Carbonero y Sol, León. Villatobas (Toledo), 11.IV.1812 – Madrid, 4.III.1902. Catedrático y publicista católico.
Estudió las primeras letras en Colmenar de Oreja donde su padre era alcalde mayor por la Encomienda de Villoria, de la Orden militar de Santiago. En Ocaña estudió latinidad, retórica y poética. Prematuro huérfano de padre, fue llevado al Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid, donde continuó su formación, teniendo como profesor de árabe al padre Artigas, el célebre orientalista. En esos años, estudió la lengua francesa, la inglesa y la italiana. Con una exquisita formación humanística y literaria comenzó a los veinte años la carrera de Derecho en la Universidad de Alcalá, donde estudió sólo un año. Continuó dicha carrera en Toledo, donde estuvo de 1833 a 1837, en plena erupción revolucionaria, por un lado, y bélica, por otro. En 1839 obtuvo el doctorado, teniendo como padrino a su amigo Antolín Monescillo, futuro cardenal de Toledo. Un año antes ya había sido nombrado catedrático de lengua árabe en la Universidad de Toledo, donde vivió hasta septiembre de 1845, en que pasó a Sevilla como catedrático interino de árabe. En junio de 1846 lo fue ya en propiedad.
Los años de Toledo fueron los de su acrisolamiento como personalidad combativa del catolicismo. En su adolescencia en el Colegio Imperial se había penetrado no sólo del espíritu jesuítico, sino de la rancia tradición española. Siempre obtenía el primer premio del colegio y un año le hizo entrega de la primera medalla Carlos María Isidro, cuya causa siguió durante toda su vida. Vivió plenamente el episodio de los Gobernadores intrusos de algunas diócesis españolas, puesto que en Toledo tuvo lugar la intrusión más célebre de todas: la de González Vallejo. Varios eclesiásticos se negaron a admitir la obediencia al intruso y fueron encausados. El fusilamiento de Diego de León había atemorizado grandemente al espíritu público y los eclesiásticos encausados no encontraban abogado defensor. Carbonero salió en su defensa y consiguió su absolución. En la alegación del canónigo, Tellería impugnó tan vivamente al fiscal que él mismo fue procesado, condenado y absuelto en recurso ante la Audiencia de Madrid. Tomó parte activísima en el levantamiento de Toledo contra el regente Espartero. Durante toda su vida recordó con frecuencia esta etapa suya de Toledo.
Su estancia en Sevilla, ya en plena década moderada, le supuso el desempeño de otros cargos y empleos: juez suplente, censor de teatros, etc. En 1849 acumuló la cátedra de literatura española, dominio por el que ha pasado también a la posteridad como tratadista de preceptiva literaria. En 1863 se le hizo decano de Filosofía y Letras. En 1867 se le confería la cátedra de segundo curso de árabe. Y en 1870 el Gobierno septembrino le apartó de sus cátedras por negarse a jurar la Constitución de 1869 y no observar la prohibición de tratar materias religiosas en la cátedra. En 1873, la República lo reintegró a sus títulos y derechos de catedrático, pero lo dejó en excedencia hasta su jubilación en 1892. Después de esta amplia ejecutoria universitaria resulta creíble la afirmación de que Carbonero, como José María Quadrado, Menéndez Pelayo, Cejador y José Canalejas fue de los grandes talentos de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX.
La gran obra de Carbonero y Sol, la que le proyecta como figura fundamental del catolicismo de la segunda mitad del siglo XIX y parte del XX, es la fundación, dirección, y en gran parte, redacción de la revista confesional La Cruz, cuyo primer número apareció en 1852 y duró hasta 1915. En 1842 todavía en el trienio esparterista, Antolín Monescillo y Juan González, futuro chantre de Valladolid que pasó a la historia con el sobrenombre de El Chantre, habían fundado en Toledo el diario La Cruz. Los hermanos Juan Nepomuceno y Francisco de Paula Lobo, el futuro cardenal de Santiago García Cuesta, León Carbonero y Sol y otros católicos ilustrados tomaron parte en esa aventura periodística y puede decirse que en torno a ellos y en esos años de Toledo se fundó el periodismo católico español. Antes de fundar la revista La Cruz en Sevilla, y en 1849 Carbonero había dirigido el periódico gubernamental La Crónica a requerimiento del gobernador civil de Sevilla. En 1852 dirigió un tiempo El Conciliador, diario sevillano, y el cardenal Judas José Romo le encargó también que sacara el Boletín Eclesiástico de Sevilla. Colaboraba además con la revista literaria El Mosaico. La publicación mensual La Cruz comienza su existencia con la España postconcordataria y coincide con la aparición casi generalizada de los boletines diocesanos. Sus reproducciones de los documentos episcopales, pastorales y exposiciones a la Reina o al Gobierno, hacen de La Cruz el órgano oficioso de la jerarquía y de una Iglesia española que intensifica su proceso de romanización y de servicio al Pontífice romano. Desde La Cruz organiza campañas de ayuda económica al Papa. En el Bienio Progresista fue encarcelado en el cuartel de la Gaviria y las turbas invadieron su casa. Llegado el nuncio Barili a España lo tomó como consejero y confidente incluso para asunto tan delicado como el señalamiento de los futuros obispos. Su correspondencia incluye a Donoso Cortés, Balmes, el padre Félix, el conde de Montalembert y Louis Veuillot.
A poco de la revolución de 1868 trasladó su domicilio a Madrid y su nombre figuró entre los más beligerantes defensores de la unidad católica. Bajo la presidencia del marqués de Viluma se formó la Asociación de Católicos de España y Carbonero fue de los más importantes directivos de la misma. La asociación planteó la lucha por la conservación de la unidad religiosa en el mismo terreno en que se había situado aquella revolución que quiso caracterizarse con el “cúmplase la voluntad nacional” de Espartero. Más de tres millones de firmas llevadas en varios carros al Congreso reunió la asociación para demostrar que la voluntad de la mayoría de los españoles era el mantenimiento de la unidad católica de España.
Con ocasión del Concilio Ecuménico Vaticano fue enviado a Roma por la Asociación de Católicos para transmitir al Papa por adelantado la sumisión a todas las resoluciones conciliares. Pío IX que le apreciaba grandemente le concedió en aquella ocasión el título de conde de Sol para él y sus sucesores. Fue también cronista del concilio y lo dio a conocer desde sus páginas de La Cruz. Desde ésta, constituida en centro de orientación y animación de la vida católica nacional, intervino en todas las iniciativas, peregrinaciones y conmemoraciones del catolicismo español hasta finales de siglo. En 1871 salió senador por Barcelona. En 1872, con la república, recibió mandamiento de prisión a consecuencia del levantamiento carlista firmado por la Junta Central Católico-Monárquica de la que era vocal muy señalado por el duque de Madrid. En 1874 fue expatriado a Lisboa y en 1875 se le desterró a Estella, aunque no cumplió esta última sanción. Pero a pesar de su inamovible militancia carlista, se mantuvo al margen de los manejos del integrismo para instrumentalizar políticamente el factor católico. Desactivó alguna maniobra de Nocedal, y mantuvo siempre su lealtad a la jerarquía española y a León XIII.
Desde el punto de vista intelectual puede decirse que su talento lo dedicó a afrontar como publicista los problemas religiosos de su tiempo. Hasta su meritorio descubrimiento y publicación en parte de las obras inéditas de Fernando Ceballos, el rancio pensador del siglo XVIII y autor de La falsa filosofía es crimen de Estado, es un trabajo intencionado a efectos ideológicos. El mismo sentido tiene su traducción de La suma teológica de santo Tomás (Sevilla, 1854) o El Gobierno monárquico, o sea, el libro De Regimine Principum, también de Santo Tomás. Menos conocida, fuera del dominio de los especialistas es su aportación, quizá un tanto lúdica, al estudio de las preceptivas de los artificios literarios y de las formas difíciles en el que es considerado como principal investigador. Su obra Esfuerzos de ingenio literario es considerada como la más extensa y completa preceptiva.
Obras de ~: Sobre la elección, cualidades y política de los ministros, Madrid, L. Carbonero, 1837; Colección de autores españoles, Madrid, L. Carbonero, 1840; Legislación española vigente, Madrid, L. Carbonero, 1843; Toledo religiosa, Sevilla, L. Carbonero, 1852; Sevilla religiosa, Sevilla, L. Carbonero, 1854; Vida del V. Siervo de Dios Fr. Sebastián de Jesús Sillero, Sevilla, L. Carbonero, 1855; Tratado teórico-práctico del matrimonio, de sus impedimentos y dispensas, Sevilla, L. Carbonero, 1864-1865; Biografía y funerales del ilustre sevillano el Emmo. Cardenal Wiseman, Sevilla, L. Carbonero, 1865; La Encíclica y el Jubileo concedido por N.S.P. el Papa Pío IX en 8 de Diciembre de 1864, Sevilla, L. Carbonero, 1865; Crónica del Concilio Ecuménico del Vaticano, Madrid, L. Carbonero, 1869-1870; Vida y honestidad de los clérigos, Madrid, L. Carbonero, 1880; Tratado de los confesores de monjas, Madrid, L. Carbonero, 1887; Discurso sobre la necesidad del principado civil de la Santa Sede, Madrid, L. Carbonero, 1890; Biografía del Emmo. Sr. D. Antolín Monescillo y Viso, Madrid, L. Carbonero, 1895; [relación de obras] en VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, vol. 11, Madrid, José Espasa e Hijos, 1911, pág. 761.
Bibl.: M. Carbonero y Sol, “Don León Carbonero y Sol, director de La Cruz”, en La Cruz, I (1902), págs. 276-345; J. M. Tejedor, “Carbonero y Sol, León”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, t. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 344-346.
Jesús Martín Tejedor