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Íñigo de Brizuela y Arteaga

Biografía

Brizuela y Arteaga, Íñigo de. Fray Íñigo de Brizuela. ¿Berlanga de Duero? (Soria), 1557 – Madrid, 1629. Dominico (OP), confesor del archiduque Alberto de Austria, presidente-guardasellos del Consejo Supremo de Flandes, obispo de Segovia, miembro de la Junta Almirantazgo, miembro del Consejo de Estado.

Las referencias que existen sobre el lugar de su nacimiento no son coincidentes. Algunos autores lo sitúan en Berlanga de Duero (Soria), de la diócesis de Sigüenza, y otros, en Berlanga (Badajoz), de la diócesis de Badajoz. Pero todos coinciden en asegurar que cursó estudios de Filosofía y de Derecho canónico en la Universidad de Salamanca, donde obtuvo el grado de licenciado y ocupó la cátedra de Prima en Cánones antes de 1581. Ese mismo año ingresó en el convento de San Esteban de Salamanca, de la Orden de Santo Domingo, y tras el preceptivo período de noviciado profesó votos y vistió el hábito de dominico (1 de abril de 1582). Luego pasó dos años en el Colegio de San Gregorio de Valladolid (1583-1585) y regresó al convento de San Esteban para ejercer de lector de Artes. Antes de acabar el año 1586 se trasladó a Roma para ocupar el puesto de maestro de estudiantes en el colegio del convento de La Minerva. Lo hizo en compañía del maestro fray Juan Vicente, consultor de la Congregación del Santo Oficio de la Inquisición Pontifica, lector de Teología y regente de ese mismo colegio y, desde 1592, procurador y vicario general de la Orden en la Curia Romana, además de asistente del V duque de Sessa, embajador de Felipe II ante la Santa Sede (1590-1606). Y a fray Juan Vicente sucedió Brizuela, primero en el puesto de regente y, algo más tarde, en el de confesor del cardenal-archiduque Alberto de Austria (octubre de 1595).

A comienzos de ese año, las diferentes áreas de servicio de la casa del cardenal-archiduque se sometieron a una profunda reestructuración, previa a su traslado a Flandes en calidad de lugarteniente político y militar de Felipe II. Se optó por sustituir a su confesor dominico, fray Juan Vélez de las Cuevas, por otro fraile de la Orden de Predicadores y la elección recayó en fray Juan Vicente, que falleció inesperadamente antes de ejercer el puesto. Su lugar lo ocupó fray Íñigo de Brizuela, que se unió al séquito de Alberto en Génova, en noviembre de 1595, para efectuar el pasaje a las provincias leales. La comitiva llegó a Bruselas a comienzos de 1596 y este nuevo destino político y espiritual (enseguida fue nombrado vicario general de su Orden para los conventos de los Estados de Flandes) marcó toda la trayectoria posterior de Brizuela al servicio de Felipe III y Felipe IV.

Cuando el archiduque Alberto, desprovisto de su condición de religioso y desposado con la infanta Isabel, se transformó en Soberano de los Estados de Flandes (1599), Brizuela conservó su puesto de confesor, al que había accedido por designación real. Adquirió entonces un carácter mucho más ambivalente: sus vínculos de obligación y dependencia hacia el Monarca resultaban incuestionables, pero no obraba sólo como ministro real, sino también como ministro archiducal, ligado al servicio de un príncipe soberano.

Puede decirse, por eso, que su labor fue delicada y exigió notable habilidad para conciliar los intereses de Felipe III con los del archiduque Alberto, no siempre coincidentes; habilidad que Brizuela demostró tener en circunstancias sumamente comprometidas, que coincidieron con fechas clave del reinado y del régimen archiducal: 1609 (la conclusión del tratado que dio paso a la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas) y 1616 (reconocimiento anticipado de los derechos sucesorios de Felipe III sobre el patrimonio de los archiduques por los diferentes Estados Provinciales, esencial para descartar incidentes llegado el momento de la devolución del territorio tras la disolución del matrimonio por fallecimiento de cualquiera de los cónyuges).

En diciembre de 1608, fray Íñigo viajó a España para convencer al entorno real de que era necesario aceptar las condiciones ofertadas por los holandeses y avenirse a aprobar una tregua larga si la Real Hacienda no estaba en condiciones de remitir las provisiones necesarias para costear una guerra ofensiva. En los últimos meses de 1606, justo antes de suspender hostilidades e iniciarse el proceso negociador (1607- 1609), Felipe III había tomado la decisión de limitar los envíos y de mantener el ejército a la defensiva forzado por la necesidad. Pero reanudar la guerra defensiva era un suicidio político y militar para el gobierno de Bruselas, que encomendó a Brizuela la delicada labor de conciliar sus intereses con los del monarca.

El fraile desempeñó con éxito su legación diplomática y regresó a Flandes a comienzos de febrero de 1609 con la autorización de Felipe III para cerrar el acuerdo. Así, el tratado definitivo de tregua se redactó en Amberes entre marzo y abril de 1609. En mayo, justo después de su proclamación pública en Amberes y La Haya, Brizuela realizó un segundo viaje a Madrid para trasladar el tratado y obtener la ratificación de Felipe III. También para lograr su aprobación del plan de reformación (un programa de desmovilización de efectivos y de reforma del gasto militar) que Bruselas había diseñado para reducir los costes de la maquinaria bélica; reducción sobre la que Madrid y Bruselas también discrepaban desde 1607. Fray Íñigo regresó a la Corte de los Archiduques en julio de 1609 y, en febrero de 1610, como recompensa a las exitosas comisiones desempeñadas el año anterior, obtuvo una plaza en el Consejo de Estado de Bruselas, uno de los tres colaterales que auxiliaban la gestión del soberano o del gobernador general de los Países Bajos. No sorprende, por eso, que su imagen pública contrastara con la del confesor de la infanta Isabel, el franciscano fray Andrés de Soto, un religioso con reputación de santidad y considerado ejemplo de virtud monástica en la Corte archiducal. Brizuela apreciaba los signos que exteriorizaban el estatus, como por ejemplo desplazarse en carroza, intervenía abiertamente en los asuntos de gobierno y su influencia en los negocios resultaba obvia para casi todos.

En 1616, el archiduque Alberto encomendó a su confesor una tercera legación a la corte de Felipe III.

En agosto, Brizuela fue el ministro elegido para trasladar a Madrid las escrituras de los juramentos intercambiados por Alberto, en nombre del Monarca, con los representantes de las diferentes provincias.

La eventual restitución de los Estados de Flandes a la línea sucesoria de Felipe III había causado notable preocupación desde, como mínimo, finales de 1612.

En noviembre de ese año, el archiduque enfermó gravemente y se mantuvo alejado de los negocios hasta bien entrado 1613. En los primeros meses de 1614, fray Íñigo se encargó de hablarle confidencialmente sobre la conveniencia de que las asambleas de estados reconocieran al Monarca como futuro Soberano de Flandes por anticipado, es decir, durante su vida, para prevenir contratiempos llegado el momento de su reincorporación a la Monarquía. Y sus dotes de persuasión dieron los frutos deseados, pues Alberto se avino enseguida a reclamar el juramento a sus súbditos y a facilitar la celebración de las ceremonias, que se aplazaron debido a la intervención militar de Madrid y de Bruselas en la segunda crisis sucesoria de los ducados de Cleves-Jülich durante el verano de 1614. El aplazamiento se dio por concluido en enero de 1616 y las ceremonias tuvieron lugar en mayo y julio de ese mismo año.

Brizuela llegó a Madrid en septiembre y a San Lorenzo de El Escorial el día 3 de octubre de 1616, donde fue visitado por los duques de Lerma y Uceda en su celda de la hospedería del convento antes de entrevistarse con el Rey. Pero el traslado de los juramentos tan sólo era uno de los contenidos de su nueva comisión. “La ocaçión de su ida —le había asegurado el marqués de Guadaleste, embajador ordinario de Felipe III en Bruselas, al Monarca poco antes de que el confesor abandonara la corte archiducal—, es a particulares de Su Alteça.” Y una parte sustancial de los “particulares” de Alberto eran “particulares” del maestre de campo general y superintendente de la hacienda militar Ambrosio Spínola, indignado por la creciente fiscalización que el veedor general del Ejército, Francisco Andía de Irarrazábal, había tratado de imponer a su gestión financiera después de 1615 por indicación de Madrid. El archiduque intercedía por el genovés y enviaba a su confesor para convencer al Rey de que debía llamar a Irarrazábal a la Corte. Y debía hacerlo porque Irarrazábal acudía directamente a Madrid para denunciar cualquier irregularidad detectada, prescindiendo del recurso arbitral al capitán general, autoridad que Alberto ostentaba indefectiblemente. El comportamiento del veedor general comprometía su autoridad, porque no le reconocía como verdadero gobernador del Ejército que operaba en el interior de sus Estados y eso no lo podía tolerar. Una misión delicada que fray Íñigo de Brizuela desempeñó a la perfección, porque el veedor, defensor indiscutible de los intereses de Felipe III, recibió orden de regresar a España en 1617.

La muerte del archiduque Alberto, mediado el mes de julio de 1621, motivó el regreso de Brizuela a la corte del nuevo monarca Felipe IV. Llegó en enero de 1622 y, a finales de ese mismo mes, fue designado para ocupar el obispado de Segovia, con retención de las pensiones eclesiásticas que disfrutaba en Flandes, y la presidencia del nuevo Consejo Supremo de Flandes que se iba a implantar en Madrid para la consulta de determinados asuntos concernientes al patrimonio territorial borgoñón recién incorporado. El propio fray Íñigo comunicó la noticia a Antonio Suárez de Arguello, antiguo secretario de cámara de Alberto y “de las cosas de Alemania” en la Corte de Bruselas, el día 2 de febrero de 1622: “A mi me ha hecho S. M.

merced del obispado de Segovia y de la presidencia de Flandes. Cada una destas cosas es más de lo que yo merezco. De ambas he hecho mucha estimación, particularmente de la segunda, porque será posible con ella pueda acudir con particularidad al gusto y servicio de Su Alteça”. Esta segunda designación resulta comprensible teniendo en cuenta el conocimiento directo que Brizuela había acumulado sobre la realidad flamenca tras veinticinco años de residencia en el territorio, un conocimiento incuestionablemente técnico, dada su condición de miembro del Consejo de Estado de Bruselas que seguía conservando y conservó, de hecho, hasta su muerte.

La presidencia de Brizuela resultó algo anormal, puesto que el nuevo Consejo Supremo de Flandes no fue un verdadero consejo, dotado de carácter colegiado, hasta el relevo de Brizuela, acaecido en octubre de 1628. Antes de esa fecha no obró como “colegio”, sino como “ministerio colateral”, puesto que careció de consejeros, sin afianzarse verdaderamente, con el fin de autorizar lo más posible a la infanta gobernadora frente a los recientes vasallos flamencos y asegurar la aceptación del nuevo régimen postarchiducal en un territorio acostumbrado a mirar poco hacia Madrid desde hacía más de dos décadas. A Brizuela, que asesoró en solitario asistido por los titulares de la Secretaría del Consejo, se le dio siempre el tratamiento de “presidente” para demostrar que existía intención de reforzar el organismo cuando el nuevo régimen de gobierno se considerara suficientemente asentado.

Esto sucedió a finales de la década de 1620 y el papel desempeñado por Brizuela resultó primordial para superar el proceso de restitución de soberanía, si bien es cierto que sus responsabilidades políticas rebasaron el marco del Consejo Supremo de Flandes. En abril de 1624 se le concedió una plaza en el Consejo de Estado y, un año más tarde, fue designado miembro fundador de la Junta del Almirantazgo, instituida por Real Cédula de 15 de enero de 1625.

Este cúmulo de obligaciones forzó al obispo-presidente, como solía ser denominado, a renunciar a su obispado de Segovia, incapaz de residir en su sede. A finales de diciembre de 1623, Felipe IV notificó el hecho al secretario del Consejo de Cámara, Jorge de Tobar: “Por ser necesaria la persona de fray Iñigo de Brizuela, obispo de Segovia, en esta Corte para los negoçios de la presidençia de Flandes que tiene a su cargo y otros de mi servicio que se le encargan cada día, he resuelto que asista aquí de ordinario y para poderlo hazer con menos escrúpulo ha hecho dexaçión del obispado de Segovia dándole sobre él 3.000 ducados de pensión cada año. Vos lo diréis en la Cámara para que se tenga entendido y se me propongan personas para el dicho obispado con la calidad de los 3.000 ducados que se le han de dar de pensión a fray Iñigo”. La renuncia se comunicó al Pontífice y al embajador en Roma, duque de Pastrana, con el encargo de hacer la presentación oficial del candidato a ocupar la sede vacante, en marzo de 1624. La pensión referida fue incrementada con otra de 6.000 ducados sobre el Patriarcado de Indias, como recoge el propio comunicado.

Tras su regreso a España, donó un buen numero de pinturas de procedencia flamenca al convento de San Esteban de Salamanca y costeó una nueva sala capitular, con una capilla para oficiar misa y destinada a albergar su sepulcro. Tras su muerte, a comienzos de 1629, se colocó una estatua orante suya de piedra policromada al lado derecho del altar y se colgaron dos cuadros, al menos uno atribuido a Rubens, legados en su testamento. También contribuyó a dotar una capilla dedicada a san Andrés que los Brizuela sostenían en la colegiata de Berlanga.

 

Fuentes y bibl.: Archives Générales du Royaume de Belgique, Conseil Privé Espagnol, reg. 1625, fols. 115r.-116v. (“Conseilliers d’Estat depuis l’an 1599”, Bruxelles, 25 de febrero de 1640, “[...] Le tres reverend pere en Dieu Messire Iñigo Brizuela, pere confesseur de leurs Altesses le 27 febrier 1610. Mourut le 13 janvier 1629 [...]”); Secrétairerie d’Etat et de Guerre, reg. 488 (Brizuela a Alberto, San Lorenzo, 17 de octubre de 1616 y Brizuela a Antonio Suárez de Arguello, en Santo Tomás de Madrid, 2 de febrero de 1622); Archivo General de Simancas, Estado, leg. 2300 (Guadaleste a Felipe III, Bruselas, 10 de agosto de 1616, Spínola se lo notificó al Monarca en carta de Bruselas, 7 de septiembre de 1616); Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 15.221 (1), docs. 1, 2, 3 y 4 (Felipe IV al duque de Alburquerque, embajador en Roma, para la presentación y tramitación de los despachos papales pertinentes, Madrid, 12 de febrero de 1622); Consejos, libro 13, fols. 151r.-v. y 224v. (Felipe IV al Pontífice, con la misma data; y el registro de la emisión de las ejecutoriales refrendadas por el Rey que le otorgaban la posesión del obispado, Madrid, 25 de julio de 1622).

G. González Dávila, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los reynos de las dos Castillas. Vidas de sus arzobispos y obispos y cosas memorables de sus sedes, vol. I, Madrid, Imprenta de Francisco Martínez, 1645, págs. 590- 593; F. X. de Garma y Durán, Teatro universal de España. Descripción eclesiástica y secular de todos sus reynos y provincias, en general y particular, vol. IV, Barcelona, Imprenta de Mauro Martí, 1751, pág. 81; M. Fernández de Navarrete, Colección de documentos inéditos para la Historia de España, vol. XLIII, Madrid, Viuda de Calero, 1863, págs. 144 y 146- 148; A. Almansa y Mendoza, Cartas de Andrés de Almansa y Mendoza. Novedades de esta Corte y avisos recibidos de otras partes (1621-1626), Madrid, Miguel Ginesta, 1886, págs. 124, 253 y 289-290; A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta Archiduquesa doña Isabel Clara Eugenia con el duque de Lerma y otros personajes, Madrid, Fortanet, 1906, págs. 200- 201; J. 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Alicia Esteban Estríngana

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