Sardá y Salvany, Félix. Sabadell (Barcelona), 21.V.1844 – 2.I.1916. Sacerdote, teólogo, apologista, publicista y escritor.
Procedente de una familia de industriales del textil —su padre era fabricante de paños—, realizó sus primeros estudios en el colegio de los escolapios de su ciudad natal y desde 1855 hasta 1865 hizo la carrera eclesiástica en el Seminario Diocesano de Barcelona, dirigido por los jesuitas, completando su formación en el Seminario Conciliar Central de Valencia con la licenciatura en Teología, conseguida en 1864. Fue ordenado sacerdote el 10 de junio de 1865. Desde el curso siguiente, y durante un par de años, fue profesor de humanidades en el Seminario barcelonés, siendo además ayudante de la biblioteca, circunstancia esta que le permitió entrar en contacto directo con los libros y leer particularmente obras de autores ascéticos y místicos. Simultáneamente siguió los cursos de la universidad estatal, en la que se licenció en Filosofía y Letras y trabó relaciones con los profesores Milá y Fontanals y Coll y Vehí.
En 1869 comenzó su labor de publicista, pero, debido a su delicado estado de salud, hubo de trasladarse a su casa de Sabadell. Aquí promovió varias obras de apostolado sacerdotal. Pero alcanzó gran renombre y fue considerado el más grande apologista popular de su tiempo.
La idea central de todos sus escritos fue, como dijo su panegirista Luis Carreras, “el sobrenaturalismo en soberana amplitud y real dominio de la vida humana”.
Esta idea motriz la desarrolló desde los fundamentos de la religión, y así empezó con una colección de teología popular, y con la defensa de la fe contra los errores del protestantismo, espiritismo, anarquismo, liberalismo, socialismo y naturalismo. También defendió las instituciones eclesiásticas jerárquicas, de cultura, de beneficencia, de liturgia y de piedad. Devotísimo de la Santa Sede, abrió permanentemente en la Revista Popular una colecta para el Papa. Tuvo una verdadera vocación periodística y se convirtió en uno de los principales publicistas católicos en el tránsito del siglo XIX al XX, en la línea del periodismo apologético iniciado en el siglo XX por el Semanario cristiano‑politico de Mallorca (1812‑1814) y por La Religión (1837‑1841), del periodista Roca y Cornet, o por La Civilización (1841‑1843). Utilizó siempre un lenguaje popular, llano y sugestivo al mismo tiempo, para que fuera accesible e inteligible a las clases más humildes, con ejemplos, parábolas y diálogos sacados de la vida real, de sus contactos con los obreros, los niños, los jóvenes y las gentes de Sabadell y Barcelona. No era suficiente el adoctrinamiento a través de la predicación dominical y festiva, había que fomentar el espíritu de asociación entre los católicos y crear espacios propios de actuación en la sociedad. Había que recristianizar la familia, las conciencias, las clases sociales y el mismo Estado frente a la incredulidad existente; había que luchar en contra de la opinión pública que había revuelto el mundo como los sastres que imponen la moda en los trajes.
Su objetivo fue la propaganda católica por otros medios, para así difundir y propagar en la sociedad española la influencia de la Iglesia católica y de sus instituciones, renovando la tradición cristiana que peligraba por “la acción disolvente y demoledora de la Revolución que pugna por descatolizar el mundo”, según sus palabras. Trató de difundir las obras de apostolado cristiano que ejercía bajo los auspicios de la Iglesia, siguiendo las directrices marcadas por el beato Pío IX y León XIII, el mismo elemento seglar (las sociedades de caridad, las escuelas y talleres, los periódicos y libros de apologética, las Academias de Juventud Católica y asociaciones de católicos y círculos de obreros, etc.), para reparar los “estragos revolucionarios” y conseguir la moralización del pueblo, la protección del pobre.
Fundó y dirigió hasta su muerte la Revista Popular y, a través de ella, divulgó la obra de la Librería Diocesana, institución creada en Barcelona en 1879, inspirada por el obispo José María Urquinaona, con el objetivo de conseguir la unidad de los textos católicos en las escuelas de primera enseñanza frente a la tolerancia oficial existente. Se trataba de una institución de propaganda obrera que pretendía favorecer la enseñanza gratuita con libros a precios muy económicos, asequibles para las familias más humildes, cuyos hijos cambiaban con mucha frecuencia de escuelas y se veían obligados a comprar textos nuevos con el consiguiente incremento de los gastos familiares.
Año tras año, la Revista Popular recibió el apoyo y la bendición apostólica de los distintos papas, desde el beato Pío IX a León XIII y san Pío X. También dirigió el Almanaque de los Amigos de Pío IX, publicación aparecida en 1882 que incluía lecturas en prosa y en verso, grabados, etc., y colaboró en las revistas El Zuavo del Papa (1872), “revista quincenal dedicada a la defensa e independencia de la Santa Sede”, dirigida por el eclesiástico Antonio Riba y Aguilera, y Los Ecos del Vaticano (1874). Todas ellas compartían los mismos principios ideológicos de firmeza doctrinal y apoyo incondicional al Concilio Vaticano I (1870) y a la declaración de la infalibilidad del Papa frente “al proceso de secularización introducido por el liberalismo y las corrientes materialistas” que se afianzaban. Él mismo incitó en la Revista Popular (12 de agosto de 1871) al clero y a los laicos católicos a alistarse en las filas del absolutismo religioso siguiendo las directrices del beato Pío IX, símbolo de resistencia a la revolución y a la sociedad liberal. Fue también autor del himno de la peregrinación española a Roma, musicado por C. Candi, pocos meses después de haber finalizado la Tercera Guerra Carlista (15 de octubre de 1876), impulsada por Nocedal, que se convirtió en la primera manifestación de fuerza del integrismo y provocó la oposición de algunos eclesiásticos.
A partir de 1896 se separó del integrismo político radical y propugnó una postura más moderada y tolerante en nombre de la fe y de la unión de todos los católicos por encima de cualquier bandería: tan católica era la opción de los carlistas, como la de los integristas o la de los alfonsinos. Se trataba de un integrismo abierto, principalmente religioso y políticamente independiente.
En cualquier caso, el problema de fondo, el de la unión de los católicos, quedaba pendiente para la Iglesia española, sin resolverse, en el tránsito al siglo XX. Sus obras completas, en doce volúmenes, comprenden más de trescientos libros y opúsculos. De muchas de ellas se hicieron numerosas ediciones.
Obras de ~: Propaganda Católica, Barcelona, Lib. y Tip. Católica, 1883‑1900, 9 vols.; Montserrat, Barcelona, 1881; El Liberalismo es pecado: cuestión candente, Barcelona, 1884; El Apostolado seglar, Barcelona, Lib. y Tip. Católica, 1885; San Juan de la Cruz, Barcelona, 1908; Luz y espejo de los jóvenes cristianos, Barcelona, 1895; Mater admirabilis, Barcelona, 1906; Luz del alma, Barcelona, 1908; Vara florida de San José, Barcelona, 1909; Año Sacro, Barcelona, Ramón Casals, 1959 (6.ª ed.).
Bibl.: Revista Popular, año XVI, t. 30 (1886); Ll. Berenguer, El Dr. Sardá y Salvany. Memóries i records, Sabadell, Biblioteca Sabadellenca, Imp. Joan Sallent, 1927; El Dr. Sardá Salvany i la fundació de la Casa‑Asil, Sabadell, Biblioteca Sabadellenca, Imp. Joan Sallent, 1931; J. Ricart Torrens, Así era el doctor Sardá y Salvany, Barcelona, 1966, págs. 18‑19; J. Vives Gatell, “Sardá y Salvany, Félix”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 2383-2384; A. Moliner Prada Bellaterra, Félix Sardá i Salvany y el integrismo en la Restauración, Barcelona, Universidad Autónoma, 2000; “Félix Sardá y Salvany, escritor y propagandista católico”, en Hispania Sacra, 53 (2001), págs. 91-109.
Vicente Cárcel Ortí