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Hortensio Paravicino y Arteaga

Biografía

Paravicino y Arteaga, Hortensio. Félix de San Juan. Madrid, XI.1580 – 12.XII.1633. Trinitario (OSST), predicador real y poeta.

Más conocido hoy por su magnífico retrato pintado por El Greco que por las ediciones de sus sermones, de su obra poética o de sus tratados en prosa, fray Hortensio Paravicino fue, en el Madrid de Felipe III y en los primeros años del reinado de Felipe IV, una personalidad de suma notoriedad. Nació hijo ilegítimo de Mucio Paravicino, noble milanés, y de Ana de Arteaga, oriunda de Guipúzcoa. Según parece, Mucio Paravicino y Ana de Arteaga no llegaron a casarse formalmente según las reglas de la Iglesia establecidas por el Concilio de Trento. Después de unos desposorios más o menos secretos, Mucio partió a Italia para recobrar su hacienda, proyectando venir a establecerse en España y celebrar entonces las velaciones del casamiento. Pero el niño nació durante el viaje del padre a Italia y fue bautizado en la parroquia de San Sebastián, sita en la calle de Atocha. A los pocos días, la madre murió de sobreparto. A su regreso, Mucio hizo grandes demostraciones de dolor, tomó el luto, organizando solemnes honras fúnebres a la difunta y no abandonó al niño. Lo entregó a una nodriza, Estefanía de Zorrilla, y a su esposo, Francisco de Morales, que vivían en la calle del Príncipe, donde acogieron al recién nacido huérfano y lo criaron durante su primera infancia. El niño tuvo una educación muy cuidada, demostrando gran precocidad intelectual, ya que, según todos los primeros biógrafos, sabía leer, escribir y contar perfectamente a los cinco años, habiéndose familiarizado con el latín.

Hacia 1588, Mucio Paravicino casó con Leonor Camarena y de esa unión nacieron dos varones, Francisco, futuro conde de Sangrá, y Tomás. El joven Hortensio vino a vivir a casa de su padre, en el mismo barrio, y se crió entonces con sus hermanastros. La madrastra no supo demostrarle el menor cariño y el niño se consolaba con su padre. Fue mandado poco después al Colegio jesuita de Ocaña, donde coincidió con Francisco de Quevedo, su exacto coetáneo.

A los catorce años se matriculó en la Universidad de Toledo, pasando seguidamente, en 1595, a la de Salamanca, donde oyó los cursos de Derecho civil y Cánones, cultivando ya la poesía y haciendo vida de estudiante rico. A los diecisiete años, recibió del cardenal Alberto de Austria, arzobispo de Toledo, el derecho de obtener prebendas y beneficios eclesiásticos. Prosiguió sus estudios, sin llegar a graduarse. En el curso del último año del siglo XVI, Hortensio, cumplidos ya los diecinueve, escogió la vida religiosa y entró en el noviciado del Convento de los trinitarios calzados de Salamanca. En enero de 1600, según declaraciones posteriores del interesado y de varios testigos, su padre le obligó a renunciar a su herencia. Poco después, el 18 de abril de 1600, fray Hortensio hizo su profesión y lo mandaron al Convento-Universidad de Santo Tomás de Ávila, donde prosiguió sus estudios, llegando a graduarse de maestro en Teología. En octubre de 1602, los superiores trinitarios le mandaron volver a Salamanca y matricularse en la Universidad para convalidar sus grados. Sacó poco después los grados de bachiller, de licenciado y seguidamente, en enero de 1603, el de maestro en Teología. El acto despertó interés y curiosidad en Salamanca, dada la corta edad del doctorando, pero también, parece, manifestaciones de hostilidad.

Poco después, el joven doctor y maestro en Teología fue nombrado lector de esa Facultad en el Colegio de Salamanca, y más tarde opositor a las Cátedras de su Universidad, asistiendo normalmente a sus claustros o juntas. Varios biógrafos han señalado que Paravicino fue mandado a Valladolid, donde entonces residía la Corte. No hay prueba documental, pero consta que entre 1603 y 1605 fray Hortensio no asistió a ningún claustro de primavera, mientras que estaba presente en los de verano y otoño. Podría ser, pues, que, recién ordenado de sacerdote, fuera enviado a la Corte para predicar los sermones de Semana Santa. En octubre, noviembre y diciembre de 1605, fray Hortensio participó en los claustros de la Universidad, y por aquel entonces se sitúa el episodio de su ingreso en la Orden de los Trinitarios Descalzos.

En diciembre de 1605, en efecto, viajó a Salamanca el reformador fray Juan Bautista de la Concepción para visitar su fundación, en la que vivían unos diez frailes. Había oído hablar del joven maestro fray Hortensio, que demostraba cierta inclinación hacia la reforma de la Descalcez. Fray Hortensio fue a menudo al mesón en el que vivían los descalzos a conversar con el reformador. Al poco tiempo, algunos días después de morir el padre maestro Estrella que había tenido gran influencia sobre él, fray Hortensio pidió el hábito de trinitario descalzo y lo recibió de manos del propio reformador, escogiendo el nombre de fray Félix de San Juan. Las discrepancias entre las dos ramas de los trinitarios, los calzados llamados “del paño” y los descalzos que habían de perpetuarse hasta la actualidad, explican que este episodio haya sido ocultado e incluso negado por los cronistas calzados. Pero, en realidad, se conocía el caso desde el siglo XVII, ya que el mismo reformador lo dejó detalladamente contado en sus escritos. Como era de suponer, los frailes “del paño” y los catedráticos de la Universidad hicieron todo lo posible para que fray Hortensio desistiera y se volviera a su Orden calzada y a la labor docente de la Universidad. Fray Félix de San Juan (alias fray Hortensio) se resistió durante cuatro semanas. Pero a las solicitaciones y persuasiones de sus antiguos hermanos de hábito o compañeros de banco, pronto se añadieron otras razones originadas por disensiones internas a la comunidad de los jóvenes frailes descalzos.

Antes de finales de enero de 1606, Paravicino acabó por reintegrar su Orden de Trinitarios calzados.

A poco tiempo, en ese mismo año de 1606, el provincial de Castilla, fray Rafael Díaz, lo destinó al Convento de Madrid para que ejercitara la predicación en la Villa y Corte. En abril de 1606, en el Capítulo Provincial, fray Hortensio fue elegido definidor de su provincia y a partir de entonces estuvo radicado en el Convento de la calle de Atocha. No obstante, consta en los libros de Salamanca que siguió asistiendo a los claustros de la Universidad hasta mayo de 1607.

Muy pronto empezó a predicar desde el púlpito del Convento de la Santísima Trinidad y de las diferentes iglesias parroquiales o conventuales de Madrid. Poco se sabe sobre esos primeros años madrileños. Conforme crecía su éxito y su fama de orador sagrado, fray Hortensio fue ampliando el círculo de sus relaciones en la Corte y en el mundo de las letras, tanto en Madrid como en Toledo. Muy rápidamente integró el grupo de poetas que giraban en torno a Lope de Vega y escribió las primeras censuras para sus libros, frecuentando con el Fénix numerosas academias literarias y justas poéticas. En 1609, muy probablemente, conoció a Góngora, trabando con él una profunda amistad, a pesar de los diecinueve años que los separaban. Paravicino fue uno de los primeros lectores del Polifemo y de las Soledades. Al final de su vida, el vate cordobés designó a fray Hortensio como uno de sus ejecutores testamentarios. También en ese mismo año de 1609 conoció a El Greco, quien hizo de él dos magníficos retratos, particularmente el más conocido, conservado hoy en el Museo de Bellas Artes de Boston. Todavía no se han documentado las relaciones de Paravicino con el Convento trinitario de Toledo y la vida cultural toledana en esos años en que Lope de Vega vivía en la Ciudad Imperial. Lo seguro es que fray Hortensio redactó en 1609 una censura para la Jerusalén conquistada de Lope, obra cuya impresión fue cuidadosamente preparada por Baltasar Elisio de Medinilla en Toledo. Más tarde escribió otras muchas censuras para obras del Fénix y de sus amigos en particular para la Limpia Concepción de la Virgen Señora nuestra, de Medinilla. Las estrechas relaciones de amistad entre fray Hortensio y el grupo de poetas y literatos que rodeaban a Lope no dejan lugar a dudas. Recientemente, la crítica literaria ha focalizado su atención sobre ese grupo presentado como posible autor colectivo del falso Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicado bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda en 1614. Bajo el impulso de Lope de Vega, varias plumas, principalmente la de Baltasar de Medinilla, pudieron haber colaborado. No sería extraño que Paravicino tuviera conocimiento del caso, participando directamente o no, en la obra colectiva.

Por entonces, Paravicino no cuidaba de dar sus sermones a la imprenta, pero crecía su fama y frecuentemente algunos nobles de la Corte o entidades como el Hospital de los Italianos o el Consejo de Italia le encargaban prédicas para marcadas ocasiones.

En 1616 Paravicino participó en el sonado evento religioso y literario de las fiestas organizadas en Toledo por el cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas para la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, y en las relaciones de esas fiestas se imprimió por primera vez un sermón suyo.

En ese mismo año de 1616, los trinitarios eligieron como ministro del Convento de Madrid a fray Hortensio, y al mismo tiempo recibió el cargo de comisario visitador para la provincia de Andalucía. Varias veces recibió de sus hermanos de hábito cargos importantes: dos veces fue elegido provincial de Castilla, en 1618 y en 1627, otra vez visitador de Andalucía y también otra vez ministro del Convento de Madrid.

En octubre de 1617, fray Hortensio formó parte de la numerosa comitiva que acompaña a la Familia Real y toda la Corte para participar en las suntuosas fiestas que el omnipotente privado, el duque de Lerma, organizó en la villa de su título. Para la solemne dedicación de la iglesia mayor se le encargó a Paravicino la predicación del sermón. Se lució notablemente el predicador, llevándose un general aplauso. Felipe III decidió entonces otorgarle a fray Hortensio el cargo de predicador real. Paravicino tuvo que someterse a la habitual información de limpieza de sangre. El proceso de esa información fue largo y dificultoso, dadas las condiciones del nacimiento y la desaparición de la fe de bautismo del candidato, el cual contaba no obstante con el firme apoyo del capellán mayor y patriarca de las Indias, el cardenal Diego de Guzmán. Al final se impuso una “verdad oficial” y fray Hortensio recibió el prestigioso título. Todos los documentos y las piezas de esa información se conservan en el expediente C 7720/1 del Palacio Real de Madrid y han sido modernamente editados en su totalidad. El caso es muy revelador de cómo se podían vencer entonces las mayores dificultades.

A partir de ese momento y durante más de quince años, Paravicino siguió inmerso en la vida de la Corte y en los acontecimientos diarios de la vida literaria de Madrid, predicando con asiduidad, dando sólo de vez en cuando a la estampa algún sermón suyo de especial ocasión o componiendo versos. Su celebridad no dejó de granjearle ataques y censuras que culminaron en 1627, con el conocido episodio de la sátira de Calderón de la Barca en El Príncipe constante. Pero Paravicino siguió con rotundo éxito su carrera de predicador cortesano, apoyado por el Rey, la Familia Real, el conde-duque y muchos grandes y títulos. En su convento de la calle de Atocha vivía la regla de su hábito con ciertas exenciones, con criados para ayudarle: en su celda tenía una rica biblioteca y recibía la visita de numerosos nobles y de los más notables ingenios de la Corte. Alternaba el desempeño de los cargos de su Orden, la predicación en la Capilla Real, en las iglesias o en los conventos y los diversos quehaceres literarios.

En 1633, fray Hortensio estaba a punto de recibir la sede episcopal de Lérida cuando su salud se alteró gravemente.

Estando un día de noviembre predicando ante el Rey y el nuncio, le dio un achaque muy fuerte y se desmayó. Felipe IV, muy condolido, le mandó la asistencia de los médicos de Cámara. Pero la etapa final de la enfermedad duró pocos días: el ataque definitivo le ocurrió el 6 de diciembre. Recibió el viático tres días después y la extremaunción al cabo de otros tres días. Murió el 12 de diciembre. El entierro fue muy concurrido, en presencia del Rey, de la Reina y de numerosos grandes y cortesanos. Las honras fúnebres se celebraron ocho días después, con igual asistencia real y cortesana, predicando fray Cristóbal de Torres, uno de los más brillantes continuadores de fray Hortensio. Esta oración fúnebre, muy en el estilo de Paravicino, quedó como ejemplo del atractivo que había ejercido su oratoria y como testimonio de su influencia.

Personalidad de los tiempos del Barroco, Paravicino vivió plenamente las contradicciones de su siglo: mundano y ligero o incluso manierista en su poesía profana, procuró ser ingenioso o conceptista en su poesía religiosa. En sus sermones, sin olvidar el mensaje evangélico y la voluntad de adoctrinar a sus oyentes, censurando sus defectos, Paravicino se mostró ante todo atento a la elegancia del discurso. Siempre se afanó por lograr un efecto de novedad hacia un auditorio más deseoso de divertimiento mundano o de placer literario que de austera espiritualidad. Por lo tanto, la moral que predicó fue una moral para fieles que vivían “en el mundo”, sin ascetismo ni misticismo.

Nutrido de las fuentes tradicionales, se valió a menudo de la Biblia, de los grandes autores clásicos griegos y latinos, de los padres de la Iglesia y de los escolásticos. Pero nunca se perdía en la erudición gratuita o la frivolidad. Su estilo selecto y refinado, sin llegar a la oscuridad que a veces se le achacó, queda supeditado a un pensamiento que nunca incurre en la facilidad. Marcado desde su juventud por los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, Paravicino desarrolló a menudo en su poesía religiosa la “composición de lugar”, ofreciendo versos descriptivos y coloristas. Lector asiduo de Séneca, participó de la corriente del neo-estoicismo cristiano del siglo XVII.

Ya perceptibles en sus versos, los principios estoicos se manifiestan en sus sermones para culminar en un importante tratado al que ponía la última mano poco antes de morir, la Constancia cristiana, que quedó inédita (ms. 9/2076 de la Real Academia de la Historia de Madrid).

Poco inclinado a editar sus obras, Paravicino distribuía generosamente sus manuscritos. Sólo diez sermones circunstanciales, predicados a raíz de un acontecimiento de la vida de la Corte, fueron impresos en vida del autor, pero han llegado al presente más de cien discursos evangélicos y oraciones fúnebres.

Después de su muerte, sus amigos reunieron sus papeles y publicaron sus versos bajo el título de Obras Pósthumas, Divinas y Humanas de Don Félix de Arteaga.

Los trinitarios de Madrid juntaron sus sermones y dieron a la estampa varios sermonarios a lo largo del siglo XVII. La edición más completa y más autorizada fue realizada en el siglo XVIII por el provincial de Castilla, fray Alonso Cano.

 

Obras de ~: Sermón a la Presentación de la Virgen, Madrid, 1616; Epitafios a Felipe III, Madrid, 1621; Sermón del Augustísimo nombre de María, Madrid, 1622; Oración fúnebre a Fray Simón de Rojas, Madrid, 1624; Panegírico funeral a Felipe III, Madrid, 1625; Sermón de Santa Isabel, Madrid, 1625; Panegírico funeral a la Reina Margarita de Austria, Madrid, 1628; Sermón de Santa Teresa, Madrid, 1628; Sermón a Jesucristo desagraviado, Madrid, 1633; Oración fúnebre a la Infanta Sor Margarita de la Cruz, Madrid, 1633; Oraciones Evangélicas de Adviento y Quaresma, Madrid, 1636, 1639, 1645 y 1647; Obras Pósthumas, Divinas y Humanas de Don Félix de Arteaga, Madrid, 1641; Oraciones Evangélicas en las festividades de Cristo y su Santísima Madre, Madrid, 1638, 1640 y 1647; Oraciones Evangélicas y Panegíricos Funerales, Madrid, 1641 y 1646; Oraciones Evangélicas o Discursos Panegyricos y Morales, ed. de fr. A Cano, Madrid, 1766, 6 vols.; Sermones Cortesanos, ed., intr. y notas de F. Cerdán, Madrid, Castalia-Comunidad de Madrid, 1994.

 

Bibl.: E. Alarcos García, “Los sermones de Paravicino”, en Revista de Filología Española, XXIV (1937), págs. 162-197 y 249-319; E. J. Gates, “Paravicino, the gongorist poet”, en Modern Lenguajes Review, XXXIII (1938), págs. 540-546; P. G. Millán [seudónimo de E. Alarcos], “Paravicino y El Greco”, en Castilla, I, Valladolid, 1941, págs. 139-142; F. Cerdán, “Bibliografía de Fray Hortensio Paravicino”, en Criticón, 8 (1979), págs. 1-149; J. A. Rodríguez Garrido, “Persuasión retórica y estilo culterano en los sermones de Hortensio Paravicino”, en Boletín del Instituto Riva-Agüero (Lima), 13 (1984-1985), págs. 285-295; F. Cerdán, Catálogo general de los sermones de Fray Hortensio Paravicino, Toulouse, Hélios, 1990; Honras Fúnebres y Fama Póstuma de Fray Hortensio Paravicino, Toulouse, Hélios, 1994; Paravicino y su familia según el expediente 7720/1 del Palacio Real de Madrid y otros documentos, Toulouse, Hélios, 1994; Études sur Fray Hortensio Paravicino et la prédication de son temps (ed. microfichas), Lille, Universidad, 1995.

 

Francis Cerdán

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