Enríquez de Velasco, Fadrique. Conde de Melgar (III). Aguilar de Campos (Valladolid), 1460 –Medina de Rioseco (Valladolid), 9.I.1538. Militar, almirante de Castilla y consejero del Consejo de Guerra.
Don Fadrique nació en Aguilar de Campos en 1460 de Alfonso Enríquez y de María de Velasco, hija de Pedro Fernández de Velasco, I conde de Haro, y de Beatriz Manrique. Descendiente por tanto, de Alfonso Enríquez, señor de Medina de Rioseco, hijo bastardo de Fadrique, hermano de Enrique de Trastámara. Su tía, Juana Enríquez, se convirtió, a su vez, en 1447, en la segunda esposa de Juan II de Aragón, dando a luz a Fernando el Católico, siendo, por tanto, Fadrique primo hermano del futuro Rey.
A pesar de no disponer de muchos datos sobre sus primeros años de vida, sí se conoce que desde muy joven mostró inclinación por el mundo de las armas. Se casó a comienzos de los años ochenta en Sicilia con Ana de Cabrera, condesa propietaria del condado de Módica y vizcondesa de Cabrera y Bas en Cataluña, de quien no tuvo hijos. Este enlace se insertó dentro de la estrategia seguida por el Rey Católico contra la Casa Real de Nápoles, al recibir un miembro de la alta nobleza castellana, de probada fidelidad a la causa fernandina, uno de los más importantes señoríos de la isla mediterránea. Al poco de regresar de Sicilia, donde permaneció en el destierro tras una espinosa disputa con Ramiro Núñez de Guzmán, señor de Toral, en 1485, por fallecimiento de su padre, se convirtió, con general aprobación, en el IV de los miembros de su casa que detentó el oficio de almirante de Castilla, siendo de este modo uno de los principales magnates del reino.
Tras poner en orden la hacienda recibida, en 1489 puso sus armas al servicio de los Reyes Católicos para participar en la guerra de Granada, interviniendo, primero, en el cerco de Baza y más tarde en el sitio naval de Málaga, una de las pocas intervenciones que tuvieron que ver con su dignidad de almirante. Sin embargo, tuvo que esperar hasta el 14 de febrero de 1490 para recibir oficialmente la sucesión del título de almirante. En el mes de septiembre de 1496 recibió el encargo de dirigir la flota que trasladó a la princesa Juana a Flandes, y poco después, en marzo del año siguiente, regresaba a Castilla en compañía de Margarita, futura esposa del príncipe Juan.
Su habilidad política le permitió continuar desempeñando un importante papel en la Corte a pesar de los turbulentos años que conoció Castilla tras el fallecimiento de la reina Isabel la Católica. En este sentido, no dudó en abandonar a Fernando a pesar de su parentesco y a sus similitudes políticas, y mostrar su afinidad por los nuevos aires que se respiraban desde la Corte de Bruselas. Ya en 1502 hospedó con gran gasto en su palacio de Valladolid a la princesa Juana y a su marido el archiduque Felipe, cuando llegaron para ser jurados herederos del trono castellano. En 1505, por cartas de 5 de mayo y 29 de octubre, Felipe el Hermoso, orientado por el poderoso ministro Juan Manuel, le confirmó sus títulos de almirante de Castilla y de Granada, poniéndose Fadrique a su disposición una vez llegado éste a Castilla a comienzos del año siguiente, abandonando la Corte de don Fernando. Sin embargo, no tuvo reparos en oponerse a las pretensiones de Felipe de declarar a su mujer, la reina Juana, como incapaz para ejercer él solo el poder, por lo que no parece que gozase de gran estima en la Corte durante los meses restantes del efímero reinado de Felipe I. Es más, se llegó incluso a dudar de su lealtad, y por ello, se le exigió como garantía la entrega de una de sus fortalezas, mandato que no obedeció, por lo que tuvo un duro enfrentamiento con Juan Manuel. De este modo, no resulta extraño que mostrase durante los últimos días de vida del esposo de Juana, su apoyo, junto al condestable y el duque del Infantado, al regreso de Fernando al gobierno de Castilla. Cuando se produjo el óbito de Felipe el Hermoso, firmó una concordia que suscribieron los diferentes bandos nobiliarios, con el fin de garantizar un mínimo de estabilidad en el reino, si bien, su postura distó mucho de la claridad. En este sentido, su denodada ambición le originó no pocos enfrentamientos, destacando el que mantuvo con el duque de Alba por el favor del rey aragonés.
Durante la segunda regencia en Castilla, Fernando se preocupó de tener a su lado al almirante. De este modo, Fadrique Enríquez vio cómo se le confirmaba, de nuevo, el almirantazgo de Granada, por carta de privilegio de 26 de enero de 1510. El título le daba derecho a ejercer su jurisdicción y el cobro de impuestos en tribunales establecidos al efecto en Málaga, Almería y Marbella. Además, se le protegía sus intereses contra los soliviantados habitantes de los territorios afectados. Como correspondencia, el almirante puso a disposición de don Fernando sus mesnadas en marzo de 1512 para apoyar la campaña que las tropas reales estaban realizando en Navarra. El fallecimiento del monarca aragonés —le acompañó durante su último trance— no le supuso su caída en desgracia, muy al contrario, volvió a gozar del afecto del poder, encontrando el respaldo del cardenal Cisneros, regente del reino, cuando estalló el conflicto en Málaga, con el levantamiento contra su autoridad.
De nuevo, en 1517, pudo acomodarse convenientemente a la situación generada por la llegada del nuevo Rey. No dudó en establecer buenas relaciones con los altos mandatarios que formaban parte del círculo más próximo del joven Carlos I. Incluso llegó a recomendar al gran canciller, Sauvage, como presidente del Consejo de Castilla, con el fin de favorecer uno de los muchos pleitos que tenía dentro del consejo. Sin embargo, la muerte de éste, dos meses más tarde, truncó esta posibilidad. De todas formas, su adhesión al nuevo régimen le fue reconocida. A mediados de 1517 veía cómo recuperaba plenamente los derechos concedidos en Málaga y se le apoyó en cuestiones pequeñas referentes a negocios propios del almirantazgo. Además, en Barcelona vio confirmado su título de almirante mayor de Castilla, fue el cuarto, se le dio una veinticuatría de Jerez y durante el segundo Capítulo de la Orden de Toisón celebrado en la Ciudad Condal, en marzo de 1519, fue admitido en el seno de la Orden.
No obstante, su figura ha pasado a la historia por su papel durante las Comunidades de Castilla. Carlos V se vio obligado a asociar a dos nobles castellanos, Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y al condestable Íñigo Fernández de Velasco, al gobierno del cardenal Adriano de Utrecht, que no era bien visto por ser extranjero, con el fin de aplacar la revuelta en las ciudades castellanas. El nombramiento se realizó el 9 de septiembre, mientras el movimiento comunero alcanzaba su máxima virulencia, y fue traído a Castilla junto a una Sumaria Instrucción, con poderes más extensos que los concedidos a Adriano en La Coruña, por Lope Hurtado y Pedro Velasco. Sin embargo, la Santa Junta comunera rechazó estos nombramientos manteniendo su abierto enfrentamiento con la causa real al considerarlos parte de una maniobra del poder real, además de guardar fuertes recelos hacia su condición aristocrática.
Fadrique Enríquez se encontraba en Cataluña, donde viajó durante el verano de 1520, cuando se le concedió este título, y no regresó a sus estados de Medina de Rioseco hasta mediados del mes de noviembre, y se decía, que mal dispuesto a aceptar la gobernación del reino. Parece que dilató su regreso a Castilla hasta obtener del Emperador ciertas concesiones referentes al alcance de su poder. Durante el tiempo que ejerció como gobernador mantuvo serias discrepancias con sus colegas sobre la mejor manera de terminar con el conflicto, manteniendo una postura de diálogo y negociación, que el hispanista francés Joseph Pérez ha resaltado debida más a mantener sus dominios en paz, fuera de los rigores de la guerra, que por una cuestión de convencimiento personal. Además, en su afán por materializar sus mal disimuladas ambiciones de poder, imponía como miembro del Consejo de Guerra sus criterios sobre el consejo de los nobles reunidos en las cuestiones militares, mientras enviaba innumerables despachos a la Corte imperial para defender su postura y atacar a sus enemigos. A fines del mes de noviembre, Fadrique se eligió en cabeza de la nobleza en la discusión de las operaciones militares, obviando la presencia del cardenal en los Consejos formados para la toma de decisiones. Por estas fechas, seguía, sin embargo, sin aceptar oficialmente el cargo de gobernador hasta que se le levantasen las restricciones impuestas.
La toma de Tordesillas por parte del conde de Haro, a comienzos de diciembre, aumentó las tensiones entre los miembros del bando realista. El almirante en su deseo de alzarse con el liderazgo del bando monárquico, consideraba que el reconocimiento de la capacidad política de Juana para el gobierno suponía una interesante oportunidad para colmar su ambición, ya que la persona más poderosa situada en su entorno podría manejar sin pocas dificultades la voluntad real. En este sentido, no dudó en emplear a miembros de su casa y servicio para desempeñar puestos en la casa real de la Reina. Además, intentó que la Soberana emitiese órdenes relativas a la negociación con los comuneros, si bien, se encontró con la oposición de los que pensaban que Juana debía de ser apartada del gobierno, no sólo por su manifiesta incapacidad, sino porque había sido un arma potencial en manos de los comuneros; así el comendador mayor Hernando de Vega, deudo de Fadrique, fue el encargado de abortar el movimiento del almirante. Sin embargo, el 3 de enero de 1521 el almirante aceptó oficialmente la gobernación del reino, enviando, poco después, a Luis de la Cueva para rogar al Emperador su presencia en Castilla como único remedio para todos los males del reino.
Tras la derrota del ejército comunero en Villalar y el rechazo de la doble amenaza francesa en la primavera y otoño de 1521, Fadrique esperaba recibir del emperador las mercedes oportunas. Sin embargo, el regreso a Castilla de Carlos V, en julio de 1522, no trajo las honras y el reconocimiento esperado, muy al contrario, a comienzos del mes de septiembre abandonó la Corte, con gran malestar, viviendo desde entonces la mayor parte del tiempo retirado en sus dominios. En sus estados cultivó sus gustos literarios, —mantuvo amistad intercambió letras con Juan Boscán, el médico Villalobos y Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros—, y vivió una profunda crisis espiritual que le acercó, momentáneamente, a notorios iluminados.
No obstante, mientras Carlos V permaneció en sus reinos peninsulares acudió a los servicios de Fadrique para cuestiones concretas, como en 1525, cuando se le mandó a Tordesillas a tratar la salida de la infanta Catalina a Portugal, y recibió el respeto y consideración que su figura merecía. Sin embargo, durante la regencia de Isabel de Portugal quedó apartado de cualquier escenario de gobierno, sobre todo, durante los primeros años de la década de 1530, cuando sus desplantes, conflictos y conspiraciones se convirtieron en una seria molestia para el gobierno. La Emperatriz, incluso, llegó a escribir a su esposo: “con gran trabajo se le puede sufrir” recomendando alejarlo de la Corte, donde había regresado para acompañar al César a Barcelona.
Recibido el mensaje, Fadrique Enríquez se retiró a sus dominios de Medina de Rioseco, dedicando su tiempo a organizar su herencia y sucesión, ya que no pudo obtener hijos de su enlace con la condesa de Módica. Así por ejemplo, en agosto de 1530, decidió transferir a su sobrino Luis Enríquez y a Ana Cabrera, sobrina de su esposa, los títulos y posesiones en Sicilia y Cataluña. Falleció en esta villa castellana en los primeros días del mes de enero de 1538, al parecer a consecuencia del disgusto que le dieron las contestatarias autoridades de esta villa. Fue sepultado en el convento de San Francisco que él mismo fundó en dicha villa. Le sucedió su hermano Fernando Enríquez, a quien el Emperador le hizo duque de Medina de Rioseco.
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Santiago Fernández Conti y Félix Labrador Arroyo