Vega, Hernando de. Señor de la villa de Grajal. ?, ú. t. s. XV – ?, 6.II.1526. Presidente del Consejo de la Orden de Santiago, miembro del Consejo Real, comendador mayor de Castilla de la Orden de Santiago.
La importancia de los antepasados de Hernando de Vega en el servicio real databa del bajo medievo, y se derivó de la ayuda que prestaron al infante don Fernando de Trastámara, quien supo retribuirlos como a otros servidores castellanos y, entre otros bienes, con mercedes territoriales. Así, Fernán Gutiérrez de Vega, recibió como recompensa en 1412 la villa de Grajal, en la tierra de Campos, que se convirtió en el solar de la familia. En el mayorazgo establecido por el primer poseedor y su mujer María Rodríguez de Escobar, otorgado con facultad real de Juan II de 18 de enero de 1427, adjudicaron al citado mayorazgo, la villa de Vellaco, los lugares de Pozuelo, Torre, Castil de Vella, Villalinvierno, Valverde y Robledillos y las heredades y casas en el lugar de Villahán, aldea de Tordesillas. Puede que este desahogo patrimonial evitase a Hernando de Vega emprender estudios, pues no se ha encontrado —por el momento— vestigio de su paso por alguna institución universitaria, en abono de lo cual cabe decir que en la documentación oficial nunca se le otorga título académico. Ello no le impidió atraerse la confianza de los Reyes Católicos por su decidida actuación en la guerra de sucesión castellana y en la de Granada, al punto que Zurita le incluyó entre los personajes de mayor confianza para el Rey Católico. Como señaló Caro de Torres, “fue gran servidor de los dichos reyes. Hallóse en la batalla de Toro, y en las demás q. huvo con los portugueses, llevando mucha gente de vassallos y parientes a la conquista del reyno de Granada”. En premio, actuó como juez de residencia y corregidor en Asturias entre 1493 y 1494.
Con el acceso de Felipe I y su esposa Juana al trono, fue nombrado gobernador de Galicia, el 26 de noviembre de 1505. Consciente Fernando el Católico del perjuicio que su ausencia causaría a Vega, encargó al duque de Alba que mirase por él, cuando se disponía a partir a Nápoles en 1506. Pero la pronta muerte de Felipe y el regreso de Fernando el Católico significó para Vega el inmediato retorno a la Corte, al ser nombrado presidente del Consejo de la Orden de Santiago a lo largo de 1506, siéndole garantizado el desahogo económico con la concesión de las encomiendas de Castrotoraf y Ribera. En el primer caso, la concesión resistió, en testimonio de la querencia del Rey Católico por la persona de Vega, el deseo del conde de Benavente de poseerla a cambio de su apoyo para la gobernación de Fernando en Castilla. En el caso de la Encomienda de Ribera, sucedió en ella a Ángel de Mendoza en 1507, saliendo bien parado de la realizada en la primavera de 1508 por los visitadores generales de la provincia de León, Luis Manrique e Íñigo de Heredia.
A tan relevantes mercedes, no tardó en unirse otra aún de mayor calado: la entrada en el Consejo Real en 1509, que ya no abandonaría hasta su muerte, y que, al carecer Vega de título académico, denotó la intervención del organismo en un campo más amplio que el estrictamente jurídico. Si bien su presencia en las nóminas es irregular, sin aparecer en ciertos años como 1512 o 1522. Todo ello reflejaba una gran confianza del Rey Católico en su persona, refrendada de inmediato en su entrada en el reducido Consejo Secreto —constituido con Vega por el obispo de Palencia, el comendador mayor de Calatrava, García de Padilla, y el marqués de Denia— y en la promoción a la Encomienda Mayor de Castilla de la Orden de Santiago, en lugar del segundo conde de Osorno, “porque deseando aquel Señor que don Garci Fernández Manrique, su hijo, le sucediese en la Encomienda tantos años poseída por él y por su padre, y juzgando el Rey Católico, Administrador de la Orden, que no había otro premio para los méritos de Hernando de Vega, que en el Gobierno del Consejo y en el Generalato de las Milicias de la Orden había trabajado tanto en el tiempo en que S.M. hizo su viaje a Nápoles, ambos convinieron en que el Conde renunciase a la Encomienda y que S.M. daría a su hijo la de Rivera, que Hernando de Vega poseía, y le asignaría demás de esto dos mil fanegas de trigo, mil de cebada y los frutos de Villanueva de Liscar, todos pertenecientes a la Mesa Maestral”. Aprobado por Julio II por breve de 16 de abril de 1511, se debió efectuar lo acordado, porque en 1512 ya era Hernando de Vega comendador mayor, y así le nombró Zurita en sus anales, al referir lo que aquel año sirvió en la defensa de Pamplona.
Con ello, Vega logró gran influencia en el manejo de los asuntos, en especial los relativos a la Orden de Santiago, en la que desde tiempo antes ejercía además como Trece. Desde un punto de vista interno, su gobierno en el Consejo de la Orden significó una mayor organización y la consolidación jurisdiccional de la misma. El citado Caro de Torres definió así su paso por la presidencia: “Gouernó con gran prudencia, poniendo orden en la administración de justicia, que por la desorden de los tiempos passados estaua muy estragada, y en las demás cosas de la orden, y de los conuentos”. Tal fortalecimiento jurisdiccional quedó patente tanto en la obtención de documentos pontificios que la garantizaban (bulas de León X conservatoria de la Orden de Santiago de 17 de mayo de 1514, y de facultad a los maestres de Santiago “para conozer y juzgar las causas de homicidio en que incidieren sus súbditos”, de 16 de junio del mismo año, lo que consolidaba —momentáneamente— la acción real en el seno de la Orden), como en la restricción del número de hábitos concedidos. Resultado de su amplia intervención en este campo fue la orientación de diferentes piezas en su favor o la de sus deudos. El Rey Católico mandó al licenciado Hernando de Barrientos en 1513 que armase caballero de la orden de Santiago a su hijo Juan de Vega. Parecido beneficio obtuvo de su entrada en el “protoconsejo” de Indias constituido en el seno del Consejo Real, que sin duda influyó en la obtención del cargo de fundidor mayor de la isla de Cuba, cargo confirmado el 20 de marzo de 1517 y el 27 de julio de 1518 y posteriormente disfrutado por Francisco de los Cobos.
Con la llegada de Carlos V y el equipo borgoñón, la situación de Vega estuvo teñida por la incertidumbre, como la de otros consejeros del partido fernandino, especialmente implicados en la política mantenida por el difunto Rey Católico. A finales de octubre de 1517, Vega se desplazó a Aguilar de Campoo con el obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca, su hermano Antonio de Fonseca, un contador real y los consejeros Zapata y Carvajal, para cumplimentar al emperador. De la reunión no sacaron la confirmación en sus cargos, pero Chievres no tardó en calcular la necesidad que tendría de los consejeros castellanos para obtención de su interés y confirmó al Consejo Real en pleno en Mojados, el 17 de noviembre. Los hechos demostraron lo encaminado de su presunción, pues desde entonces todos ellos, y en especial Vega, sirvieron con gran inclinación al nuevo Rey y su ambicioso ministro.
En la primavera de 1519, Vega asistió a la conferencia de Montpellier, que persiguió la revisión del Tratado de Noyon. Al año siguiente, dirigió de hecho las conflictivas cortes de Santiago-La Coruña iniciadas el 1 de abril, en las que Padilla y Zapata actuaron como asistentes. Concluidas entre la alteración latente de las ciudades castellanas, la alteración comunera se desató con la flota regia apenas zarpada.
El 11 de septiembre de 1520, el cardenal Adriano y el Consejo informaron al Rey desde Valladolid de la desesperada situación que se vivía en Castilla, lo que movió a Chievres y Gattinara a actuar: el día 29 nombraron al condestable y al almirante de Castilla cogobernadores con Adriano. Pero mucho antes de llegar la orden a España, la junta había enviado fuerzas a Valladolid, con orden de arrestar a los integrantes del Consejo y al resto de funcionarios reales. Antes de la llegada de estas fuerzas a la ciudad, los miembros del Consejo que más tenían que temer huyeron: el presidente Rojas, el tesorero Francisco de Vargas, el doctor Zapata y Hernando de Vega, a quien desde luego no benefició el entusiasmo con que había secundado las decisiones de Chièvres desde su llegada. Sus compañeros fueron llevados a Tordesillas, pero Vega pudo batirse en favor del partido imperial en Villalar, como poco antes hiciera en la guerra de Navarra.
Concluidas las alteraciones, la discreción de Hernando de Vega le permitió mantenerse en el escenario político, sin aparecer en el informe de Galíndez de Carvajal. Fallecidos Chièvres, Sauvage y Ruiz de Mota (éste entrado el verano de 1522), el Emperador contó para la administración de sus asuntos con sólo tres hombres: Gattinara, asistido por Lallemand para los problemas imperiales; Cobos, para los asuntos castellanos, pues Padilla “era una figura sin relevancia, carente de fuerza y mando” y Hernando de Vega, único miembro español del Consejo Privado que mandó formar Carlos V. Elocuentemente, el embajador del infante Fernando, Martín de Salinas, destacó la posición de Cobos, afirmando de Padilla y Vega que “cada uno está en su silla”. Como miembro de tan selecto cónclave, Vega superviso a finales de 1523, con sus compañeros Enrique de Nassau, La Chaulx, La Roche y Gorrevod, memoriales de gran relevancia política elaborados por el gran canciller Gattinara, referidos al cumplimiento de los testamentos de Fernando e Isabel, la conveniencia de que el Emperador se reuniese todos los días con el Consejo de Estado y —el punto que mayor interés reviste para nosotros— la necesidad de fortalecer la autoridad del Consejo Real, permitiendo que actuara en nombre del Rey mediante el uso de un sello con la firma real.
Si bien esta última propuesta indicaba la importancia secundaria que el gran chanciller concedía al trámite administrativo, al encaminarse, según parece, a evitar la dedicación del Emperador a minucias.
Por entonces, Vega comenzó a dedicarse en mayor medida a cuestiones relacionadas con su labor de consejero de Estado, indagando la labor realizada por el capitán sevillano Alonso Enríquez de Guzmán en Ibiza y recibiendo con el canciller Gattinara la embajada enviada por el rey portugués Juan III en 1523, para concertar su casamiento con la hermana pequeña del Emperador, Catalina, que desembocó en la boda ratificada el 5 de febrero de 1525. Poco cambio presentó su actividad —salvo la posible entrada en la Cámara en 1524 afirmada por Salinas— hasta su muerte el 6 de febrero de 1526, conocida por el Emperador mientras se desplazaba a Sevilla al encuentro de la Emperatriz. Entre los alegres por la noticia se halló Antonio de Fonseca, quien recibió la encomienda mayor de Castilla como era su deseo. Como expresó Francesillo de Zúñiga en su crónica burlesca —con la prevención debida hacia su acerado juicio—: “y como Antonio de Fonseca, contador mayor de Castilla, que era su amigo, lo supo, cayó muerto en el suelo y por espacio de una hora no volvió en sí”. Y después de recordado, dijo: “Santa María, ¡si me proveerá el Emperador desta encomienda! Y aunque algunos días estuvo malo, como la encomienda le dieron, convaleció de tal manera que muy mancebo le pareció a la marquesa de Cenete”.
Había casado con Blanca Enríquez de Acuña, prima del Rey Católico, hija del segundo conde de Buendía, Lope Vázquez de Acuña y de Inés Enríquez, hermana de la reina de Aragón doña Juana. En 1946 el marqués del Saltillo publicó los testamentos de ambos cónyuges.
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Ignacio J. Ezquerra Revilla