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José María Queipo de Llano y Ruiz de Saravia

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Biografía

Queipo de Llano y Ruiz de Saravia, José María. Conde de Toreno (VII), vizconde de Matarrosa. Oviedo (Asturias), 26.XI.1786 – París (Francia), 16.IX.1843. Escritor, orador, rentista, hombre de Estado.

Nació como primogénito de la casa de Toreno, una de las más ricas, antiguas e ilustres del Principado de Asturias. Su padre era José Marcelino Queipo de Llano y su madre Dominga Ruiz de Saravia, de una antigua familia de Cuenca. Su ascendencia aristocrática no impidió que tomara partido por la revolución liberal desde el principio. Tenía cuatro hermanas, por lo que, al ser el único varón de la familia, fue tratado en muchas ocasiones como un hijo único al que debía dársele una educación más completa. A los cuatro años viajó con sus padres por Madrid, Toledo y Cuenca, lugar donde adquirió sus primeras nociones de educación literaria, iniciadas con el estudio de la lengua latina. En 1797, la familia se instaló en Madrid, donde el joven, bajo la dirección de su preceptor y paisano Juan Valdés, empezó a conocer los principios del liberalismo, iniciándose en la lectura de obras cumbres del racionalismo, como El Emilio y El Contrato Social, de Rousseau. Continuó con su formación en Humanidades, Matemáticas y Física Experimental, mostrándose siempre como alumno muy aventajado, por lo que la completó realizando cursos de Química, Mineralogía y Botánica. Estudió también Letras Griegas y los idiomas francés, inglés e italiano, así como algo de alemán, aunque no olvidó el conocimiento de su lengua propia de la que muy pronto dio muestras de utilizar con mucha corrección y elegancia.

Sus estudios de estas materias no hicieron que se dedicara a escribir textos literarios, pues lo único que se conoce de su producción literaria son unas quintillas, escritas para el álbum de la esposa del conde de Latour-Maubourg, que era el embajador de Francia en España. En 1803, sus padres regresaron a Asturias y él volvió a la Corte para pasar allí largas temporadas, continuar sus estudios y entablar contacto con Agustín Argüelles, José Fernández Queipo y Ramón Gil de la Cuadra, personas que profesaban los principios políticos más avanzados. Se cree que por entonces hizo una traducción de Eutropio, un escritor latino del siglo IV, autor de un Compendio de Historia Romana, en diez libros que no se editó pero que anunciaba su afición a los estudios históricos serios.

El estallido de la guerra el 2 de mayo de 1808 le sorprendió en Madrid, donde corrió cierto peligro por intentar salvar a su amigo Antonio Oviedo. En esa época llevaba el título de vizconde de Matarrosa y dejó Madrid pocos días después del 2 de mayo para llegar a Oviedo, donde contribuyó a regularizar el movimiento del pueblo. Estaba congregada la Junta General del Principiado de la que eran individuos natos los condes de Toreno, por privilegio de familia, como alféreces mayores hereditarios del Principado.

Fue nombrado individuo de la Junta, pese a su corta edad (poco más de veinte años) y elegido para pasar a Inglaterra con Andrés Ángel de la Vega para pedir auxilio y sentar las bases de una futura alianza. Representó en Londres a la Junta Suprema de Asturias y su papel fue un éxito, siendo objeto de aclamaciones permanentes. El 30 de mayo de 1808 salieron de Gijón los comisionados, llegando a Falmouth el 6 de junio y la mañana del día siguiente estaban en el Almirantazgo de Londres. Se reunieron con Mr. Canning, ministro de Relaciones Extranjeras, que se mostró muy interesado por la importancia que podría tener para Europa el levantamiento en España. Allí entabló amistad con hombres ilustres, como Castlereahg, Wellington, lord Holland, etc. y el insigne literato y orador Scheridan, autor de gran ironía y elocuencia, similares a las de Toreno. También estrechó en ese lugar su amistad con Agustín Argüelles, que había sido comisionado allí para entablar una negociación delicada con el gabinete británico.

En diciembre de 1808 regresó a Oviedo donde, a la muerte de su padre, cambió su título por el de conde de Toreno. Permaneció en Oviedo hasta mayo de 1809, ocupado por asuntos familiares y en asistir a las sesiones de la Junta, debido a las leves disensiones con algunos de sus individuos, hasta que llegó a Oviedo el marqués de La Romana, recién llegado del Norte.

Según cuenta Leopoldo Augusto de Cueto en Galería de Españoles Célebres Contemporáneos. Biografía del Conde de Toreno, este individuo disolvió la Junta por la fuerza de las bayonetas, parodiando ridículamente el 18 brumario de Napoleón y formó otra Junta de la que nombró miembro a Toreno. Pese a que éste se había quejado de la antigua Junta, consideró que el comportamiento del marqués de La Romana había sido ilegal y violento. Pensando que su actitud había sido arbitraria y perjudicial para la causa pública, decidió no aceptar el nombramiento por considerar muy serios los problemas ocasionados. Su oposición al marqués de La Romana le podía haber costado algún sinsabor, pero ése no se pudo producir porque entonces el Principado fue invadido repentinamente por el mariscal Ney y el general Killermann. El conde permaneció en Asturias, unido a las tropas españolas refugiadas en las montañas de Covadonga, mientras duró la ocupación. Terminada ésta, salió por mar hacia Andalucía en septiembre de 1809, llegando a Sevilla donde se encontraba la Junta Central de la que eran miembros el marqués de Campo Sagrado, su tío, y Jovellanos, a quien había conocido en Madrid.

En el traslado de la Junta Central a la Isla de León, Toreno pasó a Cádiz, donde recibió poderes de la Junta de León para que la representase cerca del Gobierno, desempeñado entonces por la Regencia y, poco después, recibió ese mismo encargo del Principado de Asturias. Insistió Toreno, debido a los impulsos de sus pocos años, para que se pidiera a la Regencia la convocatoria de Cortes. Accedieron a su propuesta y se le encargó que realizara la exposición, así como la presentación a la Regencia, en compañía de Guillermo Dualde, diputado por Cuenca, dignidad de chantre en su Iglesia catedral, y padre apostólico.

El 16 de julio de 1810 fue leído por el conde el citado escrito, un texto que pareció demasiado imperativo al obispo de Orense, uno de los Regentes, pues contestó a los diputados con notable destemplanza.

Las desavenencias se aplacaron gracias a la intervención del general Castaños, y se produjo un resultado inmediato y eficaz, pues al día siguiente se promulgó el decreto convocando a Cortes, Se fijó la instalación de las Cortes para el 24 de septiembre de 1810, fecha en la que ya le habían surgido a Toreno distintas filias y fobias. Él consideraba ese día como el inicio de una era de regeneración y de gloria, sin tener en cuenta las futuras consecuencias funestas que tendría para el país. La nueva invasión del Principado de Asturias retrasó allí las elecciones, que no pudieron celebrarse hasta que no quedó libre, siendo nombrado como uno de sus diputados a Cortes el conde de Toreno. Le faltaba cerca de un año para cumplir los veinticinco que se requerían, pero, no sin acalorados debates, se le dispensó la edad por el Congreso en la sesión del 16 de marzo de 1811, entrando a jurar y tomar posesión, como diputado propietario, dos días después. La primera vez que intervino fue para hablar de señoríos y derechos jurisdiccionales, momento en que dio muestras de su talento y de su desprendimiento porque él era propietario de algunos de los privilegios que se intentaba abolir, demostrando así su honestidad y sus sentimientos patrióticos.

Participó activamente en casi todos los debates para elaborar la futura Constitución, dando muestras, en ese momento, de un exaltado liberalismo. Intervino en la sesión del 25 de agosto de 1811 para tratar sobre el principio de la soberanía nacional, también intervino para negarse a que la Constitución admitiera el veto real, cuando decía que la potestad de hacer las leyes residía en las Cortes con el Rey. Estuvo de acuerdo con la comisión en la existencia de una sola Cámara y en el debate sobre la declaración de guerra y de paz. La comisión de Constitución inició la discusión para elaborar el contenido del título IV del proyecto de Constitución. Su título, “Del gobierno interior de las provincias y de los pueblos”, indicaba ya la necesidad de configurar una normativa uniforme sobre la administración territorial y local. El capítulo I, dedicado a los ayuntamientos, introducía, por primera vez, la aparición de un cargo, el jefe político, que iba a encargarse de presidir los ayuntamientos.

El debate era necesario porque a la hora de discutir sobre el primer artículo de ese capítulo, los diputados que intervinieron dejaron ver su discrepancia con la presidencia del ayuntamiento por parte del jefe político.

El conde de Toreno, en su defensa al artículo del proyecto, pronunció un discurso, que fue lo más llamativo de la sesión. Su consideración establecía que la presencia del jefe político era indispensable para que se respetara un principio básico: el de la soberanía nacional.

Sus argumentos invalidaron la repulsa del jefe político manifestada por el diputado americano, señor Castillo, porque, según su planteamiento, su presencia era necesaria para evitar el posible federalismo que podría surgir en caso de no admitir que los ayuntamientos eran sólo subalternos del poder ejecutivo y, en consecuencia, debían estar controlados por el propio poder ejecutivo. El jefe político era el freno para evitar la tendencia natural de los ayuntamientos de considerarse representantes de los pueblos. Destruir las argumentaciones del señor Castillo no fue una tarea complicada para Toreno porque, desde un principio, se manifestó que la Constitución debía resaltar, en el punto relativo al gobierno de los pueblos, uno de los principios básicos del liberalismo: la defensa de la soberanía nacional.

En todos los debates realizados, dio muestras de su capacidad, sobre todo en las cuestiones de guerra y hacienda. Llegado el término de las Cortes Extraordinarias y Constituyentes, y estableciéndose en el Código de 1812 el principio de que no pudieran ser reelegidos los diputados, el conde se quedó como un simple particular, aunque colocado ya, por la experiencia que había adquirido, entre los personajes políticos más notables. Trasladadas las Cortes a Madrid, viajó también allí, lugar donde permaneció hasta el 5 de mayo de 1814, fecha en que salió para Asturias.

Conocedor de la mala situación política que se vivía, no pudo prever que el día antes de su salida de Madrid, el Rey firmase en Valencia un decreto por el que quedaba abolido el sistema constitucional, declarando como rebeldes y facciosos a los que habían participado en su realización. Antes que premiarles por la lealtad hacia el trono y por su desmedido patriotismo, se les acusó con toda crueldad, no como víctimas de un error, sino como culpables de una acción ilícita.

Apenas llegado a Asturias, recibió la noticia de la disolución de las Cortes, de la prisión de los Regentes, de los ministros y de varios de los diputados amigos suyos, así como de que se había ordenado prenderle.

Resolvió abandonar España, embarcándose en Ribadeo para viajar a Lisboa, lugar al que llegó a mediados de junio de 1814. Una vez allí, no muy seguro de su tranquilidad en Portugal, decidió dirigirse a Inglaterra, donde llegó en los primeros días de julio. Permaneció en Londres hasta el mes de diciembre, momento en que marchó a París, pero el desembarco de Napoleón en Francia le obligó a regresar a Londres.

Allí se enteró de que sus bienes habían sido confiscados y que había sido condenado a muerte por tres de los cinco jueces que formaban la comisión creada con ese objetivo. A los diputados no se les podía acusar de ningún delito, ya que sólo se les perseguía por sus opiniones, pero a falta de cargos, se inventaron tan groseras y absurdas calumnias que sólo sirvieron para infamia de quienes las inventaron. Después de la batalla de Waterloo, y restablecido en el trono Luis XVIII, volvió a Francia, a principios de agosto de 1815, confiado en que su calidad de extranjero y su conducta, le bastarían para preservarle de todo riesgo. Pero, en aquel tiempo, su cuñado, el general Juan Díaz Porlier, preso entonces en La Coruña por su adhesión al gobierno constitucional, se levantó a favor de la restauración del sistema abolido en 1814, apoderándose de aquella plaza. El suceso alarmó a los legitimistas de Francia que, sospechando que Toreno y otros liberales residentes en Francia, no podían ignorar la conspiración, hizo que se les vigilara atentamente, hasta que en abril de 1816, bajo pretexto de supuestas inteligencias de algunos liberales españoles que estaban en Bayona, con otros de Navarra, fue preso el conde, junto con el general Mina. Después de los interrogatorios oportunos y viendo que las preguntas no tenían respuestas incriminatorias, N. Decazes, el jefe del ramo, decidió ponerle en libertad, después de dos meses en prisión, sin la menor prevención ni apercibimiento.

Fue un procedimiento irregular e injusto, promovido por el embajador español que quería obtener recomendaciones en Madrid.

Desde 1816 permaneció en París durante seis años, que fue el tiempo de su primera proscripción. En esos años vivió pobre y oscurecido, pero muy apreciado por los hombres imparciales, dedicándose al estudio y la observación y esperando mejores tiempos.

Escribió entonces un opúsculo, razonado y con mucha claridad que fue traducido a varias lenguas, Noticia de los principales sucesos ocurridos en el gobierno de España desde 1808 hasta la disolución de las Cortes en 1814. En esa época no se humilló, no se retractó y no hizo ninguna petición para mejorar su situación.

A mediados de 1819 ya se apreciaban conatos de sublevación en el ejército expedicionario destinado a Ultramar. Esa situación, alimentada por sociedades secretas, dio pie a que en 1820 se intentase otro cambio.

El 1 de enero de 1820, Rafael de Riego, comandante del segundo batallón de Asturias, proclamó en Cabezas de San Juan la Constitución de 1812. El gobierno se comportó con desidia, lo cual hizo que la población se familiarizase con los protagonistas del alzamiento y que el Rey se viera obligado a jurar el día 9 de marzo de 1820 la Constitución y que el día 10 afirmara que “marchaba francamente, y yo el primero por la senda constitucional”. Ese cambio provocó que a Toreno se le restituyeran todos sus bienes y que fuera enviado, como ministro plenipotenciario, a la Corte de Berlín. Se negó por tres veces a aceptar ese cargo, pues confiaba en ser elegido diputado por su provincia, Asturias; se fue de inmediato a Madrid donde estuvo a punto de ser nombrado presidente para dar inicio a la legislatura, pero se negó, lo que permitió que fuera elegido para ese cargo, Espiga, arzobispo electo de Sevilla, que debía ser más preferido que él por su dignidad, carácter y años. Propuso elaborar un discurso de contestación al Rey, encargándosele a él su realización, teniendo como compañeros en la comisión para redactar el discurso a Martínez de la Rosa y a otros diputados más.

España comenzó a entrar en una etapa de agitación popular, fomentada por el propio Riego que dio razones para que ocurrieran acontecimientos como el de la leyenda del Trágala, que entonó por primera vez el propio Riego y sus ayudantes. Toreno contribuyó en acabar con esa etapa turbulenta y restaurar el orden.

Debido a los seis años sufridos de proscripción, había ganado mucho en moderación e indulgencia, mostrándose contrario a las sociedades patrióticas, cuando éstas daban muestras de tener un carácter turbulento. Una de sus frases más conocidas era que probó que la verdadera libertad es el respeto recíproco de los hombres, fundado en la subordinación a la ley, exclamaba: “Nunca me apartaré de mis principios, mientras tenga aliento para respirar y lengua para sostener la libertad”. El 4 de febrero de 1822 se estaba discutiendo en el Congreso el proyecto de ley adicional sobre la libertad de imprenta y a la salida del Congreso, terminada la sesión, una turba de alborotadores, capitaneados entre otros, por un cómico llamado González que aspiraba a ser jefe político de Madrid, intentó asesinarle, y también a su amigo, Francisco Martínez de la Rosa (a éste y a Toreno se les llamaba pasteleros, nombre inventado para designar a los liberales de opiniones templadas que condenaban los extravíos de la exaltación.). Protegido por el general Morillo, conde de Cartagena, fue llevado a su casa, donde también vivía una de sus hermanas, la viuda del general Porlier que había muerto en el patíbulo, víctima de su odio al despotismo de Fernando VII.

Sin respeto a su memoria, la casa del conde fue allanada y heridos algunos de sus criados. Al día siguiente, pese a todo, los dos fueron al Congreso para seguir con el debate, “bajo de cuerpo, pero activo de pensamiento”. En esta etapa conflictiva, Toreno fue el primero en defender las ventajas de los principios del crédito y participó con elevación de miras y seguridad de principios en todos los debates importantes sobre distintos asuntos públicos: presupuestos, aduanas, estancos, moneda, abolición del tráfico de negros, América, organización del almirantazgo, imprenta, policía, leyes penales, diezmos, premios patrióticos, aranceles. En esta fiebre legisladora, volvió a negarse a ocupar el brillante destierro de una embajada, aunque no fuera elegido como diputado. El Rey le encargó que formara gobierno y no aceptó, pero le pidió que, al menos, le diera los nombres que podrían componer el nuevo ministerio. Él designó a Francisco Martínez de la Rosa y justo en el momento en que entregó la lista, salió para París, en previsión de lo que podría ocurrir. La conferencia de Leibach y los acuerdos del Congreso de Verona decidieron la intervención extranjera del ejército del duque de Angulema en España, para acabar con la etapa del Trienio. Toreno inició entonces una segunda proscripción, más duradera y no menos amarga que la primera. En los diez años que duró su emigración, viajó por Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y Suiza. Aunque emigrado y liberal constante o invariable, no tomaba parte activa en las tentativas de conspiración. Tuvo contactos con ilustres personajes franceses, eminentes en letras y ciencias, como Châteaubriand, Say, Madame Staël y amistades políticas, con hombres de estado de ideas templadas, como M. de Villèle, y con los más ilustres representantes de la escuela liberal de la restauración, el general Fay, Benjamín Constant, N. de Lafayette, M. Guizot, M. Thiers, el duque de Broglie y otros insignes liberales que prepararon la nueva senda liberal en que entró Francia en 1830.

A fines de 1827 empezó a poner en práctica su proyecto de escribir la historia de los grandes acontecimientos ocurridos en la España desde 1808 y la misma noche de 28 de julio de 1830, en medio del levantamiento de París, concluyó el libro décimo de esa obra, escrita a lo largo de tres años en París. Desde entonces, hasta septiembre de 1831 sólo pudo escribir los libros undécimo y duodécimo. Ausente luego de París, por más de un año, estuvo en Inglaterra, Bélgica, Alemania y Suiza y, a pesar de su falta de sosiego escribió, durante ellos, otros seis libros, hasta el decimoctavo inclusive, esto es, completó los cuatro primeros tomos de su historia. El 15 de octubre de 1832 la Reina Gobernadora publicó el decreto de la primera amnistía, con ciertas restricciones que desaparecerían en breve. En diciembre de 1832, Toreno volvió a París, disponiéndose a regresar a España, en virtud del citado decreto. Llegó a España en julio de 1833 y llegado a Madrid, siendo víctima de una fiebres tercianas, el gabinete Cea-Bermúdez le expulsó de allí sin ningún miramiento, en contra de lo dispuesto en el decreto de amnistía. Aunque no era el individuo al que se estuviera más obligado a contener, se marchó a Asturias, donde permaneció hasta la muerte del Rey. En aquella provincia, en virtud de su derecho como alférez mayor de ella, proclamó a la nueva reina doña Isabel II y volvió enseguida a Madrid a felicitar a la Reina Gobernadora, por el ensalzamiento de su hija al trono, en nombre de la Diputación General de Asturias que le había comisionado para tal efecto. Permaneció en la Corte, como particular, hasta que en junio de 1834, después de la promulgación del Estatuto Real, fue nombrado por Su Majestad ministro de Hacienda. Era la tercera vez que España entraba en el sendero del sistema representativo de la moderna Europa. La Hacienda tenía muchas dificultades: el estado del crédito, la escasez del Tesoro, los vicios del sistema tributario y la situación misma, agravada por la plaga de cólera y los progresos de la guerra civil que ya se producía en algunas provincias, exigiendo mejoras prontas y eficaces. Toreno, reconocido por sus doctrinas prudentemente liberales y capaz, al mismo tiempo, de hacer frente en la tribuna pública a los debates prolijos y complicados y a la agresión y propuestas impertinentes a que daban ocasión, con frecuencia, las materias de Hacienda y crédito. El conde, asociado a los principios de una libertad moderada, era una fianza para los liberales de la nueva generación y aún para los emigrados. Su entrada en el gobierno fue muy aplaudida, por ser mirado como una necesidad política, además de como una necesidad parlamentaria. Verificadas las elecciones de representantes al Estamento de procuradores a Cortes, el conde fue elegido por las provincias de Cuenca y Oviedo, el 24 de julio de 1834.

Cerca de tres meses emplearon las Cortes en el arreglo de la deuda extranjera y del empréstito de cuatrocientos millones de reales, algo más en el examen de los presupuestos y otro tanto en el de la deuda interior que no llegó a tratarse en la Alta Cámara, sin mencionar el gravísimo asunto de la moneda. Afrontó todas las dificultades y logró éxitos importantes. Dos grandes operaciones o contratas se hicieron entonces.

El primero fue el empréstito de los cuatrocientos millones votado por las Cortes. El segundo era el arreglo de la deuda extranjera, tanto por razones de hacienda como por motivos políticos. La plaza de Londres había estado cerrada a España, mientras la de París estaba inundada de fondos españoles. El conde de Toreno propuso una combinación conciliadora, fundada en las bases siguientes: declarar deuda del Estado todas las obligaciones sin distinción de títulos, y convertirla por mitad en deuda activa y deuda pasiva.

Presentó ese programa en la sesión del Estamento de procuradores del 7 de agosto de 1834. Después de no pequeña oposición, fue aprobado el proyecto de Toreno.

Dio muestras de sus capacidades para el cargo: orden, sagacidad, sanas doctrinas, conocimiento práctico y afición a la publicidad. Parece que sólo se equivocó en no comprometerse con la banca Rothschild que era la más segura, y hacerlo con la francesa de Ardoin, incomparablemente menos sólida que la primera y que ya estaba amenguada con algunas pérdidas.

En la época del Ministerio de Hacienda se casó con María del Pilar Gayoso y Téllez-Girón, hija de los marqueses de Camarasa.

En su vida política de estas fechas, tuvo mucha importancia su participación en los debates sobre la ley electoral, iniciados por Mendizábal. Toreno estuvo en contra del sistema mixto y a favor de la elección por distritos. Otra ocupación en la que participó fue la relativa al contrato de azogues, celebrado durante aquel Ministerio. Cuando se produjo la dimisión y caída del gabinete de Martínez de la Rosa, Toreno fue nombrado para el cargo de presidente del Consejo de Ministros, expedido el 7 de junio de 1835, reteniendo el Ministerio de Hacienda y desempeñando de forma interina el de Estado. Esa nueva ordenación política animaría bastante al espíritu público que andaba bastante decaído en esas fechas. Las dificultades para formar gobierno dieron el siguiente resultado: Estado (Toreno), Guerra (marqués de las Amarillas), Hacienda (Juan Álvarez Mendizábal), Gracia y Justicia (Manuel García Herreros), Marina (general Miguel Ricardo de Álava), Interior (Juan Álvarez Guerra).

Se trataba de un gobierno muy anodino que ni gustó ni molestó a nadie.

Desde que había vuelto de la emigración, apenas se había ocupado de su obra, pero terminó los cuatro primeros tomos, completando con ello los primeros dieciocho volúmenes. Ahora, vuelto a la vida más sosegada, reemprendió de nuevo el interrumpido trabajo con mucho más afán, tanto que sólo le faltaba escribir el vigésimo cuarto volumen cuando se produjo la sublevación militar de los sargentos de La Granja, en agosto de 1836. Ante este acontecimiento empleó toda su autoridad, mezclando medios militares y de conciliación, pero siendo consciente de que no tendría éxito.

Restablecida la Constitución de 1812, Toreno volvió a trasladarse a París y a Londres, huyendo ahora de los liberales, como antes había huido de los absolutistas.

Proclamada la nueva Constitución de 1837, donde aparecieron muchos principios conservadores, y derribado el Ministerio Calatrava, se celebraron elecciones generales en las que Toreno volvió a conseguir el acta de diputado por su provincia natal. El conde acudió a Madrid para desempeñar su cargo de diputado y recibir el título de Grande de España que le había concedido la Reina.

Después de los acontecimientos de septiembre de 1840, se ausentó de Madrid, con su familia. Deseoso de reunir material para escribir la historia de los reyes de la Casa de Austria y poniendo en ello el mismo cuidado, investigación y puntualidad que se advirtiera en su obra de Revolución en España, donde no se menciona el más insignificante destacamento francés sin expresar el nombre del jefe que lo mandaba. Recorrió Alemania, Suiza y, sobre todo, Italia y Flandes, centros de los principales sucesos que iban a ser objeto de su trabajo.

Pero de vuelta a París, y cuando se hallaba disponiendo su regreso a España, falleció en aquella capital el 16 de septiembre de 1843, como consecuencia de un grano maligno que le salió en la barba, degenerando en una congestión cerebral que acabó con él.

En Madrid, la fatal e inesperada noticia de su muerte produjo una gran sensación, causando gran aflicción entre sus amigos y notable sorpresa en sus adversarios.

Dejó viuda y tres hijos. Sus restos se depositaron en el cementerio de San Isidro de Madrid, para ser luego trasladados al panteón familiar de Cangas de Tineo.

La Real Academia de la Historia le había nombrado académico. Cuando murió, España se encontraba en una de esas situaciones críticas y angustiosas a las que era muy difícil dar salida sólo con la reflexión, pero, en cualquier caso, faltaba una de las cabezas más brillantes de la época para trabajar en el asunto.

 

Obras de ~: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, Tomás Jordán, 1835-1837 [Historia de la guerra de España (selección), biografía del autor por José María Quadrado, Madrid, Atlas, 1944; Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, ed. precedida de la biografía del autor escrita por Leopoldo Augusto de Cueto, Madrid, Atlas, 1953; Guerra de la Independencia: la derrota de Napoleón, Madrid, Círculo de Amigos de la Historia, 1978; reed. con pról. de R. Hocquellet, Pamplona, Urgoiti Editores, 2008 (colección Grandes Obras); reed. dirigida por J. M. Martínez Valdueza, Astorga, Akrón, 2008-2009, 5 vols.]; El Conde de Toreno, Madrid, Imprenta de D. Fernando Suárez, ¿1843?; Historia general de España, compuesta y enmendada por el Padre Mariana, con la continuación de [el P. Fr. José de] Miniana, completada con todos los sucesos que comprenden el escrito, Madrid, Gaspar y Roig, 1853-1855; Discursos parlamentarios, publicados y anotados por su hijo el Excmo. Sr. C. Francisco de Borja Queipo de Llano y Gayoso, conde de Toreno, Madrid, Imprenta Berenguillo, 1872 (Discursos parlamentarios, estudio preliminar y selección de discursos, Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 2003); Discursos parlamentarios. Viaje a Italia. Elementos de la ciencia de la hacienda; biografía, bibliografía y prólogo por J. Girón Garrote, Oviedo, Hércules-Astur de Ediciones, 1992.

 

Bibl.: M. Artola, La España de Fernando VII, en J. M. Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXVI, Madrid, Espasa Calpe, 1968; G. Anes, Economía e ilustración en la España del siglo xviii, Barcelona, Ariel, 1969; M. Artola, La burguesía revolucionaria (1808-1874), Madrid, Alianza, 1973; M. A. González Muñiz, Los Asturianos y la Política, Gijón, Ayalga, 1976; L. A. Martínez Cachero, Economistas y Hacendistas Asturianos. Aportaciones para la Historia Económica de Asturias, Gijón, Ayalga, 1976; A. Gil Novales, El Trienio Liberal, Madrid, Siglo XXI, 1980; F. Álvarez Cascos, Los Parlamentarios asturianos en el reinado de Fernando VII, Gijón, 1985; J. Girón Garrote, Grandes autores asturianos: Conde de Toreno, Oviedo, Hércules-Astur de Ediciones, 1992; J. Varela Suanzes-Carpegna, El Conde de Toreno (1786- 1843). Biografía de un liberal, Madrid, Marcial Pons, 2005.

 

Ángeles Hijano Pérez

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