Marquina Angulo, Eduardo. Barcelona, 21.I.1879 ‒ Nueva York (Estados Unidos), 21.XI.1946. Escritor.
Nacido en una familia de clase media, Eduardo era el segundo de siete hijos del matrimonio formado por Luis Marquina, originario de Zaragoza, y de Eduarda Angulo, nacida en Barcelona, pero de ascendencia leonesa.
En 1886, Eduardo inició su escolarización en el colegio de las Escuelas Cristianas de la calle Moncada, regentada por religiosos franciscanos, del que pasará dos años más tarde al de los padres jesuitas (Montero Alonso, 1965: 17). Terminado el bachillerato en dicho centro, siguió vinculado a él como exalumno a través de las veladas literarias promovidas por la congregación de San Luis Gonzaga, en las que se orientaba hacia la lectura de los que iban a ser, por entonces, sus autores preferidos: los románticos españoles, los jóvenes Miguel de Unamuno y Joan Maragall, y, entre los extranjeros, Henrik Ibsen, Liev N. Tolstoi, Gabriele D’Annunzio, Paul Verlaine, etc. (Marquina, 1964: 169 y 183). En 1896 se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, pero fracasó en los exámenes y abandonó la carrera. Al morir su padre, entró como oficinista, encargado de la correspondencia comercial, en la misma empresa de productos químicos en la que aquél trabajaba. En noviembre de 1897, junto con su amigo Luis de Zulueta, empezó a colaborar en una revista de orientación modernista, Luz, en la que se publicaron sus primeros poemas, y en la que se traducían textos de poetas europeos que representaban la nueva estética: en diciembre de 1898, apareció la traducción de l’Art poètique de Paul Verlaine, realizada por Marquina; más tarde tradujo Les fleures du mal, de Baudelaire. En 1898 comenzó a publicar en un diario republicano y catalanista —La Publicidad— unos poemas de tema cívico escritos en endecasílabos libres. Juntamente con Zulueta, publicó en dicho diario un folleto taurino (Lo que España necesita: menos guerra y más Guerrita) y el poema dramático Jesús y el Diablo (1889). Algunos lectores y accionistas de La Publicidad promovieron una suscripción para editar en un volumen, con el título de Odas (1901), una selección de dichos poemas. Por entonces, absorbido por su actividad e inquietudes literarias, dejó el trabajo en la mencionada empresa y comenzó a escribir para la revista Vida Nueva artículos de tendencia radical, considerados por algún crítico como “cantos ardientes de protesta contra los políticos nefastos a la patria y contra el régimen mismo” (González Blanco, 1917: 308). Al tiempo, participaba activamente en el ambiente de los jóvenes escritores y artistas de Barcelona: en Els Quatre Gats, conoció a Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Pompeyo Gener y a Pablo Picasso, el cual, años más tarde, en una nota de presentación, se refirió a él como “mon vieux frère d’armes Eduardo Marquina, notre plus grande poète et un des mes meilleurs amis” (Amorós, 2005: 215).
En 1900 viajó a Madrid, con el deseo de conocer —y darse a conocer en— el mundo literario de la capital; entró en relación con los escritores Joaquín Dicenta, Ramón María del Valle-Inclán, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Miguel de Unamuno (con el que mantuvo una amistosa correspondencia entre 1904 y 1910), etc. Visitó a Juan Valera, al que había enviado sus Odas, y que “acoge con benevolencia al joven poeta y, con su autoridad, le otorga crédito literario”, al tiempo que le previno sobre algunas deficiencias derivadas, a su juicio, de la nueva estética, observación que le reiteró al recibir su segundo libro de poemas, Vendimias (1901): “Veo en usted prendas de excelente poeta, aunque recelo que se extravíe y amanere” (Amorós, 2005: 17 y 21). De vuelta a Barcelona, escribió sus primeras obras teatrales: El Pastor y Emporion, drama lírico con música de Enrique Morera, escrito en catalán, y que fue estrenado en dicha ciudad en 1906. En junio de 1901 se encontraba de nuevo en Madrid, donde colaboró en España Nueva y en El Imparcial. En 1902, por mediación de Ruperto Chapí, logró estrenar en el Teatro Español El Pastor, drama rural y en verso, que no obtuvo el agrado del público. Entre los espectadores figuraba Galdós, que, a pesar del fracaso, le animó a seguir adelante. En 1902 estrenó Agua mansa y en 1903 La vuelta del rebaño, dos zarzuelas, también de temática rural, en prosa y con música de Juan Gay, con las que logró una modesta acogida. El 18 de junio de 1903 se casó con Mercedes Pichot, a quien conocía desde la infancia, pues vivía en la misma casa de la calle Moncada, y con cuya familia compartía Eduardo sus inquietudes artísticas e intelectuales. En 1904 nació Luis, su único hijo. Ese año estrenó una zarzuela de evocación histórica, El Delfín, situada en la etapa de la restauración borbónica francesa de Luis XVIII, y en 1906 otra, Benvenuto Cellini, ambientada en la Italia del Renacimiento. Estas obras anunciaban un cambio temático en su teatro en busca de un acercamiento a los gustos del público burgués, cuyas expectativas iban a condicionar al escritor en su evolución ideológica.
Por entonces fue enviado de corresponsal del periódico España Nueva a Italia y después a Francia; en París, los Pichot tenían casa, por lo que en adelante realizó frecuentes viajes a la capital francesa. A comienzos de 1908, ya en Madrid, redactó un nuevo drama de tema histórico. Preocupado por conseguir una adecuada ambientación literaria, estudió la épica, el romancero y otros textos medievales. Al leer en el Poema de Mío Cid el episodio del robledal de Corpes, sintió una profunda emoción, lo que explica que el centro de atención de su nueva obra, Las hijas del Cid, lo constituya el conflicto personal de éstas con los infantes de Carrión que culminó en la afrenta de Corpes. La obra se estrenó el 5 de marzo de 1908 en el teatro Español con la Compañía de María Guerrero, y esta vez “con el sortilegio de su musa acertó a conmover” al público, según palabras de M. Bueno en el Heraldo de Madrid, el día siguiente. Años más tarde, Ramón Menéndez Pidal reconoció “verdadero talento” y “gran vigor artístico” en la construcción del drama y “una intensa ráfaga de poesía” en la secuencia de Corpes, pero echaba en falta la escena “capital” de las Cortes de Toledo y una adecuada configuración de la personalidad del Cid, “que tan opuesto al del poema es en el drama” (R. Menéndez Pidal, 1945: 238-239, y 1955: 58). En reconocimiento del valor estético de la obra, la Real Academia Española le concedió el Premio Piquer. Acogida similar obtuvo en 1909 Doña María la Brava, obra situada en el reinado de Juan II de Castilla, en la que destacan las intrigas de los nobles que provocaron la caída del condestable, Álvaro de Luna, enamorado de la protagonista, empeñada en esclarecer y vengar la muerte de su hijo Alonso.
En 1910, Fernando Díaz de Mendoza, marido de María Guerrero, le pidió con urgencia que escribiera una nueva obra para unirla al repertorio de la compañía en su próxima gira por América del Sur. Al confesarle Marquina su precaria situación económica (en el Heraldo de Madrid acababan de prescindir de su colaboración habitual “Canciones del momento”), Mendoza le ofreció una generosa ayuda para que pudiera dedicarse por entero a la redacción del nuevo drama, que versaría sobre el final de los Tercios españoles en Flandes. Logró terminar En Flandes se ha puesto el sol antes de partir la Compañía y el 27 de julio de 1910 se estrenó en Montevideo con gran éxito, que se repitió en la puesta en escena en el teatro de la Princesa de Madrid el 18 de diciembre. La obra se centra en el drama personal del militar español Diego de Acuña (casado con una flamenca: Magdalena), que, desolado por el triunfo de la sublevación contra la Corona española, decide, no obstante, permanecer en Flandes e incorporarse al destino del país de su mujer y del hijo de ambos, Albertino, símbolo de la integración cultural de España en Europa que Marquina deseaba para el país en 1910.
El éxito de las tres últimas obras favoreció el triunfo de un nuevo teatro poético anhelado por Jacinto Benavente en 1908: “El teatro necesita poetas [...] para despertar la imaginación del público, tan cerrada, tan dormida, que hasta la misma realidad le parece falsa” (J. Benavente, 1909: 110). Marquina consolidó la implantación de dicho teatro con sus obras inmediatas: El rey trovador (1912, una historia de amor en el ámbito de los trovadores provenzales y en el contexto de las cruzadas), Por los pecados del rey (situada en la Corte de Felipe IV, que, a punto de perder Portugal, se hundía en la melancolía, de la que pretendía evadirse en sus tentativas amorosas, esta vez frustradas ante la resistencia moral de la actriz María Candado, que, no obstante, lamentaba la soledad del Rey, cercado por Olivares: “Mal haya, amén, una Corte / que os condena a soledad”), Las flores de Aragón (1914, intrigas cortesanas que han de sortear los jóvenes Isabel y Fernando para lograr sus objetivos amorosos y de unidad: “Tanto monta el reino que / cada cual trae en su mano / ¡Ya es uno: el amor lo empieza!”), Cantigas de serrana (1914, inspirado en el poema de Juan Ruiz dedicado a la serrana Gadea de Riofrío), El gran capitán (1916, apoyo de la reina Isabel a la campaña de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia frente a las reticencias del rey Fernando). Este mismo año, Marquina fue invitado por María Guerrero y su marido a una nueva gira de su compañía teatral por tierras americanas. En el repertorio llevaban tres obras del dramaturgo: Doña María la Brava, En Flandes se ha puesto el sol y Las flores de Aragón. Actuaron en Montevideo, Buenos Aires, Lima, Caracas, Puerto Rico y La Habana; en algunas de estas ciudades, impartió conferencias o recitales de sus poemas. Al terminar la Primera Guerra Mundial, abandonó el teatro de tema histórico, escribió algunas comedias (Don Diego de noche, 1918, Don Luis Mejía, 1925, sobre el rival de don Juan, etc.) y volvió sobre el drama rural de sus inicios, con obras como El pobrecito carpintero (1924), Fruto bendito (1926), La ermita, la fuente y el río (1927), etc. De ellas, es esta última la que ha concitado mayor interés de los críticos.
La protagonista del drama, Deseada, que siente una irreprimible atracción por el novio de su hermana Lucía, termina suicidándose para no interferir entre el amor de ambos. Se ha relacionado dicha obra con El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, de Federico García Lorca, por la coincidencia de don Perlimplín y Deseada en su sacrificio para no obstaculizar la realización amorosa de Lucía o de Belisa, así como por el tema de la opresión ejercida por el mundo rural sobre los sentimientos amorosos, lo que la asemeja a Yerma. Además, se da la significativa circunstancia de que la misma actriz, Margarita Xirgú, representó a Deseada en 1927, y a Yerma en 1934, en la tragedia homónima de Lorca.
En 1930 viajó a Polonia con otros miembros de la Sociedad de Autores para participar en el XI Congreso de Autores Dramáticos y Musicales, al que asistieron más de cien representantes de diversos países.
A partir de sus intervenciones y, a propuesta de los delegados franceses, ingleses y alemanes, fue elegido presidente para el siguiente congreso. Ese mismo año, aceptó la subdirección de un nuevo periódico de orientación conservadora, Más, para el que le pidieron su colaboración por su prestigio e ideario. En 1932 fue nombrado presidente de la Sociedad de Autores.
En esta época, volvió sobre el tema histórico en obras como Teresa de Jesús (1933, pieza escrita en octosílabos, sobre la vida y personalidad de la santa reformadora), El nombre del Padre (1935, en torno a la figura de un conquistador de América), etc. En abril de 1936, invitado por la actriz Lola Membibres, que iba a representar algunas obras de Marquina en América, éste viajó a Buenos Aires acompañado de su esposa. En julio se produjo en España la sublevación militar que desencadenó la Guerra Civil. Partidario de los sublevados, temió por la vida de su hijo Luis, que logró evadirse a Perpiñán con su familia, adonde acudieron los Marquina a recogerlos para volver juntos a Buenos Aires. En 1937, escribió un nuevo drama histórico, La Santa Hermandad, sobre dicha institución al servicio de la función estabilizadora y unificadora de los Reyes Católicos frente a la inseguridad social y al poder abusivo y disgregador de la nobleza. Subyace una simbología alusiva a la Guerra Civil: lucha entre los dos hermanos: Blas —el bueno— y Martín, víctima de la seducción de la juglaresa Gadea; Catalina (España) es la joven que ambos hermanos pretenden; hay referencias al “orden” y unidad de España y a la superación del separatismo (“La España unida y en orden / que Isabel nos prometió”, “Ya es de una pieza España”) y una exaltación ferviente de la fe católica. En 1938 volvió a España y se instaló en Sevilla, desde donde se trasladó a Madrid al final de la guerra. El 3 de agosto de 1939 leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española: Lope. Escribió el guión de la película El alcázar de Toledo.
En 1943 estrenó María la viuda, obra en la que se contraponen dos figuras de mujer que simbolizan sendas conductas morales en la inmediata posguerra: Paula, que pretende llegar a la santidad por la vía del rigor ascético y la intolerancia, y María, modelo de caridad, al ser capaz de perdonar e incluso tratar con amor de madre al asesino de su hijo. A comienzos de 1946, el Ayuntamiento de Barcelona le honró con la Medalla de Oro de la ciudad. A finales de julio de ese mismo año, acompañado por su hijo, viajó a Bogotá para asistir, en representación del Gobierno español (su teatro de evocación nostálgica de los valores de la España Imperial cuadraba con el ideario del nuevo Régimen) a la toma de posesión del presidente electo del país, Alberto Ospina. A continuación, viajó a Costa Rica y Puerto Rico, desde donde se trasladó a Washington para asistir al Congreso Internacional de Autores y Compositores. A mediados de noviembre se encontraba en Nueva York para volver a España, pero un ataque cardíaco le impidió emprender el viaje; se agravó la enfermedad y una nueva crisis acabó con su vida el 21 de noviembre de 1946.
El 3 de diciembre sus restos mortales llegaron en el vapor Marqués de Comillas al puerto de La Coruña.
Marquina había sido un escritor prolífico, notable poeta modernista, iniciador del teatro poético (del que participaron autores de la valía de Valle-Inclán y Jacinto Grau), que dejaba obras de indudable calidad estética, como En Flandes se ha puesto el sol, La ermita, la fuente y el río, etc. En medio de su cambiante biografía intelectual y cívica (tendencia social y revolucionaria en su juventud, regeneracionista y afín a la Institución Libre de Enseñanza en su madurez, nacional-católico desde la década de 1930), pervive la imagen de una persona tolerante (a juzgar por la diversidad de sus relaciones amistosas y epistolares) y de un hombre generoso y “profundamente bueno” (Amorós, 2005: 12).
Obras de ~: con L. Zulueta, Jesús y el diablo, Barcelona, Serra Hermanos y Rossell, 1899; Odas, Barcelona, Serra Hermanos y Rossell, 1900; Vendimias, Barcelona, F. Seix, 1901; Églogas, Madrid, Rodríguez Sierra, 1901; El pastor, Barcelona, Imprenta La Campana y la Esquella, 1902; La vuelta del rebaño, zarzuela con letra de ~ y música del maestro J. Gay, Madrid, R. Velasco, 1903; Agua mansa, zarzuela con letra de ~ y música del maestro J. Gay, Madrid, R. Velasco, 1903; Elegías, Madrid, Renacimiento, s. f.; Emporion, drama lírico en tres actos, letra de ~, música de E. Morera, Barcelona, Fidel Giró, 1906; Benvenuto Cellini, Madrid, R. Velasco, 1906; El delfín, zarzuela en prosa, original de ~ y J. Salmerón, música de los maestros Barrera y Gay, Madrid, R. Velasco, 1907; Las hijas del Cid, Madrid, R. Velasco, 1908; Doña María la Brava, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, 1910; En Flandes se ha puesto el sol, Madrid, Imprenta Artística Española, 1911; El Rey trovador, Madrid, Renacimiento, 1912; Por los pecados del rey, Madrid, Imprenta Artística Española, 1913; Las flores de Aragón, Madrid, Renacimiento, 1915; El Gran Capitán, Madrid, Renacimiento, 1916; El pobrecito carpintero, Madrid, Editorial Reus, 1924; con A. Hernández Catá, Don Luis Mejía, Madrid, Editorial Reus, 1925; Fruto bendito, Madrid, Editorial Reus, 1927; La ermita, la fuente y el río, Madrid, Editorial Reus, 1927; Teresa de Jesús, Madrid, Editorial Reus, 1933; En el nombre del padre, Madrid, Editorial Reus, 1936; La Santa Hermandad, Madrid, Estudios Cerón, 1940; María, la viuda, Madrid, Ediciones Españolas, 1943; Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, 1944-1951, 8 vols.; Días de infancia y adolescencia. Memorias del último tercio del siglo XIX, Barcelona, Editorial Juventud, 1964; En Flandes se ha puesto el sol. La ermita, la fuente y el río, ed. intr. y notas de B. Herranz Angulo, Madrid, Editorial Castalia, 1996.
Bibl.: J. Benavente, “El teatro de los poetas”, en El teatro del pueblo, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1909, págs. 110- 111; A. González Blanco, Los dramaturgos españoles contemporáneos.
Primera serie, Valencia, Editorial Cervantes, 1917, págs. 295-330; R. Menéndez Pidal, La epopeya castellana a través de la literatura española, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1945; J. M.ª Pemán, “Necrología”, en Boletín de la Real Academia Española, XXV (1946), págs. 337-347; R. Menéndez Pidal, “Introducción” al Poema de Mío Cid, Madrid, Espasa Calpe, 1955 (col. Clásicos Castellanos); J. Montero Alonso, Vida de Eduardo Marquina, Madrid, Editora Nacional, 1965; J. M. Cabrales Arteaga, La Edad Media en el teatro español entre 1875 y 1936, Madrid, Fundación Juan March, 1986; B. Hernán Angulo, La recepción crítica del teatro de Eduardo Marquina, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1994; A. Amorós, Correspondencia a Eduardo Marquina, Madrid, Castalia, 2005.
Demetrio Estébanez Calderón