Ercilla y Zúñiga, Alonso de. Madrid, 1533 – 27.XI.1594. Poeta, militar y diplomático.
Sus padres, Fortún o Fortuño García de Ercilla, jurista del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga, eran oriundos de Bermeo (Vizcaya). Sexto y menor de los hijos, cuando tiene apenas un año, murió su padre. Leonor trató de sacar adelante a su familia y se desplazó a los distintos señoríos en los que podía recibir rentas (Bermeo, Nájera, Bobadilla). La situación económica se agravó al ser despojada por un pleito de su patrimonio (1545), al tiempo que su hijo mayor murió en Madrid. Casi en la pobreza, destinó a su segundo hijo a la Iglesia y solicitó el favor de Carlos V. El Emperador la asignó al servicio de la infanta doña María (su hija recién casada con el rey de Hungría y Bohemia, Maximiliano II) y a su hijo Alonso, como paje al servicio del príncipe Felipe en su viaje por otros estados del imperio. Desde Valladolid (1548), recorrió Barcelona, Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Múnich, Ulm, Luxemburgo, Bruselas y Augsburgo (I. Lerner). Regresó a España en 1551 y residió en Valladolid, estancia decisiva, de acuerdo con la crítica, para la redacción de La Araucana, pues le permitió ser testigo presencial de las apasionadas confrontaciones entre Sepúlveda y Las Casas sobre el conflictivo tema de la guerra justa. Viajó a Viena para acompañar a su madre y hermanas en el séquito de doña María y regresó al cabo de tres años como paje del príncipe, a quien acompañó a Inglaterra con motivo de su matrimonio con la reina María. Algunos autores (J. Toribio Medina) señalan que estuvo en Flandes, si bien habría llegado a Londres con el séquito del príncipe cuando se recibió la noticia del levantamiento de Hernández Girón en Perú y la terrible muerte de Valdivia en Chile a manos de los araucanos.
Su educación sufrió los contratiempos de estos viajes. Se redujo a las lecturas de Virgilio y Lucano, la historia romana, la Ilíada, la Biblia y los poetas contemporáneos, sobre todo Ariosto, pero también Dante, Petrarca, Bocaccio o Sannazaro, junto a Garcilaso, gracias a las clases impartidas por el humanista Calvete de Estrella, quien fue cronista real.
El príncipe Felipe, durante su estancia en Inglaterra, nombró a Andrés Hurtado de Mendoza virrey de Perú y a Jerónimo de Alderete, gobernador de Chile. Su objetivo principal era someter la insurrección de Hernández Girón. Ercilla, con licencia del príncipe, se enroló en las filas que partían desde Cádiz (1555) rumbo a las Indias. Alderete murió de fiebres en la isla de Taboga y Ercilla continuó el viaje hasta Perú, donde llegó en 1556. Se hospedó en el palacio virreinal cuya sede fue ocupada por el virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Según J. Toribio Medina, decidió, tras la derrota de Hernández Girón, enrolarse en la expedición de castigo contra los araucanos al mando del hijo del gobernador de Chile, García (febrero de 1557). Tras pasar por La Serena, llegaron a Concepción el 28 de junio, después de haber sufrido una tempestad (I. Lerner). A partir de este momento, la biografía de Ercilla se completa con los datos que él mismo refiere en La Araucana.
El poema consta de tres partes (divididas a su vez en treinta y siete cantos), publicadas en 1569, 1578 y 1589 e introducidas cada una por su correspondiente “exordio” (C. Goic). Redactado en octavas reales, refiere la conquista del Arauco tras la muerte de Valdivia. Ercilla es consciente de su valor como testigo presencial de los hechos y destaca reiteradamente el componente autobiográfico del poema ("podré ya discurrir como testigo / que fui presente a toda la jornada /.../ va la verdad desnuda de artificio / para que más segura pasar pueda”). El poema refiere su desembarco en Coquimbo, la visita a La Serena y su llegada a la isla de Quiriquina. La hostilidad de los indios desaparece al considerar como señal divina la caída de un meteoro. No escatima esfuerzos en el relato del detalle e incluso refiere la construcción de toldos, pabellones o fuertes o bien refiere acciones heroicas, como la de Mencía de Nidos que defendió la Ciudad de Concepción (La Araucana, I, 109). El 25 de agosto tuvo lugar el primer asalto araucano (de acuerdo con J. Toribio Medina, pero, según Góngora Marmolejo, sería el 15). Ercilla, por su parte, lo retrasa al 10 de agosto, de modo que coincida con el día de la victoria de San Quintín. Tras el asalto, y la estrategia araucana de adentrarse en su tierra para obtener la victoria, los españoles cruzan el Bio, Bío donde son nuevamente atacados. Es el primer encuentro con Tucapel y Galvarino que se encuentra entre los prisioneros y a quien se le infringe el castigo de quebrarle las manos. Acampa en la cuesta de Andalicán y envían emisarios de paz que no regresan. Decide García continuar el camino y se interna en tierra enemiga donde Caupolicán reta al jefe de la expedición a un combate que es aceptado. Sin embargo, es una emboscada y no luchará en solitario el jefe araucano, sino acompañado de ocho o diez mil araucanos (Barros Arana). El poema refiere con especial insistencia el combate entre los distintos jefes de ambos bandos. Tucapel, Caupolicán, Rengo, Galvarino, Lincoya, luchan como héroes homéricos (I. Lerner). El propio Ercilla, junto al genovés Andrea, colabora en la victoria, deslucida por el comportamiento sanguinario de los españoles, que llegan —de acuerdo con el poema— a exigir de él una mayor agresividad. La humanidad del poeta destaca en su actuación con Galvarino, de quien solicita el indulto, sin éxito, debido a la actitud del jefe araucano que pide ser ejecutado al igual que el resto de los caciques (“me opuse contra algunos, procurando / dar la vida a quien ya la aborrecía”). De este modo se materializa “el insulto y castigo injusto”.
Las peripecias de Ercilla corren parejas al relato épico. El gobernador trata de pacificar la tierra y para ello se hace preciso emprender un viaje a La Imperial en busca de avituallamiento. A su regreso, los indios les tienden una emboscada que tendrá un final feliz para los españoles, gracias a diversas estratagemas y a la actuación valiente de Ercilla, quien, al mando de su compañía, logra alcanzar la cima de una sierra desde donde atacar a los indios. Finalmente llegan al campamento y tras diversas escaramuzas fundan la población de Cañete que queda al mando de Reinoso. A principios de 1558, regresan a La Imperial, donde reciben la noticia de un nuevo ataque araucano a la población recién fundada. De acuerdo con el relato lírico, Caupolicán en este nuevo enfrentamiento será definitivamente vencido, y trece de sus caciques ejecutados de un modo bárbaro. Varias partidas marchan en busca del huido jefe araucano a mediados de febrero. El engaño de los guías y la fragosidad de la tierra desaniman a los expedicionarios, que nuevamente serán engañados por un indio viejo y astuto que les indica un camino falso. Sin embargo, tras varios días en los que hace estragos el hambre y el cansancio y cuando perdían toda esperanza de salvación, encuentran una verdadera visión paradisíaca de un lago surcado por canoas de indios pacíficos. El cambio de situación anima a los descubridores a continuar, lo que les permite llegar hasta la “isla” de Chiloé. Ercilla en solitario avanzará media milla más y dejará grabado en un árbol su testimonio, el 28 de febrero de 1558 a las 2 de la tarde. Guiados por un indio baquiano regresan a La Imperial.
Durante su estancia en la población, tiene lugar uno de los sucesos más destacados de su biografía. Con ocasión de celebrar el advenimiento de Felipe II al trono de España, se convocan justas y desafíos. Recuerda su contemporáneo Góngora de Marmolejo que, estando Ercilla y Pedro Olmos de Aguilera juntos, un tercero se quiso meter entre ambos. Ercilla echó mano a la espada y Pineda hizo otro tanto. García, que acudió al festejo cubierto con una máscara, arremetió contra Ercilla con una maza que llevaba colgando del arzón de la silla. Otro contemporáneo, el fraile agustino Bernardo Torres, señala como motivo una discusión sobre la precedencia en los lugares que le correspondían en la iglesia y Pedro Mariño Lobera refiere que el altercado tuvo como origen, asimismo, el lugar que les correspondía en el festejo y que, don García recelando no fuera una traición, arremetió con la maza y le derribó del caballo, al parecer con ánimo de matarle. Por su parte, Suárez de Figueroa ofrece como motivo una discusión sobre quién había herido mejor en el estafermo (J. Toribio Medina). Ambos se refugiaron en la iglesia, pero García ordenó que se les ahorcase al día siguiente. La injusticia de la decisión hizo que varios caballeros intercedieran por Ercilla a fin de que García cambiara la sentencia, lo que al parecer se consiguió finalmente gracias a que intercedió por él una joven india, amiga del jefe español. Medina refiere que el gobernador, encerrado en su despacho, no permitió que nadie se le acercase y las mujeres tuvieron que escalar hasta la habitación para implorar el perdón. Ercilla fue finalmente encarcelado y desterrado a Perú, lo que aún se retrasó por las exigencias de la guerra e incluso participó en algunas escaramuzas (...después del asalto y gran batalla / de la albarrada de Quipeo, temida / donde fue destrozada tanta malla, / y tanta sangre bárbara vertida / fortificado el sitio y la muralla / aceleré mi súbita partida /.../ salí de aquella tierra y reino ingrato, / que tanto afán y sangre me costaba”).
Dos meses más tarde, llega a Callao (1558). Participa en algunas escaramuzas, pero poco se sabe de su estancia en Perú. Trata de incorporarse a la batalla con Lope de Aguirre, pero enterado de la muerte de éste, apresura su partida y embarca en Panamá, como él mismo refiere en el poema, a finales de septiembre de 1561.
En Panamá tuvo lugar otro altercado. En conversación con Fernando de Santillán, éste se quejó de ciertos comentarios, proferidos por Ercilla sobre él, que implicaban una ofensa y de los que había tenido noticia a través de Ramírez de Cartagena. Ercilla se hizo el encontradizo a la salida de la iglesia y en compañía de Bartolomé Pineda, que actuó como testigo, le pidió explicaciones. El caso se solucionó y, en el expediente del proceso que se instruyó en España, quedó de manifiesto la actitud caballerosa del poeta.
Seguramente desde Panamá marchó a Nombre de Dios, de donde partían las naves hacia la Península. Una extraña enfermedad que padeció, según refiere en el poema, detuvo su regreso cerca de dieciocho meses. A mediados de 1563 llega a Sevilla y se encamina hacia Madrid con la noticia de la muerte de su madre (ocurrida en 1559). Tras dar cuenta de su viaje al Rey, emprende viaje a Viena en busca de su hermana Magdalena, quien tenía tratado matrimonio con Fadrique de Portugal y aún servía como dama a doña María, mujer de Maximiliano. Con tal motivo, recorre Francia, Italia, Alemania, Silesia y Moravia. Su llegada a la Corte fue recibida con satisfacción y el Monarca le nombró gentilhombre de la Boca de los Príncipes de Hungría. La reina doña María escribió una carta de recomendación a su hermano Felipe II.
Acompañando a su hermana, María Magdalena, llegó a Madrid en agosto de 1564. El matrimonio se celebró en abril de 1565, y fue muy breve, pues su hermana falleció meses más tarde, el 18 de octubre del mismo año. Ercilla fue su heredero principal y con Fadrique de Portugal firmó una transacción relativa a la dote. Vendidos los bienes en almoneda tuvo que ajustar con su hermano Juan de Zúñiga, provisor y capellán del Hospital Real de Villafranca de Montes de Oca. Su precaria situación anterior mejoró con la herencia, si bien aún se le ve solicitar los cuatro años de sueldo que le debían las cajas reales de Lima.
Fruto de su relación con una mujer de origen muy humilde, Rafaela de Esquinas, nació su hijo Juan (1568) y compró para ambos una casa en la calle de los Jardines.
En 1569, y a su costa, publicó la primera parte del poema, dedicado a Felipe II. Su éxito lo confirma la edición de la segunda parte nueve años más tarde, seguida en 1589 de la tercera. La obra completa apareció publicada en 1590. Las variantes del poema estudiadas por J. Toribio Medina revelan que Ercilla corrigió y pulió. En vida de Ercilla el éxito fue tal que se hicieron más de diez ediciones. Aparece citado en el “Canto a Calíope” de La Galatea cervantina y en El Quijote es alabado por el cura quien califica el poema de “los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos”. Por su matrimonio en 1570 con María de Bazán —pariente de Álvaro Bazán, el vencedor de Lepanto—, logró acceder a la nobleza de mayor alcurnia. Así lo revela el hecho de que sus padrinos fueron doña Ana de Austria y el emperador Rodolfo. Su encuentro queda inmortalizado en el poema: “Era de tierna edad, pero mostraba / en su sosiego discreción madura, / y a mirarme parece la inclinaba / su estrella, su destino y mi ventura; / yo, que saber su nombre deseaba, / rendido y entregado a su hermosura, / vi a sus pies una letra que decía: / del tronco de bazán doña maría” (Canto XVIII). La madurez y confianza en su mujer quedará puesta de manifiesto al encomendarle incluso cuestiones jurídicas y económicas. Pese a ciertas dificultades iniciales, debidas a la desconfianza de sus suegros, el matrimonió se realizó, aunque no tuvo descendencia. Sin embargo, sí consta el reconocimiento de dos hijos naturales. Juan, ya citado, que murió en el naufragio de la nave San Marcos que formaba parte de la Armada Invencible, y una hija que ingresó en un convento. Por estas fechas, fue nombrado gentilhombre de Cámara del Emperador y caballero de la Orden de Santiago, tras la información precisa de limpieza de sangre (29 de noviembre de 1571). Para cumplir con los preceptos de la Orden y bajo el mandato de Su Majestad, se embarcó en Cartagena y meses más tarde partió con la expedición de socorro de La Goleta en África, sitiada por los turcos, que se perdió antes de ver llegar el socorro. No siendo necesaria su presencia en Nápoles y habiendo cumplido con lo prescrito por los estatutos de la orden, se dirigió a Roma, donde fue presentado ante el papa Gregorio XIII, quien había sido compañero en Bolonia de su padre. Continuó su viaje por el norte de Italia, visitando Siena, Florencia, Bolonia, Ferrara, Mantua, Cremona, Piacenza, Milán y Pavía, como recuerda en La Araucana. Pasó a Venecia, donde trabó amistad con el embajador español Guzmán de Silva. El 9 de septiembre de 1575 se encuentra en Praga asistiendo a la coronación del rey Rodolfo como rey de Bohemia. Se recluyó en Uclés para conocer la regla y ceremonias por las que se rige la Orden de Santiago, de donde salió tres meses más tarde para reintegrarse a su casa.
Allí preparó la segunda parte de La Araucana, cuyo éxito corroboran las cuatro ediciones que ya se habían hecho en ese momento de la primera. Cabe reseñar que esta segunda parte incluye un soneto laudatorio de su compañero y capitán García Hurtado de Mendoza, lo que indica que el altercado y sus consecuencias habían sido olvidados por ambos.
Su fama, la dedicatoria de esta segunda parte y su conocimiento del idioma, hicieron que fuera comisionado para entrevistarse con el duque de Brunswick, casado con una prima de Felipe II, con objeto de llevarles cartas de bienvenida del Rey, y la expresa advertencia de que, por todos los medios, procurase que no pasaran de Zaragoza. El carácter del duque y sus pretensiones de un puesto en el alto gobierno, no permitieron el éxito total de tal empresa y Ercilla no volvió a recibir ninguna otra encomienda personal del gobernante.
En Madrid ha de atender a la enfermedad y muerte de su hermano que tiene lugar en Almaraz el 26 de agosto de 1580.
En 1582 viajó a Lisboa. El motivo, según J. Toribio Medina, fue la conquista de las Azores, encomendada a su pariente Álvaro de Bazán. Lo confirma el hecho del romance debido a su pluma y dedicado a la batalla. En Portugal o en las Azores habría conocido entre otros escritores a Cervantes y a Cristóbal Mosquera de Figueroa, quien escribió un poema laudatorio incluido en la tercera parte de La Araucana. Regresó a Madrid a principios de 1583.
El Consejo de Castilla le comisionó como censor de libros, desde 1580, tarea que le permitió ponerse en contacto con los escritores de su tiempo, y participar en tertulias particulares, como la del marqués del Valle, donde concurrían Fernando de Herrera, Pedro de Padilla, López Maldonado, Gabriel de Mata, Vicente Espinel, Cristóbal de Mesa, Sánchez de Lima, Gabriel Lasso de la Vega o el cronista Garibay. Entre otras ocupaciones, figura su dedicación a la lucrativa tarea de un comercio de valor, e incluso llegó a ser prestamista, como indica De Amezúa (Opúsculos III, pág. 288).
Su último viaje tuvo como objeto el cobro de la dote de su hermana y cierto dinero que había prestado, para lo que se dirige a Alemania. A su regreso, tuvo noticias de la muerte de su hermana María y de su hijo natural Juan de Ercilla, desgracias que minaron su ánimo, como se trasluce en el poema, en el que asoma cierto tono melancólico.
Durante sus últimos años residió en Madrid, donde revisó y completó la tercera parte de La Araucana (1589). La erudición y las digresiones se amplían. El poema en su conjunto mezcla realidad y ficción, combinación que justifica el que se ponga en entredicho la importancia de Caupolicán como jefe araucano y su participación en la muerte y emboscada de Valdivia. De hecho, es Lautaro quien derrota y da muerte a Valdivia. Pese a estas desviaciones históricas, como recuerda Lerner, la gran influencia del relato épico de Ercilla incluye a sus contemporáneos que refieren hechos y nombres de los jefes araucanos. Dos elementos resaltan en la obra: la referencia al imperialismo español como dominio de los mares mediante la referencia a la batalla de Lepanto y San Quintín (lograda a través de la intervención del mago Fitón), la defensa de los derechos de Felipe II al trono de Portugal y la introducción de historias ficticias o mitológicas, como las de Elisa y Dido, o los relatos de amor entre los indígenas (Caupolicán y Fresia, Guacolda y Lautaro o Glaura y Cariolán), todos ellos orientados, como indica J. Toribio Medina, a la defensa del amor conyugal. De este modo, los nativos inducen la imaginación poética de Ercilla mientras que los españoles reflejan la realidad histórica. En cualquier caso, el autor respeta y admira el deseo de libertad y la defensa de su propia tierra que llevan a cabo los nativos.
Entre las valoraciones de la crítica, desde tiempos cercanos a la redacción del poema, se encuentra un extenso repertorio de ediciones, dieciséis tan sólo durante el siglo que vio a luz el poema a lo que se unen didácticas poéticas que proponen a La Araucana como modelo retórico (Miguel Sánchez Lima, Arte poética en romance castellano, 1580; Díaz Rengifo, Arte poética española, 1592; Luis Alfonso de Carvallo, Cisne de Apolo, 1602; Bartolomé Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604; Francisco Cascales, Tablas poéticas, 1617) o referencias, como El Laurel de Apolo (1631) de Lope de Vega, o su auto sacramental basado en el poema, como también lo hace el romance incluido en el Ramillete de Flores de Pedro Flores (1593) y los seis romances incluidos en el Romancero de 1604, o críticas como la de Pedro de Oña, quien le acusa de deformar la realidad o autores que basan sus obras en el poema de Ercilla, como Góngora de Marmolejo o Ricardo de Turia (La belígera española), Luis Belmonte Bermúdez (Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza), o, Francisco de Bustos (Los españoles en Chile) o Gaspar de Ávila (El Gobernante prudente) y Juan de Ariza (don Alonso de Ercilla). Otros como Diego Santisteban Osorio tratan de continuar el poema con la Cuarta y Quinta parte de la Araucana (Salamanca, 1597). La investigación sobre la vida de Ercilla cobra un nuevo impulso a través de los estudios de José Toribio Medina (1852-1930), quien aportó nuevos documentos y reseñó cerca de treinta ediciones. La contribución de Medina al estudio de La Araucana recoge las variantes que reflejan el interés de Ercilla por pulir el poema.
Salvo por lo derivado de su oficio como censor, apenas se añade algo nuevo a su biografía. Residió en su casa, donde puso en orden su cuantioso patrimonio y donde murió el 27 de noviembre de 1594.
Su testamento refleja cómo llegó a estar relacionado con la Corte, puesto que figuran como testigos y albaceas gentiles hombres de corte y embajadores.
Obras de ~: La Araucana de Don Alonso de Erzilla y Cuñiga. Gentil Hombre de su Magestad y de la boca de los Sereníssimos principes de Vngria. Dirigida a la S.C.R.M. del Rey Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1569; Primera y segunda parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1578; Tercera parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Felippe nuestro Señor, Madrid, Pedro Madrigal, 1589 (Primera, segunda y tercera partes de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, Madrid, Licenciado Castro, 1597; La Araucana de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga: edición del centenario ilustrada con grabados, documentos, notas históricas y bibliográficas y una biografía del autor, ed. de J. Toribio Medina, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1927; La Araucana pról. de A. de Undurraga Madrid, Espasa Calpe, 1969; La Araucana, pról. de A. Cornejo Polar, Lima, Universo, 1975; La Araucana, ed., intr. y notas de M. A. Morínigo e I. Lerner, Madrid, Castalia, 1979; La Araucana, selec., pról. y notas de G. Araya, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1988 (9.ª ed.); La Araucana, selec., pról. y notas de C. García Alvarez, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1989 (2.ª ed.); La Araucana, ed. y pról. de J. L. de la Fuente, Dueñas (Palencia), Simancas, 2003, 5 vols.; La Araucana, adaptación cinematográfica de la obra de Alonso de Ercilla, Guión: E. Llovet. Enrique Campos. Julio Coll, Madrid, Paraguas Films, 1971).
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Rocío Oviedo Pérez de Tudela