Silva y Mendoza, Diego de. Conde de Salinas (VII), marqués de Alenquer (I), en Portugal. Madrid, 23.XII.1564 baut. – Madrid, 15.VI.1630. Poeta y político.
Cuarto hijo de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza y de la Cerda, príncipes de Éboli, Diego de Silva y Mendoza nació y fue criado en el seno de una de las familias más poderosas del siglo XVI español. En efecto, nació en el Real Alcázar de Madrid, donde su madre servía de dama de honor de la joven reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, y fue bautizado en la iglesia parroquial de San Gil el 23 de diciembre de 1564. Su padre Ruy Gómez de Silva había sido amigo del príncipe Felipe desde su juventud; con el tiempo llegó a ser su primer consejero, y durante más de veinte años dominó desde la sombra la política española. Dotados en 1559 con estados napolitanos de los que provino el título nobiliario de príncipes de Éboli, Ruy Gómez y Ana de Mendoza (biznieta del gran cardenal Pedro González de Mendoza) fueron luego elevados a la Grandeza de España por Felipe II, quien les creó duques de Pastrana en 1572.
La temprana e inesperada muerte de Ruy Gómez en 1573 dejó en manos de una joven, orgullosa, altanera e inestable viuda (de treinta y tres años) a seis hijos que cuidar y educar. Fue el hijo favorito de su madre.
Llevaba el nombre de su abuelo materno, Diego Hurtado de Mendoza, duque de Francavila, título que su madre pretendió que él sucediera, llegando Diego de Silva a intitularse como tal, pero sin el reconocimiento de su hermano primogénito y después de su sobrino. Diego vivió durante casi veinte años con la princesa, primero en Madrid y luego en Pastrana donde ésta fue desterrada después de que el Rey decidiera investigar las actividades y maniobras turbias de Ana de Mendoza y Antonio Pérez, en especial el asesinato de Juan de Escobedo en marzo de 1578.
Por expresa voluntad de su madre, Diego se casó en 1577 a la edad de catorce años con Luisa de Cárdenas Carrillo y Albornoz, rica heredera y sólo dos años mayor que el novio. El matrimonio fue poco menos que un desastre para ambos contrayentes: Luisa acusaba a Diego de perseguirla por la casa y amenazarla con una daga, mientras que ella rápidamente cogió un odio duradero hacia su suegra. Cuando la princesa fue apresada en julio de 1579 y encerrada primero en el castillo de Pinto y luego en el de Santorcaz, doña Luisa vio el cielo abierto para escaparse de un matrimonio que jamás había deseado. El matrimonio fue finalmente anulado por la Rota en 1590. Dos años después Diego de Silva y Mendoza se casó con Ana Sarmiento de Villandrando (once años más joven que él), condesa de Salinas y de Ribadeo, de donde vienen los títulos con los cuales Diego ha pasado a la historia de la literatura castellana. A la muerte de Ana en 1595, Diego consiguió dispensa de Roma para poder casarse con su cuñada Marina de Sarmiento, matrimonio que se efectuó en 1599, después de que hubiera muerto el conde Pedro, único hijo nacido de su segundo matrimonio. Pero Marina también murió joven, el año siguiente, al dar a luz a un niño, Rodrigo de Silva y Sarmiento de Villandrando, que heredaría los estados de Salinas y Ribadeo, pero que sería más conocido por la historia como el duque de Híjar que se sublevó contra Felipe IV en 1648.
Después de tres matrimonios de muy corta duración cada uno, Diego de Silva y Mendoza no se volvió a casar, aunque durante casi veinte años vivió amancebado, para gran escándalo de la Corte, con Leonor Pimentel, hija de los marqueses de Távara y joven pupila y sobrina de su amigo Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar. Si los cuarenta primeros años de su vida fueron dominados por mujeres —su madre, sus tres esposas, su suegra Antonia de Ulloa (madre de Ana y Marina Sarmiento)— y el cultivo de la poesía dentro de un ambiente cortesano, el resto de su vida lo dedicaría casi exclusivamente a la política, en especial la política portuguesa. Hijo de portugués y descendiente por línea materna de una de las grandes casas nobiliarias españolas, los Mendoza, Diego era persona idónea para llevar a cabo los planes del duque de Lerma para el país vecino, incorporado a la Corona española en 1580. Promovido al Consejo de Portugal en 1605, con el retiro de Juan de Borja (tío de Lerma) llegó en seguida a la Presidencia de él, puesto que ocupó hasta 1617, en que fue enviado a Portugal como virrey y capitán general. El año antes de 1616 fue creado marqués de Alenquer, para que tuviera título de nobleza portugués. Si para algunos su período de cinco años en Portugal fue un gran éxito —durante ellos reforzó las defensas costeras, reorganizó el apresto de las flotas para Indias, reedificó las fábricas de armas y mejoró la administración interna— para otros fue ejemplo vivo del creciente e imparable dominio castellano sobre la vida y administración portuguesas. La caída en desgracia de Lerma en 1618 más la muerte de Felipe III en 1621 marcaron el fin del virreinato de Salinas, y un año después de que el conde-duque de Olivares llegara al poder, Salinas fue relevado de su puesto y mandado volver a Madrid. Sin embargo, y a pesar de muchos intentos, nunca se pudo probar que hubiera actuado de manera corrupta en Portugal, y fue, de hecho, de los pocos seguidores y protegidos de Lerma que sobreviviera el cambio de régimen. Incluso fue llamado de vez en cuando por Olivares a dar sus consejos sobre asuntos portugueses, ya que, después de todo, seguía siendo el político español con más experiencia y conocimientos del país vecino. Todavía activo políticamente, Diego de Silva y Mendoza murió el 15 de junio de 1630 en su palacio madrileño de Buenavista.
Diego de Silva y Mendoza es buen ejemplo del tipo de cortesano y poeta noble amateur, que se encuentra con frecuencia en el Siglo de Oro español. Empezando a principios del siglo XVI con Garcilaso de la Vega (de hecho, lejano pariente de Diego de Silva por vía materna), poeta y soldado, tenemos luego el ejemplo de Francisco de Aldana, y más tarde los del conde de Villamediana y el príncipe de Esquilache. Todos, menos el príncipe de Esquilache, se distinguieron por desdeñar la publicación impresa de sus obras, prefiriendo, al parecer, la tradición manuscrita como tradición más acorde con su estatus de poeta noble amateur. Al menos en el caso de los demás mencionados, algún pariente, amigo o aficionado intentó luego sacar orden de tanto manuscrito y llevar la obra a la imprenta, pero con el conde de Salinas esto no ocurrió. Su obra ha quedado manuscrita desde su composición a finales del XVI y principios del XVII hasta hoy día. El resultado es que los textos de la poesía de Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas y marqués de Alenquer (los títulos por los que es generalmente conocido como poeta), presentan unos problemas casi únicos e insolubles a la hora de leer y editar su obra.
En su tiempo tuvo fama como uno de los poetas más finos e intensos del Parnaso español y digno heredero de sus ilustres antepasados el marqués de Santillana, Gómez y Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega y el célebre escritor y poeta Diego Hurtado de Mendoza.
De importancia clave en su desarrollo poético fue la Corte establecida por Felipe III y su valido el duque de Lerma a principios del siglo XVII. Ambos fomentaron un tipo de cultura aristocrática en la que jóvenes nobles rivalizaban en escribir versos a las damas de la Corte (los llamados “motes de Palacio”) o en celebrar los últimos acontecimientos públicos o reales. Después de los tiempos austeros de Felipe II, se inauguró una época de diversiones cortesanas, entre cuyos mayores exponentes se encontraba el conde de Salinas, conocido sobre todo por sus motes, glosas y otros poemas menores ingeniosos y graciosos. La agudeza y ‘sal’ de Salinas eran cantadas y repetidas en poemas y obras en prosa de sus contemporáneos, y sus dichos graciosos e ingeniosos cobraron tanta fama que llegaron a incluirse en el Arte de galantería de Francisco de Portugal como modelos de la discreción que todo cortesano debería cultivar.
Gran parte de la importancia de la poesía de Salinas radica en que actuó de puente entre la poesía de mediados del siglo XVI y la de principios del XVII, en especial entre Garcilaso (y su más inmediato sucesor el portugués Luis de Camões) y los poetas de la generación siguiente como Lope de Vega y Villamediana.
De este modo, Salinas es pieza clave en la cadena poética que va de Garcilaso vía Camões al conde de Villamediana y, de éste, a Lope de Vega y Quevedo. Cadena poética y sentimental a la vez, ya que Salinas, medio castellano medio portugués, estaba idealmente situado para reintroducir en la poesía castellana el lirismo, la gracia, la armonía, la emoción y el dolor garcilasianos que Camões había sabido captar tan perfectamente en sus sonetos (publicados por primera vez en 1595 y de los que Salinas poseía un ejemplar en su biblioteca, al igual que tenía una edición de la obra de Garcilaso).
Como pasó con otros poetas de finales del siglo XVI, su verso es una mezcla de las nuevas formas métricas introducidas en España por Garcilaso (sonetos, octavas, canciones) y de formas castellanas más tradicionales y populares (redondillas, romances, glosas), y su tema principal es el amor y el estado principalmente doloroso del amante, sea expresado en versos tradicionales o en los de inspiración italiana. Un mismo platonismo amoroso envuelve la poesía de Salinas y la de Villamediana, por lo que a menudo es difícil distinguir entre uno y otro, lo que ha llevado a muchas atribuciones erróneas entre los dos. Por otra parte, está claro que leían e imitaban sus versos en un tipo de diálogo poético subtextual, parte, claro está, de una visión de la poesía como juego, como algo lúdico.
Sin embargo, a diferencia de su joven rival, hay pocos poemas satíricos en la obra de Salinas; tampoco hay muchos de tema religioso o que celebran personajes o acontecimientos públicos o reales. Su interés principal reside en el tema del amor, y en su manejo de este tema había pocos que lo igualaran.
La enorme cantidad de manuscritos, tanto en España como en Portugal, que contienen poemas suyos es evidencia de la popularidad de que gozaban en la época, como lo son los aplausos que recibió de muchos de sus contemporáneos. Lope de Vega le citó ampliamente en Laurel de Apolo (1629), incluyendo el conocido verso “Alábeos el callar, que no enmudece”.
Cervantes habló en Viaje del Parnaso (1614) de las “raras obras” de Salinas “que en los términos tocan de divinas”. A raíz de una corta estancia en la quinta que Salinas poseía en las afueras de Valladolid, Góngora celebró en un soneto el nacimiento de su hijo Rodrigo y dedicó al padre unas décimas. De la amistad que había entre estos dos poetas no puede haber duda, a pesar de las significativas diferencias estéticas que los colocaban en polos opuestos en el debate sobre el culteranismo, como se ve en dos sonetos satíricos que escribió Salinas burlándose del estilo gongorino de los sermones de fray Hortensio Félix Paravicino, célebre predicador de la Corte. Pero si la forma más sincera de la adulación es la imitación, el hecho curioso es que Góngora repitiera casi enteramente un terceto de Salinas en su soneto “Sacro pastor de pueblos, que en florida”, y que echara mano del último verso del soneto saliniano “Estas lágrimas vivas que, corriendo” —“a la lengua del agua de mis ojos”— para finalizar su soneto “¡A la Mamora, miltares cruces!” de 1614.
Tal reconocimiento y aceptación de la poesía de Diego de Silva y Mendoza por parte de sus contemporáneos contrasta notablemente con el olvido en que ha caído desde entonces. La revaloración de la mayor parte de la poesía del Siglo de Oro que se llevó a cabo durante el siglo XX tardó en alcanzar a la de Salinas, debido en gran parte a la falta de una edición o textos fidedignos. El primero en intentar sacar a luz y diseminar la obra poética de Salinas fue Luis Rosales, que dedicó su tesis doctoral a la vida y obra del conde.
Ésta quedó inédita hasta hace pocos años cuando fue publicada como el tomo V de la obra completa de Rosales. Al mismo tiempo, Rosales escribió varios y valiosos artículos sobre el papel mediador de Salinas entre la poesía castellana y la portuguesa. En 1983 Claude Gaillard publicó el primer estudio del papel político de Salinas, en especial los más de veinte años que pasó encargado de los asuntos internos y externos de Portugal. Pocos años después, el mismo crítico francés nos proporcionó un utilísimo inventario de las poesías atribuidas a Salinas y que se encuentran repartidas en manuscritos de diversas bibliotecas del mundo. En los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo por recuperar y establecer la obra de Salinas y solucionar donde haya sido posible el grave problema editorial que representan la falta de una edición impresa en vida del poeta y la de un cancionero autógrafo. La Antología poética recopilada por Dadson (1985) fue el primer paso en esta empresa, seguido por los trabajos de Ortiz Ballesteros y Manrique Martínez.
Nos sigue eludiendo, sin embargo, una edición crítica de la obra del conde de Salinas. También se ha trabajado por establecer más sólidamente la biografía del poeta, con diversas aportaciones de Dadson sobre el poeta y su familia, con especial énfasis en el papel de señor de vasallos y administrador de estados que desempeñó el conde, papel que se tiene que ver y juzgar al lado de los más conocidos de poeta, cortesano, político y militar. En este sentido, Salinas cumple a la perfección el perfil de poeta típico del Renacimiento más que del Barroco.
Obras de ~: Obras de don Diego de Silva y Mendoza Conde de Salinas, (The Phillipps Bancroft Library, University of California, Berkeley, ms. 75/122Z); Obras del Ex[celentísi] mo Señor D. Diego de Silua y Mendoza. Duque De francavila. Marques De Alenquer. Conde de Salinas y Riuadeo. Señor Del Ralengo y Guimarais. De la Orden De Alcantara Comendador De Herrera. Del Consejo De estado De Su Mag[esta]d y su vehedor De facienda Virrey y Capitan General Del Reyno de Portugal Mi S[eño]r (Biblioteca de The Hispanic Society of America, Nueva York, ms. B2460); “Obras do Marquez de Alenquer”, en Obras poéticas de varios autores, Arquivo Nacional de Torre do Tombo, Lisboa, ms. 1737, fols. 85-115v.; “Obras do Marquez de Alenquer”, en Schola Cordis Anno de 1654, Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra, ms. 316, fols. 51-129; “Obras del marqués de Alenquer”, en Biblioteca Nacional de España (BNE), ms. 3657, fols. 103-129v.; “Obras del marqués de Alenquer”, en Obras poéticas de diferentes personas, en portugués y en castellano, BNE, ms. 4152 fols. 45-95,; L. Rosales, “Poesías de D. Diego de Silva y Mendoza (Conde de Salinas y Marqués de Alemquer). (1564-1630)”, Escorial, 47 (1944), págs. 109-121 (publica 15 sonetos y 4 glosas); T. J. Dadson (ed.), Antología poética 1564-1630, Madrid, Visor, 1985 (publica 63 sonetos, 20 poemas de arte mayor y 47 poemas de arte menor); L. Rosales, La obra poética del conde de Salinas, tesis doctoral, ed. de A. M. Ortiz Ballesteros, Valladolid, Editorial Trotta, 1998 (publica 48 sonetos, 7 poemas de arte mayor, 39 poemas de arte menor, 20 poemas circunstanciales, 8 poemas atribuibles y 6 poesías falsamente atribuidas).
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Trevor J. Dadson