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Juan Cabrero López

Biografía

Cabrero López, Juan. Zaragoza, 1440 – ?, XII.1514. Comendador de la Orden de Santiago, contino, mayordomo mayor, camarero y consejero real del Rey Católico.

Hijo de Martín Cabrero —personaje que ostentara alguna importancia en la Corte de Alfonso V, desempeñando algunas misiones en las guerras con Castilla, si bien su profesión era la de jurista y su domicilio habitual Zaragoza— y de Inglesa López de Quinto. Nacido en esta ciudad —a la que se desplazará con cierta frecuencia para atender negocios propios y otorgar escrituras— en torno a la década de 1440, matrimonia con María Cortés, viuda de Juan de Manariello, alrededor del año 1471.

Su carrera palaciega se inicia en 1477, cuando consta como miembro de la Corte del entonces príncipe de Gerona y ya rey de Castilla y Sicilia, con el rango de contino —primer peldaño necesario para acceder al cursus honorum palatino—, siendo muy pronto ascendido a la condición de camarero mayor, escalafón que acarreaba la condición de caballero. Entre otras atribuciones, según las Ordinaciones de Pedro IV todavía en vigor, era el custodio del sello secreto y de las llaves de los aposentos del Soberano, dormía cerca del Rey, llevaba el inventario de los bienes de la cámara real, se cuidaba de que tuviera escolta permanente y era el superior jerárquico de los oficios que atendían la salud de su señor (médico, cirujano, barbero, etc.).

Este puesto cortesano, que desempeñará prácticamente a lo largo de todo su reinado, le convertirá en uno de los palaciegos más queridos de Fernando II de Aragón, siendo uno de sus asesores más íntimos. A este respecto Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés consignará en sus Batallas y quinquagenas: “fue muy açepto del Rey Catholico, pues demas de ser su criado viejo, fue ombre de consejo e de buen entendimiento, e como tal era admitido en el Consejo secreto e del Estado, en especial despues que murio la reina Catholica doña Isabel, que pudo el rey mas libremente ayudar e beneficiar a sus aragoneses en Castilla”.

Este mismo cronista, que tuvo un trato muy estrecho con él, y que conoció a numerosos personajes de aquel tiempo, proporciona en sus obras detalles de esta gran familiaridad. Ya muy anciano, y prácticamente invidente a causa de unas cataratas, “pasava desde su aposento al del rey al tiempo que su alteza se vestía, e también quando después de comer se retrahía, e luego el rey le hazía dar una silla pequeña en que se asentava e razonava con el rey cordialmente e como con ombre que amava”. Amén de esta relación de mutuo afecto, su opinión profesional fue siempre muy valorada por su soberano, “et así, en el tiempo de las consultas del Estado más arduas e secretas era admitido, e su parescer tomado”.

Sin embargo, su nombre ha pasado a la posteridad por haber sido un eficacísimo protector de Cristóbal Colón, junto a otros cortesanos —muchos de ellos aragoneses y conversos— que también fueron incondicionales del futuro descubridor de América, entre los que figuran fray Diego de Deza y Luis de Santángel.

Si bien es cierto que no participó directamente en las últimas conversaciones mantenidas con el ilustre nauta, su acceso a la intimidad del aposento regio y su influjo en el ánimo de su interlocutor, fueron decisivos en la aceptación de una empresa que parecía desahuciada, y sobre la que siempre planeó la suspicacia y la reticencia. No en vano, en una epístola remitida al Soberano aragonés por el ahora almirante, evoca el papel estelar que tanto el preceptor del príncipe como su camarero mayor habían jugado, al punto de que “habian sido causa que los reyes tuviesen las Indias”.

El mismo fray Bartolomé de las Casas, que transmite la noticia, revela que era notorio en los círculos cortesanos que ambos personajes “se gloriaban que habían sido la causa de que los reyes aceptasen la dicha empresa y descubrimiento de las Indias; debian, cierto, de ayudar mucho en ello”. En agradecimiento por esta intachable ejecutoria, el Monarca le entregó, amén de un donativo de trece mil ducados, un repartimiento de indios en la isla de La Española (1514), tal y como lo prueban varios documentos custodiados en el Archivo de Indias. A pesar de los clamores que se suscitaron en Indias contra los que gozaban de semejantes rentas sin residir en aquellas tierras, y aunque el Rey atendiera los requerimientos del almirante Diego de Colón, procuró que su resolución no tuviera efectos retroactivos que perjudicaran los intereses de Cabrero, de tal suerte que fue, quizás, el primer aragonés con posesiones en el Nuevo Mundo.

Sin embargo, la gratitud del Soberano se puso de manifiesto en múltiples ocasiones. Es destacable la cesión que hiciera, tras el decreto de expulsión, del castillo y las carnicerías de la judería de Zaragoza, a comienzos de septiembre de 1492, cuya “gracia siquiere privilegio” fue ratificado en las Cortes de Tarazona (1495). Sin embargo, el beneficiario de esta cesión, realizada “por algunas iuxtas causas a su magestat movientes”, contó siempre con la oposición del concejo, especialmente en lo relativa a las taulas de la carnicería, renunciando a cambio de una indemnización de 27.000 sueldos. Este tipo de actos de liberalidad no se interrumpieron; así, en agosto de 1503 le concedió licencia para que él y sus descendientes poseyeran una panadería en la capital del reino.

A medida que pasaban los años el Rey Católico incrementó su confianza en este fiel servidor, escarmentado por la ingratitud de muchos cortesanos y colaboradores suyos —desagradables habían sido las conferencias mantenidas con su yerno, el rey Felipe (1506), que le dejaron honda huella—, encargándole funciones ajenas al del oficio de camarero y más propias de una contaduría, al modo en que sucedió en 1512-1513 con el desembolso de ciertas cantidades al bachiller Enciso y a otros colonizadores de las Indias. Al cabo, una de las pruebas más palpables de este reconocimiento se tradujo en su inclusión en su testamento (1512) como albacea, junto con doña Germana y otros personajes de la Familia Real. Invistiólo, al tiempo, caballero de Santiago con la Encomienda de Montalbán y Trece de la Orden, título que heredaron sus deudos. A comienzos de 1514 probablemente no residía ya en Zaragoza y su vista había mermado, falleciendo a mediados del mes de diciembre de 1514.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Corporaciones, “Albarán de Juan Cabrero [...], sign. ES. 28079.

M. Serrano y Sanz, Los amigos y protectores aragoneses de Cristóbal Colón. Orígenes de la dominación española en América, Madrid, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 1918, págs. 211-224; B. de Las Casas, Historia de las Indias, México- Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1951; J. Manzano Manzano, Cristóbal Colón, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1964; V. Azagra Murillo, “La aportación aragonesa al descubrimiento de América”, en Aragón turístico y monumental, 320 (1986), págs. 36-38; J. Manzano Manzano, Cristóbal Colón: siete años decisivos de su vida 1485-1492, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1989; M. Á. Motis Dolader, La expulsión de los judíos del reino de Aragón, vol. I, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1990, págs. 238-255.

 

Miguel Ángel Motis Dolader

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