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Francisco de San Lorenzo

Biografía

Francisco de San Lorenzo. Granada, p. s. xvi – Guaxacatlán (México), 13.I.1560. Religioso franciscano (OFM), misionero y mártir.

Se sabe que nació en la ciudad de Granada, de padres nobles, y que fue hijo único, pero se desconoce la fecha. A la edad de dieciocho años ingresó en la Orden franciscana, probablemente en el convento de su misma ciudad, entonces perteneciente a la provincia franciscana de Andalucía. Transcurridos algunos años de vida religiosa en esa provincia, de los que no se tiene constancia, solicitó pasar a la Nueva España como misionero, incorporándose a la provincia de San Pedro y San Pablo y llevó allí una vida verdaderamente ejemplar, cosechando con ella y su predicación abundantes frutos de conversión y cultura entre los indios. Sería imposible describir todas sus andanzas apostólicas llevadas a cabo por este religioso franciscano en aquellas vastas regiones, de modo que se referirán solamente algunas.

Edificó varias iglesias y conventos en aquellos lugares, entre ellos el primero franciscano en Izatlán, del que fue guardián. Poco después levantó un colegio o escuela en Guaxacatlán, donde los niños eran instruidos en la doctrina cristiana y en las ciencias humanas, como hacían en general los franciscanos en el Nuevo Mundo ya desde el principio. Pero antes de que fray Francisco llegara a esa ciudad algunos indios se habían sublevado y andaban por los montes. Entre ellos se encontraba un indio cristiano que ya había estado como sacristán en una iglesia, cuya madre entregó al padre Francisco y a su único compañero, Miguel Estívalez, las vestiduras sacras, cálices, etc., de la iglesia de la que su hijo había sido sacristán. Después, contra el consejo de españoles e indios que temían por su vida, se decidió a ir a predicar a aquellos indios rebeldes, pero el siervo de Dios con su modestia y bondad supo atraerlos y convertirlos, fundando con ellos cinco poblaciones y otras tantas capillas o iglesias. Partió posteriormente en compañía de fray Miguel, hacia los indios llamados Texoquines, en la ciudad llamada Oztritiepas, pero a su llegada los indios huyeron a los montes; fray Francisco y su compañero se dirigieron a un santuario dedicado al dios Sol, donde se encontraron con un indio que los recibió amablemente, aunque en un principio con recelo. A éste enviaron a comunicar a los huidos que aquellos forasteros habían venido en son de paz, volviendo poco después con veinticinco de esos indios, a los cuales el padre Francisco instruyó, indicándoles además que él y su compañero habían venido como amigos a enseñarles la doctrina cristiana, cosa que estos indios fueron a comunicar al resto de sus compañeros, y poco después vinieron todos, hombres, mujeres y niños, para conocer esa nueva doctrina. El padre Francisco los instruyó y después los propios indios les trajeron manjares para comer y a continuación bailaron y danzaron con cantos llenos de alegría, al final de lo cual el padre Francisco y su compañero les dieron las gracias por todo, indicándoles que al día siguiente volverían a reunirse en un determinado lugar, como efectivamente ocurrió, para edificar una modesta iglesia, dedicada al apóstol Santiago, donde reunirse en el futuro.

Establecida y confirmada ya en la fe esa comunidad, se dirigieron a otra población del mismo idioma, donde, recibidos en paz y amistad, erigieron otra iglesia dedicada a san Miguel, con la imagen del arcángel, como habían hecho en la anterior con el apóstol Santiago.

Habiendo realizado esta misma tarea en otros cinco pueblos, regresaron a su convento de partida, Guaxacatlán.

Unos días después fueron avisados por la gente para que cuanto antes abandonaran el pueblo, si no querían sucumbir, pues un cierto indio, con algunos otros cómplices, iba a venir a matarlos y a los seglares que los habían admitido. Pareció prudente a todos ponerse a salvo de la ira de aquellos forajidos y abandonaron el lugar. Al anochecer se presentaron aquellos esbirros y, como vieron que no había nadie en la ciudad, prendieron fuego a las cinco habitaciones o aulas que habían sido construidas para instruir a los niños, y asesinaron cruelmente a seis jovenzuelos, que habían quedado voluntariamente para custodiarlas.

Pasados algunos días regresó el siervo de Dios y los demás; reconstruyeron las aulas y reiniciaron las tareas de la docencia. Fray Miguel empero, temiendo que los indios enemigos retornaran y repitieran las muertes y destrucción, trataba de convencer a fray Francisco para que abandonara aquel lugar, a lo que éste no quiso acceder.

Algún tiempo después fray Francisco y su compañero fray Miguel se dirigieron de nuevo a la región de los indios Texoquines, conducidos por un indio de la misma lengua, el cual poco antes de llegar a la población de Guaxacatlán se adelantó a avisar a sus habitantes de la llegada de los dos religiosos, y salieron a su encuentro muy contentos portando ramos de árboles.

Allí estuvieron los religiosos durante un tiempo predicando el Evangelio y enseñando a toda la población.

Con tal motivo construyeron, con el consentimiento de ésta, cuatro aulas o estancias y otras tantas capillas con su correspondiente imagen, donde eran instruidos y bautizados quienes lo deseaban.

Se supone que todas esas múltiples imágenes serían simplemente pintadas por uno de los dos misioneros quizá sobre las paredes, o tal vez simples estampas más o menos grandes, que llevaran consigo; asimismo las iglesias y aulas levantadas probablemente serían pequeñas y rústicas construcciones.

Después de un tiempo entre aquellas gentes, los siervos de Dios retornaron a su convento de Icatlán.Pero no tardaron en abandonarlo de nuevo para dirigirse a otra provincia, llamada “de los frailes”, en atención a una especie de corona de pelo que llevaban sus habitantes a la altura de las orejas, semejante a la tonsura de los frailes. Atravesado el valle llamado de las Banderas, llegaron a dicha provincia, en la que tuvieron un éxito análogo y construyeron una capilla o iglesia en honor de san Antonio de Padua, y en el valle de las Banderas, doce aulas y otras tantas capillas, seis en el centro y otras seis alrededor. De allí pasaron a otra región llamada de los Coronados, acompañados de un grupo de jefes indios que se ofreció para protegerlos, pero al llegar al poblado llamado Cacalán, sus habitantes huyeron, por lo que habiéndose percatado el padre Francisco de ello les rogó, después de haberles dado las gracias por su acompañamiento, que se retiraran a sus pueblos de origen, mas éstos se resistieron porque conocían la perversa condición de los habitantes de aquellas tierras. Retirados por fin contra su voluntad los dichos jefes movidos por las razones aducidas por el siervo de Dios, pues temían lo peor para ambos religiosos, se acercó un jefe indio anciano de la ciudad y preguntó a fray Francisco por los motivos de su venida. A lo cual respondió adecuadamente el siervo de Dios, lo que satisfizo al indio y los demás circunstantes, por lo que, después de saludos y coloquios amables, los religiosos fueron invitados a visitar el lugar llamado Amaxoto, donde guardaban todos los ídolos de la región. Llegados a Amaxoto al templo del Sol, fueron recibidos también amablemente por los amaxotanos, con los que tuvieron un percance cuando éstos les mostraban sus ídolos, que pudo costarles a ambos la vida, aunque a la postre terminaron en amable y sincera amistad.

Regresaron ambos a su convento, donde el padre custodio, fray Antonio de Segovia, los recibió muy amablemente, pero les amonestó y prohibió por santa obediencia que no volvieran a ir a esas regiones, ni a otras que distaran más de treinta estadios, ni por tiempo superior a tres meses. Fray Francisco, no obstante, se las ingenió para no estar ocioso en ese orden de cosas, predicando e instruyendo en la ley de Dios a cuantos tenían contacto con él, a veces recurriendo a procedimientos poco recomendables.

En una ocasión le indicaron que ciertos indios cristianos, convertidos por él, habían abandonado sus pueblos y se habían refugiado en los montes; temeroso fray Francisco de que estos indios retornaran a sus idolatrías, se fue en su busca y consiguió, después de algún tiempo de permanencia con ellos, que se juntaran en forma de poblado y les edificó una iglesia. Lo propio hizo con otros indios más numerosos.

Entre tanto se celebraba el Capítulo Provincial de su provincia, en el que su compañero fray Miguel fue trasladado a otro convento, y fray Francisco, elegido guardián del convento de Izatlán. Poco después, en compañía de un cierto fray Juan, se dirigió a misionar entre los indios cristianos cacalotnanicos, para confirmarlos en la fe recibida, pero en la noche siguiente a su llegada unos indios paganos vecinos, llamados yocotecanes, irrumpieron en el pueblo y asesinaron a muchos indios cristianos, y asimismo a fray Francisco y su compañero. Era el 13 de enero de 1560.

 

Bibl.: F. Gonzaga, De Origine Seraphicae Religionis Franciscanae eiusque progressibus, Romae, Ex Typographia Dominici Bafae, 1587, págs. 1290-1296; A. Torres, Chronica de la Santa Provincia de Granada, de la Regular Observancia de N. Serafico Padre San Francisco, Madrid, Juan García Infançon, 1683 [ed. facs., Madrid, Editorial Cisneros, 1984, tratado 3, cap. VII, págs. 199-205]; A. Ortega Pérez, “Las casas de estudios en la Provincia de Andalucía”, en Archivo Ibero Americano, III (1915), págs. 350-377.

 

Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM

 

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