiños Sáenz, “La Orden Agustiniana y la cultura española”, en La Ciudad de Dios (CD), 25, 63 y 85 (1891, 1904 y 1911), págs. 612-617, págs. 218-224 y págs. 98-106, respect.; G. de Santiago Vela, Ensayo de una Biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. VIII, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1917, págs. 146-175; G. Demerson, Meléndez Valdés, vol. I, Madrid, Taurus, 1971, págs. 57-102; A. Manrique, “González, Diego”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 1030 y 1031; “Para una biografía de Fray Diego Tadeo González”, en Boletín de la Real Academia Española, 53 (1973), págs. 377-390; I. Vallejo, “Los Agustinos dentro del Parnaso Salmantino dieciochesco”, “Fray Diego Tadeo González”, F. Rodríguez de la Flor, “Fray Diego González: poesía neoclásica” y “La obra poética de fray Diego González a través de dos siglos de crítica literaria (1796-1979)”, en Estudio Agustiniano, 8, 61, 63 y 64 (1973, 1977, 1979 y 1980), págs. 137-146, págs. 3-131, págs. 195-208 y págs. 117-133, respect.; “La poesía pastoral de un poeta de la Segunda Escuela Salmantina: Fray Diego Tadeo González (Delio)”, en Provincia de Salamanca. Revista de Estudios, 1 (1982), págs. 177-213; Atenas Castellana. Ensayos sobre cultura simbólica y fiestas en la Salamanca del Antiguo Régimen, Salamanca, 1989, págs. 196- 213; T. Viñas Román, Agustinos en Salamanca. De la Ilustración a nuestros días, Madrid, Real Monasterio de El Escorial, 1994, págs. 62-68; “Fray Diego Tadeo González y el convento de San Agustín de Salamanca”, en CD, 207 (1994), págs. 681-712; “El convento de San Agustín Salamanca. Una historia en tres tiempos”, en Revista Agustiniana, 106 (1994), págs. 5-39.

 

Teófilo Viñas Román, OSA

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