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Fray Luis de Granada

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Biografía

Luis de Granada, Fray. Granada, 1504 – Lisboa (Portugal), 31.XII.1588. Dominico (OP), escritor, teólogo, tratadista, predicador, humanista.

En el verano de 1582 recibió una carta fray Luis de Granada del papa Gregorio XIII sumamente elogiosa: “Amado hijo: Salud y la bendición apostólica.

Siempre nos fue gratísima tu extensa y continuada labor en apartar a los hombres de los vicios y traerlos a la perfección cristiana, trabajo que ha sido de mucho gozoso y fruto para aquellos que tienen deseo de su propia salvación y de la del prójimo. En efecto, has predicado muchos sermones y publicado muchos libros de excelente doctrina y piedad. Y continúas actualmente esa tarea y no cejas, en presencia y en ausencia, de ganar almas para Cristo. Nos llena de júbilo este tan importante y fructuoso servicio para los demás y para ti mismo. Porque cuantos han aprovechado con tus sermones y con tus libros —y es cierto que han sido y son muchos los que se aprovechan—, tantos hijos has engendrado para Cristo y les has hecho mayor beneficio que si hubiese dado la vista a los ciegos y la vida a los muertos, porque mucho mejor es conocer aquella sempiterna luz y bienaventurada, en cuanto es dado a los hombres, y aspirar a ella viviendo santamente, que gozar de la luz y vida mortal con toda abundancia y contento de las cosas de la tierra. Para ti has ganado ante Dios muchas coronas inmarcesibles, dedicándote con toda caridad y esfuerzo a este ministerio, que es sin duda el más valioso.

Prosigue, pues en ese tajo, llévalo adelante hasta dar feliz remate a lo que traes entre manos —sabemos que traes algunas obras nuevas— y sácalas a luz para bien de los enfermos, esfuerzo de los flacos, contento de los que tienen salud y fuerza, y gloria de la Iglesia militante y triunfante. Roma, en San Marcos, 21 de julio 1582”.

Nunca, que se sepa, un escritor español recibió una loa y un espaldarazo, y una aprobación tan autorizada como ésta. En realidad, la carta es una “canonización” de la doctrina de fray Luis, que había sido puesta en solfa y en veda por el Índice de libros prohibidos del inquisidor general Fernando Valdés y por la censura “canina” de Melchor Cano en 1559. La carta liberó a fray Luis de la preocupante amargura que esa prohibición y desdoro le propinaron. Por lo demás, la carta del Papa es una síntesis del servicio que fray Luis aportó con sus libros a la restauración de la vida de la Iglesia en el siglo y en cauce de Trento.

Al leer ese mensaje, laudatorio y aprobatorio, fray Luis se ruborizó. Y a su vez escribió una epístola amiga a san Carlos Borromeo, que había promovido la misiva papal. En el escrito, lejos de ufanarse, se humilla, y evoca y confiesa su humilde y menesterosa infancia: “Siendo yo —le dice— hijo de una mujer tan pobre, que vivía de la limosna que le daban a la puerta de un monasterio”.

Es la primera noticia que se tiene de su infancia.

Nació en Granada, 1504, en un hogar pobre. “Los viejos de esta ciudad —testifica F. Bermúdez de Pedraza— señalan la casa donde nació este Cicerón cristiano: en un corral de vecindad que tiene dos puertas, una a la calle de los Molinos y otra a la de Santiago” (fol. 225r.). Se llamaba “corral del paseo”, y hasta finales del siglo xix existieron en él unas casuchas, que fueron derribadas para construir en un solar unas viviendas más altas y más modernas. Una calleja persiste, uniendo, ya sin puertas, las calles de Molinos y Santiago. Y una lápida, no muy lujosa, recuerda que allí vino al mundo fray Luis de Granada. En cuanto a los progenitores, se ignoran sus nombres, sólo se sabe que la madre se quedó viuda cuando su hijo era niño, y que “vivía de la limosna” que pedían y les daban en un monasterio. En el barrio del Realejo granadino había dos monasterios: el de las comendadoras de Santiago, fundado en su propia morada por fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de la Granada reconquistada, y el de Santa Cruz la Real, fundado por los Reyes Católicos para la reevangelización de la archidiócesis.

Fray Hernando de Talavera fundó también una escuela de la doctrina en el barrio, y en ella aprendió el huérfano Luis las primeras letras. En aquellos siglos, en esas casas de la doctrina aprendían los niños a leer y a cantar, y fray Luis aludirá, sin referencia autobiográfica explícita, a la vida escolar de los “muchachos”, recogidos en la clase “delante de su maestro” y alborotados “en saliendo de allí” al recreo y a la calle.

Porque —como también añadía, agradecido— Dios elige a los pobres para altos destinos, él salió de la condición de huérfano mendigo y fue a vivir a la Alhambra, al palacete que el capitán general Íñigo López de Mendoza construyó para morada suya y de su familia en lo que hoy es el “jardín del Partal”; la elección del niño debió de acontecer en la casa de la doctrina, en la que se distinguía entre sus colegas por su bondad y su ingenio. Sea lo que fuere, lo escogieron para “paje” de los hijos del conde de Tendilla, marqués de Mondéjar y alcaide o gobernador de Granada. Este hecho fue decisivo en la vida de fray de Luis. Y lo evoca en una carta, deliciosa, que, andando el tiempo, escribió a la, marquesa de Villafranca, virreina de Nápoles, que le había pedido algunos consejos para santificar su vida; fray Luis le respondió que imitase a “aquella santa agüela [...] que me crió dende poca edad con sus migajas, dándome de su mismo plato en la mesa de lo que ella misma comía”. La “santa agüela” era Catalina de Mendoza y Zúñiga, esposa de Luis Hurtado de Mendoza, hijo primogénito y sucesor de Íñigo López de Mendoza. Fray Luis añade otra noticia: “Y fue Dios servido que después le viniese a predicar muchas veces al Alambra, y ella viniera con las señoras sus hijas a oirme a nuestro monasterio”.

En lugar de consejos, le cuenta las virtudes de su “santa agüela” y cómo lo sacó de la indigencia, y lo trató como a un “hijo adoptivo”. Nada menos que diez años vivió fray Luis en la Alhambra, bajando a la ciudad a estudiar con los hijos de los señores, y, listo como el hambre, aprendiendo tanto y más que ellos.

Gracias al patrocinio y trato de la señorial y humanista casa de los Mendoza adquirió una formación intelectual exquisita: abierta al mundo de los clásicos, según la moda de los humanistas, de la que los Mendoza hacían gala, y de cuyo conocimiento fray Luis dará sobradas pruebas en sus libros; abierta al “Nuevo Mundo”, mediante la obra De Orbe Novo, del humanista de la casa, Pedro Mártir de Anglería (Anghiera), que Íñigo trajo de Italia; la obra vio la luz en Alcalá de Henares en 1516, y los nietos de Íñigo la leían y estudiaban como algo de casa; uno de ellos, Luis Hurtado de Mendoza, llegará a presidente del Consejo de Indias; y por lo que a fray Luis atañe, soñará siempre con ir a evangelizar a aquellas gentes: abierta, en fin, o a la par, al mundo maravilloso de la naturaleza, en el que está enclavada la Alhambra, con el dosel del cielo azul y de la Sierra Nevada. El primer tomo de la Introducción del símbolo de la fe (1583) describe en muchas páginas, volitiva o inconscientemente, ese paisaje, contemplado día a día en sus años juveniles.

Como es natural, los jóvenes a los que servía de “paje”, y con los que bajaba y subía, y estudiaba y convivió diez años, optaron y consiguieron puestos de honra en la vida social. ¿Y el paje? También le llegó la hora, como al Hércules de la mitología, según la evocación que de este héroe hace en el prólogo de la Guía de pecadores (1566), de sentarse a pensar una profesión.

Los caminos se bifurcan y se trifurcan ante sus ojos. A la postre se decide por el que considera mejor y más adecuado a su talante y a sus ideales: la profesión de dominico, en la que se entregará a evangelizar a los pobres indios del Nuevo Mundo. Pidió y obtuvo el hábito en Santa Cruz la Real. ¿No era el monasterio al que acudía, cuando niño, con su madre a pedir limosna? Ahora la limosna, según el rito de la “toma de hábito”, era “la misericordia de Dios y de la Orden”.

Se le abrieron todas las puertas. En el Libro de profesiones se consigna que hizo la profesión en manos del prior, fray Cristóbal de Guzmán, el 15 de junio de 1525 (Libro 2.º de profesiones, fol. 241v.).

Los profesos pasaban del noviciado al estudiantado, a cursar Filosofía. Santa Cruz la Real era un floreciente Estudio General, en el que enseñaban preclaros maestros: fray Alberto Aguayo, traductor y glosador de La consolación de la filosofía, de Severino Boecio (Sevilla, Croberger, 1518); Alonso Montúfar, futuro arzobispo de México, etc. Luis fue alumno de primera fila, y en 1529, al quedar vacante la plaza que Santa Cruz la Real tenía en San Gregorio de Valladolid, se la dieron a él. Juró los estatutos de San Gregorio de Valladolid el 11 de junio, cambiándose el apellido y firmándolos fray Luis de Granada, bello sustituto del patricio Luis de Sarria. En San Gregorio dio pruebas de virtud y de aplicación, sobresaliendo por su dominio del latín, que era el idioma que los colegiales hablan por ley. El regente o director del colegio, fray Diego de Astudillo, encargó a fray Luis prologar los comentarios a los libros aristotélicos De generatione et corruptione (Valladolid, 1532), honor al que el discípulo correspondió con un ciceroniano prólogo y con un poema en hexámetros, virgilianos, eran las primicias literarias del escritor, al pie de las que estampó su firma: “frater Ludovicus Granatensis”.

Con esa colegiatura y esas dotes y honores se vislumbraba que su porvenir sería la cátedra en el colegio de San Gregorio o en el Estudio General de Granada. Pero aconteció que en 1533 llegó, procedente de Roma, el padre fray Domingo Betanzos, impresionante estampa de apóstol; habló a los colegiales de la necesidad de operarios para la evangelización de los indios mexicanos y fray Luis de Granada vio el horizonte abierto: se ofreció a ir a predicar el Evangelio al Nuevo Mundo. El 3 de agosto de 1534 estaba ya en Sevilla, haciendo los preparativos para embarcarse. En el asiento de la Casa de Contratación figuraba con el número 3: en este día se “libraron” para pasar a Indias fray Domingo de Betanzos y fray Pedro Delgado y fray Luis de Granada, cerrándose la lista en el número 20. Su Majestad pagaba pasaje y matalotaje a todo el grupo.

Al pie del asiento, sin embargo, se añadió el 26 de septiembre del mismo año una nota que dice: “De los 20 religiosos contenidos en esta partida, los cinco de ellos, que son fray Luis de Granada, fray Alonso Osorio, fray Tomás de Santamaría, fray Pedro de Berrueta e fray Vicente de Santamaría, no pasan por enfermedades e otros impedimentos” (Archivo General de Indias, Contaduría, leg. 467, fols. 352v.-353r.). Fray Luis de Granada, por tanto, se quedó misionero en tierra. Y no por enfermedad, sino porque su provincial, fray Miguel de Arcos, no le dio permiso: lo destinó a una empresa de tierra adentro, a “restaurar” el maltrecho y abandonado convento de Escalaceli, en las estribaciones meridionales de la sierra de Córdoba.

En ese sitio y en ese destino iba a trabajar fray Luis doce años, de 1534 a 1545, los más luminosos y serenos de su vida: restauró el convento, y se “destapó” como predicador. Escalaceli era, desde su fundación en 1423, casa de oración y de estudio y de predicación.

San Juan de Ávila, el “Apóstol de Andalucía”, a quien el obispo de Córdoba, fray Juan Álvarez de Toledo, “incardinó” a la diócesis, gustaba ir a rezar las horas litúrgicas con fray Luis.

El 6 de febrero de 1538 el Cabildo eclesiástico de Córdoba acordó encargar a fray Luis los sermones de la cuaresma de aquel año. Fray Luis aceptó el encargo, un poco asustado, porque no era costumbre que un mismo predicador asumiese tan grave tarea “entre coros”; y acudió a su amigo y maestro san Juan de Ávila, que estaba en Granada, pidiéndole orientación para salir airoso del compromiso. San Juan de Ávila, tomando y dejando la pluma, se volvió en una respuesta larga y tendida —un tratado— que fray Luis guardó como un tesoro, y, cuando volvió, los discípulos de Ávila empezaron a recoger cartas del maestro para publicarlas, y les dio copia. La carta-tratado figuró “la primera” del primer tomo del Epistolario avilino, pero con un epígrafe generalizado: “a un predicador”. Andando el tiempo, fray Luis “revelará” a la discípula de san Juan de Ávila, Ana Ponce de León, que fue escrita a él “cuando comenzaba a predicar”. Fray Luis predicó no sólo en Córdoba, sino en otros lugares, haciéndose famoso y fructuoso en el pueblo de Dios.

Tanto, que el cardenal Juan Álvarez de Toledo, anterior obispo de Córdoba, obtuvo privilegio para que fray Luis pudiese ir por toda España con el púlpito en las manos. El primero en aprovecharse de los servicios de fray Luis fue el conde de Palma del Río, Luis de Portocarrero, que se lo llevó de prior y predicador a su villa. Protestó el Ayuntamiento de Córdoba, pidiendo que no se marchase; y cuando se consumó la vida, reclamó que volviese. Parece que no consiguió nada: el provincial destinó a fray Luis a Badajoz. Y como Badajoz estaba cerca de Évora, y no había vallas en la frontera, la fama del predicador llegó a oídos del arzobispo de la vecina ciudad lusa, que era nada menos que cardenal y príncipe (y después fue Rey). Don Enrique se prendó de fray Luis, que le andaba renovando con sus sermones la grey, y, poderoso caballero, consiguió que la Orden lo transfiliase a la provincia de Portugal, con residencia en el convento de Évora. A fines, pues, de 1550 o principios de 1551 pasó fray Luis al convento de Évora; y como el cardenal no sólo regía la archidiócesis de Évora, sino también se ocupaba en asuntos del gobierno, repartía su tiempo y viajaba con frecuencia a Lisboa. Se llevaba a fray Luis como confesor, consejero, predicador, amigo. En la Corte lusa, la reina era Catalina de Austria, hermana de Carlos V.

También ella eligió a fray Luis como confesor. En definitiva, fray Luis residirá prácticamente el resto de su vida en Santo Domingo de Lisboa. Y para premiarlo y tenerlo más seguro, la Reina y su cuñado el cardenal presionaron para que los dominicos portugueses eligiesen provincial a fray Luis (1556-1560).

Fray Luis publicó en 1532 dos piezas en latín, adornando los secos comentarios del maestro Astudillo a textos de Aristóteles. En Escalaceli recibía y escribía cartas, y allí esbozó el Libro de la oración y sacó apuntes a manta de los autores clásicos y de los santos padres para enriquecer de jugo doctrinal y belleza literaria sus sermones. En su Epistolario hay tres epístolas extensas, pergeñadas en un romance transparente y vivencial que garantizan ya lo que Azorín diría: “En fray Luis de Granada se inicia la lengua castellana moderna” (De Granada a Castelar, 1992: 9). Se conoce también un fragmento de sermón, que Agustín Salucio, entonces joven estudiante, le oyó en 1544, y le impresionó tanto que lo aprendió de memoria y lo reprodujo luego en Avisos para los predicadores del santo evangelio.

Fray Luis es, ante todo, un ‘predicador’, que habla al alma en el púlpito y en el escritorio. En cierto modo, todos sus escritos son coloquios con los lectores, lecciones vivenciales. Su estilo es fina taracea granadina.

Pero no se decidió a sacar a la luz, impresos, sus libros hasta su edad madura: en 1554 publicó el Libro de la oración (Salamanca, Portonaris), que tuvo un resonante éxito. En 1556-1557, Guía de pecadores, en dos tomos (Lisboa, Blavio). Con extraordinaria acogida de público. Y con una inesperada veda: en esos años el inquisidor general, Fernando de Valdés, desató una arrasadora campaña (según unos, para librarse de una inminente caída en desgracia o, según otros, para evitar que el país se “luteranizase”) contra la marea de los libros “heterodoxos”. Las tres obras de fray Luis, “calificadas” por Melchor Cano con malevolencia, fueron metidas en el Índice de libros prohibidos (Valladolid, 1559). En compañía de otras de san Francisco de Borja, de san Juan de Ávila y, sobre todo, de Bartolomé de Carranza, que fue la principal víctima.

Avisado del inminente peligro, fray Luis viajó a Valladolid, y por mediación de la princesa Juana, regente del reino en ausencia de su hermano Felipe II, consiguió una entrevista con Fernando Valdés. De ella dio cuenta en carta a Carranza, que se conserva: acorraló al inquisidor, que no supo darle una respuesta digna, atrincherándose en que el Catálogo estaba ya en manos del impresor. Fray Luis quería salvar a toda costa su libro y se ofrecía lo que fuese menester en ellos.

Nada consiguió, y en la carta puso un dicho que debía de andar en boca de los que acudían a la Corte sin lograr lo que pretendían: “Por Valladolid, ni al cielo quisiera ir”; fray Luis le quitó la punta añadiendo: “Si no fuera por ver a Dios y a vuestra reverencia”.

En Lisboa, de regreso, corrigió y rehízo los libros.

Valdés y Cano, sus acérrimos censores, ya habían desaparecido del escenario político e inquisitorial. De nuevo volvieron a ser pasto de los lectores esos libros.

Entre sus devotos, santa Teresa de Jesús, que fue gran lectora de fray Luis.

Fray Luis aumentó su personal biblioteca espiritual con el Memorial y las adiciones (1565-1574). Y con una monumental Introducción del símbolo de la fe (4 tomos), que dedicó y auspició el cardenal Quiroga, nuevo inquisidor general.

Publicó, además, un Compendio de doctrina cristiana, con sermones “para las principales fiestas del año”, en portugués. Y a ruegos de san Carlos Borromeo, escribió en latín una serie que representa el doble de sus escritos en romance: el tratado De officio et moribus episcoporum (ediciones de Lisboa, 1565, y Roma, 1572), Canciones de tempore (4 tomos), Canciones de sanctis (2 tomos), Rhetorica eclesiástica (Lisboa, 1575), Collectanea philosophiae moralis (3 tomos, Lisboa, 1571), Silva locorum communium (2 tomos, Salamanca, 1585).

El legado literario de fray Luis es realmente enorme.

Y el número de ediciones que obtuvieron sus libros ha sido tan abundante, que las reseñadas por Maximino Llaneza pasan de las cuatro mil. Aún hoy continúan traduciéndose y editándose libros de fray Luis en inglés, francés, italiano y japonés. Nicolás Antonio, príncipe de los polígrafos, tejió, al tratar de fray Luis en su Biblioteca Hispana Nova, un elogio tan subido, que lo pone en cúspide de los escritores hispanos.

 

Obras de ~: Obras, ed. de A. Montano, Anvers, Cristóbal Plantino, a expensas de la duquesa de Alba, 1572, 10 vols. (Madrid, Imprenta Real, 1711, 27 vols.); Opera latina, ed. de J. Bautista Muñoz, Valencia, Orga, 1766-1775, 13 vols.; Sermones, trad. de P. Duarte, Madrid, 1790, 14 ts.; Oeuvres complètes, trad. de J. Bareille, Paris, Vivès, 1868-1872 (2.ª ed.), 22 vols.; Obras, ed. de J. Cuervo, Madrid, Fuentenebro, 1906- 1908, 14 ts.; Obras completas, ed. de Á. Huerga, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1996-2006, 52 ts.

 

Bibl.: P. Piferrer, Biografía de fr. Luis de Granada, Barcelona, s. f.; L. Muñoz, Vida y virtudes del Venerable Varón el P. M. Fray Luis de Granada, de la Orden de Santo Domingo, Madrid, María de Quiñónez, 1539; I. Giovanni da Campugnano, Vita del R. P. F. Luigi di Granata, Vinegia, Angelieri, 1595; J. de Marieta, Historia de la vida del padre y célebre maestro fray Luis de Granada, Barcelona, Cormellas, 1604; F. Diago, Historia de la vida exemplar, libros y muerte del insigne y célebre padre maestro F. Luis de Granada, Barcelona, Cormellas, 1605; N. Antonio, Biblioteca Hispana Nova, vol. II, Roma, Tinasi, 1672, págs. 30-34; J. Quétif y J. Échard (eds.), Scriptores Ordinis Praedicatorum, t. II, Paris, 1721, págs. 285-291; L. Galiana, Commentarius de scriptis F. Ludovici Granatensis, Valentiae, 1769; E. Caro, El tercer centenario del V. P. Maestro Fr. Luis de Granada. Relación de su vida, sus escritos y sus Predicaciones, Madrid, Imprenta de Bernardo Bartuilli y García, 1888; A. Lasso de la Vega, Fray Luis de Granada, Madrid, 1889; F. de Paula Valladar, Fray Luis de Granada, Granada, 1888; S. Bongi, Annali di Giolito de’ Ferrara, Roma, 1890, 2 vols.; J. Cuervo, Biografía de fray Luis de Granada, Madrid, Gregorio del Amo, 1895; Luis de Granada, Bilbao, 1899; J. I. Valenti, Fray Luis de Granada. Ensayo biográfico y crítico, Palma de Mallorca, 1899; M. Llaneza, Bibliografía del V. P. Fr. Luis de Granada, Salamanca, Calatrava, 1926-1928, 4 ts.; A. J. Anselmo, Bibliografía das obras impresas em Portugal no seculo XVI, Lisboa, 1926; E. Toda y Güel, Bibliografía espanyola d’Italia, Castell de Sant Miguel d’ Escornalbou, 1928 y 1930; J. M. de Buck, “La bibliographie de Louis de Grenade”, en Revue d’Ascetique et de Mystique, 11 (1930), págs. 296-304; J. Peeters-Fontaines, Bibliographie des impressions espagnoles des Pays-Bas, Louvain-Anvers, 1933; M. Solana y Gutiérrez, Vida de fray Luis de Granada, o el clasicismo místico español, México, 1942; C. Peralta, Estudio biográfico-crítico de fray Luis de Granada, Barcelona, 1945; Á. Huerga, “Granada, Luis de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 1048-1050; J. Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, t. XIII, Madrid, CSIC, 1984, n.os 4285-5080; Á. Huerga, Fray Luis de Granada. Una vida al servicio de la Iglesia, Madrid, La Editorial Católica, 1988 (col. Biblioteca de Autores Cristianos, 496); A. García del Moral y U. Alonso del Campo, Fray Luis de Granada: su obra y su tiempo. Actas del Congreso Internacional, Granada, Universidad, 1993, 2 vols.; A. Blecua, “Luis de Granada, Fray”, en R. Gullón (dir.), Diccionario de literatura española e hispanoamericana, vol. I, Madrid, Alianza, 1993, págs. 930-932.

 

Álvaro Huerga Teruelo, OP

 

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