Toledo y Rojas, María de. España, c. 1490 – Santo Domingo (República Dominicana), 11.V.1549. Esposa del segundo almirante Diego Colón, administradora colonial española, y conocida como virreina de las Indias.
Era hija de Fernando Álvarez de Toledo, comendador mayor de León, y de María de Rojas. Fernando era, a su vez, hermano del duque de Alba, Fadrique de Toledo, y ambos eran primos del Rey Católico por parte de madre. María de Toledo era, por tanto, sobrina del duque de Alba, el cual se sentía, como así era, cabeza de los de su apellido y persona de gran peso a la hora de defender los intereses familiares.
Con el matrimonio con Diego Colón —dice Las Casas— “no pudo el almirante llegarse a casa de grande del reino que tanto le conviniese, para que con favor expidiese sus negocios, ya que no le valía justicia, que la del duque de Alba, además de cobrar por mujer una señora prudentísima y muy virtuosa, y que en su tiempo, en especial en esta isla (Española) y donde quiera que estuvo, fue matrona, ejemplo de ilustres mujeres”. La influencia del duque de Alba, leal partidario de Fernando el Católico durante el tenso gobierno de Felipe el Hermoso, se dejó notar inmediatamente.
Antes de casarse, comenzaron los famosos Pleitos Colombinos contra la Corona, pues del resultado de los mismos suponía para Diego “casar bien o mejor”, acordando finalmente con la autorización del Rey casarse con María de Toledo. Tras el casamiento, el duque de Alba convirtió en asunto propio de familia la causa de Diego y así le escribía al Rey lo siguiente: “Vuestra Alteza por me hacer merced metió al Almirante de las Indias, mi sobrino, en mi casa, casándole con Doña María de Toledo, mi sobrina, la cual merced yo tuve por muy grande cuando Vuestra Alteza lo mandó hacer y así la tengo agora, si por mi debdo junto con sus servicios y méritos del Almirante, su padre, él recibe de Vuestra Alteza las mercedes que yo espero que han de recibir todos los que a mi casa se allegan, y faltando esto, no era merced la que Vuestra Alteza me hizo en casalle con mi sobrina, mas volverse ya en mucha vergüenza mía y menoscabo de mi casa”. Con la misma dureza y claridad escribió al obispo Juan Rodríguez de Fonseca, todopoderoso en los asuntos de Indias, y a Fernando de Vega, presidente de la Orden de Santiago. Ambos decidían con total anuencia del Rey Católico los asuntos importantes del Nuevo Mundo. Por ello les pide encarecidamente que favorezcan a su nuevo sobrino como si se tratase de su propio hijo.
Para encargarse de los asuntos colombinos en España, nombraron al factor del duque de Alba, Juan de la Peña, a quien otorgaron un poder general para pleitos. Por tanto “habla de mi parte al Rey, nuestro Señor, todo lo que el señor almirante te mandara, y asimismo a todas las personas que más cumpla, y haz todas las diligencias que convenga hacer en sus negocios del almirante, de la manera que en los propios mios, porque por tales tengo los suyos”.
El resultado de esta intervención no se hizo esperar y así, el 8 de agosto de 1508, Diego Colón fue nombrado gobernador de las Indias y Tierra Firme sustituyendo a Ovando. Su nombramiento era una concesión graciosa del Monarca, con las mismas condiciones que tuvo Nicolás de Ovando y no como fruto de una sentencia judicial. Por ello no fue nombrado virrey.
Pocos meses después de su boda y tras el nombramiento de gobernador, Diego Colón y María de Toledo, una vez que ambos otorgaron su testamento en el Monasterio de las Cuevas de Sevilla, decidieron atravesar el Atlántico, camino de Santo Domingo, en la isla La Española a hacerse cargo personalmente de su gobernación. Eran los primeros ejemplos de la gran nobleza que pasaban a Indias. El 3 de junio de 1509, en una nutrida flota en la que iba toda su familia a bordo, dejaban Sanlúcar de Barrameda para arribar al puerto de Santo Domingo, en la desembocadura del Ozama, el 9 de julio. En la ciudad que había fundado Bartolomé Colón en 1496 fijaron su residencia los Colón mientras el Rey no decidiera nada en contra. A María de Toledo le acompañaba un grupo de damas casaderas que formaron una pequeña corte en la capital de las Indias.
El primer altercado entre las nuevas autoridades que llegaban y el gobernador a sustituir, Ovando, sucedió inmediatamente: sin casa propia, quiso el almirante residir con su mujer y criados en la fortaleza de Santo Domingo, cuyo alcaide era Diego López de Salcedo, pero la oposición de Ovando, amparada en un mandato real, le obligó a salir de ella, entregársela al tesorero Miguel de Pasamonte y tener que buscar acomodo en la casa de Francisco de Garay, muy unido a los Colón, y uno de los primeros que construyó casa de piedra en la isla. Dicha casa estaba situada muy cerca de donde hoy se alza el palacio del almirante.
Cuentan los cronistas que la llegada de la nueva corte del gobernador fue recibida con grandes fiestas y alegrías, y que, una vez terminadas o “cuasi en ellas”, sobrevino un devastador huracán que destrozó toda la ciudad, arrasando casas y hundiendo la flota.
Hasta 1514, la actuación de María en la capital de las Indias discurría con discreción y dando un cierto tono a la vida social en las nuevas tierras. Presenció las tensiones y rivalidades que empezaron a desatarse entre los Colón y sus adversarios, sobre todo después del repartimiento de indios que llevó a cabo Rodrigo de Alburquerque. En este reparto de indios, María de Toledo fue beneficiada con una encomienda de doscientos indios en la ciudad de Santiago y en el cacique Çafarraya, que antes había pertenecido a Nicolás de Ovando.
Hacia finales de febrero de 1515, Diego Colón se embarcó para Castilla con la intención de vigilar sus negocios en la Corte, “dejando a su mujer doña María de Toledo, matrona de gran merecimiento con dos hijas en esta isla. Entretanto, quedaron a su placer los jueces y oficiales, mandando y gozando de la isla, y no dejaron de hacer algunas molestias y desvergüenzas a la casa del Almirante, no teniendo miramiento en muchas cosas a la dignidad, persona y linaje de la dicha señora Doña María de Toledo”, cuenta Las Casas. Mientras su marido el 9 de abril estaba ya en Sevilla, la “virreina” María de Toledo, mujer de indudable entereza, capitaneaba al grupo colombinista y evitaba la desbandada en sus maltrechas fuerzas. Había quedado como teniente de gobernador, junto con Jerónimo de Agüero, “e non fueron recibidos”. La condición femenina de la “virreina” pesó en contra y “demás que no eran obligados a lo recibir los dichos jueces no lo consintieron”.
En 1518 hizo un viaje rápido a reunirse con su marido en Sevilla. Llegaría a Sevilla a finales de ese año o principios de 1519, ya que el 26 de noviembre de 1519 fue bautizada en la parroquia del Salvador de Sevilla María, hija del almirante y de su mujer María de Toledo.
En 1522 dio a luz a Luis Colón, heredero en el mayorazgo colombino y tercer almirante de las Indias.
En 1523, cuando Diego Colón regresó apresuradamente a Castilla, lo hizo por cumplir el mandato del Emperador, que le había ordenado el 23 de marzo presentarse inmediatamente “donde yo estuviere con toda diligencia sin vos detener [...] y en ninguna manera dilatéis una hora vuestra venida porque de lo contrario me tendría de vos por muy deservido”; y le amenazaba, si no obedecía, con hacerle “perder todos los privilegios, títulos, mercedes de juro y de heredad de por vida que de nos tengáis en cualquier manera y todos vuestros bienes”. La situación era muy grave y el Emperador no se fiaba de su virrey. María de Toledo quedaba en Santo Domingo recién parida y una vez más como cabeza de los intereses colombinos.
Una vez que llegó a Santo Domingo la noticia de la muerte de Diego Colón (23 de febrero de 1526), su viuda la virreina María de Toledo mandó abrir formalmente el testamento de su marido el 2 de mayo de 1526. Según éste, el almirante había nombrado albaceas a la virreina, a Juan de Villoria, regidor de la Concepción, y al dominico fray Domingo de Betanzos. En una cláusula del testamento, el almirante había dejado a su viuda como tutora de sus hijos y usufructuaria de sus bienes.
Oviedo cuenta cómo la virreina María, después de que “le ovo mucho llorado e fecho el sentimiento e obsequias semejantes a tales personas (porque en la verdad esta señora ha seydo en esta tierra tenida por muy honesta e de grande exemplo su persona e bondad, e ha mostrado bien la generosidad de su sangre) determinó de ir en España a seguir el pleito que su marido sobre las cosas de su Estado con el fiscal Real, y llevó consigo a su hija menor, doña Isabel, y al menor de sus hijos, llamdo don Diego; y dexó en esta cibdad a su hija mayor, doña Phelipa (la qual era enferma e sancta persona) y al almirante don Luis. Y a don Cristóbal Colón, sus hijos harto niños”. Su venida a España no fue inmediata. Tuvo que ocuparse durante algunos años de sus hijos y de su hacienda en Indias.
A partir de 1526, en que murió Diego Colón, María de Toledo se autotitulaba y firmaba como la “desdichada virreina”. Tenía el apoyo de la familia Álvarez de Toledo y se puso a la cabeza de su casa como tutora de su hijo y heredero Luis Colón, tercer almirante de las Indias. Ella, junto con sus asesores, vigiló con mucho celo los Pleitos Colombinos, otorgando un poder general, como tutora de su hijo Luis, a Hernando Colón, estante en Sevilla, y otro a su padre y a su hermano fray Antonio de Toledo, para que la representaran en los pleitos que se seguían con la Corona.
La Sentencia de Valladolid, dada el 25 de junio de 1527, declaró nulas las anteriores sentencias (la de Sevilla, 1511, y la de La Coruña, 1520) y ordenó que el pleito se viera de nuevo en su totalidad.
La virreina María de Toledo salió de Santo Domingo camino de España en abril de 1530, desembarcaba en Sanlúcar dos meses después. En agosto residía en la casa sevillana de Hernando Colón y pocos meses después partía en dirección a la Corte para seguir el Pleito que había iniciado su marido. Su presencia en los centros de decisión y los apoyos familiares movilizados consiguieron del Emperador que el Consejo escuchase sus demandas “porque no anduviese ella (la virreina) aquí con tantas fatigas y trabajos como andaba tanto tiempo ha, cargada con sus hijos, gastando lo que no tenía e importunando a Su Majestad, que le era lo más sensible”.
Durante los meses que siguieron concertó la boda de su cuarta hija, Isabel, con Jorge de Portugal, hijo de Álvaro de Portugal, personaje importantísimo en la Corte de los Reyes Católicos. Jorge ocupaba con carácter vitalicio el cargo de alcaide de los Reales Alcázares y conde de Gelves. La unión se produjo el 31 de mayo de 1531 y la virreina dotaba a su hija con 6 cuentos (millones) de maravedís.
Hasta 1544 (durante catorce años) María de Toledo peregrinó por España en pos de la Corte, donde no le faltó la protección y simpatía de la emperatriz Isabel. Sus estancias en los Reales Alcázares sevillanos fueron frecuentes, como consta en muchas escrituras dadas por ella.
La Sentencia de Dueñas (27 de agosto de 1534) fue una de las más contrarias a los Colón, los cuales conservarían el título de almirante y sus emolumentos, pero como virreyes estarían sometidos al juicio de residencia. María de Toledo recurrió esta sentencia y, acto seguido, se dio un giro sorprendente a las probanzas. El fiscal Villalobos planteó una cuestión nueva: que el descubrimiento de las Indias se debía más que a Colón a otros entre los cuales estaban los Pinzón, cuyos herederos acababan de ceder los derechos a la Corona. La sentencia de Madrid (18 de agosto de 1535) fijaba los límites del virreinato colombino circunscrito a las islas La Española, Cuba, Puerto Rico, Jamaica y las tierras de Veragua y Paria, es decir lo descubierto personalmente por Cristóbal Colón. Contra esta sentencia el que apeló fue el fiscal.
La única manera de encontrar una salida a este pleito fue someterse al arbitraje del cardenal-obispo de Sigüenza, fray García de Loaysa, presidente del Consejo de Indias, y del doctor Gaspar de Montoya, del Consejo de Castilla. Ambos dieron su laudo en Valladolid, el 28 de junio de 1536, con aclaraciones el 7 de julio. La sentencia fue recibida por la virreina, acompañada seguramente de Hernando Colón. Los acuerdos fueron los siguientes: el título de almirante es el único hereditario y su ejercicio y derechos se ajustarán a lo que disfrutaba el almirante de Castilla; se suprimió el virreinato y la gobernación general de las Indias; se constituyó el señorío colombino con el título de marqués de Jamaica y de duque de Veragua con jurisdicción sobre la isla de Jamaica y sobre veinticinco leguas cuadradas en Veragua; si los Colón poblasen el ingenio de azúcar que poseían en La Española, se incorporaría también a su señorío; la perpetuidad de los oficios de alguacil mayor de Santo Domingo; se concedieron 10.000 ducados de renta anual en las Indias como juro de heredad; se reconocieron las tierras, labranzas y pastos que los Colón poseían en La Española; y una renta anual de 500.000 maravedís a cada una de las hermanas del almirante Luis Colón, llamadas María y Juana.
Por influencia de la virreina consiguió que el 7 de septiembre de 1540 Luis Colón fuera nombrado capitán general de la isla La Española.
El 20 de septiembre de 1540 hay un laudo complementario sobre lo que debía concederse al hijo de la virreina, Cristóbal Colón, en lo tocante a la conquista y poblamiento de las islas Guadalupe y Dominica. Se le dio la gobernación de una de las islas que el escogiera, juntamente con la de Santa Cruz. Para él y un heredero, con salario de la quinta parte de lo que se encontrase, hasta 4000 ducados al año. Se le concedió también la tenencia de una fortaleza que él hiciese a su costa, para él y sus herederos, además del alguacilazgo de dichas islas durante su gobernación, y licencia para pasar cincuenta negros libres de derechos.
Después de los Pleitos Colombinos, el segundo capítulo en el que María de Toledo alcanzó claro protagonismo fue en lo relacionado con el enterramiento de los Colón. El testamento de Diego Colón, del 8 de septiembre de 1523, hablaba de construir un Monasterio de Santa Clara en Santo Domingo, donde el almirante viejo y sus descendientes pudieran reposar. Diego Colón consideraba que ningún sitio podía elegirse mejor que en estas partes.
En 1536 nada se había construido. Por ello, María de Toledo pidió al Emperador la concesión de la capilla mayor de la Catedral de Santo Domingo para enterramiento perpetuo del descubridor y de sus sucesores. La petición era de envergadura, pues el Rey era el patrono de todas las capillas mayores de las catedrales indianas, se las reservaba, y por tanto sólo él podía conceder esa merced. Por una Real Provisión, del 2 de junio de 1537, el Emperador concedió a Luis Colón, a quien iba dirigida, “licencia y facultad para que se pueda sepultar los dichos guesos del dicho Almirante don Cristóbal Colón, su aguelo, e se puedan sepultar los dichos sus padres y hermanos y sus herederos y subçesores en su casa y mayorazgo”. En esa misma fecha, a través de una real cédula, se comunicaba al Cabildo de la Catedral la decisión tomada. Quedaba también el compromiso de ampliar la capilla mayor de la Catedral de común acuerdo entre los Colón y el Cabildo. Resueltas las pegas puestas por el Cabildo, tras las órdenes tajantes del Emperador, María de Toledo procedió al traslado de los restos de los dos almirantes.
Antes, en 1536, por orden de la virreina, los cartujos de las Cuevas de Sevilla, en cuya capilla de Santa Ana estaban enterrados los dos primeros almirantes de las Indias (Cristóbal y Diego Colón), entregaron los restos mortales de ambos para ser trasladados a la isla de Santo Domingo y ser enterrados en la Catedral. Esta fecha no está exenta de discusión.
Durante 1544, la virreina recibió, como privilegio real, 1000 castellanos de oro y plata para su servicio libres de pago de todos los derechos. Esto ayudó a su viaje a Indias. El 9 de julio de 1544, la virreina partía camino de Santo Domingo. La acompañaban su hijo menor Diego y su hermano fray Antonio de Toledo. En la misma flota viajaba también Bartolomé de Las Casas. Y según opinión de muchos historiadores que han escrito sobre los restos de Colón, en este viaje, la virreina trasladó los despojos mortales de los dos primeros almirantes de las Indias para ser enterrados en la capilla mayor de la Catedral convertida en panteón familiar. El traslado ha generado ríos de tinta, porque no se ha encontrado referencia documental expresa del mismo y de la inhumación en el presbiterio. Tampoco es de extrañar, pues estos traslados, y con la superstición que envuelve siempre al mundo de la mar, solía hacerse bastante en secreto. Por otro lado, la propia virreina declaró más tarde que estaban allí enterrados, confesión que no hay razón para poner en duda.
La llegada de la virreina a Santo Domingo fue el 8 de agosto de 1544 y la situación en que encontró su casa, después de catorce años de ausencia, era desoladora. Remesal lo cuenta así: “Tuvo harta necesidad de aprovecharse de su valor, cristiandad y cordura en los sucesos que se le ofrecieron en entrando en su casa, porque la halló perdida con su larga ausencia, que había sido desde el mes de marzo de mil quinientos y treinta hasta aquel día, que eran catorce años y medio. Halló su hacienda robada, los hijos ausentes, y esto y el ser viuda, fue causa que los vecinos no le hiciesen el acogimiento ni le tuviesen el respeto que al ser quien era ella, sin ser Virreina, se le debía”.
De su matrimonio con Diego Colón tuvo abundante prole, como Felipa, María, Juana, Isabel, Luis, Cristóbal y Diego. Felipa, la hija mayor, era enferma y santa persona, quizá fuera religiosa, pero debió de morir pronto. Isabel casó con Jorge de Portugal. Juana contrajo matrimonio con Luis de la Cueva, capitán de las Guardias Reales e hijo del duque de Alburquerque. María lo hizo con el almirante de Aragón, Sancho de Cardona. Diego en su testamento del 13 de junio de 1544 se declaró casado con Isabel Justiniana, “preñada en cuatro meses más o menos”. Tres días después, sin embargo, en otro documento, no consta que estuviera casado.
El día 11 de mayo de 1549, María de Toledo, la “desdichada virreina”, moría en su palacio de Santo Domingo. Y poco después fue enterrada en la capilla mayor de la Catedral dominicana. Los detalles de su enterramiento quedaron muy claros en su testamento. Y así ordenó que “mi cuerpo sea enterrado con el hábito del Señor San Francisco en la Capilla mayor de la Iglesia mayor desta dicha Ciudad de Santo Domingo, donde están sepultados los Almirantes mis Señores, no en la misma sepultura del Almirante Don Diego Colón mi Señor, y mi marido, sino abajo dél en el suelo de la dicha Capilla junto al presbiterio del Altar mayor porque estemos juntos en la muerte, como nuestro Señor quiso que lo estuviésemos en la vida”. Pedía ser enterrada fuera del presbiterio, a los pies de su marido, y que “sobre mi sepultura no se ponga tumba ni vulto, sino que esté una sepultura llana y sin fausto”.
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Luis Arranz Márquez