Giner de los Ríos, Francisco. Ronda (Málaga), 10.X.1839 – Madrid, 17.II.1915. Catedrático de Filosofía del Derecho y educador.
Realizó los estudios de primera y segunda enseñanza en Cádiz y Alicante, donde obtuvo el título de bachiller, en junio de 1852, y llevó a cabo después los de carácter superior en las universidades de Barcelona, durante un año, y de Granada, donde se licenció en Derecho en junio de 1859. En estas universidades conoció a dos profesores, importantes en su formación, a quienes consideró siempre como sus primeros maestros: Francisco Javier Llorens, en la de Barcelona, que le inició en la reflexión filosófica y metafísica, y Francisco Fernández y González, en la de Granada, que, además de despertar su interés por los estudios literarios y estéticos, le abrió las puertas de la filosofía alemana.
En 1863, se trasladó a Madrid, donde frecuentó algunos de los núcleos intelectuales más dinámicos del momento: el Ateneo, muy influido en esos años por el krausismo, y el Círculo Filosófico, fundado en 1860, cuyo principal impulsor era Julián Sanz del Río, catedrático de la Universidad de Madrid e introductor del pensamiento krausista en España. Giner incorporó decididamente la perspectiva filosófica de Sanz del Río, que se convirtió en su principal maestro, y llegó a ser uno de los más destacados exponentes españoles de esa orientación filosófica.
Se unió así, en los años sesenta, al grupo de los intelectuales krausistas, entonces muy activo, homogéneo e influyente, que asumió por vez primera en España, en opinión de Juan López-Morillas, “el oficio de clase intelectual”, y participó en sus propósitos reformistas, en sus proyectos para alcanzar un nuevo orden social, que desembocaron poco después en los acontecimientos revolucionarios de 1868. Las iniciativas promovidas en esos años sesenta por los krausistas, encabezados por Sanz del Río, fueron elogiadas sin reservas por Giner, que vio en ellas la causa de “un despertar de la vieja modorra al murmullo del moderno pensamiento europeo y a los problemas y nuevos postulados de su filosofía”.
Se doctoró en Derecho por la Universidad de Madrid, en 1865, y al año siguiente obtuvo, mediante oposición, la cátedra de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional de esa misma universidad, para la que fue oficialmente nombrado en julio de 1867. Poco después, en 1868, fue separado de su cátedra por haber protestado, en una carta dirigida al ministro de Fomento, Manuel de Orovio, de la expulsión anterior de la universidad, por motivos ideológicos, de dos destacados profesores krausistas: Sanz del Río y Nicolás Salmerón. Los tres, y algunos otros que sufrieron la misma sanción, fueron repuestos en sus cátedras por el Gobierno surgido de la Revolución de septiembre de 1868, que nombró además rector de la Universidad de Madrid a Fernando de Castro, y decano de su Facultad de Filosofía y Letras a Sanz del Río.
Desde entonces hasta el inicio de la Restauración, durante el Sexenio Revolucionario, las relaciones de Giner con muchos de los responsables de la nueva situación le permitieron, sin intervenir directamente en la vida pública ni afiliarse a ningún partido político, tener una influencia notable en el ámbito educativo. Pero no por ello pudo encontrar en las realizaciones de esos años una respuesta adecuada a sus afanes reformistas. El desenvolvimiento del Sexenio frustró las principales expectativas de Giner y de otros destacados krausistas, y ese desengaño tuvo que ver directamente con algunas de sus iniciativas posteriores y, en particular, con la fundación de la Institución Libre de Enseñanza.
El primer gobierno de la Restauración, presidido por Antonio Cánovas, provocó una situación crítica en la Universidad española —la segunda “cuestión universitaria”, tras la de los años sesenta— que afectó a Giner y a otros significados krausistas. En febrero de 1875, Manuel de Orovio, otra vez ministro de Fomento, firmó dos disposiciones legales en las que se restablecieron los libros de texto y los programas oficiales de las asignaturas, que deberían ser aprobados por el Gobierno, y se pidió a los rectores universitarios que vigilasen para evitar la enseñanza de doctrinas contrarias al dogma católico e ideas que dañasen a la Monarquía o al régimen político. Francisco Giner y otros catedráticos —entre ellos, Salmerón, Augusto González de Linares, Laureano Calderón y Gumersindo de Azcárate— se negaron a aceptar esas disposiciones, en las que vieron un atentado frontal contra la libertad de cátedra y la libertad de la ciencia, y fueron por ello sancionados con la separación de la docencia y el destierro. Giner estuvo cuatro meses en Cádiz, y allí, separado de nuevo de su cátedra, fue madurando la idea de crear un centro de enseñanza de carácter privado, no dependiente del Estado.
Esa idea se hizo realidad poco después. En marzo de 1876, Giner y otros profesores sancionados, entre los que se encontraban Laureano Figuerola, Segismundo Moret, Salmerón, González de Linares y Azcárate, firmaron las bases organizativas de la nueva sociedad, que aunque pensada inicialmente como centro universitario, dirigió su actividad hacia la primera y segunda enseñanza: “La Institución Libre de Enseñanza —dice el artículo 15 de sus Estatutos— es completamente ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan solo el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia, y de la consiguiente independencia de su indagación y exposición respecto de cualquier otra autoridad que la de la propia conciencia del Profesor, único responsable de sus doctrinas”.
Giner fue el principal impulsor de la Institución Libre de Enseñanza, que “se convirtió pronto —en palabras de Rafael Altamira— en obra suya casi exclusiva”, y fue, desde el principio, “su creación más honda y su medio de influencia más poderoso”. Desempeñó un papel muy destacado tanto en la conformación del horizonte filosófico e intelectual de la Institución, apoyado en el krausismo y abierto al positivismo, como en la caracterización de su ideario educativo. Personificó ejemplarmente la modalidad de krausismo que inspiró el quehacer de la Institución. Era un krausismo evolucionado, dialogante con el positivismo, alejado de anteriores rigorismos y más atento a las actitudes que a las doctrinas, convertido en un “racionalismo pragmático” que constituyó, según López-Morillas, el núcleo central de toda su labor. Era lo que Adolfo Posada definió como una filosofía de la conducta, “una filosofía de principios, no de abstracciones, de principios que han de vivirse”.
En ese marco se movió el proyecto educativo que Giner promovió en la Institución Libre de Enseñanza. Era un reformismo educativo, de cuño liberal y progresista, fundado en la convicción de que sólo mejorando sustancialmente la educación, fomentando una enseñanza más educadora que instructiva, sería posible contar con hombres verdaderamente formados y capaces de afrontar las reformas sociales y políticas necesarias. Había que “formar hombres”, decía Giner, y para ello había que distanciarse de la enseñanza convencional de entonces —capaz de dar “hombres medio instruidos, pero no educados”— y organizar, como procuró hacer la Institución, una enseñanza auténticamente educadora, que atendiese no solo a la inteligencia de los alumnos sino además a sus sentimientos, su carácter, su conducta y su desarrollo físico. Se pretendía, por tanto, lograr una educación integral, entendida como un proceso gradual y total, y basada en un aprendizaje activo e individual. Apoyado en “la observación sensible” y no en la repetición mecánica de nociones ajenas, el método intuitivo, seguido en la Institución, “exige del discípulo —escribe Giner— que piense y reflexione por sí, en la medida de sus fuerzas, sin economizarlas con imprudente ahorro; que investigue, que arguya, que cuestione, que intente, que dude, que despliegue las alas de su espíritu, en fin, y se rinda a la conciencia de la personalidad racional”.
A la labor, amplia y fructífera, desarrollada por Francisco Giner en la Institución Libre de Enseñanza durante los cerca de cuarenta años que estuvo dedicado a ella, se añadió, tras la reposición en su cátedra en 1881, su clase de doctorado en la Universidad, que constituyó también un foco importante de irradiación de su manera de pensar y de comportarse. En la Institución, sobre todo, y también en la Universidad, Giner proyectó sus actitudes y su pensamiento, su interés por la educación y su modo de entender, apoyándose en ella, la reforma o regeneración del hombre y de la sociedad de su tiempo. El reformismo de Giner, con su fundamento educativo, buscó la modernización de la sociedad española, incorporando las orientaciones foráneas que consideraba más valiosas pero sin volver la espalda a sus mejores cualidades tradicionales: la consideración de España como una unidad nacional irrenunciable pero sin que ello supusiese una visión excluyente o aislacionista, la interpretación de la realidad nacional como parte de la entidad supranacional de la humanidad a la que se refería Krause, facilitaban ese planteamiento integrador. La equilibrada fusión de innovación y tradición fue uno de los rasgos más originales de las ideas y del quehacer de Francisco Giner, que se mostró siempre muy interesado por lo español, por lo que constituía el patrimonio nacional, desde su arte, su literatura o su paisaje, hasta su folclore, su artesanía o sus costumbres: de él dijo Castillejo que se oponía con igual firmeza a “un ‘patriotismo’ que rechazara las reformas para tener asegurada la conservación de las corridas de toros y los bandidos”, y a “un ‘modernismo’ que derribase monumentos góticos o cortase robles y olmos milenarios para construir apartamentos y poner un césped inglés”.
Los escritos de Giner fueron numerosos, y muchos de ellos aparecieron por vez primera en el Boletín de la Institución, que comenzó a publicarse, bajo su dirección, en marzo de 1877. Abarcan campos diversos, desde el Derecho hasta la Historia del Arte, y su lectura permite comprobar la amplitud de miras del autor, los centros de interés de su labor intelectual y la originalidad que asoma con frecuencia en los comentarios y reflexiones que ofrece sobre las materias que trata. Una parte importante y valiosa de la obra escrita de Giner trata de asuntos jurídicos, incluyendo sus aportaciones sobre Derecho Natural y Filosofía del Derecho. Habló también en varios trabajos de asuntos políticos, filosóficos y religiosos, y se adentró además en los ámbitos, poco conocidos entonces en España, de la Psicología y la Sociología. A ello hay que añadir los trabajos, a menudo perspicaces e innovadores, que dedicó a aspectos literarios, artísticos y paisajísticos. En este terreno ofreció algunos puntos de vista de gran interés, como sucede con muchas de sus consideraciones artísticas y con sus reflexiones sobre el paisaje, que abrieron la puerta en España al paisajismo geográfico moderno. Finalmente, otro gran apartado de las obras de Giner es el referido a la enseñanza y la educación, directamente conectado con la experiencia de la Institución Libre de Enseñanza, que comprende algunas de las expresiones más acabadas de su ideario reformista.
Los planteamientos de Francisco Giner tuvieron una gran influencia, profunda y duradera al tiempo, en el ámbito de la educación y de la ciencia, y contribuyeron en gran medida a fomentar y generalizar en España el interés por los asuntos pedagógicos. Uno de los frutos tempranos de ese creciente interés fue la organización, en 1882, siendo director general de Instrucción Pública Juan Facundo Riaño, amigo de Giner, del primer Congreso Nacional Pedagógico, en el que se expusieron públicamente, por vez primera, las directrices y las intenciones de la Institución.
Otras iniciativas fueron mostrando también cómo iban penetrando en el mundo de la educación y de la ciencia los planteamientos renovadores de Giner. Así sucedió, en primer lugar, con la creación en Madrid, en mayo de 1882, del Museo Pedagógico de Instrucción Primaria (luego Museo Pedagógico Nacional), que dirigió Manuel Bartolomé Cossío, dependiente de la Dirección General de Instrucción Pública. Posteriormente, en enero de 1907, se creó, dentro del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, otro organismo que respondía con claridad a las ideas y propuestas de Giner: la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Su influencia fue también sensible en otras muchas iniciativas de carácter educativo, como la Extensión Universitaria, las Universidades Populares y las Misiones Pedagógicas.
Francisco Giner de los Ríos fue una de las más destacadas personalidades del panorama español de su tiempo, y ejerció una notable influencia en los círculos intelectuales más dinámicos de la España de su tiempo. Sus ideas y sus propuestas se dejaron sentir con claridad en diversas esferas de la vida nacional, abarcando desde la investigación científica o los planteamientos pedagógicos hasta la creación literaria y artística o la práctica del excursionismo y del deporte, sin excluir la política. Fue, según Ortega, una de “las pocas figuras verdaderamente egregias y fecundas” que lograron descollar en la época de la Restauración. Sus detractores, especialmente en el ámbito conservador y católico, no han sido pocos. Para ellos, Giner y la Institución Libre de Enseñanza han supuesto una influencia extraña —laica y extranjerizante—, ajena al carácter español y de efectos perniciosos.
Obras de ~: Estudios literarios, Madrid, Imprenta de R. Labajos, 1866; Principios elementales de Derecho natural, Madrid, Est. Tipográfico de Tomás Rey, 1871; Lecciones sumarias de Psicología, Madrid, Imprenta de J. Noguera, 1874; con A. Calderón, Prolegómenos del Derecho. Principios de Derecho natural, Madrid, Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, 1874; Estudios jurídicos y políticos, Madrid, Victoriano Suárez, 1875; Estudios filosóficos y religiosos, Madrid, Librería de Francisco Góngora, 1876; Estudios sobre educación, Madrid, Imprenta de M. Minuesa, 1886; “Paisaje”, en La Ilustración Artística, V (1886), págs. 91-92 y 103-104; con H. Giner de los Ríos, Portugal. Impresiones para servir de guía al viajero, Madrid, Imprenta Popular, 1888; Educación y enseñanza, Ronda, Imprenta de El Tajo, 1889 (Biblioteca Andaluza); Estudios sobre artes industriales, Madrid, Librería de Jorro, 1892; con A. Calderón, Resumen de Filosofía del Derecho, Madrid, Victoriano Suárez, 1898; La persona social. Estudios y fragmentos, Madrid, Victoriano Suárez, 1899; Filosofía y Sociología. Estudios de exposición y de crítica, Barcelona, Henrich y Compañía, 1904 (Biblioteca Sociológica Internacional); Pedagogía universitaria. Problemas y noticias, Barcelona, Sucesores de Manuel Soler, 1905 (Manuales Soler, LVIII); “En el centenario de Sanz del Río”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, XXXVIII (1914), págs. 225-231; Ensayos sobre educación, Madrid, La Lectura, 1915; Obras completas, Madrid, La Lectura y Espasa Calpe, 1916-1936, 20 vols. [contiene: vol. I: con A. Calderón, Prolegómenos del Derecho. Principios de Derecho Natural, 1916; vol. II: La Universidad española, 1916; vol. III: Estudios de literatura y arte, 1919; vol. IV: Lecciones sumarias de Psicología, 1920; vol. V: Estudios jurídicos y políticos, 1921; vol. VI: Estudios filosóficos y religiosos, 1922; vol. VII: Estudios sobre educación, 1922; vols. VIII y IX: La persona social. Estudios y fragmentos, 1923-1924; vol. X: Pedagogía universitaria. Problemas y noticias, 1924; vol. XI: Filosofía y Sociología. Estudios de exposición y de crítica, 1925; vol. XII: Educación y enseñanza, 1925; vols. XIII y XIV: con A. Calderón, Resumen de Filosofía del Derecho, 1926; vol. XV: Estudios sobre artes industriales y cartas literarias, 1926; vols. XVI, XVII y XVIII: Ensayos menores sobre educación y enseñanza, 1927; vol. XIX: Informes del Comisario de Educación de los Estados Unidos, 1928; vol. XX: Arqueología artística de la Península, 1936]; Ensayos y cartas (ed. de homenaje en el cincuentenario de su muerte), México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1965; Ensayos, selec., ed. y pról. de J. López-Morillas, Madrid, Alianza, 1969; Antología pedagógica, selec. y est. prelim. de F. J. Laporta, Madrid, Santillana, 1977; Escritos sobre la Universidad española, ed. de T. Rodríguez de Lecea, Madrid, Espasa Calpe, 1990; Obras selectas, ed. de I. Pérez-Villanueva Tovar, Madrid, Espasa Calpe, 2004; El pensamiento en acción (Textos), ed. de G. Capellán, Madrid, Biblioteca Nueva, 2015.
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Isabel Pérez-Villanueva Tovar