Flórez Urdapilleta, Antonio. Vigo (Pontevedra), 29.IX.1877 – Madrid, 27.X.1941. Arquitecto.
Hijo del arquitecto ecléctico Justino Flórez Llamas y de la guipuzcoana Daría Urdapilleta Lasa, Antonio nació en Vigo durante la etapa en que su padre ocupó la plaza de arquitecto municipal interino de aquella ciudad (1876-1880). Criado en un ambiente liberal, en 1882 la familia se trasladó primero a Burgos, donde su padre había obtenido la plaza de arquitecto municipal, y al año siguiente a Jaén, localidad en la que desempeñó los cargos de arquitecto provincial y diocesano hasta su fallecimiento. Sin embargo, la educación de Antonio transcurrió en Madrid, al ingresar en 1886 en el centro de la Institución Libre de Enseñanza, de la que su tío, el jurista Germán Flórez, había sido miembro fundador. Durante sus estudios de bachillerato tuvo como maestro en el ámbito artístico a Manuel Bartolomé Cossío, pero también a arquitectos como Ricardo Velázquez Bosco, Carlos Velasco o Román Loredo. En 1894 comenzó los estudios de arquitectura, superando primero los cuatro años preparatorios, que incluían materias de dibujo, copia de estatuas, detalles arquitectónicos y modelado, para, desde 1898, cursar la carrera propiamente dicha, que remató el 28 de enero de 1904 al obtener su título de arquitecto con un proyecto para una Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Una vez titulado, ganó por oposición una plaza de pensionado en la Academia de España en Roma, ciudad en la que permaneció cuatro años. Gracias a ello, su formación academicista y ecléctica pudo completarse con un conocimiento directo de los modelos antiguos, a través de sus viajes por Italia y Grecia, pero también de la moderna arquitectura centroeuropea, en especial la austríaca con motivo de un viaje a Viena realizado en 1907, en el que llegó a trabajar en el estudio del influyente arquitecto Otto Wagner.
Los trabajos que envió desde Roma, como los planos generales y detalles de San Marcos de Venecia, la restitución cromática de la fachada de la Ca d’Oro o la reintegración del teatro de Taormina, le valieron medallas de segunda y primera clase en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de 1906 y 1908; además, abordó un estudio comparado sobre edificios de parlamentos en Europa, que envió durante su tercer año de pensionado. Igualmente fue durante esta estancia cuando pudo mejorar su práctica del dibujo y madurar su sensibilidad artística gracias al contacto con los pintores y escultores pensionados, como José Capuz, Ortiz Echagüe o Francisco Lloréns, frecuentando las reuniones que organizaba en su estudio el pintor jerezano José Gallegos Arnosa, con cuya hija Consuelo acabó contrayendo matrimonio en 1909.
Anteriormente, como envío final de su estancia, realizó en 1908 un proyecto de parque conmemorativo a un héroe muerto en batalla naval, con planta triangular adaptada a un hipotético cabo situado al borde del mar y arquitectura influida por los proyectos de Otto Wagner.
En la que sería una de sus escasas vinculaciones laborales con su tierra natal, en el año 1907 la Junta Central constituida por la sociedad Liga de Amigos de Santiago de Compostela le encargó los planos para la Exposición Regional Gallega que se preveía celebrar en Compostela coincidiendo con el Año Santo de 1909. Este primer proyecto, abordado junto a su paisano Manuel Gómez Román, todavía sin título de arquitecto, experimentó varios cambios y nunca llegó a realizarse en su integridad, puesto que de sus diseños sólo lograron levantarse a tiempo para la inauguración de la Exposición en julio de 1909 el palacio principal y la escalinata de acceso. En ambas construcciones se aprecia la decisiva influencia de la estancia de Flórez en Viena, por las soluciones monumentales acordes con el modernismo de Otto Wagner y la Secessión, aunque también aparecen evidentes citas al eclecticismo francés, especialmente en pabellones de exposiciones como el Petit Palais levantado para la Exposición de París de 1900. De todos modos, tras aquella breve experiencia en Galicia, que más adelante recordaría como una etapa de tanteos y búsqueda de originalidad, en aquel mismo año 1909 retornó a Madrid, colaborando con Antonio Palacios en las obras del Palacio de Comunicaciones que se estaba construyendo desde 1904.
En 1909 se incorporó como docente en la Escuela de Arquitectura, al obtener una plaza de profesor auxiliar de Dibujo y Enseñanzas Artísticas. Aprovechando su vinculación con el prestigioso Antonio Palacios, en 1912 fue nombrado vicepresidente de la Sociedad Central de Arquitectos, dado que su mentor ostentaba por entonces la presidencia. Ese mismo año ganó la cátedra de Historia de la Arquitectura y Dibujo de Conjunto de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, si bien nunca llegó a trasladarse allí a la espera de obtener una plaza definitiva en Madrid que le evitara los recelos del profesorado de la escuela catalana.
Así, en 1915 se adjudicó sin problemas la plaza de profesor numerario de la asignatura de Copia de Elementos Ornamentales en la Escuela de Madrid, beneficiándose de la ampliación de plantilla subsiguiente a la implantación del nuevo plan de estudios.
En adelante simultaneó esta actividad docente con su trabajo al frente de la Oficina Técnica de Construcciones Escolares, un cargo que le permitió concretar su principal aportación a la arquitectura española de los años veinte gracias a sus inconfundibles soluciones para la arquitectura escolar.
Paralelamente, otro de sus principales campos de acción se centró en la conservación y restauración del patrimonio. Ya en 1910 había sido nombrado arquitecto auxiliar de la Junta Facultativa de Construcciones Civiles de la Dirección General de Bellas Artes, de la que llegaría con el tiempo a ser vocal nato, implicándose en trabajos de conservación de monumentos como la colegiata de Santillana, el ayuntamiento de Baeza o el hospital de Santiago de Úbeda. Demostró su sensibilidad hacia la arquitectura del pasado en la construcción del edificio principal del Museo Provincial de Jaén, donde incorporó las portadas renacentistas del pósito y de la antigua iglesia de San Miguel.
También ejerció entre 1915 y 1932 como arquitecto conservador del Teatro Real de Madrid, proyectando unas obras de reforma que tuvieron que solventar los graves deterioros y grietas que había provocado el cierre del teatro; bajo su dirección se realizaron importantes trabajos de recalce y saneamiento en la cimentación, la reforma interior con estructuras de hormigón, en colaboración con el ingeniero Agustín Arnaiz, y otros cambios más visibles que afectaron a las entradas del público, la elevación y modernización de la caja escénica, el aumento de aforo de la sala, las nuevas instalaciones contra incendios y, sobre todo, la terminación de las académicas fachadas a las plazas de Isabel II y de Oriente. Por otra parte, desde 1923 hasta 1939 se hizo cargo de la conservación de la Mezquita de Córdoba, sustituyendo a su maestro Velázquez Bosco e iniciando unas intervenciones que de nuevo dieron prioridad a las obras más urgentes de limpieza y reparación, sin caer en la tentación de acometer reconstrucciones y restauraciones estéticas, con lo que se adelantó a las ideas conservacionistas que más tarde desarrollaría su discípulo Leopoldo Torres Balbás.
En medio de estas variadas actividades, en 1919 fue nombrado por Alfonso XIII comendador de número de la Orden Civil de Alfonso XII, distinción que unió a su condición de gran oficial de la Orden de la Corona de Italia. Miembro de los patronatos del Museo de Arte Moderno y del Museo Sorolla, artista con quien mantuvo una estrecha amistad, fue también vicepresidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Ya en su madurez profesional, en 1930 fue elegido académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, coincidiendo con el concurso que ganó para el monumento a la reina María Cristina, en colaboración con su amigo de la etapa en Roma el escultor José Capuz. Sin embargo, hasta el 13 de marzo de 1932 no se produjo su ingreso en la Academia, donde cubrió la vacante de su antiguo profesor Manuel Aníbal Álvarez, con un discurso que versó sobre el tema de la formación del arquitecto, defendiendo una educación de carácter artístico, pero también una formación técnica y social, adaptada al ambiente en el que se desarrollaba la arquitectura.
En este plano teórico, Flórez se caracterizó por su adscripción a las renovadoras ideas y tendencias docentes laicas surgidas de la Institución Libre de Enseñanza.
De hecho, en 1922 había presentado en el claustro de la Escuela de Arquitectura de Madrid un informe sobre la necesidad de reformar los estudios vigentes, luego publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. En dicho informe defendía la necesidad de simplificar el plan de estudios y a la vez distinguir las materias fundamentales de las auxiliares, racionalizando pruebas de exámenes y organizando talleres que fueran acercando al alumno a la práctica cotidiana de la profesión y sus oficios.
El estallido de la Guerra Civil le sorprendió en Madrid, sufriendo en el mismo año 1936 una hemiplejia que le dejó en un estado de salud precario. Además, su doble actividad como docente en la Escuela de Arquitectura y director de la Oficina de Construcciones Escolares se vio interrumpida en 1937 al ser destituido por el gobierno de la República por considerarlo desafecto, dado que por su talante moderado estaba lejos de las posturas políticas más radicales. Estas dificultades profesionales y personales coincidieron con su traslado a San Sebastián, ciudad que le sirvió para pasar la convalecencia de su enfermedad hasta el final de la guerra. Una vez terminada la contienda fue expedientado y sometido a depuración, recuperando su cátedra en la Escuela de Madrid gracias a la intercesión del director Modesto López Otero. En la capital del Estado falleció el 27 de octubre de 1941, cumpliéndose su voluntad de ser enterrado en el panteón familiar que, a la muerte de su padre, había diseñado en el cementerio de Jaén.
Sin duda alguna, la mayor aportación de Antonio Flórez como arquitecto reside en su condición de pionero en la renovación de la arquitectura española del siglo XX, en especial con su dedicación al tema de la arquitectura escolar, que convirtió en campo de ensayo para lograr un modelo que sirviera de soporte a la renovación pedagógica impulsada por la Institución Libre de Enseñanza. A través de unas construcciones presididas por la sobriedad, racionalidad y examen crítico de la tradición intentó superar tanto las tendencias eclécticas como regionalistas en alza desde comienzos de la centuria, y así abordar una peculiar aproximación a las corrientes europeas de vanguardia.
Tal renovación no puede entenderse al margen de su vinculación con el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, asumiendo que tanto la docencia como la arquitectura escolar eran medios indispensables para la transformación social. Así, sus apoyos teóricos se pueden rastrear en las ideas expresadas por Francisco Giner de los Ríos en obras como El edificio de la escuela (1884) y Campos escolares (1884), ya que al margen de las recomendaciones sobre salubridad, orientación y tipos de aulas, en estos textos ya se contenían indicaciones tipológicas como el desarrollo espacial lineal o la disposición de las clases en planta baja para favorecer el contacto de los alumnos con el campo.
Su primera incursión en el tema de la construcción escolar data de 1909, cuando procedió a levantar los nuevos pabellones docentes en el jardín de la sede de la Institución Libre de Enseñanza. De ellos destaca especialmente el conocido como pabellón Macpherson, destinado a laboratorio geológico y aún conservado, que le sirvió para combinar una estructura de madera pintada con entrepaños de ladrillo visto, reivindicando soluciones de la arquitectura tradicional madrileña.
A partir de este ensayo y las premisas teóricas antes citadas, Flórez ganó en 1911 el concurso convocado por la Junta Facultativa de Construcciones Civiles del Estado para las nuevas escuelas Froebel de Pontevedra. Pese a la intervención de otros arquitectos durante las dilatadas obras de construcción, este edificio conserva la huella de Flórez en su sobria y clasicista estampa, la importancia concedida a los huecos en la zona de aulas o los cuerpos torreados de las esquinas, todavía por influencia de su paisano Antonio Palacios.
Dos años más tarde, en 1913, se creó en Madrid un patronato encargado de fomentar la construcción de escuelas públicas. A instancias de Manuel B. Cossío, director del Museo Pedagógico, el ministro de Instrucción Pública, Joaquín Ruiz Jiménez, contactó con Antonio Flórez, que debió resolver el reto del exiguo presupuesto disponible. Tras localizar los terrenos municipales más adecuados se redactaron los proyectos para las escuelas Cervantes y Príncipe de Asturias (hoy Ruiz Zorrilla), construidas en 1914, que fueron el arranque de las modernas construcciones escolares madrileñas. En ellas ya está definido el tipo de grupo escolar característico de Flórez: construcciones austeras en sus formas y tradicionales en los materiales —madera, ladrillo visto, piedra—, concebidas como casas para los niños, adaptadas a una vida sana e higiénica, buscando la mejor orientación y la máxima entrada de luz y ventilación en sus grandes paños de vidrio, con distribución regida por principios racionales y adecuados a las exigencias pedagógicas. Los diferentes pabellones lineales se construyeron en ladrillo, quedando delimitado entre las crujías el patio interior o espacio de recreo, que se completaba con terrazas superiores aptas para ser utilizadas como solarium para los baños de sol de los escolares.
A la vez, la Junta de Ampliación de Estudios, creada en 1907 como organismo dependiente del Ministerio de Instrucción Pública para el fomento de la investigación, encomendó a Flórez la construcción de sus nuevas instalaciones de lo que sería conocido como la Residencia de Estudiantes. Los terrenos escogidos en las afueras de Madrid, en la zona del Cerro del Viento, aseguraban las condiciones de salubridad por ventilación y soleamiento que querían los promotores, ya con la idea de levantar pabellones rodeados de jardines, adoptando la solución de los colleges ingleses.
El primer diseño de Flórez contempló la construcción de cinco pabellones, con habitaciones para los residentes y dependencias comunes de comedor, biblioteca, salones, laboratorios, cocina y locales de administración.
Primero se construyeron entre 1913 y 1914 los pabellones gemelos, dos bloques lineales de ladrillo cocido visto para los dormitorios de unos cien residentes, orientados este-oeste, con tres plantas rematadas por cubiertas planas que servían de terrazassolarium, prolongadas en volados aleros. Más tarde, en 1915 construyó un tercer pabellón para laboratorios, el llamado pabellón Transatlántico, también lineal, pero orientado de norte a sur, con pérgolas y torreones en los extremos, tratando el ladrillo con formas aprendidas del mudéjar, mientras que las solanas de madera provienen de la arquitectura tradicional. A partir del verano de 1915 Flórez abandonó su trabajo en la Residencia alegando sus muchas obligaciones, aunque en realidad esta disculpa encubría sus diferencias de criterio debido a las restricciones económicas impuestas por el secretario de la Junta José Castillejo, que según Flórez le impedían construir con la dignidad y solidez hechas hasta entonces.
Tras estas experiencias y otras construcciones escolares como las escuelas para la Fundación González Allende de Toro (Zamora), en 1920 fue nombrado arquitecto jefe de la Oficina Técnica de Construcciones Escolares, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública. Su misión era diseñar y ejecutar los proyectos para todas las escuelas financiadas por el Estado, examinando también los edificios ya existentes de cara a su eventual modificación o reforma. Su trabajo, adaptado a las instrucciones técnico-higiénicas aprobadas por la propia oficina en 1923, se extendió hasta la Guerra Civil, contando con la colaboración de un amplio equipo de unos sesenta arquitectos, con proyectistas y directores de obras para todas las provincias, en el que destacaban entre otros institucionistas Bernardo Giner de los Ríos, Leopoldo Torres Balbás, Joaquín Muro y Jorge Gallegos.
Teniendo en cuenta unos modelos básicos acordes con las enseñanzas graduadas o unitarias que se debían impartir, los proyectos amoldaban sus características al clima y materiales de cada zona, pero siempre partiendo de unas preocupaciones higiénicas fijas en relación a soleamiento y cubicación interior de aire, con un programa de reparto de espacios racional y riguroso. La formalización de estas escuelas denota un concienzudo estudio de la arquitectura popular, empleando materiales tradicionales como el ladrillo recocho en climas cálidos, o la piedra en los fríos y lluviosos. Flórez se reservó el diseño de las escuelas normales de maestros, debido a su condición urbana y más representativa, siempre tratadas con formas y materiales tradicionales. También proyectó los seis grupos escolares aprobados para Madrid en 1923, que se cuentan entre sus obras más coherentes: grandes pabellones lineales, con las aulas de grandes ventanales orientadas al norte para garantizar una iluminación constante, mientras que los espacios colectivos miran al sur, completándose con amplios corredores para trabajos prácticos o juegos, terrazas-solarium superiores.
Su arquitectura de formas sobrias, con paramentos desnudos y desprovistos de decoración, ha sido valorada como una opción de abstracción formal que en su época constituyó un camino intermedio entre el regionalismo más superficial y la vanguardia racionalista.
Las posibles influencias de la arquitectura islámica, como los juegos de volúmenes de la Alhambra, e incluso su relación con el neomudéjar, visible en su predilección por el ladrillo visto y las arquerías, no pueden esconder el empeño de Flórez por conseguir una arquitectura de tradición popular pero modernizada.
La indudable calidad de sus soluciones formales representó en la España de los años diez y veinte el camino más práctico para la renovación de la arquitectura, abriendo paso a las aportaciones de la conocida como Generación del 25. Sin embargo, sus construcciones escolares fueron duramente criticadas en los años de la Segunda República, siendo objeto de debate público en prensa y en el Congreso. Estas críticas fueron especialmente intensas por parte de los representantes y medios del grupo de arquitectos racionalistas del GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para la Arquitectura Contemporánea), que rechazaron su vinculación con la tradición y su alejamiento de los materiales modernos. No obstante, sus discípulos Bernardo Giner de los Ríos y Leopoldo Torres Balbás se encargaron de reivindicar su relevante aportación, hoy en día reconocida de forma unánime.
Obras de ~: Exposición Regional Gallega, Santiago de Compostela, 1909; Pabellón Macpherson, sede de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1909; Escuelas Froebel, plaza de Concepción Arenal, Pontevedra, 1911; Grupos escolares Cervantes y Príncipe de Asturias, Madrid, 1913-1914; Pabellones Gemelos y Pabellón Transatlántico de la Residencia de Estudiantes, Cerro del Viento, Madrid, 1913-1915; Grupo Escolar Cervantes, Madrid, 1913-1916; Escuelas Fundación González Allende, Toro (Zamora), 1914-1919; Residencia de Ancianos de la Fundación Flórez-Herques, León, 1915; Museo Provincial de Jaén, Jaén, 1919; Grupo Escolar Jaime Vera, Madrid, 1923-1929; Escuela normal de maestros y maestras de Granada, Granada, 1923-1929; Escuela normal de maestros y maestras de Valladolid, Valladolid, 1926.
Escritos: “Notas para una posible reforma de la enseñanza de la arquitectura”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (Madrid), XLVII (1923), págs. 236-242; El arquitecto, su formación y fines profesionales, discurso leído en el acto de su recepción y contestación de Modesto López Otero, 13 de marzo de 1932, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1932.
Bibl.: B. Giner de los Ríos, Cincuenta años de arquitectura española (1900-1950), México, Patria, 1952; C. Flores, Arquitectura española contemporánea, t. I, Madrid, Aguilar, 1961, págs. 111-115; J. R. Alonso Pereira, Madrid 1898-1931, de corte a metrópoli, Madrid, Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, 1985; J. Rivera, “Antonio Flórez y la Escuela normal de Valladolid: entre el regionalismo y la modernidad”, en VV. AA., Arquitecturas en Valladolid. Tradición y modernidad, 1900-1950, Valladolid, Colegio de Arquitectos, 1989, págs. 145-167; A. Anguiano de Miguel, “Grupos escolares de Antonio Flórez Urdapilleta en Madrid (1913-1914 y 1923-1929). Una propuesta anticipadora”, en Cinco siglos de Arte en Madrid (xv-xx). III Jornadas de Arte, Madrid, Centro de Estudios Históricos-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1991; A. U rrutia Núñez, Arquitectura española. Siglo xx, Madrid, Cátedra, 1997, págs. 207-212; VV. AA., Antonio Flórez, arquitecto 1877-1941 (exposición de febrero a marzo de 2002 en la Residencia de Estudiantes), catálogo de la exposición, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2002; M. Á. Baldellou, Arquitectos en Madrid, Madrid, Ayuntamiento de Madrid-Fundación Antonio Camuñas- Fundación Madrid Nuevo Siglo, 2005.
Jesús Ángel Sánchez García