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Juan Carandell Pericay

Biografía

Carandell Pericay, Juan. Figueras (Gerona), 19.I.1893 – Pals (Gerona), 30.IX.1937. Geólogo y geógrafo.

Se conservan unos cuantos textos sobre Carandell, casi todos de eminentes geólogos y geógrafos —Gil Muñiz (1930), Santaló (1937), P. Vila (1938), E. Her­nández Pacheco (1942), Solé Sabarís (1942)—, que, junto con Mi oración en la muerte de mi padre (1926) del propio autor y las escasas referencias que hace a lo largo y ancho de sus obras, permiten fijar los hilos fundamentales de su vida y caracterizar con precisión su perfil humano e intelectual. Asimismo, J. García García, A. López Ontiveros y J. Naranjo Ramírez han escrito, en 2007, una monografía sobre su vida y su obra.

Carandell quedó pronto como hijo único —por fa­llecimiento de dos hermanas— del eminente maes­tro Gregorio Carandell y Salinas, que enviuda, “de­dicando ya para siempre su vida y afanes —escribe el hijo— al recuerdo vivo y fidelísimo de la compañera que tan prematuramente le había dejado: ¡a mí!”.

Cursa los estudios primarios, bachillerato y fran­cés en su ciudad natal. También como alumno libre en el Instituto de Gerona cursó las asignaturas pre­ceptivas para el título de maestro de Primera Ense­ñanza Elemental, lo que le permitió graduarse des­pués, en Madrid, de maestro de Primera Enseñanza Superior.

Tras el bachillerato, se matriculó en la Universi­dad de Barcelona en Ciencias (sección de Naturales) donde estudia dos cursos. Pero para abrir horizon­tes intelectuales a su hijo, el padre obtuvo traslado a Madrid en 1912, donde Juan Carandell se licenció con sobresaliente en 1913 y se doctoró, bajo la direc­ción de L. Fernández Navarro, en 1914 con una tesis sobre las calizas cristalinas del Guadarrama.

Entró en contacto con la Institución Libre de Ense­ñanza y con el Museo de Ciencias Naturales, dirigido por Hernández Pacheco. Es en este último donde Ca­randell conoció a Fernández Navarro y a Obermaier con el que realizó estudios sobre el glaciarismo en toda España. También se relacionó con Bernaldo de Quirós del que fue compañero de excursiones y cola­borador gráfico, amén de ser uno de los más antiguos socios de la recién fundada sociedad Peñalara. Tra­bajó también en estos años como disecador del Mu­seo de Ciencias Naturales y como ayudante de clases prácticas en Mineralogía y Cristalografía en la Uni­versidad Complutense.

Tras algunos intentos en varias oposiciones y frus­tradas salidas al extranjero, en 1917 obtuvo plaza en las de Catedráticos de Instituto de Historia Natural y Fisiología e Higiene siendo destinado al de Cabra (Córdoba).

Con anterioridad, en Madrid había conocido a Sil­veria Zurita, de Bujalance (Córdoba), que también se mueve en los círculos institucionistas, “culta y distinguida”, y que debía estar a la altura de sus in­quietudes, pues se tiene noticia de que le ayuda a la traducción de la obra del geomorfólogo americano W. M. Davis. Es hija de un rico hacendado y perio­dista y contrajo matrimonio con Carandell con el que tuvo seis hijos.

En Cabra permaneció de 1917 a 1927 acusando fuertemente el aislamiento intelectual, por lo que —escribe— “para no aislarse a la circulación uni­versal de las ideas, como consecuencia de sumergirse demasiado en la pequeña circulación propia de toda vida local”, recurre a seguir dos o tres revistas inter­nacionales, lectura y redacción de notas bibliográfi­cas, adquisición, con esfuerzo pecuniario propio, de obras significativas, “trato personal con algunos au­tores a través de copiosa e interesante corresponden­cia”, tejiendo una extensa red de relaciones científicas y traducción de textos significativos para lo que tenía especial aptitud. A causa también de ello, reiterada­mente firma oposiciones, de Instituto y Universidad, para trasladarse, con especial preferencia a Madrid, en las que fracasa reiteradamente, lo que siempre le creó un sentimiento de cierta frustración.

Además, todo ello le lleva en esta etapa de su ca­rrera a una frenética actividad intelectual, viajera y como publicista: viajes por toda Andalucía, reno­vación pedagógica en una línea institucionista del Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, creación de un Museo de Historia Natural, obtención del título de licenciado en Farmacia, asistencia a congresos, pu­blicaciones científicas, divulgativas y periodísticas y, al final, preparación de las excursiones y participa­ción en el XIV Congreso Geológico Internacional de 1926-1927.

En 1926 murió su padre, lo que le afectó enorme­mente (escribió la citada Mi oración [...]) y en 1927 es trasladado al Instituto General y Técnico de Cór­doba, donde permaneció hasta su muerte. Los acon­tecimientos y tareas más importantes de Carandell en este período fueron los siguientes: abrió farmacia en lugar céntrico de Córdoba lo que le permitió ase­gurar una desahogada economía; ingresó en la Real Academia de Córdoba, como correspondiente en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, etc.; realizó incansablemente viajes y excursio­nes científicas y pedagógicas en la mejor tradición institucionista, de las que deja muchas publicacio­nes viajeras —algunas ejemplares como muchas de las andaluzas, la de Mónaco, la de los Alpes, la de Inglaterra, etc.—; y asistió como delegado oficial del Ministerio de Instrucción Pública al XII Congreso Geográfico Internacional de Cambridge; consiguió en 1929 que se declarara el Picacho de la Virgen de la Sierra sitio natural de interés nacional; fue nombrado profesor interino de Botánica, Zoología y Geología en la Escuela Superior de Veterinaria de Córdoba a partir de 1931 y, sobre todo, se dedicó a seguir pu­blicando mucho en revistas geográficas y pedagógi­cas principalmente, pero también en la prensa diaria. No obstante, a partir de 1931, su actividad desbor­dante se vio moderada porque cayó enfermo, proba­blemente de tuberculosis (muere de hemotisis tuber­cular), acompañada de algo de neurosis.

En 1936 se desplazó a Madrid donde le sorprende la Guerra Civil, separado de su familia que no vol­verá a ver. De allí pasó después a Pals, cerca de Fi­gueras, donde redactó y terminó su ensayo sobre el Ampurdán, una de sus principales obras y allí murió el 30 de septiembre de 1937. Dice P. Vila que en el Ampurdán se encontraba “en cura de reposo y que aprovechaba las vacaciones forzosas en estudios de geografía ampurdanesa”. E informa también este autor que en una carta de Carandell a un amigo antes de morir sentenciaba estoicamente con Montaigne: “La muerte si ha de venir, vendrá y me encontrará en la mejor actitud: trabajando”.

También hay que señalar los rasgos humanos e inte­lectuales de Carandell que se derivan de dos influen­cias decisivas en su vida.

Parece claro, por multitud de testimonios, que Ca­randell fue influido sobremanera en su talante perso­nal, científico e intelectual por su padre y por la Insti­tución Libre de Enseñanza. Del primero, profesional ejemplar, que “abrazó la santa cruz del Magisterio español” —según expresión de Carandell—, apren­dió a ser un “hombre noble y bueno” (Gil Muñiz), pero también otras actitudes y aficiones más concre­tas: “a conocer y amar la naturaleza poema central de su vida” (Solé Sabarís); la pasión por la educación integral y la amplia cultura; “el excursionismo infati­gable”; la defensa a ultranza de la enseñanza oficial e incluso la alta valoración de la cartografía, dadas las aptitudes del padre para ella.

Respecto a la Institución Libre de Enseñanza hay que decir que no hay autor que más cite Caran­dell que Giner de los Ríos y está claro que su talante integérrimo y elegante, su pasión por la ciencia y la naturaleza, su “ansia de paisaje”, la exaltación del excursionismo, su idealismo fructífero, su tolerancia religiosa, su elitismo intelectual, su concepción edu­cativa, y tantos otros rasgos de su personalidad mal pueden explicarse sin esta influencia. De forma que Carandell constituye un prototipo casi perfecto del intelectual creado por la Institución. Así lo señalan P. Vila, Solé y Gil Muñiz, quien sintetiza como sigue la doble influencia reseñada: había en él —dice—, “elevados destellos pedagógicos vividos en la escuela del padre y desarrollados en contacto con el insigne Francisco Giner, el maestro de todos aún de los que no creen en él”.

Al intentar, por otra parte, el retrato espiritual e intelectual de Carandell, sin duda, a causa de su ca­rácter y de las influencias reseñadas, aparecen unos rasgos muy claros. Es el primero el de una actividad frenética y polifacética que proviene de una sed de saber sin límites. Todo le interesa a Carandell, como se ve al detallar su obra. Es lo que una vez más, fiel­mente, le atribuye Gil Muñiz: “actividad portentosa del espíritu, curiosidad infatigable”, “sed casi infinita de saber, de descubrir, de conocer”.

De ello, a su vez, se deduce no sólo una obra cien­tífica variopinta y dispersa temáticamente y de fi­nalidad tanto investigadora como divulgadora, sino también una vasta cultura que reseñan todos sus bió­grafos. Le interesan, pues, no sólo las disciplinas que en su tiempo se comprendían en el amplio elenco de lo que era el naturalismo y, por supuesto, todo lo rela­cionado con la educación, sino también la literatura, las artes plásticas, la música, la etnología, la prehisto­ria, etc. Contrasta con esto, no obstante, su marcado apoliticismo que ni siquiera emerge en los momentos dramáticos de la Guerra Civil.

Concorde también con esta visión amplia, destaca en Carandell su pasión educadora que Solé llama “apos­tolado pedagógico elevado a la categoría de sacerdo­cio” y que no se limita “al contenido propio de la cien­cia, sino sirviéndose de ella como medio para alcanzar la formación integral de sus alumnos”. Y sentencia este autor: “Fue un maestro en el sentido más amplio”.

Todo lo anterior, que podría adolecer de cierta dispersión —sin duda nociva científicamente—, no impidió, sin embargo, que Carandell fuese “un na­turalista de valía” con “prestigio y notoriedad bien ga­nada en el cultivo de las ciencias geológicas y geográ­ficas” (Hernández Pacheco), “meritísimo geógrafo” (P. Vila). Pero aun en estas disciplinas sus biógrafos coinciden en resaltar sobremanera su tendencia ar­tística y humanística: “paisajista-geólogo” y “poeta-observador”; “excelente escritor” y “hombre de cien­cia y un artista”; no “un interpretador frío, sino un hombre de ciencia emotivo”; “de fecunda imagina­ción” y de sus escritos con frecuencia se desprende inspiración poética y “si ellos unas veces se resienten de la pesadez germánica, en cambio aparecen siempre adornados con las galas de una pluma fácil y una ins­piración feliz”, “y es que —prosigue Solé Sabarís— Carandell, además de pedagogo y hombre de ciencia, fue un artista; por eso en el fondo, su obra, más que una investigación árida y metodizada, es el camino de un artista a la naturaleza”.

Se deduce, pues, de la vida y caracterización intelec­tual de Carandell que, como tantos naturalistas de la época, se insertó humana y científicamente en la Ins­titución Libre de Enseñanza, sintió pasión por la edu­cación, la naturaleza y la ciencia, entendiendo ésta en un sentido amplio y generalista, tiene aficiones hu­manísticas y, quizás algo peculiarmente, se vio domi­nado por un temperamento y aptitudes artísticas con manifestaciones no sólo literarias sino también de las artes plásticas.

Por otra parte, Solé Sabarís distingue tres etapas en la obra de Carandell. La etapa inicial va desde 1913-1914 —terminación de su licenciatura y tesis docto­ral— hasta 1917-1918 —obtención de su cátedra en el Instituto de Cabra—. Es un período esencialmente formativo, comprendiendo el doctorado, y de aquí el predominio de obras en las que Carandell es colabo­rador de su director de tesis, de Hernández Pacheco, Bernaldo de Quirós y Obermaier, a todos los cuales tuvo por sus maestros. Fundamentalmente su obra de entonces es de carácter geológico destacando su colaboración en el gran proyecto sobre el glaciarismo español, que realizara Obermaier. Sus investigacio­nes se llevan a cabo por toda España, pero sobresa­len las referidas al Sistema Central y alrededores de Madrid.

Un período central, de 1917-1918 a 1926-1928, que es de máxima producción y rendimiento en la vida de Carandell, lo que es una manifestación, en­tre otras, de una actividad desbordante. Todo ello es lógico por la juventud, pero ya con cierta madurez del autor y por disfrutar de buena salud que pos­teriormente perdió. Aislado en Cabra del ambiente investigador madrileño, se ve forzado al estudio geo­lógico y geomorfológico de la comarca, extendiendo su radio de acción a casi toda Andalucía. Así, a esta etapa corresponden muchas de las aportaciones de este tipo sobre esta región y la provincia de Córdoba. Es también entonces cuando realiza muchas de sus traducciones. Publica comentarios sobre teorías oro­génicas y tectónicas, así como otros aspectos geoló­gicos y geográficos generales, da a luz notas sobre congresos y recensiones. Desarrolla muchos escritos —polémicos a veces— sobre problemas profesiona­les y de la enseñanza y se revela como un periodista ágil y asiduo.

Hacia 1926-1928 (participación en el XIV Con­greso Geológico Nacional, traslado al Instituto de Córdoba y asistencia al Congreso Internacional de Geografía de Cambridge), Carandell entra en la última etapa de su producción intelectual. No abandona los trabajos geológicos puros —en los que se observa una renovación epistemológica profunda—, confeccionando aportaciones excelentes; sigue profundizando en todas las demás líneas de trabajo del segundo período, excepto en viajes y excursiones que, a partir de 1930, declinan notoriamente porque la enfermedad le impide salir al campo con la pasión y el dinamismo con que siempre lo hizo. Pero lo más decisivo de la etapa, según Solé, es que Carandell se orienta “decididamente hacia los estudios geográfi­cos, geomorfológicos primero y antropogeográficos después”. En su dedicación a la Geografía humana influyen muchas causas, pero es muy importante se­ñalar que un hombre tan inquieto como Carandell y con “un fondo emocional abierto a toda palpitación humana” necesariamente había de derivar de la Geo­logía al “estudio del hombre [...] en sus relaciones con la tierra” (Gil Muñiz).

Por todo ello, en conclusión, Carandell, geólogo en su origen, termina siendo, como tantos otros enton­ces, un “converso a la Geografía”, porque a esta cien­cia —aunque hoy cueste creerlo— se la consideraba por muchos como clave de bóveda de otras discipli­nas, “el resumen, el punto de convergencia de todas las ciencias modernas” según Torres Campos.

Para ilustrar, por fin, la variedad temática y canti­dad de las obras de Carandell —más de trescientos tí­tulos catalogados, incluidos artículos de periódico—, pese a su corta vida, dichas obras pueden clasificarse en los siguientes dieciséis grupos o apartados: Geo­logía y geografía generales; Geología y geomorfolo­gía españolas; Sistema central; Cataluña; Geología y geomorfología andaluzas; Geografía humana an­daluza; Aspectos físicos de la provincia de Córdoba; Geografía humana de la provincia de Córdoba; Ex­cursiones y viajes; Representaciones gráficas; Di­vulgación naturalista; Traducciones; Notas sobre congresos y otros aspectos científicos; Instituciones docentes y problemas de la enseñanza; Literatura y arte y Asuntos varios.

 

Obras de ~: Las calizas cristalinas del Guadarrama, Ma­drid, 1914; Datos para la Geografía física y humana del litoral atlántico de la provincia de Cádiz y estudio de una población típica: Rota, Madrid, Real Sociedad Geográfica (RSG), 1925; “La sierra de Cabra, centro geográfico de Andalucía”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba (BRAC), 14 (1925), págs. 351-374; Gregorio Carandell y Salinas (25-V-1860; 3-IV-1926). Mi oración en la muerte de mi padre, Madrid, Editorial Hernando, 1926; “Nota acerca de la tectónica de la Sierra de Cabra (I y II)”, en Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural (BRSEHN), t. XXVII (1927), págs. 399-411 y t. XXVIII (1928), págs. 75-77; “Andalucía: ensayo geográfico”, en BRAC, 27 (1930), págs. 113-131; “Es­tudios de Geografía Humana, la población en la provincia de Málaga”, en Revista de Escuelas Normales (REN) (1934), págs. 66-72; “Valoración geográfica de dos cultivos cordobeses típicos: olivo y trigo (I y II)”, en El Progreso Agrícola y Pecuario, 1823 y 1827 (1934), págs. 307-310 y 325-326; Distribución y estructura de la población rural en la provincia de Córdoba, Madrid, Sociedad para el Progreso Social, 1934; El hábitat en la Sierra Nevada, Madrid, Sociedad Geográfica Na­cional, 1935; El Bajo Ampurdán. Ensayo geográfico, Granada, I. Francisco Román Camacho, 1942 (Gerona, Diputación Provincial, 1978).

 

Bibl.: A. Gil Muñiz, “Discurso de [...]”, en Discursos leí­dos ante la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba en la recepción de D. Juan Carandell el 30 de abril de 1930, Córdoba, 1934; E. Hernández Pacheco, “D. Juan Carandell (Homenaje Póstumo)”, en BRSEHN, t. XXI (1942), págs. 235-255; M. Santaló y Parvorell, “Una gran pérdida: Joan Carandell Pericay (L’Autonomista 12 d’octubre de 1937)”; L. Solé Sabarís, “Juan Carandell Pe­ricay, geólogo y geógrafo andaluz”, y P. Vila, “Catalunya ha perdut un géograf, Joan Carandell (La Publicitat, 18 de febrer de 1938)”, en El Bajo Ampurdán, op. cit., 1942; A. López On­tiveros, “D. Juan Carandell Pericay (1893-1937): Geólogo y Geógrafo Andaluz”, en Revista de Estudios Regionales (RER), 33 (1992), págs. 341-350; “Excursiones y viajes de Juan Ca­randell [...] Su excursión escolar a Córdoba, Sevilla, Huelva y Río Tinto en 1925”, en VV. AA., Miscelánea Geográfica en Homenaje al Profesor Luis Gil Varón, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1994, págs. 145-172; “Naturalismo y naturalistas en Andalucía: Juan Carandell [...]”, en J. Gómez Mendoza et al., Geógrafos y naturalistas en la España contemporánea. Estu­dios de la Historia de la Ciencia Natural y Geográfica, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1995, págs. 127-162; “Los estudios de Geografía Humana de Juan Carandell [...]”, en Ería, 42 (1997), págs. 35-65; con J. Naranjo Ramírez, “Juan Carandell [...] y Sierra Nevada”, en Cuadernos Geográ­ficos, 30 (2000), págs. 281-324, y “La concepción geográfica de Andalucía y Cataluña en la obra de Juan Carandell [...]”, en RER, 61 (2001), págs. 73-116; A. López Ontiveros, La Geografía de la Provincia de Córdoba según Juan Carandell Pe­ricay, Córdoba, Real Academia de Córdoba, 2002; J. García García, A. López Ontiveros y J. Naranjo Ramírez, Vida y obra del geólogo y geógrafo Juan Carandell Pericay (1893-1937), Córdoba, Diputación de Córdoba, Delegación de Cultura-Universidad de Córdoba-Vicerrectorado de Estudiantes y Cultura, 2007.

 

Antonio López Ontiveros

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