Hernández Luquero, Nicasio. Montejo de Arévalo (Segovia), 12.IV.1884 – Arévalo (Ávila), 4.X.1975. Escritor, poeta y traductor.
Por la vieja costumbre de ir a dar a luz a la casa de la madre, nació en Montejo, pueblo distante nueve kilómetros de Arévalo, del que descendía su madre. A los pocos días se trasladó a Arévalo, donde su familia tenía su hidalgona casa en la plaza de la villa y que sería su residencia habitual —junto con Madrid— hasta su muerte en 1975. Es Arévalo un poblachón castellano de viva luz, “de mieses doradas” y esbeltas torres románico-mudéjares. En esa plaza silente, ancha y sombría por la que anduvieron Isabel de Castilla y Juan de la Cruz, hizo sus primeras travesuras y experimentó sus primeras delectaciones. Estudió el bachillerato en Arévalo y Ávila para ingresar después en la escuela de Ingenieros de Montes en El Escorial, al que consideró su segundo pueblo, carrera que abandonó a la muerte de su padre, teniente coronel, en 1897. Sus primeras lecturas son obras militares, la Historia de la guerra civil de Pirala, luego El Quijote, los clásicos en general y Galdós.
Su afición por las letras lo llevó a Madrid en 1900, momento efervescente en el aspecto intelectual y literario, lleno de cenáculos y de tertulias a los que se sumó apasionadamente. Colaboró en las principales revistas y periódicos: La Lucha, El Globo, El País, España Nueva, Blanco y Negro, Heraldo de Madrid, Mundo Gráfico, El Imparcial, La Esfera, El Liberal, El Norte de Castilla, etcétera. Sus primeras crónicas aparecieron en La Lucha, en 1905. El tema de sus artículos es de lo más variado: política, literatura, crítica, actualidad. “Hernández Luquero —dice Gómez de la Serna— escribía como Villarroel y componía el artículo moderno, visional y sin moraleja ni retintín elegíaco, con una fantasía de artista”. Sintió entusiasmo por el anarquismo, especialmente por Kropotkin y por las ideas modernas de progreso y revolución.
Aunque no perteneció a ningún partido político coloca a Pi y Margall en las más altas cimas de su admiración, con Tolstoi, Zola, Gorki y Galdós. “Vagante en corte”, vivió la bohemia madrileña de principios de siglo de manera peculiar, “estando eternamente en casas de huéspedes, con dos principios”. Asistió a numerosas tertulias, a la sagrada cripta del Pombo en el homenaje a Picasso, al Nuevo Levante, al Fornos, al café Callao al que acudían Diego de San José, Julio Hoyos, Gonzalo Seijas, el poeta hampón padre Luis de Gálvez y Rafael Lasso de la Vega. Con Germán Pérez de la Mata participó en frecuentes actos literarios, como el de El Ateneo en homenaje a Rubén Darío, en el que tomaron parte Andrés González Blanco y Nilo Fabra. En Arévalo fundó con Ángel Macías y Mamerto Pérez Serrano dos semanarios combativos: El Despertar Castellano y El Heraldo. En 1909, durante la semana trágica de Barcelona en la que el Gobierno de Maura llamó a los reservistas para la guerra de Marruecos, publicó el artículo “Abajo la guerra” por el que fue procesado por incitar a la rebelión. En 1910 publicó El ensueño roto, novela de tipo sociológico que dedicó a “todos los videntes, a todos los románticos que han visto sus ensueños rotos por la manotada de hierro de la inmunda realidad de hoy”.
Otro aspecto importante de Luquero lo constituye la poesía, que también está dispersa en toda la prensa nacional. Si la prosa, especialmente sus crónicas, le sirven para expresar sus inquietudes políticas y sociales, la poesía, en cambio, es un desahogo romántico y en ella se expresa lo más íntimo y personal del poeta: el amor a la naturaleza, a las cosas y la ternura franciscana hacia los animales.
Hizo numerosas traducciones, entre las que destacan: El futurismo de Marinetti (1912), que tanto influyó en las artes posteriores de vanguardia, y El inocente de D’Annunzio en 1926. A Luquero se le ha comparado con otro escritor abulense, José Somoza y Muñoz, el hereje de Piedrahíta. Los dos tenían un espíritu liberal, los dos fueron almas sencillas, exquisitos poetas y los dos están hoy injustamente olvidados.
Fue también Luquero un lector entusiasta, “amante y más que amante, galán de los libros”. Su pasión por ellos le llevó a reunir una selecta biblioteca que fue devorada por el fuego en 2001, cuando su hija Aurora acababa de donarla al Ayuntamiento de Arévalo.
Obras de ~: El ensueño roto (Hacia una nueva égida): novela, Madrid, Layunta y Cía., 1910; F. T. Marinetti, El futurismo, trad. de ~ y G. Gómez de la Mata, Valencia, F. Sempere y Cía., 1912; Homero, Odisea, trad. nueva del griego de L. de Lisle, vers. esp. de ~, Valencia, Prometeo, 1916; A. Hamon, Las lecciones de la guerra mundial, trad. de ~, Valencia, Prometeo, [1916]; E. Jaloux, El demonio de la vida, pról. de V. Blasco Ibáñez, vers. esp. de ~, Valencia, Prometeo, [1919]; Una bala perdida (la novela del domingo), Madrid, 1923; G. D’Annunzio, El inocente, trad. de ~, Madrid, Mundo Latino, 1926; A. Maurois, Diario (Estados Unidos), Madrid, Espasa Calpe, 1947 (col. Austral, 750); Breve antología poética (poemas de Arévalo), selecc. de J. Hedo Serrano, Arévalo, 1984; Antología de Nicasio Hernández Luquero (prosa y verso), selecc. y pról. de J. Hedo Serrano, Ávila, Diputación Provincial-Institución Gran Duque de Alba, 1985; C. Invernizio, El cadáver acusador, Barcelona, Maucci, s. f.; L. Motta, El león de San Marcos, trad. de ~, Barcelona, Maucci, s. f.; Siete, Los siete cabellos del Hada Gusmara, trad. de ~, Barcelona, Maucci, s. f.; La sospecha (zarzuela dramática), s. f. (inéd.); El amor rescata, s. f. (inéd.).
Bibl.: R. Gómez de la Serna, Escritos autobiográficos, I. Automoribundia (1888-1948), vol. I, cap. XXXIII, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998, págs. 235-236.
Jesús Hedo Serrano