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José Zorrilla y Moral

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Biografía

Zorrilla y Moral, José. Valladolid, 21.II.1817 – Madrid, 23.I.1893. Poeta y dramaturgo romántico.

Nació a los siete meses de su concepción. Era hijo de José Zorrilla Caballero, relator de la Chancillería vallisoletana, y Nicomedes Moral. Su padre, partidario del Antiguo Régimen y de Fernando VII, nunca llegó a entender a su hijo, al que consideraba inútil para las cosas prácticas y con el que mantuvo permanentes discusiones. Por contraste, el poeta halló en su madre, mujer piadosa y dulce, protección y refugio, desarrollando por ella una intensa piedad filial. La situación familiar influyó poderosamente en su producción literaria. Zorrilla aludió a ella en numerosas ocasiones, sobre todo en sus memorias Recuerdos del tiempo viejo (1879).

Comenzó sus estudios en Valladolid. Pronto dio muestras de algunos desequilibrios de comportamiento. Era sonámbulo y propenso a sufrir alucinaciones. En 1823, al restablecerse el orden absolutista tras el Trienio Liberal, el padre fue nombrado regidor del Ayuntamiento. La familia hizo frecuentes viajes a Burgos y al pueblo de la madre, Quintanilla de Somuñó. Zorrilla evocó siempre Burgos bajo la imagen del arte, la tradición y la religiosidad. En 1826 su progenitor obtuvo un destino en la Audiencia de Sevilla. Con él partió el niño para la capital andaluza, que quedó grabada en su imaginación por su pintoresquismo y por sus leyendas. En 1827 Zorrilla Caballero, elegido por el ministro Calomarde para el puesto de superintendente general de Policía, se estableció en Madrid con los suyos.

En Madrid Zorrilla ingresó en el Real Seminario de Nobles, institución reservada exclusivamente a la nobleza y regida por la Compañía de Jesús. Allí leyó a Fenimore Cooper, Walter Scott y Chateaubriand. Aprendió letras clásicas y se inició en la poesía y el teatro. De sus primeros poemas sobresale el dedicado a la muerte de Sócrates, “El triunfo de la filosofía” (1832). Gran influencia ejerció sobre él el padre Eduardo Carasa que relataba a sus estudiantes, en estilo florido, leyendas y milagros religiosos. Actuó de galán en refundiciones del teatro del Siglo de Oro que representaban los jesuitas en presencia, a veces, del Rey y su hermano don Carlos. Para adiestrarse tomó lecciones de drama en el Teatro del Príncipe. También solía asistir con su padre a las funciones que en él se daban. Triunfaba entonces Bretón de los Herreros y era administrador de los teatros madrileños Juan Grimaldi, empeñado en sacar de su decadencia a la escena española.

Al morir Fernando VII en 1833, el padre fue desterrado y se refugió en el pueblecito burgalés de Arroyo de Somunó, próximo a Quintanilla. Zorrilla se familiarizó con el paisaje castellano, del que sería gran descubridor literario mucho antes que la Generación del 98. También conoció el primer amor, su prima Gumersinda, a la que evoca en “Un recuerdo del Arlanza”, asociada al río y sus paisajes. El padre quería a toda costa darle una carrera de abogado y lo envió ese mismo año a la Universidad de Toledo. El joven empleó el tiempo en paseos, descubriendo la belleza, el misterio y las tradiciones de una ciudad que ocuparía parte importante en su creación. Hizo interesantes amistades, como la de Pedro Madrazo. Su tío, en cuya casa se hospedaba, lo descubrió leyendo las Orientales de Victor Hugo y haciendo dibujos de edificios y paisajes. El padre, que entonces residía en Lerma, decidió trasladarlo a la Universidad de Valladolid a finales de 1834 tras aprobar en Toledo la materia de Instituciones Civiles. En el verano de 1835 se enamoró, en Lerma, de Catalina, que lo rechazó, y comenzó a colaborar en revista tan importante como El Artista, en la que publicó la leyenda en prosa “La mujer negra” y poemas románticos como “El trovador” y “El contrabandista.” Suspendió el curso de 1836. Temiendo la reacción paterna, decidió escapar de casa y refugiarse en Madrid para seguir su vocación literaria. Esa huida ha sido narrada por su protagonista con toda clase de detalles en Recuerdos del tiempo viejo y Cuentos de un loco (1853), donde cuenta, entre otras cosas, cómo fue a parar a un campamento de gitanos, de los que hace una curiosa descripción. En Madrid vivió días de bohemia y penuria. Solía disfrazarse para que su padre no lo localizase. Le ayudó el que sería amigo entrañable y colaborador Heriberto García de Quevedo. Ganaba algún dinero con colaboraciones esporádicas en revistas. Frecuentaba la Biblioteca Nacional para alternar con otros jóvenes. Fue allí donde se enteró del suicidio de Larra, cuyo cadáver fue a visitar, y donde su amigo italiano Joaquín Massard le instó a que dedicara una elegía al infortunado satírico. La elegía, “Ese vago clamor que rasga el viento”, lo hizo famoso. La leyó en el cementerio de Fuencarral el 17 de febrero de 1837. El hecho ha llegado a través de varios testimonios, incluido el del propio Zorrilla en sus Recuerdos. Acabados los discursos y a punto de ser cerrado el féretro, se adelantó un joven pálido y delgado, y con voz temblorosa de emoción, leyó los versos ante el asombro de todos. Ha notado Nicomedes Pastor Díaz en el prólogo al tomo primero de Poesías (1837) de Zorrilla, que éste recogía así la misión abandonada por Larra.

A raíz del suceso, hizo amistad con Bretón de los Herreros, Hartzenbusch, García Gutiérrez, Ventura de la Vega y de modo especial con Pastor Díaz, Donoso Cortés y González Bravo que siempre le ayudaron. Más tarde conoció a Espronceda, de quien ha dejado un emocionado retrato en Recuerdos. Tras colaborar brevemente en El Porvenir, pasó a hacerlo en El Español desde el 22 de junio de 1837 con un generoso sueldo asignado por su director José García Villalta. En él aparecieron muchos de los poemas compuestos por él por esas fechas. Recogió su producción literaria en ocho tomos de Poesías que se editaron en Madrid entre 1837 y 1840. En ellos coleccionó también el teatro escrito hasta entonces. Su biógrafo, Narciso Alonso Cortés (1943), ha observado que, quien niegue a Zorrilla la condición de lírico, no ha leído estos tempranos tomos ni, por supuesto, los muchos poemas posteriores. En esos tomos figuran leyendas famosas como “A buen juez mejor testigo” y “El capitán Montoya;” pero predomina la poesía lírica, a la que aportó un lenguaje nuevo y un registro temático variadísimo: visión de una España decadente y en guerra civil, paisajes castellanos, meditaciones filosóficas, naturaleza, tormentas del alma, amor y desengaño. Aclimató también de modo ejemplar la oriental al modo de Victor Hugo y la vieja tradición española.

El 24 de julio de 1839 estrenó Juan Dandolo en colaboración con García Gutiérrez. A partir de esa fecha hasta 1849, Zorrilla dominó la escena española como ningún otro dramaturgo lo había hecho desde el Siglo de Oro. El 22 de agosto de 1839 se casó con Florentina O’Reilly, que lo había atendido durante una enfermedad. Era viuda, diecisiete años mayor que él y con un hijo. Tras meses de felicidad, el matrimonio se deterioró por los celos más o menos fundados de la mujer, que intentó apartar a Zorrilla del teatro, la antipatía del hijo por el padrastro y el disgusto del padre que nunca lo perdonó. El 14 de marzo de 1840 estrenó su primer gran éxito teatral, El zapatero y el rey, compuesto para el actor José García Luna. Zorrilla asumió una posición rehabilitadora ante don Pedro, a quien creía víctima de las intrigas de la Iglesia. Entre 1840 y 1841 se publicaron Cantos del trovador, colección de leyendas que le valieron el calificativo de poeta nacional. Entre ellas se encuentra una de las más conocidas, “Margarita la tornera”. En la introducción enfatizó su renuncia a una poesía atormentada y su compromiso con la religión y la patria. Más tarde, en Granada (1852) resumió este ideal en dos versos con los que se le ha definido: “Cristiano y español, con fe y sin miedo/ canto mi religión, mi patria canto”. Con las seis leyendas contenidas en el libro Zorrilla fijó el modelo español de un género muy popular durante el romanticismo europeo. El 5 de enero de 1842 estrenó la segunda parte de El zapatero y el rey, siendo principal actor Carlos Latorre. El éxito fue espectacular. Ferrer del Río en Revista de Teatros afirmó que Zorrilla se había creado “un género que participa de Calderón y Shakespeare”. Tras el triunfo, el duque de Rivas lo invitó a pasar unos días en su casa de Sevilla, que dieron ocasión a un interesante intercambio de versos y discusiones literarias. El 25 de octubre de 1843 le concedió el Gobierno la Medalla de Carlos III.

 Según el autor, escribió en veinte días su obra dramática maestra, Don Juan Tenorio, que estrenaron Carlos Latorre y Bárbara Lamadrid el 28 de marzo de 1844. La crítica lo recibió con entusiasmo, pero no dejó de señalar algunos fallos de la representación y la escenografía. En la historia del teatro español es la única obra representada con continuidad desde su estreno hasta hoy, asociada normalmente al día de difuntos. Aunque enlazaba con la tradición donjuanesca anterior, Zorrilla tuvo el acierto de salvar a don Juan y crear el carácter inocente de Inés, dando un giro y un significado nuevos a la historia con la apoteosis del amor romántico. Don Juan Tenorio ha sido innumerables veces representada en España e Hispanoamérica, comentada, citada, imitada, parodiada, y ha calado hondo en el folclore español. Zorrilla vendió los derechos de su drama al editor Delgado y jamás recibió un céntimo por él, de lo que se quejó repetidamente.

Entre abril y mayo de 1845 pasó unos días en Granada para documentarse de cara a un futuro poema. El 5 de junio salió para Burdeos y París. En esta ciudad se relacionó con escritores de moda como Alexandre Dumas, la Sand, Musset, Gautier y los redactores de la Revue des Deux Mondes. Se interesó también por algunos experimentos médicos. En diciembre murió su madre, dejándolo sumido en una profunda melancolía. Ello le hizo regresar de inmediato, primero a Torquemada, donde se hallaba su padre enfermo, y luego a Madrid. En 1848 fue elegido miembro de la Junta del recién fundado Teatro Español; pero dimitió al poco tiempo. El Liceo organizó una sesión para honrarle públicamente el 6 de noviembre y la Academia Española lo nombró académico, pero no tomó posesión. El 3 de marzo de 1849 estrenó su última gran obra dramática, Traidor, inconfeso y mártir, con mediano éxito. La muerte de su padre en octubre de 1849 le causó un duro golpe. Su progenitor se negó a perdonarle, dejando un profundo peso en la conciencia del hijo. Zorrilla confiesa que su padre tenía la clave de su creación concebida para congraciarse con él. Arregló los asuntos de la herencia en Torquemada y, con el dinero que pudo reunir, se dirigió a Covarrubias.

En septiembre de 1850 partió para París. Zorrilla se sentía desplazado ante la nueva dirección que iniciaba la literatura española y comenzaba a ser objeto de sátiras por parte de jóvenes escritores. Según su testimonio, se fue huyendo de los problemas matrimoniales, tras vender su casa. Pero su mujer lo siguió, si bien regresó al poco tiempo. Fue su protector en la capital francesa un rico veracruzano, Bartolomé Muriel, que lo albergó en su casa. En Cuento de cuentos (1851) se inventó un alter ego que utilizó desde entonces en diversas ocasiones para objetivizar su propia creación como los ironistas románticos. Ese mismo año se enamoró de Emilia Serrano, a la que se refirió en sus poemas como Leila. Tenía catorce años. Andando el tiempo sería conocida escritora con el nombre de baronesa de Wilson. Siguiéndola, se trasladó brevemente a Bruselas de cuyo ambiente ha dejado una curiosa estampa en la “Epístola” que precede los Ensayos poéticos (1951) de Fernando de la Vera. Hay indicios de que tuvo una hija con ella, muerta muy pronto. Tras larga elaboración publicó en París Granada (1852), poema oriental incompleto. Ganivet (1896) ha visto en él un intento de fusionar épicamente las dos culturas españolas, la árabe y la cristiana. El estilo colorista e imaginativo de Zorrilla se muestra aquí en su cumbre. En una breve estancia en Londres a fines de 1853, se relacionó con un viejo conocido de su padre, el relojero Ramón Losada.

Embarcó en Boulogne rumbo a México el 27 de noviembre de 1854. Ha descrito la travesía en el Paraná, que tomó en Londres, en Recuerdos y La flor de los recuerdos (1855-1859). Desembarcó en Veracruz el 9 de enero de 1855. Le esperaba una sorpresa: alguien, al parecer García Gutiérrez, había impreso con el nombre de Zorrilla unas quintillas ofensivas para el país y su presidente Antonio López de Santa Anna. Pocos lo creyeron autor de las mismas y fue entusiastamente recibido en la capital por periodistas, políticos y escritores. Lo protegieron el conde de la Cortina y Cipriano de las Cagigas. Pasó un tiempo en una hacienda de los llanos de Apam perteneciente a un primo del primero. Hizo excursiones y llegó a conocer bien las costumbres mexicanas, que describió junto con otras noticias sobre escritores y sucesos en La flor de los recuerdos. Trató de no tomar partido en la guerra que entre 1855 y 1861 dividió al país en federales y unitarios; pero inevitablemente simpatizó con los últimos, favorecidos por el Gobierno español. En la hacienda de Apam se enamoró de una mexicana que luego, al parecer, lo abandonó. Entre tanto, dio recitales en el Casino Español y su teatro se representó con éxito. Hizo un viaje a Cuba entre octubre de 1858 y marzo de 1859. En Cuba fue muy bien recibido y honrado. Presenció la entrada de Maximiliano I en la capital mexicana el 11 de junio de 1864, que ha descrito en el Drama del alma (1867).

 El Emperador lo nombró poeta áulico en 1864 y director del Teatro Nacional. Para acallar rumores sobre su españolismo, recitó algunos poemas dedicados a Isabel II. Entre tanto, en 1865 murió su mujer, que lo desacreditaba con cartas insultantes. En posición difícil con los rebeldes dirigidos por Benito Juárez, eligió salir antes de la ejecución de su protector, abandonado a su suerte por los mismos poderes europeos que lo habían llevado al Trono de México. Zorrilla sufrió una profunda crisis religiosa ante el hecho y escribió unos sonetos, impublicables según Alonso Cortés (1943). Dejó México el 13 de junio de 1866.

Llegó a Barcelona el 19 de julio de ese año. Fue muy bien recibido. En Madrid El Museo Universal insertó el 5 de agosto un retrato del poeta y una carta de bienvenida de Pedro Antonio de Alarcón, a la que respondió Zorrilla con un interesante poema de contenido personal, “A D. Pedro Antonio de Alarcón”. Llegó a Burgos en septiembre y de aquí se trasladó a Valladolid. Su ciudad natal lo honró: se le otorgó la Medalla de Oro y se le organizaron lecturas públicas. El 14 de octubre fue a Madrid, donde, aunque se le acogió con entusiasmo, pudo observar el cambio de tendencias literarias. El romanticismo había pasado definitivamente. Zorrilla lo sabía y, aunque se mantuvo básicamente fiel a su manera de escribir, se interesó cada vez más por temas sociales y políticos. En febrero de 1867 regresó a Valladolid para establecerse poco después en Quintanilla de Somuñó en una especie de retiro voluntario. Allí recibió la noticia del fusilamiento de Maximiliano el 19 de junio de 1867 en Querétaro. Dos importantes libros poéticos publicó en ese año, El drama del alma y Cuentos de un loco. El primero es un testimonio intenso, personal, emotivo, de un Zorrilla desgarrado entre una pesadilla política recién vivida y la alegría del reencuentro con la tierra natal. En la segunda parte del segundo, “La inteligencia”, defiende los ideales del liberalismo en educación, religión e historia.

En marzo de 1868 se fijó en Barcelona. Editores y literatos catalanes lo honraron con homenajes, lecturas, banquetes, excursiones a diversos lugares como Montserrat. Zorrilla correspondió con Ecos de las montañas (1868), escrito bajo la influencia de A. Tennyson.

En él recrea leyendas catalanas y artúricas. Durante una breve estancia en Madrid se casó con Juana Pacheco el 20 de agosto de 1869. Salió de Barcelona a comienzos de 1870 y, tras unos días en Zaragoza que lo recibió en triunfo, partió para Madrid el 8 de abril. El 8 de marzo de 1871 se le concedió la Gran Cruz de Carlos III. Por recomendación de Juan Valera, el 21 del mismo mes se encomendó a Zorrilla la misión de examinar en Roma los archivos y bibliotecas para determinar las propiedades españolas. Para allí salió el 25 de abril. Por supuesto, no cumplió su misión; pero recibió el sueldo, aunque en 1974 se estableciera en las Landas francesas. En diciembre de 1876 se reintegró a Madrid y recomenzó su programa de recitales que merecieron comentarios, no siempre generosos, de críticos y escritores. Reinició también los estrenos teatrales. En octubre de 1979 comenzó a publicar sus memorias, Recuerdos del tiempo viejo, en El Imparcial. En octubre de 1880 viajó a Barcelona, donde se reanudaron las lecturas. La Academia de la Lengua volvió a escogerlo miembro el 26 de octubre de ese año. Su extenso romancero, La leyenda del Cid, apareció en Barcelona por entregas entre 1882 y 1883. En 1883 hizo un recorrido triunfal por varias provincias españolas, terminando en Barcelona y Valladolid cuyo Ayuntamiento lo acababa de nombrar cronista de la villa.

El 31 de octubre de 1884 se inauguró en su ciudad natal el Teatro Zorrilla con la representación de Traidor, inconfeso y mártir. El 31 de mayo de 1885 leyó su discurso de ingreso en la Academia en verso, al que respondió el marqués de Valmar con un estudio sobre don Juan. El 1 de junio el Congreso de los Diputados aprobó una pensión para el escritor. Realizó otros viajes, entre ellos, uno especial al País Vasco por invitación de la condesa de Guaqui en octubre de 1887. Las impresiones excelentes que le causó la región están consignadas en ¡A escape y al vuelo! Por iniciativa de la sociedad El Liceo, fue coronado poeta nacional en Granada el 22 de junio de 1889 en el palacio de Carlos V en la Alhambra. El acto, al que asistió una gran multitud, fue muy solemne, presidido en nombre de la Reina por el duque de Rivas de entonces. Zorrilla leyó “Recuerdos del tiempo viejo”, poema de despedida y retrospectiva. A partir de ese momento, el poeta decayó físicamente; pero mientras pudo, siguió escribiendo, asistiendo a las sesiones de la Academia y otros actos culturales. Sufrió leves intervenciones quirúrgicas para aliviar los dolores causados por un tumor cerebral. Murió en Madrid al comenzar el día 23 de enero de 1893. La capilla ardiente fue instalada en el edificio de la Real Academia Española. Su entierro, verificado con toda solemnidad el 25, fue un homenaje extraordinario de respeto y admiración por parte del Gobierno, de las instituciones y del pueblo. Los restos recibieron sepultura en el patio de santa Gertrudis de la Sacramental de San Justo. Dos días después de su muerte apareció en El Imparcial su poema “La Ignorancia”, verdadero testamento poético en que critica el fallo civilizador de liberalismo y repasa el significado de su obra.

Desde que Zorrilla comenzó a publicar suscitó los elogios de los críticos, aunque también los reproches ocasionales. Sus Poesías fueron saludadas con entusiasmo por Gil y Carrasco (1839) y Lista (1839), entre otros. Cantos del trovador recorrieron triunfalmente el país. Don Juan Tenorio ha merecido numerosas reseñas, ediciones y estudios críticos (Fernández Cifuentes, 1995). En el lado negativo, Martínez Villergas (1954) lo consideraba sobrevalorado; Revilla (1877), si bien elogiaba su poesía como la más musical y colorista que se ha creado en español, la consideraba pasada de moda, y Unamuno (1917) le regateó el título de mejor poeta de la raza. Pero no le escatimaron elogios Valera (1901), Rubén Darío (1901) o Gerardo Diego (1975), entre otros muchos. Ferrari (1914) lo retrató como espíritu infantil, humilde, bondadoso, sin interés por la fama, detractor de sí mismo, hospitalario, amigo de la buena mesa, trabajador regular y constante que se indignaba contra los que le suponían improvisador y vagabundo. Su extensa correspondencia se halla recogida en Alonso Cortés (1916) y Pinta Llorente (1934). Salvador Rueda en “A Zorrilla” (1911) cantó: “Si alguna vez muriese la lengua castellana,/ él sólo la alzaría triunfal y soberana/ cual luz, verbo y bandera de toda la nación”. Navas Ruiz (1995) ha reivindicado su papel anticipador y el espíritu liberal y moderno de un poeta juzgado erróneamente como conservador y tradicionalista.

 

Obras de ~: “La mujer negra”, en El Artista, 30 de agosto de 1835; “El contrabandista”, en El Artista, 1835; “La madona de Pablo Rubens”, en El Porvenir, 26 de mayo 1837; Poesías, Madrid, Imprenta de I. Sancha, 1837-1840, 6 vols. (incluyen los dramas “Vivir loco y morir más”, vol. I, 1837; “Más vale llegar a tiempo que rondar un año”, vol. IV, 1839; y “Ganar perdiendo”, vol. V, 1839); con A. García Gutiérrez, Juan Dandolo, Madrid, 1839 (estreno); Cada cual con su razón, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1839; Lealtad de una mujer y aventura de una noche, Madrid, 1840; El zapatero y el rey, Madrid, Imprenta de Yenes, 1840; Cantos del trovador. Colección de leyendas y tradiciones históricas, Madrid, Imprenta de Boix, 1840-1841; Vigilias del estío, Madrid, Imprenta de Boix, 1842; Apoteosis de don Pedro Calderón de la Barca, Madrid, 1842; El zapatero y el rey, segunda parte, Madrid, Imprenta de Yenes, 1842; El eco del torrente, Madrid, Imprenta de Yenes, 1842; Los dos virreyes, Madrid, Imprenta de Yenes, 1842; Un año y un día, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1842; Sancho García, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1842; El puñal del godo, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843; Sofronia, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843; La mejor razón, la espada, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843 (refundición de Las travesuras de Pantoja de Agustín Moreto); El molino de Guadalajara, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843; El caballo del rey don Sancho, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843; La oliva y el laurel, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1843; “El poeta”, en Los españoles pintados por sí mismos, t. II, Madrid, I. Boix Editor, 1844, págs. 150- 157; Don Juan Tenorio, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1844 (ed. de Fernández Cifuentes, Barcelona, Crítica, 1995); La copa de marfil, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1844; Recuerdos y fantasías, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1844; La azucena silvestre, leyenda religiosa del siglo XI, Madrid, Imprenta D. Antonio Yenes, 1845; El desafío del diablo. Un testigo de bronce, Madrid, Imprenta de Boix, 1845; El alcalde Ronquillo, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1845; El rey loco, Madrid, Imprenta de Yenes, 1847; La reina y los favoritos, Madrid, Imprenta de la Luneta 1847; La calentura, Madrid, Imprenta de Yenes, 1847; Obras, Madrid, 1847 (2.ª ed., corr. y única reconocida por el autor, con biografía por I. de Ovejas, París, Imp. de Baudry, 1852); El excomulgado, Madrid, Imprenta de J. M. Repullés, 1848; La creación y el diluvio, Madrid, Sociedad de Operarios, 1848; Traidor, inconfeso y mártir, Madrid, 1849; con J. H. García de Quevedo, María. Corona poética de la Virgen, Madrid, Imprenta de D. A. Cubas, 1849; Una historia de locos, Madrid, 1852; Granada. Poema oriental, París, Imp. de Pillet Fils Ainé, 1852; “Cuentos de un loco. Episodios de mi vida”, en Semanario pintoresco Español, Madrid, 1853; La flor de los recuerdos: ofrenda que hace a los pueblos hispano- americanos Don José Zorrilla, 1855-1859, 2 vols. (vol. 1, México, Imp. del Correo de España, 1855; vol. II, Habana, Librería e Imp. El Iris, 1859); Dos rosas y dos rosales, La Habana, Imp. del Diario de la Marina, 1859; El Tenorio Bordelés: recuerdo legendario, c. 1860 (borrador autógrafo con correcciones, en Biblioteca Nacional de España, sing. MSS/20272/14; ed., Madrid, Administración de la Galería Literaria, 1897); Amor y arte, zarzuela, Madrid, Est. Tipográfico de D. Narciso Ramírez, 1862; Álbum de un loco, Madrid, Alonso Gullón Editor, 1867; El drama del alma. Algo sobre México y los mexicanos, Burgos, Imp. de D. T. Arnáiz, 1867; Ecos de las montañas. Leyendas históricas, Barcelona, Imp. de Montaner y Simón, 1868; Lecturas públicas, Madrid, Librería de V. Suárez, 1877; Pilatos, Madrid, Imp. de J. Rodríguez, 1877; Don Juan Tenorio, zarzuela, Madrid, Imp. de J. Rodríguez, 1877; “Recuerdos del tiempo viejo”, en El Imparcial, Madrid, 1879 (Madrid, Tipografía Gutemberg, 1882, 3 vols.); “Una carta de Zamora”, en El Imparcial (1880); “Correspondencia a un gacetillero anónimo de El Tiempo”, en El Imparcial (1880); La leyenda del Cid, Barcelona, Imp. de Montaner y Simón, 1882; “Ruidos, miedos y supersticiones”, en La Ilustración Ibérica (1883); Obras completas, corr. y anotadas por su autor, Barcelona, Sociedad de Crédito Intelectual, 1884 (apareció sólo un vol.); “Espectros caseros”, en La Ilustración Ibérica (1884); ¡Granada mía! Lamento mozárabe, Valladolid, Imp. de F. Santarén, 1885; Discurso poético leído ante la Real Academia Española, Madrid, Imp. de Manuel Tello, 1885; El cantar del romero, Barcelona, Sociedad de Crédito Intelectual, 1886; “Mis mujeres”, en El Imparcial (1885); “A rey muerto...”, en El Imparcial (1885); Gnomos y mujeres, Madrid, Imp. de F. Fé, 1886; A escape y al vuelo, Madrid, Velasco Impresor, 1888; De Murcia al cielo, Madrid, 1888; Mi última brega. Los rincones de Valladolid, Valladolid, Imp. de E. Sáenz, 1888; “José Valero”, La España Moderna, Imp. de M. Tello, 1891; Obras completas, Madrid, Tip. de los sucesores de Cuesta, 1895; La leyenda de don Juan Tenorio, Barcelona, 1905; Últimos versos inéditos y no coleccionados, Madrid, M. Pérez Villavicencio, 1908; Obras completas, ordenación y notas de N. Alonso Cortés, Valladolid, Sociedad Editorial de España, 1943.

 

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Ricardo Navas Ruiz

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