Rosales Camacho, Luis Salvador. Granada, 31.V.1910 – Madrid 24.X.1992. Poeta y ensayista.
Educado en el seno de una familia acomodada, de talante liberal y profundas raíces católicas, fue el cuarto de los ocho hijos del matrimonio formado por Miguel Rosales Vallecillos y Esperanza Camacho Corona.
El único antecedente literario de la familia parece haber sido un tío abuelo, Antonio Corona Camacho, que fue poeta y amigo de Zorrilla. Cursó los estudios de Bachillerato en el colegio Calderón de los PP. Escolapios de Granada, y trabajó después durante cuatro años ayudando a su padre en el negocio familiar, un comercio de mercería que se llamaba “La Esperanza”, donde se vendía un poco de todo. Desde niño tuvo gran afición a la lectura, aunque no a la poesía, que consideraba una actividad “poco varonil”; es a los quince o dieciséis años cuando escribe sus primeros poemas: “El sauce y el ruiseñor” y “Cómo quisiera morir” (publicados en la Granada Gráfica, 1926). Sin embargo, hasta 1930 no tomará parte activa en la vida literaria de la ciudad.
Su primer acto público tuvo lugar en el Centro Artístico de Granada el 12 de marzo de 1930, con una lectura de poemas que presentó Francisco Soriano Lapresa, personalidad de gran ascendencia en el grupo de García Lorca y del Rinconcillo. Gracias a esa lectura, conoció a Joaquín Amigo —autor del manifiesto de la vanguardia poética publicado en la revista Gallo— y a través de él a García Lorca, que tendrían una gran influencia personal y artística en su vida.
En Granada, estudió Rosales dos cursos de Derecho (1930-1932) e inició la carrera de Letras, pero al ponerse en marcha el Plan Nuevo de Filosofía y Letras (1932), se traslada a Madrid con Joaquín Amigo; éste para opositar a una cátedra de Filosofía, y Luis para hacer la carrera de “Filología Románica a base de español” y abrirse camino en la literatura. Deja atrás la seguridad del negocio familiar, la carrera de Derecho y a su primera novia, la granadina Carmen Hernández, la musa de “Oraciones de Abril”.
En la universidad madrileña, “la mejor de Europa por aquellos años” (Rosales) enseñaban entonces Ortega, García Morente, Américo Castro, Zubiri, Menéndez Pidal, Salinas, Ovejero, Fernández Montesinos, Salvador Fernández Ramírez y tantos otros maestros con quienes tendría después frecuencia de trato. Comparte las aulas con Juan Panero, Luis Felipe Vivanco y María Dolores Monereo, una estudiante que conoció en la clase de Fernández Ramírez, que sería el gran amor de su juventud; un noviazgo que duró hasta el final de la guerra, y que inspiró gran parte de Abril y Segundo Abril.
El poeta siempre ha recordado la importancia que tuvieron en sus comienzos literarios García Lorca, Salinas, Guillén y Bergamín, que le abrieron las puertas de las revistas del 27. En Los cuatro vientos publicó la “Égloga de la soledad” (1933) y en Cruz y Raya un comentario a La voz a ti debida de Pedro Salinas, el libro que, junto con Residencia en la tierra, ejerció una influencia más generalizada en los escritores del 36.
Seguirían “La Andalucía del llanto” (1934) y “La figuración y la voluntad de morir en la poesía española” (1936). Mientras tanto, algunos poemas de Abril verán la luz en El Gallo Crisis, la revista de Ramón Sijé.
Abril (1935) inauguró las Ediciones del Árbol, la colección que dirigía José Bergamín. Irrumpió en la poesía española con una voz nueva, poderosa, de gran brillantez formal, pero también cargada de sentimiento, de hondura y religiosidad; Abril es un libro de poesía amorosa, de amor trascendido, en el que confluyen experiencias biográficas y aprendizaje poético de muy diversa índole, que refleja todo lo que en la poesía estaba en pugna en aquellos momentos: humanización, neorromanticismo, clasicismo y elementos vanguardistas.
Desde época temprana, defiende Rosales que la expresión poética personal “sólo puede lograrse partiendo de la expresión colectiva” y que en todo gran poeta se da una condición resumidora. Su “mundo poético” —un concepto que desarrolla en dos importantes ensayos: “Leopoldo Panero, hacia un nuevo humanismo” y “La poesía de Neruda”— se reconoce deudor, en un primer momento, de Lorca, Neruda, Guillén y Salinas, y después, de Machado, Unamuno, Ortega, Vallejo y Rilke, a quien tanto admiraba porque “era poeta y odiaba lo impreciso”.
La Guerra Civil (1936-1939) marcó definitivamente la vida de Rosales. En los días anteriores a la sublevación, la casa del escritor estaba fuertemente vigilada por las autoridades republicanas, ya que la militancia falangista de sus hermanos José y Antonio la hacían sospechosa de ser uno de los núcleos de la rebelión. Al producirse el levantamiento militar, Luis se unió a la Falange, no tanto por convencimiento —“mortal antipolítico”, le definiría Neruda— como por su fe católica y su estimación por la persona de José Antonio. Los primeros días de la guerra se le encargó la organización del cuartel de Granada; de ahí fue trasladado al frente y luego nombrado jefe de sector de Motril.
Federico García Lorca, atemorizado por las amenazas de que había sido objeto en su domicilio, se había refugiado el 9 de agosto en casa de su amigo Luis, considerándola lugar seguro por vivir allí destacados falangistas. Contra todo pronóstico, fue detenido el 16 de agosto por Ramón Ruiz Alonso (exdiputado cedista enfrentado con la Falange granadina), sin que los Rosales consiguieran liberarlo ni evitar su fusilamiento.
Días más tarde Joaquín Amigo murió asesinado por el bando contrario. Estas muertes sumieron al poeta en la mayor desolación, y acentuaron su descreencia política y su tono vital desengañado. El desengaño sería en adelante un tema recurrente en la obra del escritor.
El asesinato de Lorca fue la experiencia más dramática de la vida de Rosales, una “llaga sangrante” que dejó en él una huella profundísima agravada por la calumnia de quienes llegaron a acusarle de ser culpable de su muerte. La implicación de Rosales en esos acontecimientos ha sido amplia y rigurosamente documentada por Ian Gibson, Vila San Juan, Molina Fajardo, Marcelle Auclair, Díaz de Alda, Félix Grande, y otros investigadores, demostrándose no sólo su inocencia, sino las graves consecuencias que pudo acarrearle su arrojada defensa de Federico, ya que sólo la providencial llegada a Granada de Narciso Perales (cuya autoridad nadie discutía por ostentar la Palma de Plata, máxima condecoración de la Falange) y una fuerte suma satisfecha por su padre, le salvaron de ser fusilado.
Hasta 1937 estuvo en el frente como soldado raso; se incorporó entonces a la prensa nacionalista en Pamplona, colaborando en Arriba España y en Jerarquía, hasta que en 1838 fue trasladado a Burgos, a la Dirección General de Propaganda, bajo la Jefatura de Dionisio Ridruejo. En esos años irá dando a la imprenta los Poemas de la muerte contigua, escritos entre 1936 y 1938, y algunas composiciones que aparecieron en obras colectivas: Los versos del combatiente (José R. Camacho), la Antología Poética del Alzamiento (Jorge Villén), y la Opera Omnia Lyrica (Manuel Machado).
Vuelve Rosales al ensayo con La salvación del amor en la mística española (1938) y edita, en colaboración con Luis Felipe Vivanco, la Poesía heroica del Imperio (suya es la segunda parte de la antología, la dedicada a “El desengaño del Imperio”), y La mejor reina de España (1939), su única obra teatral publicada.
Al acabar la guerra, los supervivientes de la contienda tratan de recomponer lo que había sido la vida literaria antes de 1936; se crean nuevas revistas, se reanuda la actividad de las tertulias, y se intenta recuperar una “normalidad” que hiciera posible la vida cultural de posguerra. Reaparece la tertulia del café Lyon, donde se reúnen en esta segunda etapa los supervivientes de tres generaciones. Frecuenta también Rosales la tertulia del Lyon D’Or, la de Musa musae y la del café Gambrinus, anticipo de las Conversaciones de Gredos, que se celebraron entre 1951 y 1960 en el Parador de Gredos bajo la dirección del padre Alfonso de Querejazu. En 1940 apareció Escorial, la revista cultural más importante de la inmediata posguerra, que se convertiría en portavoz de la generación del 36; de inspiración falangista, nació con vocación de “contrarrestar el clima de intolerancia intelectual desatado tras la contienda” (Ridruejo); Luis Rosales actuó como secretario de la revista desde 1941 a 1950, abriéndola a las manifestaciones culturales del extranjero y dotándola de un tono cada vez más literario. En Escorial publicó el Retablo Sacro del Nacimiento del Señor, con el que culmina la línea de religiosidad que había iniciado en Abril.
En 1940 finaliza la carrera y defiende la tesis de licenciatura (El sentimiento del desengaño en la poesía española del Siglo de Oro). Durante los años que van de la publicación del Retablo (1940) a La casa encendida (1949), Rosales se refugia en el estudio y el ensayo; o como escribió Neruda, “se recupera en silencio y en palabra”, dando a la imprenta importantes trabajos eruditos; la renovación del lenguaje poético que va a llevar a cabo no habría sido posible sin estos largos períodos de estudio y reflexión. De la misma manera, tras la publicación de La casa encendida y Rimas, se “enterrará” otros diez años para escribir Cervantes y la libertad, su ensayo de mayor envergadura. Visto desde otra perspectiva, Rosales, el “poeta” por antonomasia, podría considerarse como un erudito cuyos ensayos se interrumpen esporádicamente para crear poemas insólitos y renovadores. En este período, escribe la Poesía del conde de Salinas (núcleo de su tesis doctoral), y publica Poesía y verdad (1940), Algunas consideraciones sobre el lenguaje (1947), Algunas reflexiones sobre la sátira bajo el reinado de los últimos Austrias (1944) y La alianza anglo‑espanola en el año 1623 (1945), así como las antologías de Baltasar Gracián (1942), Ángel Ganivet (1943) y Poesía de Juan de Tassis, conde de Villamediana (1944).
La pérdida de sus padres en 1941 dejó al poeta “sin casa y sin raíces”. Su madre falleció el 17 de enero; cinco días después, murió su padre, no sin antes encomendar a Luis un libro dedicado a la memoria de su madre. El contenido del corazón fue el fruto de esa promesa. Meses después, el poeta se instala en Madrid con su hermana Esperanza, recién casada con Enrique Frax, un amigo de su juventud, en un piso situado frente a la nerudiana “casa de las flores”. Luego residirá en Altamirano 34, la “casa encendida” del poema. En 1950 contrae matrimonio con María Fouz de Castro, y en 1952, nace su hijo Luis Cristóbal.
El contenido del corazón (1969) —cuya primera versión inconclusa se publicó en dos entregas en Escorial (1941 y 1942)—, y La casa encendida (1949), que fue una interrupción de El contenido, representan su etapa de madurez y en ellos se entronca la mayor parte de su producción futura. La casa encendida es considerada una de las mejores obras de la poesía española contemporánea; es un poema escrito en una semana en la que trabajó, a decir de Pablo Antonio Cuadra, “como un poseído de las musas”, donde llevará a cabo la idea primitiva de El contenido del corazón: una obra dividida en tres partes dedicadas a la amistad, el amor y la familia. La casa es el espacio poético en el que se reúnen todos los componentes del corazón: los recuerdos de la juventud, su niñez granadina, el entorno familiar, la aparición de la amada, que van iluminando las estancias y el corazón del poeta en un largo poema que discurre entre visión onírica y realidad. Rosales con La casa encendida (1949) y Neruda con el Canto general (1950) serán los artífices de esa nueva concepción del poema épico-lírico que había anticipado Vallejo en España, aparta de mi este cáliz.
En 1949, un año clave para el grupo del 36, se publicaron también Escrito a cada instante (Leopoldo Panero), Continuación a la vida (Luis Felipe Vivanco) y La espera (José María Valverde). El magisterio de Antonio Machado se pregonó generacionalmente a través del número de homenaje que organizó Rosales en Cuadernos Hispanoamericanos (1949), que inicia así su colaboración con el Instituto de Cultura Hispánica; primero como subdirector de Cuadernos (1949-1953), después como director (1953-1965) y por último como director de Actividades Culturales y Artísticas del Instituto, puesto que desempeñó desde 1973 hasta su jubilación. Otro hecho relevante en 1949 fue la breve y polémica colaboración con el grupo leonés de Espadaña, en cuyas páginas los escritores del 36 lanzan el Manifiesto de la “poesía total”.
La vocación americanista de Rosales se manifestó desde época muy temprana; de los años cuarenta arranca su amistad con los escritores más importantes del continente, huéspedes de aquella “casa encendida” de la calle Altamirano donde solían aparecerse “todos los poetas, a través de los años, desde los más lejanos países del idioma” (J. Coronel Urtecho); relación que se afianza durante la misión poética a Hispanoamérica, y que se puede considerar culminada en el reconocimiento y la amistad que ha mantenido con los más destacados escritores de nuestra lengua, desde Neruda a Borges, de P. A. Cuadra a Rojas Herazo, de Onetti a Paz, de Coronel Urtecho a Rulfo, de Sábato a Ernesto Cardenal. Su apoyo a los escritores de Hispanoamérica desde el Instituto de Cultura Hispánica, fue decisivo para su introducción y consagración en España.
La llamada “embajada poética” fue una idea de Fernando Castiella cuando dirigía el Instituto de Estudios Políticos, de donde provenían también los poetas invitados; fue organizada desde el Instituto de Cultura Hispánica y en ella participaron Agustín de Foxá, Leopoldo Panero, Luis Rosales y Antonio de Zubiaurre; se llevó a cabo a fines de 1949 y se extendió hasta el 8 de marzo de 1950, meses en los que visitaron Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y México. Si este viaje fue importante por diversos motivos en la vida del escritor, desde el punto de vista literario tiene el indudable interés de ser la fuente principal de la última entrega poética de La carta entera: Oigo el silencio universal del miedo, y de la inacabada Nueva York después de muerto.
Salvo la aparición de Rimas (1951), después de publicar La casa encendida Rosales se retrotrajo nuevamente a la actividad ensayística. En 1955 presenta su tesis doctoral sobre La obra poética del conde de Salinas, en un intento por conseguir una cátedra que nunca llegó, lo que no impidió que su magisterio fuera reconocido a ambos lados del Atlántico, y quedase plasmado en el afectuoso y respetuoso apodo de “maestro” con el que habitualmente se dirigían o referían al poeta. En estos años, escribe los imprescindibles Cervantes y la libertad (1960), El sentimiento del desengaño en la poesía barroca (1966), Pasión y muerte del conde de Villamediana (1969), Antología de la poesía española del Siglo de Oro (1970), La imaginación configurante (1971), Teoría de la libertad (1972) y Lírica española (1972), que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo.
En 1962 fue elegido miembro de la Real Academia Española, de la Hispanic Society of America, y del Consejo Privado de la Corona, culminando así una trayectoria monárquica que empezó a manifestarse en la inmediata posguerra, y que le llevó a dirigir en 1947 la revista Vida española. Ese mismo año, adquirió una casa en Cercedilla, donde en adelante escribirá casi toda su obra. Entre 1965 y 1971 dirige el Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado de Selecciones del Reader’s Digest.
En la década de los setenta asistimos a un renovado y entusiasta retorno a la poesía. En 1972 publica Segundo Abril (escrito entre 1938 y 1940 en Pamplona y Burgos), que representa el “despegue de las escuelas poéticas de experimentación y de vanguardia” (Rosales).
Abril y Segundo Abril son dos partes del mismo libro, cuya segunda parte es el resultado de una completa revisión, “intentando alejarlo en lo posible del vanguardismo”, y dotarlo de una organización temática más unitaria. En 1972 la revista Cuadernos Hispanoamericanos le dedicó un número extraordinario de homenaje. Publica Canciones (1973), Como el corte hace sangre (1974), Las puertas comunicantes (1976) y Pintura escrita (1978). En Diario de una resurrección (1979), sin duda la obra más significativa de este período, clasicismo y vanguardia se funden con un denso contenido existencial. Es un poema torrencial, escrito con una urgencia de carácter vital desde la percepción de la vejez. En los setenta aparece también una importante contribución al ensayo literario: La poesía de Neruda (1974), que fue el prólogo a la primera edición que se hizo en España de las obras del escritor chileno; un estudio de gran profundidad y finura en el que el análisis poético se mezcla con los recuerdos del poeta chileno, a quien había conocido en 1935 en Madrid. Ambos mantuvieron esa amistad hasta el final de sus vidas.
Si importante fue la labor de Rosales como secretario de Escorial y al frente de Cuadernos, no menos decisiva fue su actividad como director de la revista Nueva Estafeta (1978-1983), uno de los escasos ámbitos de convivencia y pluralidad de los que tan necesitada estaba la España de la transición.
La carta entera es en cierto modo su testamento poético, un ciclo autobiográfico de larga gestación (tardó más de treinta años en darla a la imprenta), “para no olvidar nada, para no dejar fuera a nadie”.
En ella plasmará Rosales su concepto de la “poesía total”, una poesía del “hombre entero” que abarque todos los géneros literarios borrando sus fronteras. Es una obra pasada por el corazón y por la experiencia, la expresión máxima de un proceso vital, personal y universal que el poeta entiende llegado a su punto culminante.
Llegó a publicar tres de las cuatro entregas previstas: La Almadraba (1980), Un rostro en cada ola (1982) y Oigo el silencio universal del miedo (1984).
Se le quedó entre las manos Nueva York después de muerto, el anunciado homenaje a su amigo Federico.
Esta breve biografía no sería completa sin recordar otros ámbitos en los que Rosales destacó a lo largo de su vida. Gran especialista en pintura, y profundo conocedor de la música y el flamenco (fue miembro de honor de varias Peñas), escribió sobre estos temas con conocimiento y sensibilidad: El desnudo en el arte y otros ensayos (1987), Esa angustia llamada Andalucía (1987), Y de pronto, Picasso (1988).
Fue distinguido con numerosos premios literarios: Premio Nacional de Poesía (1949), Nacional de Literatura (1952), Premio Bonsoms (1960), Mariano de Cavia (1961), Premio de la Crítica (1970), Nacional Miguel de Unamuno (1972), Nacional de Ensayo (1973), José Lacalle (1975), Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla” (1981), Cátedra de Poesía “Fray Luis de León”-Ciudad de Salamanca (1982), Prometeo de Plata (1982), Medalla de Honor de la Fundación Rodríguez Acosta (1986), Hijo Predilecto de Andalucía (1989), etc. En 1982 su trayectoria literaria fue reconocida con la concesión del Premio Cervantes.
Luis Rosales falleció el 24 de octubre de 1992 en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Sus restos descansan en el cementerio de Cercedilla.
Obras de ~: “Dulce sueño donde hay luz”, en Cruz y Raya, 11 (1934), págs. 118-127; “La Andalucía del llanto (al margen del ‘Romancero gitano’)”, en Cruz y Raya, 14 (1934), págs. 39-70; Abril, Madrid, 1935; con L. F. Vivanco, “Virgilio. Églogas I-IV” (Traducción), en Cruz y Raya, 37 (1936); “La figuración y la voluntad de morir en la poesía española”, en Cruz y Raya, 38 (1936), págs. 65-101; Poemas de la muerte contigua, 1936-1937 (publ. en Segundo Abril, Poesías Reunidas, 1981; “La salvación del amor en la mística española”, en Jerarquía, 3 (1938); con L. F. Vivanco, La mejor reina de España (obra teatral), Madrid, Jerarquía, 1939 (reimpr. en Madrid, Cultura Hispánica, 1943); y Poesía heroica del Imperio, Madrid, Editora Nacional, 1940-1943; Retablo sacro del nacimiento del Señor, Madrid, 1940 (2.ª ed. aum. y corr., Madrid, Editora Universitaria Europea, 1964); El contenido del corazón (1.ª parte), Madrid, Escorial, 1941 (2.ª parte: Retrato de mujer con cielo al fondo, Madrid, Escorial, 1942); “Algunas reflexiones sobre la sátira bajo el reinado de los últimos Austrias”, en Revista de Estudios Políticos (REP), 15 (1944), págs. 41-83; “La alianza anglo‑espanola en el año 1623”, en REP, 21 (1945), págs. 79- 107; “Algunas consideraciones sobre el lenguaje”, en Escorial, XVIII, 55 (1947), págs. 363-436; La casa encendida, Madrid, Cultura Hispánica, 1949 (2.ª ed. aum. y corr., pról. de J. Marías, Madrid, Revista de Occidente, 1967); “El vitalismo en la cultura española. Velázquez y Cervantes”, en Cuadernos Hispanoamericanos (CHA), 8 (1949), págs. 261-275; “Muerte y resurrección de Antonio Machado”, en CHA, 11‑12 (1949), págs. 435‑479; Rimas, 1937‑1951, Madrid, Cultura Hispánica, 1951; Cervantes y la libertad, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1960, 2 vols.; Pasión y muerte del conde de Villamediana (discurso de ingreso en la Real Academia Española), Madrid, Real Academia Española, 1964; “Leopoldo Panero hacia un nuevo humanismo”, en CHA, 187‑188 (1965), págs. 35‑79; El sentimiento del desengaño en la poesía barroca, Madrid, Cultura Hispánica, 1966; El contenido del corazón, Madrid, Cultura Hispánica, 1969 (2.ª ed. 1978); Poesía española del Siglo de Oro, Barcelona, Salvat, 1970 (reed. 1973, y 1982). Rimas y La casa encendida, pról. de D. Alonso, Madrid, Ed. Doncel, 1971; Segundo Abril, Zaragoza, Javalambre, 1972; Lírica española, Madrid, Editora Nacional, 1972; Teoría de la libertad, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1972; Canciones, Madrid, Cultura Hispánica, 1973; “La poesía de Neruda”, prólogo a Poesía de Pablo Neruda, Barcelona, Noguer, 1974; Como el corte hace sangre (seguido de VV. AA.,“Homenaje a Luis Rosales”), Cáceres, La Encina, 1974; Las puertas comunicantes. Primera antología poética, Salamanca, 1976; Pintura escrita, Madrid, Azur, 1978; La poesía de Neruda, Madrid, Editora Nacional, 1978 (incluye “Simbolismo y significación” y “La imaginación configurante. Ensayo sobre Las Soledades de don Luis de Góngora”, 1971); Antonio Machado, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978; “El cante y el destino andaluz”, en Nueva Estafeta, 9‑10 (1979), págs. 67‑78; Diario de una resurrección, Madrid-México, Fondo de Cultura Económica, 1979; Verso libre. Antología 1935‑1978, pról. de Guido Castillo, Barcelona, Plaza y Janés, 1980; “El desnudo en el arte”, en Nueva Estafeta, 16 (marzo de 1980); La carta entera. I. “La almadraba”, Madrid, Cultura Hispánica, 1980 (La carta entera. II. “Un rostro en cada ola”, Málaga, Rusadir, 1982; III. “Oigo el silencio universal del miedo”, Madrid, Visor, 1984); Un puñado de pájaros, Madrid, Cultura Hispánica, 1980; Poesía reunida, I (1935‑1974), Barcelona, Seix Barral, 1981; “Autobiografía literaria improvisada ante un magnetófono”, Barcelona, Anthropos, n.º 25, Extr.‑3 (1983); Poesía reunida, II (1979‑1982), Barcelona, Seix Barral, 1983; Antología poética, pról. de A. Porlan, Madrid, Alianza, 1984; El desnudo en el arte y otros ensayos, Madrid, Cultura Hispánica, 1987; Esa angustia llamada Andalucía, Madrid, Cinterco, 1987; Antología poética, pról. P. Laín Entralgo, Madrid, Mondadori, 1988; Obras completas (Tomos I-VI), Madrid, Trotta, 1996-1998; La casa encendida, ed. de X. Candel, Valencia, Denes, 2002; El naúfrago metódico: antología, ed. de L. García Montero, Madrid, Visor, 2005; Abril. Segundo Abril, ed. de G. Carnero, Madrid, Ayuntamiento, 2005; Ayer vendrá: Poemas escogidos 1935-1984, selecc. y pról. de J. C. Rosales, [Sevilla], Consejería de Cultura, 2010; Antología personal, Madrid, Visor Libros, 2010 (col. De viva voz); La casa encendida, Madrid, Visor Libros, 2010 (col. De viva voz); La casa encendida. Rimas. El contenido del corazón, ed. de N. Montetes-Mairal, Madrid, Cátedra, 2010; El libro de las baladas y Romances de colorido, ed. de X. Candel Vila, Madrid, Visor, 2012.
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María del Carmen Díaz de Alda Heikkilä