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Juan Ignacio Molina González

Biografía

Molina González, Juan Ignacio. Talca (Chile), 24.VI.1740 – Bolonia (Italia), 12.IX.1829. Jesuita (SI) expulso, naturalista e historiador.

Nació en una hacienda de campo, en la confluencia de los ríos Maule y Loncomilla, cerca de la ciudad de Talca. Fueron sus padres Agustín Molina y Francisca González Bruna. Pertenecía a una familia venida a la conquista del país. Huérfano en su infancia, estudió en el colegio de Talca (VII Región, Chile) y, tras dos años en el seminario de Concepción, entró en la Compañía el 12 de noviembre de 1755 en el noviciado de Santiago de Chile (Región Metropolitana). Cursó las Humanidades (1757-1760) en Bucalemu y la Filosofía (1761-1763) en el Colegio Máximo San Miguel de Santiago. Enseñó (1764-1765) Gramática en Talca y, vuelto a Santiago, inició la Teología en 1766, mientras en privado aprendía italiano y francés, además de enseñar Geometría, Cosmografía y Matemáticas.

Después de adquirir el conocimiento del latín y griego y de haberse señalado no poco en el estudio, fue destinado por la Orden a regir la biblioteca de la casa principal de Santiago. Las descripciones dicen que por entonces era un mancebo de corta estatura, de tez bronceada, ojos grandes y expresivos, nariz y boca también grandes.

El 28 agosto 1767 le llegó el decreto de Carlos III, que expulsaba a los jesuitas de sus dominios. Molina prosiguió sus estudios en la ruta del exilio: se examinó de segundo de Teología (1768) en Valparaíso, de tercero (1769) en El Puerto de Santa María (España) y fue ordenado sacerdote el 29 de septiembre de 1769 en Bertinoro (Forli), en los Estados Pontificios. Hizo sus últimos votos el 15 de agosto de 1773 en Ímola (Bolonia), y al día siguiente se promulgó el breve de supresión de la Compañía.

Trasladado a Bolonia, desde allí fue informador de Hervás para las lenguas de Chile (Idea dell’Universo, vol. XV, 29) y allí enseñó diversas materias en privado, gratuitamente, dado que su rica familia le enviaba dinero desde Chile. Pronto comenzó a ser conocido por sus escritos, ya que es citado por Luengo (1786) con las dos versiones (italiana y española) del Compendio histórico, geográfico, natural y civil del Reino de Chile.

La versión castellana de este Compendio es más completa que el original italiano, publicado anónimamente, pues ahora “se pone por autor el señor Molina”, se añade un compendio gramatical, un pequeño diccionario de lengua chilena y un catálogo de escritores de Chile. En el anónimo Compendio hay varias confusiones. Por ejemplo, se adjuntaron algunos mapas, planos y grabados, todos firmados por Giovanni Fabbri, aunque atribuidos a Molina, en concreto, un mapa de Chile y un plano de la ciudad de Santiago. La razón de la atribución de Molina pese a no ser cartógrafo se debe a que pudo ser el creador intelectual, coincidente por su condición de conocedor del espacio descrito, por lo que el nombre de artista, Fabbri, quien nunca estuvo en Chile, pasó a segundo plano. Sin embargo, un reciente hallazgo de nuevos manuscritos permite descubrir que las referidas piezas fueron realizadas por otro artista, Giussepe Mancini, quien supo representar tanto el territorio de la gobernación, así como su capital, siguiendo las instrucciones del sacerdote chileno, es decir, puso la ciencia cartográfica al servicio de la representación e imaginario de un intelectual que recordada su patria desde el exilio. También aparecieron diez láminas que representan una palma chilena, un pino araucaria, aves, cuadrúpedos y cetáceos, una matanza de animales vacunos, el juego de la chueca, un baile mapuche, damas en traje de visita y calle.

La paternidad literaria de esta obra ha sido confusa en algunos estudiosos, pues unos autores se la atribuyen al padre Molina y otros al también ex jesuita Felipe Gómez de Vidaurre, quien escribió otra Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile, terminada de redactar en 1789, aunque solamente fue publicada un siglo más tarde en Santiago de Chile. El traductor alemán de la obra de Molina se la atribuye a Vidaurre.

Esta obra debe distinguirse de las tres del padre Molina: un pequeño volumen anónimo, Compendio della storia geografica, naturale e civile de Chile, Bolonia, 1776; Saggio sulla storia naturale del Chili, Bolonia, 1782, traducida al alemán (1786), al español (1788), al francés (1789), al inglés (1808); y Saggio sulla storia civile del Chili, Bolonia, 1787, traducido al alemán (1791), al español (1795), al inglés (1808).

El mismo padre Molina debió reivindicar la paternidad de su Compendio de 1776 en la página IX de la traducción francesa del Saggio. La confusión entre los estudiosos se ha debido tanto a la similitud del título como a la temática. Además, Gómez Vidaurre admiraba sinceramente al abate Juan Ignacio Molina, cuyos dos ensayos fueron su fuente y guía, y los juzgaba “apreciadísimos”.

La más importante de las tres obras es el Saggio sulla storia naturale del Chili (1782), en la que destacan los capítulos titulados “Flora selecta regni chilensis juxta systema Linneanum” y “Catalogo di alcuni termini chilesi appartenenti all’istoria naturale”. Molina mantuvo que el clima de Chile era benigno, templado y óptimo para la vida. Por esta razón, había un variadísimo número de animales que se adaptaban muy bien al medio ambiente y las plantas crecían en un suelo fértil y rico en minerales; además, las especies animales y vegetales trasladadas desde Europa se aclimataban sin dificultad. La imagen proyectada era apacible, como de una continua primavera, con un radiante cielo azul y una extraordinaria fertilidad de la tierra. El chileno determinó las estaciones del año y recalcó su contraposición con las de Europa. Y clasificó minuciosamente los principales fenómenos meteorológicos (ácueos, aéreos e ígneos) de Chile, señalando su distribución espacial y temporal. También profundizó en las causas de dichos fenómenos, obtuvo algunas regularidades sobre su formación e interacción mutua y contempló la posibilidad de predecirlos. Además de realizar comparaciones entre los climas chilenos y los de otros países próximos, proporcionó un escueto dato cuantitativo de la temperatura. Cuenta Batllori que Molina se hacía traer papel americano para imprimir con lujo y gusto exquisitos este valioso Saggio, obra que tuvo bastante resonancia en el extranjero, como demuestran sus traducciones inmediatas a otras lenguas.

Las dos partes de esta obra, La Historia Natural y la Historia Civil de Chile, ambas escritas en toscano, y en dos tomos, fueron traducidas al castellano por dos autores diferentes. El primer tomo, traducido por Domingo de Arquelada y Mendoza, vio la luz pública en Madrid, Imprenta de Sancha, en 1788.

El segundo tomo fue traducido al castellano por el compatriota del autor, el rico comerciante gaditano Nicolás la Cruz y Bahamonde, futuro conde de Maule, y dado a la estampa en Madrid en 1795, en la misma imprenta. Esta traducción significó a Nicolás disputar con el impresor Sancha sobre varias voces, entre ellas la del gentilicio “chilenos”, que en la traducción de Arquelada se había transformado en “chileños”. Además, Nicolás incorporó a su versión de la obra de Medina numerosas notas en materias de su personal interés. Así, en carta a su hermano Vicente de la Cruz, le dice: “Si cuando te pedí aquellos capítulos para ilustrar la obra de Molina, me los hubieras satisfecho, yo hubiera tenido lugar de poner algunas adiciones en honor de nuestra villa y provincia (Talca), que hubieran quedado indelebles para los tiempos futuros, pero Uds. no harán jamás nada bien hecho”. En carta a su amigo Bernardo Gregorio de Las Heras (1796), le dice que ha recibido carta del abate Molina elogiando su trabajo, que considera mejor que el del primer tomo traducido por Araquelada.

Reconocido el mérito de sus obras y sin problemas económicos, el resto de la vida de Molina transcurrió tranquila en Bolonia, aunque no ociosamente, pues estaba al corriente de la vida cultural, como demuestra el hecho de estar suscrito a la enciclopedia de Idea dell’Universo de Hervás y colaborar con él, proporcionándole información sobre las lenguas de Chile.

Cada vez que el abate Molina hacía algún viaje por los alrededores de la ciudad de su residencia, no dejaba escapar un detalle en sus observaciones de la naturaleza y, de vuelta en casa, una vez ordenados sus materiales, presentaba a sus colegas del Instituto Pontificio el resultado de sus investigaciones sobre las montañas vecinas, sobre las plantas, sobre la fauna, etc., y en estilo conciso y seguro, elevado a veces, discutía siempre con originalidad sus teorías.

Recibió autorización oficial (19 de noviembre de 1806) para enseñar en su casa, habilitada como escuela “legítima y aprobada”. Durante la ocupación napoleónica, declinó el nombramiento (1810) de intérprete de francés del tribunal de justicia. La Academia Pontificia de Ciencias le había ofrecido (1801) la Cátedra de Historia Natural y Botánica, que rechazó entonces, pero que aceptó en 1812. Desde este momento, presentó allí varias memorias, entre ellas, “Las analogías menos observadas en los tres reinos de la naturaleza” (1815). Acusado ante las autoridades eclesiásticas de opiniones contrarias a la fe, fue excluido de la Academia y vetado de la docencia y el ministerio sacerdotal.

Se defendió Molina, alegando que “inteligencia y discernimiento”, al hablar de las plantas, no se toman en rigor metafísico, sino en el sentido “más que impropio que algunas veces se usa”. En su opinión, las plantas tienen una “animalidad” que en nada se opone al dogma católico. Terminó manifestando su sumisión a la decisión de la Iglesia Católica, bajo la cual se preciaba de vivir y haber servido siempre. En 1817 fue absuelto de todo error y restituido a su ministerio sacerdotal, a sus clases y a la Academia, que publicó (1821) todas sus ponencias, incluida la que ocasionó el conflicto y otras de tono parecido, como “La propagación sucesiva del género humano”, en la que, con la geografía en la mano, demuestra que las soluciones de continuidad entre los diversos continentes no son tan enormes como para impedir que los hombres procedan de un mismo tronco y hayan podido transitar de una parte a otras del globo terráqueo. Pero, sea que Molina diserte sobre este tema o sobre otros, como los jardines o el café, siempre encuentra oportunidad para recordar a Chile. El 12 de abril de 1817 fue nombrado miembro honorario de la Academia privada de Georgofili de Florencia, “en mérito a sus conocimientos de agricultura tanto teóricos como prácticos, así como también de otras ciencias análogas”. Fue, además, distinguido como socio correspondiente (20 de mayo de 1820) de la Academia Trentina de Ascoli, y miembro de la de Felsinei (4 de abril de 1822).

En febrero de 1815, había recibido la noticia de la muerte de su sobrino Agustín Molina, propietario de la hacienda familiar de Huaraculén en Talca, con lo cual él se convertía en su heredero. Decidido a regresar a Chile, escribió (15 de noviembre de 1815) a otro sobrino, Ignacio Opazo, administrador de sus bienes, pidiéndole el envío de 3.000 pesos. Le dice que, a pesar de su edad —setenta y cinco años—, se considera “bastante robusto” y capaz de emprender el viaje. Cuando llegó la suma, Molina ya no estaba como para viajar. En plena guerra de independencia el jefe patriota Bernardo O’Higgins mandó (1817) la confiscación de los bienes de los españoles ausentes en el extranjero. Considerado erróneamente “peninsular”, Molina perdió su hacienda, aunque el Senado de la República reconoció el error y se la restituyó en 1820. Molina la cedió a Talca, estableciendo que, con el producto de su venta, se formase un instituto científico dotado de biblioteca e instrumentos modernos en Astronomía, Física y Matemáticas.

Cuando estudiaba Humanidades en Bucalemu, Molina escribió poesías en griego y latín. Entre éstas destacan dos elegías curiosas: una “autobiográfica”, dedicada al historiador P. Miguel de Olivares, y otra “a la viruela”, en ocasión de la peste de 1761. Su afición a la poesía no disminuyó con los años, pues en su edad madura escribió en italiano “décimas a la española”, odas y epigramas.

Molina abrigó en sus últimos años la esperanza de regresar a su patria. En 1816 decía a su sobrino Ignacio Opazo: “Yo espero partir de aquí en el mes de abril o mayo, y embarcarme en Cádiz, de vuelta a mi amado Chile”. Con fecha 20 de agosto anunciaba que había diferido su viaje para la primavera siguiente, por regresar en la compañía de otros amigos chilenos. Desde Cádiz, el conde de Maule pidió a sus agentes en Italia, Francia y España que facilitasen dinero a varios jesuitas, entre ellos a Molina, para que pudieran trasladarse a Cádiz y de allí pudiesen pasar a América.

Parece que desde 1814, el abate Molina, que contaba ya con setenta años, empezaba a sufrir de una enfermedad inflamatoria del pecho que habría de llevarle al sepulcro. Se mantuvo, no obstante, medianamente bien hasta 1825, pues ese año aún podía leer y hacer su diario paseo. Pero, en los últimos tres años se confinó en su casa, padeciendo serias alarmas y turbado con la idea de la muerte. Su mal verdadero era su ancianidad, y la inflamación del pecho tomó gran violencia, con fuertes dolores. En su delirio pedía agua fresca, agua de Chile, de la cordillera, para apagar la sed insaciable.

En 1825 tuvo dos enfermedades graves de las que escapó gracias a los cuidados de su íntimo amigo el notable médico Pastorini. A fines de agosto de 1829 le cogió una fiebre lenta y el 12 de septiembre, a las ocho de la noche, acabadas sus fuerzas, dio el último aliento. “Así ha muerto —dice la Gazzeta di Bologna del martes 22 de aquel mes— el hombre probo y doctísimo, acompañado del acerbo dolor de sus queridos discípulos y del llanto unánime de todos los buenos”.

A su muerte, Molina se acordó de Chile, del que había sido expulsado sesenta y dos años antes. En 1966, a solicitud del gobierno chileno, sus restos fueron trasladados del mausoleo de “hombres ilustres” de Bolonia a Chile, y hoy reposan en la parroquia de Villa Alegre, cerca de Talca. En 1927, se le había erigido un monumento en Talca. No obstante, ya en 1856 se levantó el pedestal en que debía reposar la estatua que fue inaugurada cuatro años más tarde frente a la puerta principal de la Universidad, como para recordar siempre a la juventud que el amor a la patria, al saber y a la virtud forma a los grandes hombres.

El naturalista padre Molina es considerado gloria de la cultura chilena, además de por sus méritos literarios y naturalistas, por su entusiasta adhesión al movimiento de liberación americanista, una vez iniciadas las guerras de independencia. Ignacio Molina quizá sea el ex jesuita especializado en historia de Chile de más resonancia. Dentro de su compleja personalidad se debe resaltar su faceta de naturalista, ya que es su penetrante espíritu de observación de la Naturaleza lo que le llevó a la descripción del territorio, geografía, costumbres y lenguas de Chile.

Los naturalistas europeos abordaron a los aborígenes de América recurriendo a las narraciones que el archivo occidental poseía y que estaba a disposición de la racionalidad ilustrada en perspectiva de la administración colonial. A su vez, los criollos letrados confrontaban su episteme, a veces diferenciada, con esas narrativas occidentalistas. Así, Molina investigará las costumbres civiles del indígena antes de la llegada de los españoles. Aportó conocimiento sobre los indios, que hasta ese momento habían sido descritos por los letrados e ilustrados de los imperios coloniales. El punto de vista de Molina responde a su propia experiencia y relación con el mapuche y con otras etnias en Chile, saber que incorpora al Compendio de la Historia Geográfica, Natural y Civil del Reyno de Chile. Enmarcada en la conocida como “Disputa del Nuevo Mundo, la reivindicación del reino de Chile desplegada por Molina tiene sus fundamentos en un concepto de cultura que fusiona corrientes intelectuales antiguas y modernas en un pensamiento híbrido, fruto de la cultura jesuita americana en el exilio. Pero a fines del s. XVIII, periodo de definiciones radicales en la historia de pensamiento, esta escuela se mostrará inviable. La incomprensión de este contexto ha instaurado imágenes arquetípicas que dificultan la integración del tema en la historiografía americana y chilena en particular. El concepto de “raza” en la obra de Molina contribuyó a la epistemología patriótica, legitimando las clasificaciones sociales durante la primera mitad del siglo XIX, cuando la élite criolla se posiciona en un lugar socialmente privilegiado, gracias a la reivindicación del mito sobre el origen de “sangre pura”.

El naturalista chileno elaboró sobre la estructura interna de la Tierra unas ideas geológicas que fueron más allá de la simple reflexión científica. Apoyado en una disciplina particular y novedosa como la economía política, reflexionó sobre la organización interior de la Tierra, los procesos geológicos y las descripciones sobre la naturaleza del reino de Chile.

El estudio de la obra del jesuita chileno, especialmente desde la historiografía chilena, ha acusado una importante miopía crítica respecto del naturalista que constantemente ha sido considerado, con bastante ligereza, como el primer científico chileno. La importancia fundamental del exilio como vocación científica, las controversias europeas sobre el Nuevo Mundo y las condiciones institucionales y mecanismos políticos que permitieron el desarrollo del conocimiento científico a fines del siglo XVIII son elementos que no han sido integrados en el análisis de la obra del naturalista chileno quien llegó a formar parte de la Accademia delle Scienze di Bologna. Por tanto, hay que romper con la historiografía apologética, presentar la obra y la figura del jesuita chileno en un contexto histórico amplio y mostrar los problemas políticos y epistemológicos “europeos” que influyeron en la elaboración del pensamiento científico del naturalista chileno. Sin olvidar que Molina fue, sin duda, el expulso chileno más intelectual, constante y que mejor supo orientar su curriculum investigador, como demuestra el prestigio que consiguió en los ambientes académicos europeos en su larga vida. Fue documentado humanista por su formación y competencia en lenguas clásicas (siendo estudiante en Chile ya dominaba el latín y el griego y llegará a ser propuesto para catedrático de griego en la Universidad de Bolonia) y porque, junto con Olivares, es el que presenta más referencias a la mitología y a la cultura grecolatina. Lo curioso es que las pertinentes alusiones al mundo clásico no aparecen en los tratados de Historia Natural (1782) ni de Historia Civil de Chile (1788), sino en dos tomos de deliciosos ensayos o eruditas conferencias de un anciano Molina, Memorie di storia naturale, publicadas en 1821, después de salvar la acusación de heterodoxia evolucionista.

 

Obras de ~: Compendio della storia geografica, naturale e civile del Regno del Chile, Bolonia, 1776 (Madrid, 1788-1795, 2 vols.; Santiago de Chile, 1878, insertado en la Colección de historiadores de Chile); Saggio sulla storia naturale del Chili, Bolonia, 1782 (Seconda edizione accresciuta ed arricchiata di una nuova carta geografica e del ritratto dell’autore, Bolonia, 1810; Ensayo sobre la historia natural de Chile, ed. de Rodolfo Jaramillo, Santiago de Chile, Ediciones Maule, 1987); Saggio sulla historia civile del Chili, Bolonia, 1787 (Madrid, 1795; Bolonia, 1810); Analogía de los tres reinos de la naturaleza, Bolonia, 1820; Memorie di storia naturale lette in Bologna nelle adunanze dell” Istituto dall’ abate Gioan-Ignazio Molina, americano, membro dell’ Istituto Pontificio, Bolonia, Tipografia Marsigli, 1821, 2 vols.

 

Bibl.: C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesus, Bruxelles-Paris, O. Schepens-A. Picard, 1890, vol. V, col. 1165-1166; vol. IX, col. 683; J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial de Chile, Santiago de Chile, Impreta Elziviriana, 1906, págs. 541-544; J. Espinosa, El Abate Molina, uno de los precursores de Darwin, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1946; J. T. Medina y R. Silva Castro, Panorama Literario de Chile, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1961; J. T. Medina, Biblioteca Hispano-Chilena. 1523-1817, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico Edición Facsimilar, 1963; F. Esteve Barba, Cultura Virreinal, Barcelona, Salvat, 1965; H. Briones, El Abate Juan Ignacio Molina. Ensayo crítico- introductorio a su vida y obra, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1968; J. 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Antonio Astorgano Abajo y Sergio Martínez Baeza

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