Ferrer Puig, Vicente. Blanes (Gerona), 26.X.1721 – Barcelona, 28.VIII.1789. Primer superior provincial de la Congregación de la Misión española (Paúl, CM) y escritor.
Un contemporáneo suyo lo describe así: “Era de complexión flaca, aunque sana, largo de cara, de ojos negros y agudos, nariz aguileña y de boca pequeña; de exterior grave y modesto”. El grabador Coromina, probablemente José Coromina Faralt —el mismo a quien se debe el grabado de san Vicente de Paúl que reproduce la estatua del italiano Pedro Bracci para la basílica del Vaticano—, dejó igualmente un grabado de Vicente Ferrer Puig que responde exactamente a los rasgos físicos que se han transmitido del personaje.
Vicente Ferrer Puig nació el 26 de octubre de 1721 en Blanes (Gerona), población costera del Mediterráneo.
Era el mayor de cinco hermanos, vástagos de un matrimonio dedicado a las faenas agrícolas. La ilusión juvenil de Vicente, que se había trasladado a Barcelona para realizar sus estudios, era la de ingresar en la Cartuja, como otros amigos suyos, pero al enterarse de la fundación de la Congregación de la Misión en Barcelona (1704), aquella ilusión primera se torna en vocación de misionero paúl. La comunidad elegida tenía como consigna “ser cartujos en casa y apóstoles en campaña”, lema que satisfacía las aspiraciones del joven Vicente. Ingresa, pues, en esta comunidad el 2 de junio de 1743, habiendo cursado ya los estudios de Filosofía. Cinco años más tarde, en 1748, recibe la ordenación sacerdotal.
Según propia declaración, aquel ambiente de disciplina y aplicación, de ascetismo, oración y estudio que se respiraba en la comunidad le llenaba por completo.
Dadas sus cualidades y su preparación intelectual, los superiores no dudaron en dedicarle a la formación y enseñanza de la Filosofía, apenas ordenado de sacerdote, en dos etapas distintas (1748-1754 y 1781-1789). Por su aula pasarán destacados discípulos que continuarán su misma labor docente y formativa.
La explicación diaria de la Filosofía marcará su lenguaje y la exposición clara de conceptos en las obras que escriba.
Vicente Ferrer hubo de sufrir, aunque tardíamente, las consecuencias de la Guerra de Sucesión que terminó con los Austrias y colocó en el trono español a la dinastía borbónica, en la persona de Felipe V, el Animoso (1700-1746). Tal situación política explica que se retrasara en Cataluña el ministerio de las misiones a las que se debían los misioneros paúles, ministerio que Ferrer combinaba con la formación de los estudiantes y ejercicios al clero siempre que le era posible.
Su vida está ligada a la primera centuria de la historia de su congregación en España (1704-1790). Él será el puente entre dos generaciones y el fiel transmisor de las tradiciones comunitarias heredadas de sus antecesores. La casa de Barcelona le servirá de modelo y ejemplo para proponerla al resto de las comunidades surgidas en Cataluña, Baleares y Alto Aragón.
Cumplida su misión de profesor de Filosofía, es enviado a Palma de Mallorca (1754-1765), isla en que siembra con su palabra a los clérigos y laicos, predicando misiones populares y dirigiendo ejercicios.
Luego pasa a Guisona (Lérida, 1765-1770) como superior, reemplazando a su aventajado discípulo Fernando Nualart. Cumplido el tiempo de superior en Guisona, el padre Ferrer vuelve a la casa de Barcelona (1770-1774) para desarrollar, como en los lugares anteriores, una intensa labor de formación y predicación.
En el ejercicio de este ministerio le sorprende el nombramiento de superior provincial o visitador, a raíz de la erección de las casas de España como nueva provincia canónica, hasta entonces dependientes de las provincias italianas de Roma (1704-1736) y de Génova (1736-1774). Efectivamente, en la asamblea general de la Congregación de la Misión celebrada en París (1774) se toma la decisión de crear la Provincia española de la Congregación de la Misión, para la que salió nombrado superior provincial o visitador el padre Vicente Ferrer Puig.
La situación de la Provincia presentaba entonces un panorama prometedor. Aunque no había crecido ostentosamente desde sus orígenes (1704), sí lo había hecho lo suficiente para desempeñar una función pastoral significativa en las distintas diócesis españolas donde estaba establecida. Al comienzo de su mandato podía contar con cinco casas en pleno ejercicio, con un total de noventa y un misioneros. Ante esta perspectiva, la primera providencia de envergadura que toma el recién nombrado superior provincial es construir un seminario de mayor capacidad y más adaptado a su propia función (1777); al frente del mismo coloca al padre José Costa, hombre ilusionado y entregado a la tarea de la formación. Según la consigna de su visitador, Costa tratará de capacitar a los futuros misioneros para el cumplimiento adecuado de su ministerio.
Pese al crecimiento que iba cobrando la Congregación, el visitador Ferrer no abrió ninguna otra comunidad.
Su política fue consolidar las ya existentes, abasteciéndolas de personal, con el fin de que en todas se cumplieran las bases fundacionales. Su máximo interés se centraba en asegurar la vida fraterna en comunidad y la evangelización de los pobres. Así lo demuestran las sabias Ordenanzas que va dejando en las casas, tras las visitas canónicas, giradas casi todos los años a las comunidades existentes. En ellas quedaba patente su talante espiritual y apostólico. Especial hincapié hacía en el amor y entrega a los pobres, ya que “nos debemos a ellos y son los que reciben, por lo general, con más gratitud la Palabra de Dios”.
Terminado el mandato de visitador (1781), su sucesor, Fernando Nualart, destina de nuevo al padre Ferrer a Barcelona como director y profesor del seminario que él mismo había mandado levantar. Infatigable en el trabajo y con vocación irreprimible de escritor, el padre Ferrer aprovecha esta última etapa de su vida para verter en pequeñas obras la experiencia espiritual y apostólica que había adquirido como profesor, misionero popular y director de ejercicios al clero y al laicado y como primer superior provincial. Se trata de una etapa tan fecunda como las dos anteriores: ocho años de abundantes frutos (1781-1789). Sus obras son claro índice de los derroteros por donde avanzaba la espiritualidad española del siglo XVIII, pero están desprovistas del barroquismo literario que caracteriza los escritos del dieciochesco.
En Barcelona permanecerá hasta que le sobrevenga la muerte, el 28 de agosto de 1789, dejando tras de sí —según voz común de los que le conocieron y trataron— “el buen olor de Cristo” y fama de “hombre santo y sabio”. Valgan, entre otras autoridades, los juicios emitidos sobre su vida por la ilustre familia barcelonesa de Torres Amat.
Obras de ~: Tratado en que se dan algunos medios preservativos para librarse del mal y perseverar en el bien, dirigido a toda clase de personas, Barcelona, 1780; Tratado instructivo para alcanzar la perfección cristiana que contiene cuatro medios utilísimos para el logro de tan importante logro, Barcelona, 1780; Tratado de los exercicios de piedad: medios principales para perseverar en el bien y hacer vida devota, Barcelona, 1780; Tratado de la oración mental o meditación, Barcelona, 1780; Tratado sobre las tertulias, Barcelona, 1780; Tratado de la confesión general para toda clase de personas, Barcelona, 1780; Tratado sobre las máximas fundamentales de la religión y motivos de credibilidad, Barcelona, 1785; Parte primera, segunda y tercera del Tratado posthumo de los impedimentos de la perseverancia en el bien, Barcelona, 1789; Tratado sobre las máximas fundamentales de la perfección, Barcelona, 1790.
Bibl.: F. Torres Amat, Memorias para ayudar á formar un diccionario crítico de escritores catalanes y dar alguna idea de la antigua y moderna literatura de Cataluña, Barcelona, J. Verdaguer, 1836; B. Paradela, Los Visitadores de la Congregación de la Misión y Directores de las Hijas de la Caridad, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del S. C. de Jesús, 1928; J. Herrera, Historia de la Congregación de la Misión, Madrid, La Milagrosa, 1949, págs. 242-251.
Antonino Orcajo Orcajo, CM