Luengo Rodríguez, Manuel. Nava del Rey (Valladolid), 7.XI.1735 – Barcelona, 12.XI.1816. Cronista jesuita (SI).
Manuel Nicolás Luengo Rodríguez era hijo de Manuel Luengo Tejedor y de Isabel Rodríguez Chico —hermana de Francisco Rodríguez Chico, polémico obispo de Teruel que se enfrentó a la política eclesiástica potenciada por los ministros de Carlos III—.
Recién cumplidos los diecinueve años ingresó en la Compañía de Jesús y realizó su noviciado en Villagarcía de Campos y, posteriormente, en Valladolid; de allí pasó a Medina del Campo en abril de 1757, donde cursó parte de sus estudios de Filosofía. Más tarde fue destinado a Salamanca, donde vivió siete años; durante los tres primeros realizó estudios de Teología y, a partir de 1762, ejerció la docencia como prefecto de las conferencias escolásticas, profesor de Lógica y de Metafísica. En 1765 se trasladó Luengo Rodríguez a Medina del Campo, donde trabajó como maestro de segundo año de Filosofía y pasó algunos meses en Arévalo. Una vez concluida su tercera probación fue destinado a Galicia y allí, en marzo de 1766, mientras la Corte de Madrid se estremecía por el motín de Esquilache, el padre Luengo comenzaba a enseñar Filosofía en el colegio de Compostela. Fue precisamente en esa casa donde le fue intimada —como al resto de los jesuitas— la orden de Carlos III por la que los hijos de san Ignacio quedaban desterrados de todos sus dominios.
Desde allí saldría el padre Manuel Luengo, la madrugada del 3 de abril de 1767, hacia La Coruña, donde daría comienzo su exilio y su obra: El diario de la expulsión de los jesuitas de España, un escrito al que dedicaría su vida y que configura, en más de sesenta copiosos volúmenes que engloban unas treinta y seis mil páginas, la crónica más detallada de aquel destierro que padecieron los jesuitas españoles durante cuarenta y nueve años, es decir, desde 1767 hasta 1815, año en el que volvería Luengo Rodríguez a la España de la Restauración y en la que moriría a la edad de ochenta y dos años. Además de este manuscrito, el padre Luengo se dedicó a recopilar una serie de papeles que consideraba interesantes para sustentar las afirmaciones que vertía en su diario, y que configuran su otra gran aportación: la Colección de papeles varios o curiosos, encuadernada en veintiséis tomos. Ambas obras se encuentran custodiadas en el Archivo Histórico de Loyola (Guipúzcoa), en muy buenas condiciones de conservación, lo cual no deja de sorprender si se tiene en cuenta que fueron realizadas en la más absoluta clandestinidad, ya que los jesuitas tenían prohibido —bajo pena de Lesa Majestad— escribir sobre su expulsión de España.
Ya al principio del destierro, el padre Luengo compaginó la elaboración de su valioso manuscrito con su labor docente. En la misma caja coruñesa, esperando su embarque, consiguió permiso del asistente para que los jóvenes pudieran llevar sus libros, y continuó las clases de Lógica con sus alumnos de Santiago, a las que añadió unas lecciones de Italiano para ir practicando el idioma que utilizarían en los Estados Pontificios, lugar al que, en principio, iban destinados los jesuitas. Pero, tras la negativa de Clemente XIII a recibirlos en sus Estados, estos religiosos comenzaron un largo deambular por el Mediterráneo y recalaron, tras arduas conversaciones diplomáticas entre Francia y España, en la isla de Córcega, un lugar peligroso en aquel 1767, ya que se encontraba el país inmerso en un conflicto civil proindependentista. Allí, en la corsa ciudad de Calvi, prosiguió Manuel Luengo su docencia en condiciones dificilísimas y, cuando en el otoño de 1768, los jesuitas españoles pudieron salir de Córcega e instalarse en las legacías pontificias, Luengo Rodríguez fue escogido para continuar su magisterio con los escolares. De ahí pasó a la casa de los maestros y al teologado con el cargo de profesor y presidente de los casos de conciencia y argumentante en los actos literarios. Casas todas ellas abiertas en los alrededores de la ciudad de Bolonia y, más tarde, en la propia capital, donde fue destinada la provincia de Castilla y donde continuó escribiendo su diario, una obra de especial importancia para los historiadores modernistas, ya que describe partidaria, puntual y apasionadamente el confinamiento de los jesuitas españoles desde su propia vivencia, acentuando la descripción de las precarias condiciones que padecieron, pero sin olvidar comentar todo tipo de acontecimiento, político, religioso, cultural, etc., que consideraba de interés.
En 1773 Clemente XIV firmó la bula Dominus ac redemtor, por la cual se pretendía extinguir a la Compañía de Jesús, una Orden que, en efecto, quedó suprimida, pero que pervivió en algunas naciones no católicas (Prusia y Rusia). Ese año los jesuitas pertenecientes a la provincia de Castilla, como el padre Luengo, pasaron a ser abates ex jesuitas; en un intento por borrar sus signos de identidad se les prohibió seguir vistiendo la sotana y residir en comunidad. Fue en ese momento en el que el padre Luengo decidió proseguir con su diario como una muestra más de rechazo a lo que consideraba una injusta persecución hacia su Orden y comenzó a encuadernar la Colección de papeles varios.
En 1798, cuando el padre Luengo contaba sesenta y cuatro años y llevaba más de treinta viviendo exiliado en la ciudad de Bolonia, las tropas francesas invadieron esos territorios y los convirtieron en la República Cisalpina, dando comienzo a una serie de cambios que transformarían Europa y en los cuales la situación de los jesuitas españoles refugiados era tremendamente delicada, tanto por su nacionalidad como por su pertenencia al clero. José Nicolás de Azara, embajador español en Roma, recomendó insistentemente a Manuel Godoy el retorno a España de estos refugiados por motivos humanitarios, dado el auténtico peligro que corrían tras la ocupación francesa de los Estados pertenecientes al Papa. Carlos IV aceptó la vuelta de los jesuitas a España, pero con una serie de limitaciones, y el padre Luengo volvió a su ciudad natal de Nava del Rey, donde residió unos meses y desde donde salió hacia Teruel. Allí se quedaría hasta 1801, año en el que fue decretada la segunda expulsión de los exjesuitas y en el que Luengo comenzaría a vivir en Roma. En esta ciudad describió el exilio de otro grupo de españoles: la Corte de Carlos IV, el enfrentamiento de los franceses con los romanos, el rapto de Pío VI y las esperanzas suscitadas tras la elección de su sucesor en la silla de san Pedro.
Efectivamente, en 1814, Pío VII declaraba restaurada en el Gesú de Roma la Compañía de Jesús, y pocos días más tarde el padre Luengo se trasladó a esa casa vistiendo, después de cuarenta y nueve años de ausencia, su querida sotana jesuita. Al año siguiente Fernando VII restablecía en España la Compañía de Jesús y los pocos jesuitas supervivientes que quedaban en tierras italianas se dispusieron a volver. Entre ellos, el ya anciano Manuel Luengo desembarcó en Barcelona con un pesado cargamento: las memorias de un exilio y la recopilación más variada de documentos.
Dos fuentes determinantes para acercarse a aquellos hechos. Pocos meses más tarde, en la Ciudad Condal, fallecía el jesuita.
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Inmaculada Fernández Arrillaga