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Ramón Gaya Pomés

Biografía

Gaya Pomés, Ramón. Huerto del Conde (Murcia), 10.X.1910 – Valencia, 15.X.2005. Pintor y escritor.

Hijo de un litógrafo anarquista y amante del estudio, inició su formación precisamente en la biblioteca de su padre, donde Tolstoi, Nietzsche, Galdós, etc., le influyeron en su incipiente dedicación literaria. Empezó a pintar con apenas diez años, en una Murcia en plena efervescencia literaria y artística, con José Ballester y Juan Guerrero Ruiz como representantes y enlaces de la Generación del 27 a través de Juan Ramón Jiménez y Lorca. Fue en 1920 cuando participó por primera vez en una exposición colectiva regional, organizada por el Círculo de Bellas Artes de Murcia, y precisamente a través de Guerrero entró en el círculo exclusivo de la amistad juanramoniana, junto al polaco Jahl, Bores y los hermanos Eduardo y Esteban Vicente. En 1917, el Ayuntamiento de Murcia le concedió una beca de estudios que le permitió ir a Madrid, conocer el Museo del Prado y entrar en contacto directo con Juan Ramón Jiménez, Salinas, Lorca, Bergamín, Dámaso Alonso, José Moreno Villa, Gerardo Diego y Alberti. De esta incipiente época (1927) son sus contribuciones al número monográfico de Caracola, y en Verso y prosa (“el boletín de la nueva literatura” de Guerrero Ruiz y Jorge Guillén), con páginas de inspiración en el autor del Platero. En pleno nacimiento y desarrollo del surrealismo, con el propio Dalí interviniendo en Ley, a Gaya siempre le acompañará la atracción de Juan Ramón Jiménez hacia un arte cuya modernidad no estuviera reñida con la tradición, una geometría cubista reconciliada con el atmosférico impresionismo.

Al tiempo que la Generación del 27 y bajo la enseñanza de sus maestros, Pedro Flores y Luis Garay, la influencia del cubismo destacó en su adolescencia, como así se percibe en su famoso bodegón de La Bandurria (1927), de una inspiración “braquiana” que supo combinar con imaginería de ingenuidad casi poética, “próxima a la que puede haber en los romances de Lorca”, como él mismo recordó. Junto a sus maestros, cabe destacar a sus compañeros: Joaquín y Juan Bonafé, el escultor Antonio Garrigós y los ingleses William Tryon, Darsie Japp, Jan y Cora Gordon y Cristóbal Hall, fundamentalmente el segundo y el último, con los que mantuvo una fluida correspondencia literaria y pictórica. Las geometrizaciones de Cézanne y las sombrías formas de los expresionistas, marcaban entonces su vida artística.

Fue gracias a Guerrero Ruiz, por quien, en 1928, el Ayuntamiento de su ciudad natal le concedió una beca para marchar a París, donde celebró una exposición en la Galerie Les Quatre Chemins en compañía de Flores y Garay. Durante esta estancia, conoció a Jean Cassou, Picasso, Corpus Barga y Max Jacob.

De su experiencia pictórica nos queda su relato autógrafo del n.º 12, de octubre de ese año, de Verso y prosa. En sus páginas, Gaya manifiesta la decepción que le inspiraron las vanguardias parisinas (cubismo y surrealismo, principalmente), sin la percepción teórica “celestial” de los Cahiers d’Art, iniciándose su escepticismo hacia las vanguardias como destino inesquivable para un artista del siglo xx. Sin embargo, su atracción hacia los pintores del Museo del Prado será fundamental en su obra por el valor simbólico que les imprimirá. Se inició en él una etapa de afianzamiento de esta percepción, que continuará hasta 1936. En 1935, escribió: “Picasso, Braque, Bores... no dudo un solo instante que han trabajado y trabajan con sinceridad y nobleza, pero esa causa que ellos defienden pintando (porque son verdaderos pintores), esa causa me parece una causa en blanco. Y no en blanco porque la crea perdida, sino por creerla ganada desde siempre, es decir, por creerla sin cuerpo real”. Este escepticismo no implicaba una falta de entendimiento hacia las vanguardias, ni falta de admiración, sino la conciencia de que para ser vanguardista había que tener un nombre consolidado y trascender su propia estética. Por eso admiraba a Tiziano, porque supo borrar todo aquello que pudiera cristalizarse en estilo personal, porque, como escribió a propósito de Velázquez (a quien admiraba enormemente): “La grandeza quema la personalidad”. Gaya intentaba buscar, no al pintor, “sino la pintura que se ha escondido en él, amparado en él”. De ahí que su pintura renunciara tan pronto a los preceptos de la modernidad: “El arte es realidad, el arte es vida él mismo y no puede, por lo tanto, separarse de ella para contemplarla; el arte no es otra cosa que vida, carne viva”. “El arte ha de ser, siempre, realista”, donde “la realidad no es más que un punto de partida, claro, pero no hacia una estilización (como se pensó en nuestro momento), sino hacia una trascendencia”, poniendo como ejemplo a Velázquez (de ahí también que le llame pájaro solitario) quien “no quiere, en modo alguno, apoderarse de la realidad, sino al contrario, darle salida, salvarla de sí misma, libertarla; [...] no quiere aprovecharse de ella [...] transformarla (con su talento de pintor) después en magníficas piezas de un arte [...] muy valioso, pero... villano [...] producto de una escuela, de un estilo, [...] de las necesidades de esta o aquella comunidad determinada [...] un arte, en fin, aplicado, necesario, pero que no es ni puede ser nunca creación criatura”. De ahí que Benítez diga de él que era un “pintor silencioso”, ajeno a la exhibición de egocentrismos y conceptualizaciones intrincadas: “el artista ha de estar contra su época, no sólo en bien suyo, sino en bien de la época misma”. Benítez dice de él: “Gaya fue un pintor sin contexto: su contexto era él”.

Su obra literaria representa un complemento a su entendimiento de la pintura, pero no estuvo supeditada a la condición de correlato: no divaga, sino que precisa, acota la reflexión hasta dejarla en esencia, con más tendencia a lo categórico, que a lo anecdótico, y con prosa diáfana, como ha comentado Benítez Reyes.

Aunque su vida mezcló pintura y literatura, él las sabía distinguir en cuanto a su creación: “En arte elogiamos mucho la pasión. Pero la pasión sirve para que se salve el arte pequeño; el arte grande no se salva nunca por la pasión, sino por la fe [...], esa especie de frialdad”. Sin embargo, su literatura se asemeja a su pintura, constituyendo la plasmación pictórica de una acuarela, porque, como en pintura, la realidad se basa en la búsqueda de la esencia. De ahí su influencia de Juan Ramón Jiménez, un sentimiento bien ordenado y acordado con el pensamiento. Esencia y pensamiento, que concuerdan con su reflexión de que “pintar no es ordenar [...] es tantear”, de ahí también sus palabras: “Mi vida ha sido principalmente [...] el trabajo de una vocación [...] irremediable, y que yo he sentido siempre no como algo que hacía sino como algo que era, nada más”.

Durante ese tiempo, fijó su residencia en Madrid, aunque alternó sus raíces natales y el litoral levantino en búsqueda de retiro pictórico. Se afilió a las Misiones Pedagógicas, lo que le permitió recorrer el territorio peninsular y conocer a grandes personalidades (entre ellas Cernuda), así como exponer copias de los grandes pintores en el Museo de Reproducciones de la asociación, donde conoció a Rosa Chacel, María Zambrano, Luis Cernuda y Concha de Albornoz.

Ello influyó en las acuarelas de estos años, que expuso en el Ateneo de Alicante en 1935, y en su producción literaria, que confirmó como vocación en sus lúcidas intervenciones en Luz, y con Cándido Fernández Mazas, Rafael Dieste y Sánchez Barbudo, en las revistas Poetas, Artistas y Navegantes (PAN), La Verdad y en Hora de España, en la que participará en la “Ponencia colectiva” y del que fue su único viñetista.

En junio de 1936 se casa en Madrid con Fe Sanz, con quien tendrá su única hija, Alicia, nacida un año después.

Entrada la guerra, Gaya destacó en los años iniciales con la realización de varios carteles (como el de la representación valenciana de las Bodas de sangre lorquianas y el del Congreso de Intelectuales), por cuya diferente concepción se opuso en 1937 al todopoderoso Josep Renau; según Gaya, cartel y pintura no pueden colocarse en el mismo plano. De esta época son también sus dos lienzos Retrato de Juan Gil-Albert y Niños de Málaga, por la cual obtuvo el Premio Nacional de Pintura.

Tras la muerte de su esposa en el bombardeo de Figueras, emigra temporalmente a Francia, donde pasará dieciséis días en el campo de concentración de Saint Cyprian, tras lo cual, y gracias a Cristóbal Hall, reencontró el ánimo para volver a pintar. Poco después, se embarcó en el Sinaia, rumbo al Veracruz de Lázaro Cárdenas. La soledad le embargó, reflejándose en sus cuadros: los Homenajes a los grandes pintores aparecen como tema recurrente, así como sus desfogadores paisajes de Chapultepec y Cuernavaca, en donde proyectará su añoranza. En México D. F. coincidió con los colaboradores de Hora de España, entre ellos Cernuda, Bergamín y Gil-Albert, envolviéndose en el ambiente intelectual de la diáspora y del país, interviniendo en revistas del exilio, como Romance, y artísticas mexicanas, como Taller y El Hijo Pródigo, destacando su virulento artículo a raíz de la exposición surrealista internacional organizada por Moro, Péret y Paalen en 1940, poniendo en cuestión sus juicios estéticos. La reacción contraria que supuso entre el círculo de pintores, le hizo abandonar sus intervenciones en dichas publicaciones, aunque manteniendo la amistad con los poetas Xavier Villaurrutia, Tomás Segovia y el músico Salvador Moreno, así como a Octavio Paz, Octavio Barreda y Laurette Sejournee. Para algunos de sus biógrafos, el gran Gaya nació ahora.

Por entonces están presentes en su obra sus grandes elementos característicos: la tradición variada, Velázquez, Rembrandt, Corot, el recurrente espejo, el orden disperso de los cuadros y sus abarrotados objetos.

Una época en la que busca espacios interiores y paisajes “orientalizantes”, que encuentra en los pueblos mexicanos y bosques de Chapultepec, ya mencionados.

Continúa, asimismo, su producción como viñetista, participando en las cubiertas de libros mexicanos, en las que perseguirá, como será característico en su vida, la esencia de los motivos, como realiza, en relación a Velázquez y Mazo, en Cartas al Ebro de Jarnés.

Entre 1952 y 1953, Gaya se reencontró con Europa, regresando tres años después, destacando sus pasteles de las riberas del Sena y, sobre todo, Italia. En ella permaneció intercaladamente entre 1956 y 1974, principalmente en Venecia, cuya esencia fundió metafóricamente en sus dos ámbitos artísticos en su título La pintura surgiendo del agua de Venecia; o, como él mismo recordará: “[...] en realidad no he venido a nada, para nada, sino a estar, a sentirme estar aquí, como inmerso en el agua de la pintura”. En 1984 se publicó Diario de un pintor, 1952-1953, fruto de su reflexión artística.

En Roma conoció a Ellemire Zolla, a Pietro Citati, a Giorgio Agamben, Elena Croce, Italo Calvino y Nicola Chiaromonte, reencontrándose con María Zambrano, con quienes compartirá su admiración por el pasado pictórico italiano, especialmente Carpaccio, Masaccio, Miguel Ángel y Tiziano, que, junto a Velázquez y los pintores del Prado, Rembrandt, Van Gogh y Cézanne, constituirán sus verdaderos maestros.

Escribe Il Sentimento de la Pittura, que no saldrá publicada hasta años después.

En 1960, Gaya regresó por primera vez a España, celebrando una exposición en la Galería Mayer de Madrid, que elogió su amigo Bergamín. Asimismo, colaboró con algún artículo sobre arte en el periódico ABC y publicó en la editorial Arión El sentimiento de la pintura. Recuperó su labor de viñetista para las cubiertas de la editorial valenciana Pre-Textos, participando también en el anuario taurino Quites. Sin embargo, el ambiente madrileño de esos años no era el propicio para su aceptación, no sabiendo comprender la “esencia” de su obra. No obstante, cuando regresó a Murcia un año después, su reencuentro con Bonafé en La Alberca le reportó su reconocimiento, plasmado, a finales de la década, gracias a la difusión de su persona que generó la publicación de su Velázquez, pájaro solitario, por RM. Desde entonces, su reconocimiento fue en ascenso: en 1978, la madrileña Galería Multitud le dedica una exposición antológica, en cuyo catálogo interviene con “Carta a un Andrés”, en la que continuará con su percepción de las vanguardias: “la modernidad no importa”. En 1980, la Editora Regional de Murcia le conmemoró con el volumen colectivo Homenaje a Ramón Gaya, en la que participó el hispanista Nigel Dennis y donde publicó su texto inédito Huerto y vida. Ese mismo año, el Ayuntamiento de Murcia le declaró Hijo Predilecto de la Ciudad de Murcia, organizándole dos exposiciones retrospectivas. En 1982, la Galería Chys editó sus Nueve sonetos del diario de un pintor, y la Academia Alfonso X el Sabio de Murcia su Homenaje a Picasso.

En 1984, el Museo San Pío V de Valencia le dedicó otra exposición antológica, mientras la editorial Pre-Textos editó su Diario de un pintor y Trieste hacía lo propio con Velázquez, pájaro solitario. En 1987, el Rey le distinguió con la Medalla de las Bellas Artes, y el Congreso de Intelectuales de Valencia le dedicó una exposición. En 1989, el MEAC le dedicó otra exposición antológica en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y en la iglesia de San Esteban de Murcia, junto con la reedición de El sentimiento de la pintura. En 1990 se inauguró en Murcia un Museo dedicado a su obra. En 1997 fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Plásticas, siendo en 1999 investido doctor honoris causa por la Universidad de Murcia. En 2000, el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) le dedica una exposición y dos años después fue distinguido con la Medalla de Oro de la Ciudad de Murcia y el Premio Velázquez de las Artes. En 2003, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid le dedicó una exposición conmemorativa.

Entre sus temas pictóricos destacan los paisajes, los retratos, los bodegones (el vaso de agua) y los homenajes, estos dos últimos unidos entre sí, destacando los bodegones con homenajes insertos en sus esquinas.

Éstos constituyen el espejo en el que se reflejaba Gaya.

Andrés Trapiello, escribió sobre él: “Todo en su vida, de una u otra manera [...], parece haber sido dispuesto, tramado, urdido para vivir en esa vieja ciudad, silenciosa y solitaria, de la pintura, y siempre que entendamos por pintura una forma de conciencia y no otra cosa”. “Vida menuda hecha pintura, trascendida en pintura”, dice Bonet, y Benítez agrega: “Frente al prestigio contemporáneo de lo novedoso, apostó por el prestigio intemporal de lo intemporal mismo”.

 

Obras de ~: La silla, 1923; Retrato de mi padre, 1926; Bodegón del naipe, 1927; Cernuda en la playa, 1934; Retrato de Juan Gil-Albert, 1937; El embarcadero de Chapultepec, 1947; VII Homenaje a Velázquez (la Venus), 1948; Retrato de Tomás Segovia, 1949; El Bautismo, 1960; La Verónica de Salzillo, 1975; La acequia, gouache sobre papel, 1977; Homenaje a Turner, 1979; Autorretrato con geranio, 1982; Batalla de samuráis, 1986; El niño de Vallecas, 1987; Homenaje a Picasso de Max Jacob y mío a Picasso, 1989; Autorretrato, 1994; Homenaje a Galdós, 1995; El gran retrato japonés, 1998; Autorretrato, 2000.

Escritos: El sentimiento de la pintura, Madrid, Arión, 1960; Velázquez, pájaro literario, Barcelona, Editorial R. M., 1969; Nueve sonetos del diario de un pintor, Murcia, Edición Chys, 1982; Sentimiento y sustancia de la pintura, Madrid, Murcia, Ministerio de Cultura, Comunidad Autónoma de Murcia, 1982; Homenaje a Picasso, epílogo para una exposición de Francisco J. Flores Arroyuelo, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1984; Diario de un pintor (1952-1953), Valencia, Pre-Textos, 1984; Carta a un amigo músico (1985); Obra Completa, ts. I, II, III y IV, Valencia, Pre-Textos, 1990, 1992, 1994 y 2000; Cartas de Ramón Gaya, Murcia, Museo Ramón Gaya, 1993; Algunos poemas, intr. de Francisco Brines, Valencia, Pre-Textos, 2001 (1991); Naturalidad del Arte (y artificialidad de la crítica), Valencia, Pre-Textos, 2001 (1996); Algunas cartas, Valencia, Pre-Textos, 1997; Antología, selec. y pról. de Andrés Trapiello, Madrid, Fundación Central Hispano, 2003.

 

Bibl.: VV. AA., Ramón Gaya, catálogo de exposición, Madrid, Galería Multitud, 1978; Homenaje a Ramón Gaya, Murcia, Editora Regional de Murcia 1980; J. Bergamín, M. Z ambrano, J. Gil-Albert et al., Ramón Gaya: exposición antológica, catálogo de exposición, Valencia, Consellería de Cultura, Educación y Ciencia, 1984; VV. AA., Sentimiento y sustancia de la pintura, pról. de Andrés Trapiello, Madrid, Murcia, Ministerio de Cultura, Comunidad Autónoma de Murcia, 1989; B. Guerrica-Echevarría, Ramón Gaya: pintura 1922-1988, Madrid, Ministerio de Cultura, Comunidad Autónoma de Murcia, 1989; M. Replinger González, “El diálogo de María Zambrano y Ramón Gaya”, en Murgetana, 83 (1991), págs. 129-136; C. Belda Navarro, Ramón Gaya y Velázquez, Murcia, Museo Ramón Gaya, 1991; R. Gullón (dir.), Diccionario de Literatura española e hispanoamericana, Madrid, Alianza Editorial, 1993; A. Trapiello, “Cuatro fragmentos para Ramón Gaya”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 539-540 (1995), págs. 101-116; VV. 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Diccionario Biográfico Español

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