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Pedro José Pidal y Carniado

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Biografía

Pidal y Carniado, Pedro José. Marqués de Pidal (I). Villaviciosa (Asturias), 25.XI.1799 – Madrid, 28.XII.1865. Estadista, artífice del Plan General de Estudios de 1845 e historiador.

Nacido en una familia de la hidalguía rural asturiana, fueron sus padres José Pidal y Antonia Carniado.

La posición familiar le permitió cursar, en su villa natal, los estudios de Gramática, Latinidad y Humanidades, para, posteriormente, en el año 1814, trasladarse a la Universidad de Oviedo, donde fue alumno de la Facultad de Filosofía y Jurisprudencia, obteniendo el grado de licenciado en Leyes y Cánones en 1822.

Al producirse, en 1820, el alzamiento del general Riego, Pedro Pidal, junto con sus compañeros de estudios, participó activamente en el movimiento revolucionario, alistándose en la Compañía Literaria que estaba capitaneada por profesores de la propia Universidad, pero, al aceptar Fernando VII en marzo de ese mismo año la Constitución de 1812, la citada Compañía quedó disuelta y Pidal se reintegró a su actividad estudiantil. Durante esos meses contribuyó, junto con López Acevedo, a la fundación y sostenimiento, en Oviedo, de dos periódicos de corta vida, El Aristarco y El Ciudadano, en los que se hacía una ardiente defensa de las libertades políticas conquistadas y del ideario constitucionalista.

Es también en ese período universitario cuando Pidal descubrió su vocación poética, con inclinaciones preferentes hacia la poesía epigramática, los romances y las anacreónticas, composiciones todas ellas que recogió en un folleto, entre neoclásico y rococó, que llevaba por título Ocios de mi edad juvenil.

Concluidos sus estudios, y ya en posesión del título de abogado, se trasladó a Madrid en 1822, iniciando su actividad como pasante en el bufete del renombrado jurisconsulto Cambronero, ocupación ésta que no mermó su interés por la vida política ni por las actividades literarias, de ahí que, junto con los también liberales Evaristo San Miguel, José Guerra y Domingo Angulo, impulsara y contribuyera a la redacción del periódico El Espectador, donde dio a conocer, igualmente, algunas de sus composiciones poéticas, tales como A la guerra de Cataluña (1822), A la libertad de España (1823) o Epístola a Fabio (1823). Esta afición a la literatura lo llevó a colaborar, con cierta asiduidad, en el Ateneo de Madrid, donde, por encargo de Alberto Lista, expuso, en 1822, su Análisis crítico del poema de Meléndez Valdés “La caída de Luzbel”.

Al producirse, en 1823, la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, Pidal siguió al Gobierno y a las Cortes en su marcha a Sevilla y a Cádiz, continuando con sus colaboraciones en El Espectador a favor de las libertades políticas amenazadas y en contra de los invasores.

Tras el triunfo de la reacción absolutista, se ocultó en Cádiz bajo nombre supuesto, en tanto la Audiencia de Oviedo, que había abierto un proceso contra los estudiantes sediciosos y organizadores de la Compañía Literaria de 1820, lo condenaba a ocho años de cárcel.

En estos años de clandestinidad, en Cádiz, primero, y después en El Puerto de Santa María, continuó cultivando la poesía, y una muestra de ello es la epístola A su amigo Don Alejandro Mon del año 1824, que Eugenio Ochoa insertó y dio a conocer en la Memoria necrológica dedicada a Pidal en 1870.

Con la promulgación en 1828 de un decreto de indulto, pudo regresar a Villaviciosa, su lugar de nacimiento, no sin antes pasar unos días en la cárcel de Oviedo, hasta que se legalizara su situación.

Durante cinco años, permaneció en Villaviciosa, años que aprovechó para emprender toda una serie de trabajos e investigaciones junto con su compañero y amigo José Caveda y Nava, sirviéndose para ello de los materiales históricos, arqueológicos y folclóricos que había reunido el padre de este último, Francisco Caveda, hidalgo ilustrado que había pertenecido al círculo de los íntimos de Jovellanos.

Entre los proyectos emprendidos destacan: el intento de redactar una Historia General de la Literatura Española, empresa que no pudieron llevar a cabo, la elaboración de unos Elementos de Derecho Civil Español y de unas Tablas o Cuadros de la Historia de España, según el sistema seguido por Lesage en su Atlas Histórico, trabajos éstos que tampoco llegaron a ser publicados.

Son éstos, también, años de reflexión y de desplazamiento hacia posiciones cada vez más moderadas.

Se dejaron atrás los sueños dorados, las quimeras, las declaraciones ardientes y se acercó la hora de embarcarse en la promoción de los intereses materiales, como dirá su amigo Caveda, que pasó por una experiencia semejante, “sin perder de vista lo pasado para juzgar de lo presente”.

Cuando en 1834 Pidal regresó a la vida pública es, como dice Ochoa en las Memorias necrológicas ya citadas, un hombre “rico sólo de experiencias, escarmentado de aventuras políticas y curado para siempre de peligrosas aventuras”.

A la muerte de Fernando VII, Pidal inició el camino de la política a la par que el de la moderación y fue ocupando toda una serie de cargos; primero, en 1834, el de alcalde mayor de Cangas de Tineo (hoy, Cangas de Narcea), poco después, el de juez en Villafranca del Bierzo (León) y en Lugo. En 1837, recibió el nombramiento de oidor de la Audiencia de Pamplona y al año siguiente fue destinado, como fiscal, al Tribunal de Cuentas del Reino, en la capital de España. Este último destino lo alejó de su tierra natal y contribuyó a asentarlo definitivamente en Madrid.

En 1838, y ya en las filas del moderantismo, inició Pidal su carrera como parlamentario, al ser elegido diputado a Cortes por Asturias, en unas elecciones en las que los liberales moderados obtuvieron todos los escaños del Principado y en las que le acompañaron sus amigos y correligionarios José Caveda y Alejandro Mon. Esta responsabilidad, en la que se estrenó con un discurso a favor del restablecimiento de los diezmos recientemente suprimidos por Mendizábal, fue ya una constante, salvo un breve intervalo, a lo largo de su vida, como diputado, primero, siempre por distritos asturianos, y como senador vitalicio, después.

Consumada la Revolución de 1840, la Junta de Madrid lo separó de su cargo de fiscal, por lo que, apartado también entonces de su actividad política, se trasladó a París, donde permaneció varios meses ampliando estudios. Es en este mismo período cuando contrajo matrimonio con Manuela Mon y Menéndez, hermana de su amigo Alejandro Mon, y cuando intensificó su actividad como redactor de la Revista de Madrid y como conferenciante del Ateneo.

En la Revista de Madrid, cuya dirección comenzó a compartir con Gervasio Gironella a comienzos de 1839, publicó las crónicas políticas de cada mes hasta julio de 1841, y en ella dio igualmente a conocer algunos de sus mejores trabajos de investigación literaria, histórica y jurídica, entre los que cabe destacar los dedicados a Fray Pedro Malón de Chaide, al Teatro escogido de Tirso de Molina, a la Vida del trovador Juan Rodríguez de Padrón, al Poema del Cid, a las Observaciones sobre la poesía dramática y en especial sobre los preceptos de las unidades, sobresaliendo de manera especial estos dos últimos.

En su trabajo sobre el Poema del Cid, construye Pidal un claro discurso nacionalista, al pretender presentar esta composición épica como una creación del pueblo y símbolo de la identidad nacional. El pueblo es, según su opinión, quien crea al Cid a su imagen y semejanza; el pueblo retrata sus aspiraciones e ideales en el personaje. Entiende Pidal, en línea con la más pura tradición romántica, que estudiar el Poema del Cid es estudiar la idiosincrasia del pueblo español. El Poema se convierte, de este modo, en un ideario, un proyecto nacional que debería servir de aglutinante en el proceso de conformación de la unidad española.

Ese nacionalismo de corte romántico se encuentra atemperado en sus Observaciones sobre la poesía dramática [...], en donde se observan unas posiciones más cercanas al romanticismo ecléctico, al intentar Pidal buscar soluciones de compromiso entre las particularidades de cada nación y la universalidad de los principios dramáticos. Entiende que el teatro está mediatizado por la forma o manera que tiene cada nación de expresar, ver y sentir sus emociones y pasiones, lo que conlleva que el autor teatral no puede sustraerse a la presión de un público al que se debe.

El público, según Pidal, ejerce su tiranía sobre el dramaturgo y esto es lo que provoca el carácter distintivo de los sentimientos y afectos del drama de cada nación, pero una vez asentado este planteamiento particularista o nacionalista, Pidal busca el acuerdo con los planteamientos dramáticos del clasicismo, al establecer que la regla básica de toda composición teatral, sea del tipo que sea, es imitar la naturaleza e imitarla bien.

Esta amalgama de intereses provoca que, finalmente, el teatro que acaba propugnando el marqués de Pidal sea un teatro clásico en las formas, comprometido ideológicamente, en el que tenga cabida la pasión y que persiga un fin didáctico y moralizante; todo un teatro capaz de arrastrar con la fuerza de las pasiones representadas y de instruir por medio del mensaje ofrecido bajo la apariencia de verdad.

En los primeros días de noviembre de 1840, pocos meses después del alzamiento del general Espartero, la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid invitó a Pedro Pidal a que desempeñara la Cátedra de Historia del Gobierno y Legislación de España, invitación que aceptó, iniciando sus explicaciones a comienzos de 1841. Las interrumpió a finales de julio para reanudarlas a principios de marzo de 1842, continuándolas hasta que su participación en diferentes sucesos políticos le obligó a suspenderlas definitivamente.

En vida de su autor, sólo fue publicada, en la Revista de Madrid, la primera de las citadas lecciones que servía de introducción al resto y sólo después de su muerte se recogerán, en 1880, en un volumen con el título de Lecciones sobre la Historia del Gobierno y Legislación de España. Desde los tiempos primitivos hasta la Reconquista.

Las lecciones debían abarcar siete períodos, pero quedaron incompletas, ya que sólo las pronunció sobre tres: a) El mundo primitivo anterior a los romanos; b) El de la dominación de Roma en España; c) El período visigótico. Estos tres períodos se desarrollan en veintiuna lecciones, siendo las más numerosas (once) las dedicadas a la presencia romana, la cual es estudiada en toda su extensión, desde los hechos y el carácter de la conquista de la Península Ibérica hasta la organización militar, económica y el régimen municipal, pasando por el desarrollo religioso, intelectual y cultural de aquella sociedad. En cuanto al período visigodo, se centra sobremanera en el estudio del Concilio de Toledo, y por lo que respecta al período prerromano, no se puede olvidar que cuando Pidal dictó sus lecciones era ésta una época histórica escasamente conocida.

Elegido, en 1840, presidente de la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación, leyó tres años más tarde su Discurso Inaugural sobre los fines de la Academia y sobre las diferentes escuelas que se disputaban la primacía en el mundo del Derecho, haciendo resaltar la importancia y progresos de la Escuela Histórica, hacia la que sentía especial inclinación.

Tras este paréntesis de tres años, y una vez producida la caída del general Espartero, regresó a su condición de parlamentario, volviendo a ser elegido diputado por Asturias y poco después elevado a la Presidencia del Congreso. Es entonces, cuando Olózaga, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, impulsó un decreto de disolución de las Cortes, lo que ocasionó que Pidal, delante de los vicepresidentes del Congreso, aconsejase a la reina Isabel II la destitución de aquél y la retirada del citado decreto. Así se hizo, recibiendo a continuación Pidal el encargo de formar Gobierno, pero sus gestiones para crear un Gabinete de coalición fracasaron, por lo que, formado el Ministerio de González Bravo y suspendidas las Cortes, se retiró a la vida privada hasta mayo de 1844, fecha en que fue nombrado ministro de Gobernación del Gabinete formado por Narváez.

Se inició en ese año la década más activa, en el ámbito de la política, del marqués de Pidal. Ministro de la Gobernación en el gabinete del general Narváez, hasta el 12 de febrero de 1846, y posteriormente en el de Istúriz, hasta el 28 de enero de 1847, desde tan alta responsabilidad impulsó y tomó parte en la reforma de la Constitución y en la reorganización administrativa y política del Estado, promulgó las leyes y reglamentos para el funcionamiento de las Diputaciones, Consejos Provinciales y Ayuntamientos, implantó un nuevo Plan de Instrucción Pública, redactado por su colaborador y amigo Antonio Gil y Zárate, reformó los servicios de correos y prestó especial atención al desarrollo de la obras públicas. El 7 de julio de 1847, debido a la intervención de Pidal en las negociaciones para la boda de Isabel II y de su hermana Luisa Fernanda, la Reina le concedió el título nobiliario de marqués de Pidal.

A la disolución del Gabinete, continuó como diputado hasta el 29 de julio de 1848, en que fue nombrado ministro de Estado en el Gobierno presidido por el duque de Valencia, puesto que desempeñó hasta el 14 de enero de 1851. Durante este mandato, favoreció la armonización de las relaciones con el Vaticano, mediante la redacción del correspondiente concordato.

Con la caída del Gobierno del general Narváez, del que Pidal formaba parte, entró en crisis el Partido Moderado, desarrollándose en su seno grupos enfrentados y de intereses contrapuestos, por lo que el marqués de Pidal se negó a participar en gobierno alguno que no estuviera presidido por aquél.

Sus trabajos parlamentarios y ministeriales no le impidieron seguir cultivando sus aficiones literarias, históricas y periodísticas, motivo por el que fue nombrado miembro de la Real Academia Española, tomando posesión el 5 de diciembre de 1844 con un discurso sobre la Formación del lenguaje vulgar en los códigos españoles, en el que, tras analizar importantes documentos legales del período medieval, concluyó exponiendo lo que él entendía que eran las cualidades que caracterizan nuestro idioma.

Inició en 1845, y concluyó años más tarde, su Historia de las alteraciones de Aragón relacionadas con los sucesos de Antonio Pérez durante el reinado de Felipe II. Sus trabajos e investigaciones en el ámbito histórico favorecieron su nombramiento como miembro numerario de la Real Academia de la Historia el 30 de abril de 1847, alcanzando la presidencia de esta institución en el mismo mes de 1852.

Como académico de la Española, intervino en 1852 en la recepción, como miembro de número, de José Caveda y Nava, leyendo, como contestación al discurso de éste, el estudio titulado La poesía considerada como elemento de la historia. Fue, igualmente, el encargado de recibir a Manuel Seijas Lozano como académico de la Historia en 1853, pronunciando con tal motivo el discurso Del Régimen Municipal en España.

Fue, asimismo, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la de Bellas Artes de San Fernando.

Sus inclinaciones literarias lo llevaron, también, al poco de acceder al Ministerio de Estado, a solicitar del Gobierno francés, por vía diplomática, la remisión del códice del Cancionero de Baena que se hallaba en la Biblioteca Nacional de París, y encomendar su publicación, en 1851, a Gayangos y a Eugenio Ochoa. Para introducir dicha edición, elaboró el marqués de Pidal un extenso trabajo sobre la Poesía castellana en los siglos xiv y xv, en el que analiza y repasa las composiciones poéticas, tanto cortesanas como populares, de ese período.

Todos estos trabajos dispersos, relacionados con la literatura y la historia, intentó reunirlos y publicarlos en vida el propio marqués de Pidal, pero no logró su propósito y hubo que esperar al año 1890 para que muchos de ellos fueran recopilados en dos volúmenes bajo el título de Estudios literarios y precedidos de una introducción de Menéndez Pelayo.

Al hacerse cargo del poder de nuevo Narváez, el 12 de octubre de 1856, Pidal pasó a regentar nuevamente el Ministerio de Estado, en el que permaneció hasta el 15 de octubre del año siguiente, pasando después a ocupar la embajada en Roma hasta su dimisión en 1858, al hacerse cargo del Gobierno el general O’Donnell. A esta etapa, se deben sus discursos parlamentarios sobre la desamortización eclesiástica y sobre el Consejo de Estado.

Enfermo grave, a partir de 1859 apenas realizó actividad pública alguna de relieve, y, ya en los últimos momentos de su vida, el 23 de abril de 1864, el Gobierno lo nombró senador vitalicio y la Reina le concedió las insignias del Collar del Toisón de Oro. Tras su fallecimiento, sus restos fueron inhumados en Covadonga.

 

Obras de ~: Ocios de mi juventud (poemario), Oviedo, 1818; “Observaciones sobre la poesía dramática y en especial sobre los preceptos de la unidad”, en Revista de Madrid, 1.ª serie, III (1839), págs. 340-353, y 2.ª serie, I (1839), págs. 18-35; “Fray Pedro Malón de Chaide”, en Revista de Madrid, 2.ª serie, I (1839), págs. 315-335; “Teatro escogido de Tirso de Molina”, en Revista de Madrid, 2.ª serie, II (1839), págs. 441-448; “Sobre el descubrimiento de América en el siglo ix por los escandinavos”, en Revista de Madrid, 2.ª serie, II (1839), págs. 495- 501; “Noticia literaria sobre el actual paradero del Cancionero de Baena”, en Revista de Madrid, 2.ª serie, II (1839), págs. 569- 570; “Poema del Cid, Crónica del Cid, Romancero del Cid”, en Revista de Madrid, I (1840), págs. 306-344; “Colección de Cortes de los reinos de León y Castilla”, en Revista de Madrid, I (1840), págs. 379-383; “Colección de poesías en dialecto asturiano”, en Revista de Madrid, II (1840), págs. 581-592; “Vidas del Rey Apolonio y de Santa María Egipciaca y la Adoración de los Santos Reyes”, en Revista de Madrid, IV (1840), págs. 16-26; “Introducción a las lecciones pronunciadas en el Ateneo de Madrid sobre la historia del gobierno y legislación de España”, en Revista de Madrid, I (1841), págs. 228-253; “Recuerdos de un viaje a Toledo”, en Revista de Madrid, II (1841), págs. 410-423, y III (1842), págs. 25-38 y 97-108; “Jurisdicción Eclesiástica”, en Revista de Madrid, II (1842), págs. 268-280; “¿Tomé de Burguillos y Lope de Vega son una misma persona?”, en Revista de Madrid, IV (1842), págs. 384- 392; “Formación del lenguaje vulgar en los Códigos españoles. Discurso de recepción de la Academia de la Lengua leído el 22 de febrero de 1844)”, en Gaceta de Madrid (5-6 de marzo de 1844); “Don Juan de Valdés y de si es autor del Diálogo de la lengua”, en Revista Hispano-Americana, I, 1 (1848), págs. 18- 30; De la poesía castellana en los siglos xiv y xv, introducción preliminar al Cancionero de Baena, Madrid, Imprenta de La Publicidad, a cargo de M. Rivadeneyra, 1851, págs. XI-LXX; “Del Régimen Municipal en España”, en Discursos leídos en sesión pública, Madrid, 1853, págs. 301-336; “Discurso (pronunciado el 19 de diciembre de 1858 al ser legalmente constituida la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas)”, en Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1858, págs. 17-32; “La poesía considerada como elemento de la historia”, en Discursos leídos en recepciones públicas, I, Madrid, 1860, págs. 357-366; Historia de las alteraciones de Aragón en el reinado de Felipe II, Madrid, 1862 y 1863, 3 vols.; “Vindicación de un prelado de la iglesia española”, en Revista Mensual, I (1868), págs. 249-263; “Cuatro anacreónticas”, en Memorias Necrológicas (dedicadas al marqués de Pidal por Eugenio de Ochoa), Madrid, 1870, págs. 618-635; Lecciones sobre Historia del Gobierno y Legislación de España, Madrid, La Revista de Legislación, 1880; Estudios literarios, Madrid, Imprenta y Fundición de M. Tello, 1890, 2 vols.

 

Bibl.: E. Ochoa, Memoria necrológica del Excmo. Sr. D. Pedro Pidal, Madrid, Real Academia Española, 1870; C. Placer Bouzo, “El marqués de Pidal. Apuntes biográficos”, en Ilustración Gallega y Asturiana, 8 de febrero de 1880, págs. 38-40; L. Olay Argüelles, “Biografía. Don Pedro José Pidal, primer marqués de Pidal”, en Asturias (octubre de 1896); F. Blanco García, La literatura española en el siglo xix, vol. I, Madrid, Sáenz de Jubera, 1910, págs. 427-428; A. G. Amezúa, D. P. J. Pidal. Bosquejo biográfico, Madrid, 1913; F. C. Sainz de Robles, “Escritores españoles e hispanoamericanos”, en Ensayo de un diccionario de la literatura, vol. II, Madrid, Aguilar, 1949, págs. 1034-1035; E. Allison Peers, Historia del movimiento romántico español, Madrid, Gredos, 1973, 2 vols.; Ministerio de Educación y Ciencia, La Historia de la Educación en España, II, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1985; M. Ramos Corrada, La formación del concepto de historia de la literatura nacional española. Las aportaciones de Pedro J. Pidal y Antonio Gil y Zárate, Oviedo, Universidad, 2000; B. Pellistrandi, Un discours national? La Real Academia de la Historia entre science et politique (1847-1897), Madrid, Casa de Velázquez, 2004, págs. 409-410.

 

Miguel Ramos Corrada

 

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