Enríquez de Quiñones, Alfonso. Conde de Melgar (II) y de Rueda (II), Señor de Medina de Rioseco (III). ?, 1433 – ¿Medina de Rioseco? (Valladolid), 11.V.1485. Tercer almirante de Castilla, veinticuatro de Sevilla y consejero de los Reyes Católicos.
“[...] Vy vuestra letra por la qual me fesiste saber el falleçimiento del almirante de lo qual yo he avydo muy grand dolor e sentymiento quanto es rasón porque en él perdí un muy buen cavallero e muy leal servydor y todo el tiempo que bibyó conoscía del mismo deseo y afección del al serviçio del rey mi sennor y myo [...].” Con estas palabras la reina Isabel la Católica, un 27 de mayo de 1485, contestaba a una carta del contador Alonso de Quintanilla en la que éste le comunicaba la muerte de Alfonso Enríquez. A buen seguro recordó la Reina todas las veces que el almirante había acudido en su ayuda, particularmente en aquellos fatídicos momentos en los que sólo era una joven princesa que, aprovechando su asistencia a las honras fúnebres de su hermano Alfonso en la primavera de 1469 se había fugado de Ocaña donde estaba prácticamente prisionera del maestre de Santiago, Juan Pacheco. Acosada por los hombres de Enrique IV, Isabel era liberada por Alfonso Enríquez y el arzobispo Alfonso Carrillo, con doscientos de a caballo, que la trasladaron a Valladolid donde, pocos meses después, contraería matrimonio con el príncipe Fernando de Aragón.
Alfonso Enríquez de Quiñones era el primogénito de cuatro hermanos varones y cinco mujeres del segundo matrimonio —celebrado en 1432— del almirante Fadrique Enríquez de Mendoza con Teresa de Quiñones, hija del señor de Luna. Del primer matrimonio de su padre había nacido, en 1427, su medio hermana la reina Juana, madre de Fernando el Católico, lo que le convertía en tío del Monarca. Fueron sus hermanos Pedro, señor de Tarifa y adelantado de Andalucía, Enrique, que fue mayordomo mayor y almirante de Sicilia, y Francisco. Los matrimonios de sus hermanas —María, Leonor, Inés, Aldonza y Blanca— le hicieron emparentar con el I duque de Alba, el II conde de Trastámara, el II conde de Buendía y el conde de Cardona y almirante de Aragón. Casado él mismo con María de Velasco, y emparentado con la Familia Real, Alfonso Enríquez era uno de los nobles más poderosos del reino.
Desde la década de 1460, se le ve involucrado en los diferentes conflictos que asolaban a Castilla, junto con su padre, un verdadero factotum dentro del llamado partido aragonés, que apoyó la deposición de Enrique IV y el inmediato alzamiento de Alfonso XII (1465), del que se mostraron, padre e hijo, ardientes defensores. Con intereses en tierras vallisoletanas, se comprueba su actuación en cercos y situaciones varias, recibiendo también mercedes del joven Monarca unas semanas después de su llegada al trono. A la muerte de Alfonso, y tras el acto de Guisando, la princesa Isabel es reconocida por su hermano como heredera de Castilla, si bien la intención de aquélla de no casarse contra su voluntad anula el pacto y produce una tensa situación en el reino. Alfonso Enríquez juega entonces un importante papel, resistiendo las presiones de nobles enriqueños —como el conde de Haro—, como valedor de la princesa en cuya boda estuvo presente así como en el posterior reconocimiento de los Reyes Católicos nada más fallecer Enrique IV. Sólo unos días después de aquel reconocimiento, firmará un pacto de defensa y ayuda mutua con otros nobles y, junto con el cardenal Mendoza y el duque de Alba, dominaría el Consejo y, a decir de algún cronista, “por ellos se gobernaba el estado”. Su padre había fallecido en diciembre de 1473 dictando meses antes el testamento por el que Alfonso heredaba títulos y dignidades incluyendo el almirantazgo, que pronto se revelará vacío de contenido, si bien con pingües beneficios cuya percepción resultaba dificultosa.
Distinguido en la guerra civil que enfrentaba a los monarcas con su sobrina Juana —participó activamente en la batalla de Toro—, Alfonso Enríquez recibirá en 1477 por su lealtad y los copiosos desembolsos en favor de su causa, entre otras mercedes, una modesta encomienda un mercado franco para su villa de Rioseco —aunque no las ferias—. Las Cortes de Toledo de 1480 le mermaron sólo un siete por ciento en los juros recibidos ilegalmente frente a las cuatro veces esa cantidad que habían sufrido otros nobles.
Buena parte de la actividad del almirante se concentró en el concejo de Sevilla, en donde disfrutaba del diezmo de los aceites de Sevilla. Nombrado juez de las Suplicaciones y veinticuatro de la ciudad, la Reina le convirtió en un poder fáctico para equilibrar el inmenso poder del duque de Medina Sidonia con el que Enríquez tuvo muy malas relaciones. Su presencia en Sevilla fue muy conflictiva; el cronista Palencia le acusaba incluso de traficar fraudulentamente con trigo. Intervino en la revuelta del mariscal Fernán Arias de Saavedra por el problema de Tarifa que finalmente recuperó, pero en la ciudad no querían respetar sus derechos, lo que provocó la intervención de los propios Reyes. Sólo tuvo un momento de asueto en aquella ciudad: el bautizo del príncipe Juan en cuya celebración ocupó un lugar preferente.
La Marina real en esta época vivió una situación de crisis y Enríquez, como almirante, tuvo una actuación más bien modesta. Intervino en el famoso apresto de la escuadra francesa al mando de Coulon y preparó el equipamiento de la Armada para controlar los últimos reductos rebeldes contra Portugal, si bien no hizo falta actuar. Pero tan alejado estaba de la actividad naval que ni siquiera se puso al mando de la Armada del norte —en su lugar lo hizo su hermano Francisco— que preparaba Quintanilla, en 1480 y con carácter oficial, con rumbo a un Otranto atacado por los turcos.
A pesar de su cercanía con los monarcas, el enfrentamiento entre su violento primogénito y el señor de Toral no pudo evitar el enfado de la Reina con el almirante así como el destierro de Fadrique —previa prisión— a Sicilia. Pero eso no impidió su nombramiento en 1484 como gobernador en Castilla cuando la Reina se trasladó a Andalucía. Dos años antes, ya enfermo, el 30 de octubre de 1482, fundaría cuatro mayorazgos en sus cuatro hijos: su heredero, Fadrique, conde de Módica, y los aún muy jóvenes Bernadino, Fernando y Enrique, este último futuro adelantado de Galicia y conde de Ribadavia.
Alfonso Enríquez, el buen caballero y leal servidor, en palabras de la Reina Católica, fallecía el 11 de mayo de 1485 probablemente en Medina de Rioseco, población que habría de ser reconocida con el título de ducado, en la persona de su heredero, Fernando Enríquez, por parte del emperador Carlos V.
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Dolores Carmen Morales Muñiz