Pérez Galdós, Benito. Las Palmas de Gran Canaria, 10.V.1843 – Madrid, 4.I.1920. Novelista, renovador dramaturgo, periodista y político.
Nació en el inmueble de la calle del Cano que hoy alberga la Casa-Museo Pérez Galdós, en el seno de una familia de la clase media: el padre, Sebastián Pérez y Macías, era teniente coronel del Ejército; la madre, Dolores Galdós y Medina, hija de un vasco, secretario de la Inquisición en la isla, llevaba el timón familiar.
Benitín fue el décimo hijo. El niño se hizo muchacho mostrando afición al dibujo y a la redacción de piezas dramáticas, aunque pronto se manifestó su timidez.
Sus primeros pasos escolares, la escuela de las hermanas Mesa y la secundaria en el Colegio de San Agustín, donde Graciliano Alfonso, emigrado a América por liberal, le dio clase de Humanidades, le permitieron pasar inadvertido, pero abriendo su apetito por el saber y el arte. En los últimos años de la enseñanza secundaria se despertó con fuerza su afición al dibujo, al drama y su veta irónica. Entre sus condiscípulos, destacaba el que llegaría a ser un político importante, Fernando León y Castillo.
El conocimiento del ser humano, la principal característica de su literatura, se formaría en una permanente interrelación de reflexión propia y del gusto por observar a los demás. Este hombre alto, tímido, de ojos pequeños, largos mostachos, impenitente fumador, y con un suave acento canario, que nunca perdió, prefirió siempre actuar de testigo de la vida que de protagonista. La reserva deviene en mutismo en lo referente a su vida privada, llena de secretos, algunos de los cuales, como su relación amorosa con la condesa Emilia Pardo Bazán, se conoció medio siglo después de su muerte. Su extensa órbita familiar, la vida de sus nueve hermanos, los numerosos tíos por parte materna, varios de ellos emigrantes, vivían en el puerto de Trinidad (Cuba), o en Uruguay, le pusieron en contacto con un rico abanico de personalidades.
Siendo muchacho, conoció en Las Palmas a una señora norteamericana, Adriana Tate, viuda de un hombre mayor, Ambrosio Hurtado de Mendoza, y con quien tuvo dos hijos, Magdalena y José Hermenegildo Hurtado de Mendoza Tate, que casaría, este último, con Carmen Pérez Galdós, hermana y compañera perpetua del escritor. Un hijo de este matrimonio, José María Hurtado de Mendoza Pérez Galdós, don Pepino, futuro ingeniero agrónomo, que quedó soltero, como Galdós, fue, pasando los años, un fiel acompañante. A su vez, Adriana había tenido una relación con José María Galdós, un hermano de la madre, cuyo fruto fue una hija natural, Sisita. Benito aprendió con los Tate y una amiga, Miss Luisa Balls, el inglés, y su afición a Sisita llegó al extremo que preocupó a la madre de Galdós. El cierre de la Universidad de La Laguna por motivos políticos, única entonces en las islas, hizo aconsejable su marcha a Madrid para estudiar Derecho. El fuerte carácter de la madre marcó sin duda al joven Galdós, y una parte de la reserva puede achacarse a la severidad materna.
Llegó Galdós a Madrid en el otoño de 1862 y se matriculó en la Universidad. En las aulas entró en contacto con los institucionistas, en la persona del catedrático de Latín Alfredo Adolfo Camús, hombre elocuente, que deleitaba a sus estudiantes hablándoles de la Roma clásica. Otros profesores preferidos fueron Fernando de Castro, Canalejas y Castelar. Su asistencia a las aulas fue menos que ejemplar y decreciente.
La capital, por otro lado, le ofrecía un sinfín de oportunidades, las tertulias de los cafés, donde encontró a sus paisanos, el paraíso del Teatro Real, el vivir de cerca momentos cruciales de la historia de España, el Ateneo, donde asistió a conferencias, observar a los personajes del momento, la lectura de las novedades editoriales, las redacciones de los periódicos, donde aprendió a vivir el día a día de la política nacional.
Asistió, por ejemplo, a los disturbios de la famosa noche de San Daniel el 10 de abril de 1865, ocasionados por un intento de la reina Isabel II de autorizar la venta de una parte del patrimonio nacional, reservándose un veinticinco por ciento del precio. Emilio Castelar, a la sazón catedrático de la Universidad Central, publicó un artículo, “El rasgo”, por el que fue destituido de su cargo. El rector Montalbán se negó a cumplir la orden, y los estudiantes se manifestaron en apoyo del rector. Murieron varias personas por las cargas de la Guardia Veterana; Galdós escapó con unos linternazos recibidos en la Puerta del Sol.
También asistió el joven estudiante a la sublevación de los sargentos de Artillería del Cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866; los cañonazos, el odio de los contendientes, así como el posterior paso de los sargentos rebeldes, llevados al patíbulo en coche, de dos en dos, camino de su fusilamiento en las tapias de la plaza de toros, le dejarían una huella imborrable.
El Ateneo Viejo, situado en la calle Montera, fue otro de sus refugios, y donde leyó, con enorme dedicación, libros y prensa. Allí vio a Francisco de Paula Martínez de la Rosa, Antonio Alcalá Galiano y Fernández de Villavicencio y Antonio de los Ríos Rosas.
Denominará en sus memorias al Ateneo la Holanda española, por ser el refugio de la libre conciencia. En las tertulias de los cafés conoció a gentes variadas, desde el crítico Manuel de la Revilla, a los escritores Amós de Escalante, Leopoldo Alas, sus amigos Adolfo Posada y Armando Palacio Valdés, y a Ventura Ruiz Aguilera, entre otros. Galdós dedicó también largas horas a pasear por las calles de Madrid. Conoció tanto al madrileño castizo, significado por su apostura chulapa, de la Puerta de Toledo, al popular, avecindado en los alrededores de la Plaza Mayor, como al pequeño comerciante o al empleado de bajo rango, del centro de la ciudad. A los últimos, los conoció íntimamente, pues vivía entre ellos, primero en la calle de Fuentes, con León y Castillo de compañero de pensión, y enseguida en el n.º 9 de la calle del Olivo, hoy Mesonero Romanos, donde habitó los siguientes seis años. Las tertulias de los cafés, el “Universal” de la Puerta del Sol, lugar de reunión de los canarios, “Fornos”, el “Iberia” o el “Suizo”, le permitieron conocer la fauna completa de la sociedad burguesa de su tiempo, desde los estudiantes a las prostitutas, comerciantes, ganaderos y políticos. Todo ello le restaba tiempo para acudir a la Universidad, pero la energía de la sociedad presente le tenía absorbido, y aunque de esta época se carezca de noticias fidedignas, su vida amorosa, una de sus fuentes de inspiración, fue seguramente muy activa. Los primeros cinco años en Madrid fueron, pues, de aprendizaje de la vida, en que la experiencia, las lecturas, y el despertar de su escritura le abrieron las puertas del futuro escritor.
El Omnibus, un periódico de Las Palmas, recoge sus primicias periodísticas, que se consolidaron con sus colaboraciones al periódico madrileño La Nación, fundado por Pascual Madoz, que le abrió sus páginas en febrero de 1865, con artículos sobre la vida cotidiana y la actualidad política y social. Allí publicó una de sus primeras piezas largas, la traducción al español de la novela de Charles Dickens, Aventuras de Pickwick (Pickwick Papers) del 9 de marzo al 8 de julio de 1868. En noviembre de 1865 comenzó a colaborar en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, de carácter científico, donde ofreció trabajos sobre personalidades de la cultura europea, como Thiers, Proudhon, Dumas o Hugo, que le descubrieron la pobreza de las letras patrias. La revista fue prohibida por los sucesos políticos antes mencionados.
Otras publicaciones importantes donde colaboró son la Revista de España y el periódico El Debate, de José Luis Albareda, y, curiosamente, La Guirnalda, un periódico dedicado al bello sexo, y en La Ilustración de Madrid. A partir de 1875, sus colaboraciones de prensa disminuyeron a causa del incansable ritmo que imprimió a la publicación de sus novelas.
Las fuertes impresiones vividas en los disturbios le inclinaron a regresar a Las Palmas, en el otoño de 1866, pero unos meses después estaba de vuelta en la capital. En el verano de 1867, viajó a París, para visitar la Exposición Universal. Fue el primer periplo a la capital francesa, donde se dedicó a hacer lo mismo que en Madrid, a callejear y a husmearlo todo.
Entonces, se reafirmó su gusto por la obra de Honoré de Balzac, concretamente entonces leyó la novela Eugenia Grandet. La lectura parisina de Balzac cruzada con la de Dickens le decidió a escribir novela, el género que mejor permite conjugar la representación objetiva de la realidad social con su propia perspectiva sobre los asuntos del día. Entendió que el género novela podía ofrecer al lector una visión digna del mundo y de la vida. Un subsiguiente viaje a París, en junio de 1868, con su hermano Domingo y su cuñada, ahondó ese deseo de novelar al modo realista, y continuó en la capital de la luz la redacción de su novela La fontana de oro. Cuando regresó a España, en Barcelona, estalló la Revolución de Septiembre, que en principio le entusiasmó. Se despidió de los hermanos y regresó en tren a Madrid, donde presenció la entrada del general Serrano en la Puerta del Sol y el posterior homenaje popular a Prim.
Comenzó entonces, a la altura de 1870, una etapa de trabajo incansable para Galdós, que en poco tiempo le hizo conocido. Su hermano mayor, Domingo, el que le había invitado a ir a París, murió inesperadamente en Las Palmas. Su viuda, Magdalena Hurtado de Mendoza, decidió trasladarse a Madrid, y lo hizo acompañada de su cuñada, la hermana de Benito, Carmen, su marido José Hermenegildo e hijos, muy en especial José, futuro profesor de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, quien, pasando los años, administraría sus asuntos. Todos ellos se instalaron en un piso burgués en el nuevo barrio que levantaba José Salamanca, en la calle de Serrano, entonces n.º 8, desde donde podían seguir las obras de construcción de la Biblioteca Nacional. La publicación de un artículo, “Observaciones sobre la novela española contemporánea”, donde reseña los Proverbios ejemplares de Ventura Ruiz Aguilera, marcó un hito en su producción porque proclamaba por primera vez la necesidad de una literatura que tuviera por tema la realidad contemporánea. En la década de 1870, aparecieron dos series de Episodios nacionales, veinte tomos, y una sucesión de novelas sobre temas cruciales de la vida social. Tras La fontana de oro, situada en el reinado de Fernando VII, y una fantasía imaginativa, La sombra, en El audaz, Doña Perfecta, Gloria, Marianela y La familia de León Roch, el escritor liberal empezó a levantar el mapa de la sociedad española del siglo XIX, su mejor retrato, diametralmente opuesto al ofrecido por sus predecesores en novela, el andaluz Juan Valera, su buen amigo, o el hidalgo rentista montañés José María de Pereda. Doña Perfecta, en concreto, ofrecía la cara oscura, oculta en Pepita Jiménez (1874) de Valera, la responsabilidad de los políticos conservadores y del clero del mal estado de los asuntos públicos. Durante esta década, la de 1870, Galdós alcanzó renombre nacional.
En el verano de 1871, fue por primera vez a Santander, huyendo del calor madrileño, otro de los escenarios de su vida, donde veraneó regularmente desde entonces, primero en fondas, luego en diversos pisos del muelle, hoy paseo de Pereda, y con los años se construyó una casa en el Sardinero, la conocida finca de San Quintín, en septiembre de 1902. Santander fue el lugar donde cultivó la amistad, la de sus íntimos José María de Pereda y Marcelino Menéndez Pelayo, y donde siendo ya célebre le visitaron amigos tan dispares como el torero Rafael González Madrid, Machaquito, o Pablo Iglesias, que acudió a leerle unas cuartillas que Galdós, enfermo, no podía ir a escuchar.
Cantabria reunía unas condiciones ideales, por ser un puerto de mar, con una sociedad compuesta por un reducido grupo de gentes liberales, que convivían con las predominantes fuerzas tradicionales de la sociedad española: clero y miembros de la Administración central. Poseía una indudable riqueza cultural y tenía cerca unas aguas termales; otra razón de regresar a la ciudad fue el que su hermano, el brigadier Ignacio Pérez Galdós, fue nombrado gobernador militar de Santander (1879-1881). Cuando llegó por vez primera, su nombre empezaba a sonar, por las colaboraciones en la Revista de España y en El Debate. Se sabe que Pereda acudió a conocerlo en la fonda donde se alojaba, convirtiéndose pronto en amigo y punto de contacto con Cantabria. Esta amistad resulta difícil de entender, porque el escritor cántabro era un escritor de talento, aunque un hombre de ideas políticas infantiles, diametralmente opuestas a las del canario.
A finales de verano murió su padre, y la madre, acostumbrada a ser el eje de la familia, se quedó bastante sola en Las Palmas, mientras Benito vivía arropado por Magdalena, por Carmen, su marido e hijos. En cambio, los sucesos políticos le aislaron, porque cayó el Gobierno de Amadeo de Saboya, a quien había apoyado desde El Debate; al declararse la Primera República, se eclipsaron también las posibilidades periodísticas de Galdós. Dedicó los años siguientes a un trabajo intenso, documentándose para escribir los episodios, y conoció a Ramón Mesonero Romanos, que ya era un sesentón, de quien en parte era sucesor. Galdós seguía publicando en la Revista y en La Guirnalda.
El dueño de esta última era un ingeniero tinerfeño, Miguel Honorio de la Cámara y Cruz, contertuliano del Café Universal, propietario de una imprenta que lleva el nombre de la revista. Galdós firmó con él un contrato, por el que su paisano se encargaría de imprimir y vender todo lo que Galdós produjera. El contrato se convirtió con el paso de los años en un peso terrible para Galdós. Alternando la agotadora labor de redactar varios episodios nacionales al año, comenzó a redactar novelas relacionadas con la problemática ideológica de su época. Por sugerencia de León y Castillo, escribió Doña Perfecta, que aparecería en primera versión por entregas en la Revista de España. El éxito fue inmediato y en junio salió ya en volumen, y en diciembre esta segunda edición estaba también agotada.
Quienes gustaron de las novelas de Galdós fueron los liberales, mientras que gentes del talante de Pereda, reaccionaron en contra, especialmente ante la salida al año siguiente de Gloria, donde de nuevo se planteaba un problema religioso, la posibilidad del amor entre una mujer católica y un judío.
Con estas últimas novelas, Galdós comenzó a adquirir renombre internacional. Gloria fue enseguida traducida al alemán, al inglés, al francés y al holandés.
Don Benito frecuentaba poco los lugares públicos en Madrid, porque dedicaba el día entero a trabajar, vigilado de cerca por su hermana mayor Concha, y cuidado por Carmen, que regía los destinos domésticos.
Ambas mujeres eran piadosas y conservadoras, como recuerda el doctor Gregorio Marañón. Galdós pasaba el día redactando, sin dejar de fumar puro tras puro.
Paraba a la una para comer y, tras un breve almuerzo, vuelta al trabajo. Sus hábitos personales fueron siempre frugales, no gustaba del alcohol ni de trasnochar.
Por las tardes se daba un paseo, iba a un café o a una imprenta o acudía a citas secretas con alguna mujer.
En la década de 1880 le llegó la fama, y publicó sus mejores novelas. Los hombres de letras punteros le reconocieron su valía, como Ortega y Munilla, quien puso a su disposición el suplemento literario Los Lunes de El Imparcial. Galdós redactó su primera obra maestra, La desheredada, creando un prototipo de personaje femenino, Isidora Rufete, de una hondura humana que la literatura española no había conocido desde la publicación del Quijote, de Miguel de Cervantes, y Francisco Giner de los Ríos y Leopoldo Alas, Clarín, así lo reconocieron. Lo extraordinario es que Clarín, el intelectual ovetense, que años después publicaría La Regenta (1885), reconoció el talento galdosiano en toda su extensión, que la obra resultaba tan especial que, nada más salir publicada la primera parte, la reseñó destacando el uso del monólogo interior, la representación de cómo piensan los personajes, con lo que la narrativa española daba un quiebro moderno, hacia el adentro del ser humano.
Aquí Galdós se separó y superó a sus coetáneos, por la dignidad con que abordó los principales problemas sociales e históricos de su época y por el desarrollo de nuevas técnicas narrativas para relatarlos. Se dice que La desheredada es la primera novela donde el naturalismo español triunfó; en efecto, en ella el escritor aplicó a la realidad nacional el microscopio inventado por el francés Emilio Zola. La siguiente novela, El amigo Manso, relata la vida de un profesor krausista, que pudiera reunir rasgos de Francisco Giner de los Ríos y de su propio sobrino, José; es lo que Miguel de Unamuno, años después, denominaría una nivola o novela de acción interior. Casi nadie se percató de la genialidad galdosiana, de la innovación de que un personaje naciera de una gota de tinta, excepción hecha de Leopoldo Alas y de Ortega Munilla. Esto supuso para Galdós una decepción y el que retrocediera en su progresión como narrador, volviendo en sus siguientes entregas a lo hecho en La desheredada, al naturalismo, porque ni la crítica ni el público español estaban preparados para una innovación como la que entrañaba la historia de Máximo Manso. A propósito de la protagonista femenina, una mujer en cierto sentido independiente, porque ha estudiado para institutriz, trabajo que desempeña en la obra, parece inspirada en uno de los amores del canario, Juanita Lund, una joven de padre noruego y de madre vasca, que Galdós conoció en Santander en 1876. Fuera o no uno de los amores de Galdós, el estilo sajón de la joven se refleja en la protagonista femenina de la obra.
Volvió Galdós al periodismo en 1884 con colaboraciones bimensuales en el diario La Prensa de Buenos Aires, que durarían años y le producirían pingües beneficios. Escribió entonces El doctor Centeno, Tormento y La de Bringas; Galdós se había trasladado a un piso en la plaza de Colón. Mantenía relaciones con una modelo del estudio del pintor Emilio Sala, una mujer de apariencia popular, llamada Lorenza Cobián, natural de Bodes, un pueblo arriba de Arriondas, en el oriente asturiano. Esta relación duró bastante, pues en 1891 tuvieron una niña, su hija María, a quien conoció y atendió siempre. Al poco de iniciar la redacción de su obra maestra, Fortunata y Jacinta, inició también su andadura política. Por mediación de un admirador, José Ferreras, Galdós acudió a visitar a Práxedes Mateo Sagasta, y decidió aceptar un acta de diputado liberal, a pesar de que admitía a la dinastía borbónica, a la que él había sido hostil. Las ventajas económicas, el vivir de cerca los destinos de la nación, le llevaron a dejar de lado los escrúpulos primeros. Fue elegido diputado cunero, es decir, que no provenía del distrito por donde le eligieron, Guayama, Puerto Rico, isla que nunca visitó. En el Congreso hizo numerosas amistades; entre ellas, una que duraría años fue la de Antonio Maura.
En la primavera del 1887, Emilia Pardo Bazán pronunció unas conferencias sobre “La revolución y la novela rusa” en el Ateneo, y Galdós acudió a ellas para apoyar a la escritora naturalista, amiga y corresponsal.
Pronto fue su amante. Ese mismo verano hizo un viaje con su amigo, José Alcalá Galiano, cónsul en Newcastle, por Holanda, visitando Alemania, pasando por Estocolmo, para regresar por Inglaterra y, desde Liverpool, en vapor a Santander. Desde luego, en Alemania coincidieron con la Pardo, pues ella guardaba memoria de una noche inolvidable. Al verano siguiente hicieron un viaje a Italia, visitando Turín, Verona, Venecia, Milán, Florencia y Roma, donde seguramente coincidió también con doña Emilia. Durante 1888, simultaneó las relaciones con la Pardo y con Lorenza Cobián; de hecho, se sabe que se encontraban en un pisito de la calle de la Palma, al menos hasta 1889. En el verano de 1888, ocurrió un hecho que tuvo consecuencias importantes. Habían coincidido los amantes en la Exposición Universal de Barcelona; Galdós se marchó a los tres días, y la Pardo se quedó e hizo una excursión a Arenys de Mar con el joven, rico y apuesto José Lázaro Galdeano, con quien mantuvo una corta relación amorosa bosquejada en su novela Insolación. No ajena a esta amistad fue la participación de la condesa en la revista La España Moderna, fundada por Lázaro Galdeano, con la pretensión de sustituir a la envejecida Revista de España.
Galdós se enteró de la aventura de Arenys por una indiscreción de Narcís Oller, y se retrajo. Sus novelas La incógnita y Realidad, muestras de su talento —una renovaba el género de la novela epistolar y la otra era la primera novela dialogada moderna española—, tratan el tema del engaño e indican la herida sentida por el autor. Las satisfacciones que le dieron sus sucesivos éxitos literarios se amargaron por estos disgustos personales y por el rechazo de su candidatura a la Real Academia Española. A pesar del apoyo de Valera y de Menéndez Pelayo, diversos enredos hicieron que, por ejemplo, Cánovas del Castillo votara en una ocasión a un hoy olvidado catedrático de Latín, Commelerán. Finalmente, el 13 de junio de 1889 fue elegido Galdós miembro de la Academia.
La década de 1890 fueron años de mucho viaje y de una mayor introspección en sus novelas, influidas por la novela realista rusa. Comenzó entonces una exitosa carrera como autor dramático, que le convirtió en notabilidad pública y en el autor teatral más importante de su época, a pesar de que, pocos años después y por las habituales razones, sería batido en el nombramiento para el Premio Nobel (1904), por José Echegaray. Hay varios hechos destacados en su biografía de entonces: el pleito que entabló con Cámara, su editor desde la década de 1870, que terminó en 1896 con un laudo arbitral, en el que intervino Gumersindo Azcárate, favorable porque le devolvía la propiedad de sus obras, aunque hubo de pagar una cantidad sustancial a su editor. Desdichadamente, los gastos de Galdós eran numerosos, sus viajes, las diferentes mujeres que mantenía, los gastos de casa, la construcción de San Quintín, etc. La relación con Concha Ruth Morell, una joven de familia cordobesa, a la que ayudó a conseguir papeles menores en sus obras, persona inteligente, pero inquieta, y con los nervios trastornados, inspiradora de Tristana (1902), se arrastró por años, siendo motivo permanente de preocupación, por la indiscreción de la joven.
La década de 1900 se inauguró con el éxito sonado de Electra (1901). Tras su estreno, el público lo llevó a hombros a su casa. La pieza era anticlerical, condenaba la intervención del clero en la educación de la mujer. Tanto éxito dio lugar a la fundación de la revista con el mismo nombre donde se publicaron las primeras creaciones de los miembros de la llamada Generación del 98. Esta popularidad, sobre todo en Madrid, le fue de utilidad en su segunda entrada en política, la etapa republicana, que le trajo incontables problemas. Su integridad de conciencia y moral era extraordinaria, pues nunca se dejó comprar por el poder.
Especialmente en su segunda etapa, cuando se hizo republicano, perdió la oportunidad de ser glorificado por los poderes fácticos del país. Galdós disentía del giro político dado por Alfonso XIII, y decidió, en parte, por la sintonía con Vicente Blasco Ibáñez, con Gumersindo Azcárate y con Melquíades Álvarez, intervenir en la política, lanzando un manifiesto republicano, publicado en el periódico El Liberal el 6 de abril de 1907. El 21 de mayo era elegido diputado, con muchos votos. Por esta época empezaron a manifestarse sus dificultades de la vista, disminuyó su producción, y apareció en su vida Teodosia Gandarias, una maestra, que fue el amor del otoño de su vida, con la que compartió muchos momentos, en un piso del barrio de Chamberí, en la calle de Juan de Austria.
A partir de 1913, la ceguera empezó a hacer estragos, y a pesar de diversas intervenciones de cataratas, perdió la vista casi por completo, obligándole en los últimos años a tener que valerse de la ayuda de otros.
Fue su secretario, Pablo Nougués, don Pablífero, el encargado de coger al dictado la nutrida correspondencia y los trabajos del maestro. Su ayuda de cámara y acompañante, Victoriano Moreno, fue un destacado fotógrafo, y gracias a él hay muchas imágenes del escritor. Otra persona de importante memoria en la vida de Galdós fueron su último criado, Francisco Menéndez, y el cuidador de la finca santanderina, el carabinero jubilado, Manuel Rubín González, cuyo nombre parece haber inspirado a uno de sus personajes más famosos, Maximiliano Rubín, de Fortunata y Jacinta. En San Quintín, gracias a su afición a los animales, a la música, y los trabajos de jardín, su vida se hacía más llevadera.
La ceguera, las dificultades económicas, paliadas apenas por suscripciones nacionales y banquetes de homenaje, hicieron de sus últimos años momentos muy tristes, porque además se le murieron los seres más queridos, como su hermana Carmen. Galdós falleció a causa de un ataque de uremia y el pueblo de Madrid lo despidió a lo grande, con una manifestación de dolor, que cuadra bien con uno de los grandes hombres y escritores de su historia.
Obras de ~: Novelas de la primera época: La fontana de oro, Madrid, La Guirnalda, 1870; La sombra, La Revista de España, Madrid, 1870; El audaz: historia de un radical de antaño, Madrid, La Revista de España, 1871; Trafalgar, Madrid, Noguera, 1873; La corte de Carlos IV, Madrid, Noguera, 1873; El 19 de marzo y el 2 de mayo, Madrid, Noguera, 1873; Bailén, Madrid, Noguera, 1873; Napoleón en Chamartín, Madrid, Noguera, 1874; Zaragoza, Madrid, Noguera, 1874; Gerona, Madrid, Noguera, 1874; Cádiz, Madrid, Noguera, 1874; Juan Martín, el Empecinado, Madrid, Noguera, 1874; La batalla de Arapiles, Madrid, Noguera 1875; El equipaje del Rey José, Madrid, La Guirnalda, 1875; Memorias de un cortesano de 1815, Madrid, Noguera, 1875; Doña Perfecta, La Revista de España, Madrid, 1876; La segunda casaca, Madrid, Pérez, 1876; El Grande Oriente, Madrid, Pérez, 1876; El 7 de julio, Madrid, Pérez, 1877; Los cien mil hijos de San Luis, Madrid, Pérez, 1877; El terror de 1824, Madrid, Pérez, 1877; Gloria, Madrid, Pérez, Madrid, 1877; Marianela, Madrid, La Guirnalda, 1878; Un voluntario realista, Madrid, La Guirnalda, 1878; La familia de León Roch, Madrid, La Guirnalda, 1878; Los apostólicos, Madrid, La Guirnalda, 1879; Un faccioso más y algunos frailes menos, Madrid, La Guirnalda, 1879; La desheredada, Madrid, 1881; El amigo manso, Madrid, La Guirnalda, 1882; El doctor Centeno, Madrid, La Guirnalda, 1883; Tormento, Madrid, La Guirnalda, 1884; La de Bringas, Madrid, La Guirnalda, 1884; Lo prohibido, Madrid, La Guirnalda, 1885; Fortunata y Jacinta, Madrid, La Guirnalda, 1886-1887; Miau, Madrid, La Guirnalda, 1888; La incógnita, Madrid, La Guirnalda, 1889; Torquemada en la hoguera, Madrid, La Guirnalda, 1889; Realidad, Madrid, La Guirnalda, 1890; Ángel Guerra, Madrid, La Guirnalda, 1891; Tristana, Madrid, La Guirnalda, 1892; Realidad: drama, La Guirnalda, 1892; La loca de la casa: drama, Madrid, La Guirnalda, 1892; Torquemada en la cruz, Madrid, La Guirnalda, 1893; La de San Quintín, Madrid, La Guirnalda, 1894; Torquemada en el Purgatorio, Madrid, La Guirnalda, 1894; Los condenados: drama, Madrid, José Rodríguez, 1895; Torquemada y San Pedro, Madrid, La Guirnalda, 1895; Nazarín, Madrid, La Guirnalda, 1895; Doña Perfecta: drama, Madrid, La Guirnalda, 1896; Voluntad: drama, Madrid, La Guirnalda, 1896; La fiera: drama, Madrid, Rodríguez, 1897; Misericordia, Madrid, Tello, 1897; El abuelo, Madrid, Tello, 1897; Zumalacárregui, Madrid, Tello, 1898; Mendizábal, Madrid, Tello, 1898; De Oñate a La Granja, Madrid, Tello, 1898; Luchana, Madrid, Tello, 1899; La campaña del Maestrazgo, Madrid, Tello, 1899; La estafeta romántica, Madrid, Tello, 1899; Vergara, Madrid, Tello, 1899; Montes de Oca, Madrid, Tello, 1900; Los ayacuchos, Madrid, Tello, 1900; Bodas reales, Madrid, Tello, 1900; Electra: drama, Tello, 1901; Alma y vida: drama, Madrid, Tello, 1902; Las tormentas del 48, Madrid, Tello, 1902; Narváez, Madrid, Tello, 1902; Los duendes de la camarilla, Madrid, Tello, 1903; Mariucha: comedia, Madrid, Obras de Pérez Galdós, 1903; La revolución de julio, Madrid, Tello, 1903-1904; El abuelo: drama, Madrid, Tello, 1904; O’Donnell, Madrid, Tello, 1904; Aita Tettauen, Madrid, Tello, 1905; Carlos VI en la Rápita, Madrid, Tello, 1905; Halma, Madrid, La Guirnalda, 1905; Casandra, Madrid, Tello, 1905; Bárbara: drama, Tello, 1905; Amor y ciencia: drama, Madrid, Tello, 1905; La vuelta al mundo en la “Numancia”, Madrid, Tello, 1906; Prim, Madrid, Tello, 1906; Memoranda, Madrid, Perlado, Páez, 1906; La de los tristes destinos, Madrid, Tello, 1907; Gerona: drama, Madrid, El Cuento Semanal, 1908; España sin rey, Madrid, Tello, 1907-1908; Pedro Minio: drama, Madrid, Tello, 1909; España trágica, Madrid, Tello, 1909; Amadeo I, Madrid, Tello, 1909; El caballero encantado, Madrid, Páez y Perlado, 1909; La primera República, Madrid, Tello, 1911; De Cartago a Sagunto, Madrid, Tello, 1911; Cánovas, Madrid, Perlado, Páez y Cía., 1912; Celia en los infiernos: drama, Madrid, Tello, 1913; Alceste: drama, Madrid, Tello, 1914; La razón de la sinrazón, Madrid, Hernando, 1915; Sor Simona: drama, Madrid, Hernando, 1916; El tacaño Salomón, Madrid, Hernando, 1916; Santa Juana de Castilla, Madrid, Tello, 1918; Fisonomías sociales, Madrid, Renacimiento, 1923; Arte y crítica, Madrid, Renacimiento, 1923; Política española, Madrid, Renacimiento, 1923; Nuestro teatro, Madrid, Renacimiento, 1923; Toledo, 1924; Memorias, Madrid, Renacimiento 1930; Crónica de Madrid, Madrid, Renacimiento, 1933; Un joven de provecho, New York, Publications of the Modern Language Association, 1935; Cartas de Pérez Galdós a Mesonero Romanos, Madrid, Sección de Cultura del Ayuntamiento, 1943; Crónica de la Quincena, ed. de Shoemaker, Princenton, University Press, 1949; Madrid, ed. y pról. de J. Pérez Vidal, 1956; Los prólogos de Galdós, ed. de W. H. Shoemaker, Urbana, University of Illinois Press, 1962; Cronicón, s. f.
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Germán Gullón Palacio