Alcázar, Baltasar del. Marcial sevillano. Sevilla, 1530 – 16.I.1606. Poeta.
Son verdaderamente escasos los datos existentes sobre la biografía de Baltasar del Alcázar. La mayor parte de ellos proviene de la semblanza que le dedicó su amigo el pintor Francisco Pacheco en el Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones. Por otro lado, Francisco Rodríguez Marín, editor de su poesía en 1910, se encargó de rebuscar en los archivos sevillanos con la idea de confirmar o rebatir las noticias del primero.
Baltasar del Alcázar nació en Sevilla en 1530. Era el sexto hijo de Luis del Alcázar y Leonor de León, apellido este segundo que utilizó en ocasiones. En la familia del poeta existieron relevantes personalidades en la vida administrativa y comercial de la Sevilla del tiempo. Destacan su abuelo Pedro del Alcázar, que llegó a ser armado caballero por su participación en la defensa de Alhama; su tío Francisco, fundador de cuatro señoríos para sus hijos, uno de los cuales, también llamado Baltasar, ha sido confundido sistemáticamente con el poeta; su hermano Melchor, e incluso su sobrino, Juan Antonio del Alcázar, poeta como él.
Estos dos últimos, retratados asimismo por Pacheco, aparecen como receptores de algunos de sus poemas, sobre todo su hermano mayor.
El cronista Ortiz de Zúñiga, relacionado con la familia Alcázar por rama materna, diseñó en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla (1677) un árbol genealógico manipulado, haciendo derivar el apellido de uno de los caballeros que participaron en el repartimiento de Sevilla, Pedro Martínez del Alcázar. Pero, más recientemente, Ruth Pike (1967) ha podido comprobar con documentos las acusaciones que habían circulado acerca de la sangre judaica de los Alcázar, un carácter converso que se confirma además por sus manejos políticos, favorables a la causa criptojudía, su ocupación en la recaudación de impuestos, los negocios comerciales, principalmente con las Indias, o su política matrimonial de carácter endogámico.
Baltasar del Alcázar se casó en 1565 con prima hermana María de Aguilera, hija del mariscal de León, por más que en otras fuentes, donde se confunde al poeta con el primo homónimo, como es el caso de Matute y Gaviria, se maneje el nombre de Luisa Fajardo.
Del matrimonio nació una única hija, llamada Leonor, que fue monja profesa en el convento de San Leandro. En su juventud, Alcázar formó parte del ejército de Álvaro de Bazán y parece que fue especialmente renombrada su participación en la batalla de Muros (1544), contra los franceses, de los que fue prisionero en una ocasión. En cuanto a su formación intelectual, Rodríguez Marín aventuró que su maestro pudo ser el célebre Pedro Fernández de Castilleja, preceptor de Juan de Mal Lara, pero lo cierto es que sólo se puede confirmar su conocimiento de las lenguas vulgares y el latín, además de resaltar su predilección por las materias astrológicas y los secretos naturales.
En esos primeros años, su referente poético debió de ser el también sevillano Gutierre de Cetina, a quien le unió una estrecha amistad, iniciada probablemente en torno a 1551 y refrendada por las epístolas cruzadas que ambos se remiten.
Como gran parte de sus parientes, ocupó cargos en la política municipal. A veces, desde 1570 en adelante, ejerció como alcalde de la Hermandad del Estado de los hijosdalgo. A partir de Francisco Pacheco se le adjudica haber sido, como su abuelo, tesorero de la Casa de la Moneda, pero, según todas las noticias, el puesto lo ocupó su hermano Melchor. Aunque se dedicó al comercio y a la especulación de bienes inmuebles, lo que le permitió conseguir una moderada hacienda, el período central de su vida, a partir de 1569 y hasta 1584, se desarrolla en torno a Fernando Enríquez de Ribera y Juana Cortés, segundos duques de Alcalá de los Gazules e importantes mecenas y favorecedores de las artes y las letras sevillanas. Ocupó el cargo de alcaide o gobernador y alcalde mayor, es decir, juez, en la villa de Los Molares, condado bajo la jurisdicción ducal. En ese pueblo utrerano se desarrolló una parte cuantiosa de su producción poética, relacionada, en ocasiones, con sucesos allí ocurridos.
En 1584 Baltasar del Alcázar se concertó con el conde de Gelves, otro relevante mecenas sevillano, para administrar su hacienda, cosa que hizo hasta la muerte del noble, en 1589, aunque con más de una desavenencia entre ambos. A pesar de que el poeta nunca abandonó la capital de modo definitivo, a partir de esta última etapa se instala en ella de forma continuada.
En esos años se agravan, por lo demás, sus dolencias de gota, enfermedad que arrastraba desde hacía tiempo. Acaso también estuviera enfermo de sífilis, o del mal francés, como se denominaba entonces la dolencia, a juzgar por la atención que recibe por parte del doctor Ancona, reconocido especialista en la materia, además de por las continuadas referencias en sus versos. Ya en 1588 había otorgado testamento, documento que afortunadamente se conserva y en el que la mayor beneficiaria resulta ser su sobrina Leonor, hija de Melchor, ya que su hija había profesado.
A los ocho años, el 16 de enero de 1606, Baltasar del Alcázar murió en Sevilla, contando setenta y seis de edad y debió de ser enterrado en el monasterio donde había hecho los votos su hija.
Aparte de Cetina o Pacheco, Baltasar del Alcázar llegó a relacionarse con lo más granado de la intelectualidad sevillana del siglo XVI, siendo un miembro muy activo de las academias que se reunían entonces en la ciudad, al amparo, precisamente, de sus protectores.
Muchos de los contertulios y amigos, Mal Lara, Mosquera de Figueroa, Juan de la Cueva, se hicieron eco de su fama literaria. Y así, por ejemplo, el pintor y poeta Juan de Jáuregui le dedicó un encendido elogio que transcribe Pacheco. Desde luego, la faceta que destaca Jáuregui, y por la que, a la postre, habrá de ser recordado especialmente, es su poesía burlesca, o de donaire, iniciadora de esa tendencia que ha sido llamada poesía sevillana de la sal. Muy apreciados fueron y son, sobre todo, sus conocidísimos epigramas, a los que debe el apelativo de Marcial sevillano.
La obra poética de Alcázar, constituida por 237 poemas seguros y otros 16 de atribución dudosa, más un grupo de epigramas espurios, que se han ido desestimando desde hace unos años, se ha conservado en su mayor parte en cuatro manuscritos del siglo XVII, a través de la copia que confeccionó Pacheco. Asimismo, muchos de los poemas aparecen en multitud de cartapacios de poesías varias de los siglos XVI y XVII, prueba de la gran difusión que obtuvieron sus obras. En cualquier caso, ninguno de los testimonios resulta completo y algunos de sus poemas no son conocidos hoy día, a pesar de las referencias indirectas que se disponen. Junto con la obra poética también se poseen algunas muestras en prosa: unos Problemas en disparate, en que se repiten ciertos temas burlescos de la poesía; una Pasión de Cristo y, tal vez, un Libro de suertes, que probaría su interés por las cuestiones astrológicas.
La figura de Baltasar del Alcázar adquiere una singular importancia entre todos los integrantes del grupo sevillano, dado que se ocupa de casi todas las variedades poéticas del momento, ofreciendo su labor creadora como un rico muestrario de las líneas seguidas en la segunda mitad del siglo XVI. Y no sólo eso; en muchos casos, Alcázar se aventura por caminos nunca trillados hasta entonces o se adelanta a los grandes creadores barrocos. El ámbito amoroso se conforma especialmente en un conjunto de sonetos que, considerados como un pequeño cancionero petrarquista, evolucionan del enamoramiento a la palinodia, estableciendo una polaridad entre un tiempo pasado, coincidente con la juventud, y el presente desengañado cercano a la vejez. Tras el desencanto terrenal, la única posibilidad que se abre ante el poeta es la esperanza de una vida devota, plasmada en la secuencia de poemas religiosos, un ciclo penitencial de introspección ascética que constituye una de las voces más personales del autor y que resulta bastante escasa en los poetas petrarquistas. Al lado de esta poesía penitencial, desde luego, se desarrolla otra en octosílabos, que recrea algunos de los temas más recurrentes de la modalidad devota.
En cuanto a la poetización de los géneros neoclásicos, Alcázar se despega del modelo elegíaco herreriano de tinte amoroso, para ofrecer tan sólo la faceta funeraria. Tampoco hay églogas en Alcázar, una de las ausencias más destacadas en comparación con el resto de los sevillanos. Por lo que respecta a la epístola, la mayor representatividad le cabe en suerte a la modalidad laudatoria o circunstancial, aunque hay otras de carácter satírico.
La poesía festiva de Baltasar del Alcázar se presenta en su mayor parte como una recreación de “antivalores” burlescos. Tal dimensión burlesca, que se desarrolla por igual en el ámbito octosilábico o endecasilábico, tiene como principal estrategia humorística la aplicación de una pauta paródica con la que desmitifica géneros, personajes, tópicos literarios y héroes grecolatinos, muchos de los cuales él mismo poetiza en serio. Por lo que respecta a los géneros poéticos, se queja de la presión que ejercen los consonantes y se mofa de la tensión estructural del soneto, estrofa reina del petrarquismo, en un “soneto definición” o “soneto del soneto” justamente célebre. En este sentido, destaca su dimensión de poeta ludens, para quien la poesía constituye un mero divertimento, basado en última instancia en el juego lingüístico o en la pirueta conceptual. A esta categoría de poemas ingeniosos pertenecen los ecos, los disparates y los seis enigmas.
En cuanto a los temas y motivos, el sevillano se burla sobre todo de la perfección de la belleza petrarquista, contraponiendo un monstruo de fealdad y desproporción, o haciendo un elogio de la belleza morena ante la dama de cabellos de oro. Probablemente el caso más importante de parodia anti-petrarquista lo constituya la irrisión de los motivos mitológicos. En esto el poeta se manifiesta de nuevo como un adelantado con respecto a la mirada absolutamente desmitificadora de Góngora, Quevedo o Lope. Así, lanza denuestos contra Cupido y Venus, o contra la diosa de la castidad, la Luna-Diana, que sólo se preocupa de calmar su lascivia con Endimión, y arremete contra Dido, que se comporta como una casera interesada y venal. Alcázar es pionero en adaptar de modo sistemático para las letras españolas el epigrama de Marcial, empleando para ello la doble redondilla o la doble quintilla con un final inesperado y chistoso. El mayor número de los epigramas va dirigido a una galería de mozas de costumbres disolutas, Inés Ana y Juana, Costanza o Catalina, que, en mayor o menor medida, responden al tipo de la prostituta tomajona.
El arte de motejar y la caricatura a base de apodos es técnica recurrente en la caracterización física de estas figuras que, en muchos casos, dibujan un monstruo de fealdad equiparable a la parodia anti-petrarquista.
El retrato moral que Alcázar desarrolla de la mujer en el ámbito burlesco corresponde al diseño de una auténtica antidonna con respecto al dechado de perfecciones físicas y espirituales que engalanan a la amada petrarquista. Es una mujer tocada por la lascivia y el interés, dos de las notas constantes de la sátira anti-femenina desde la Edad Media.
Unido al tema erótico se plantea en varios poemas el deleite de los placeres de la mesa, en una suerte de banquete carnal, cuyo prototipo es la Cena jocosa, pero que, sobre todo, da lugar a la visión gastronómica de la mujer como manjar supremo entre todos los existentes. Por ejemplo, la igualación de Beatriz con la exquisita carne de la perdiz, a partir de un conocido refrán de la época, o la equiparación de Inés con el jamón y las berenjenas con queso (“Tres cosas me tienen preso...”). Una serie de piezas habría que definirlas definitivamente como obscenas, por describir, de modo más o menos velado y con dobles sentidos, el acto erótico en distintas acrobacias amatorias.
Son la visión más desvergonzada y vitalista de Baltasar del Alcázar y quizá una de las más frescas y desenfadadas de todo el Siglo de Oro, a no ser por las cancioncillas de tradición oral.
Otro tipo de epigrama centra su pirueta humorística en el lenguaje mismo, al margen del argumento específico. Evidentemente, figuras como la dilogía o la alusión resultan moneda corriente en el lenguaje epigramático, pero en estos casos constituyen el eje medular de la composición. Precisamente, varios de los epigramas centran toda su estructura en el desenvolvimiento de un cuentecillo burlesco, folclórico en algunos casos y, a veces, de procedencia culta, a partir de las recopilaciones renacentistas.
En los poemas penitenciales, que acercan a Alcázar al Lope de las Rimas sacras, o en sus composiciones burlescas, preámbulo de la parodia petrarquista del Tomé de Burguillos, la voz del yo lírico, del sujeto poético, aparece de modo absolutamente directo y vivencial, como ocurre igualmente en la poesía lopesca.
Tradición y renovación; originalidad y continuidad; burlas y veras. Son éstas las polaridades que definen la poética de Baltasar del Alcázar, crisol de las corrientes líricas destacadas en la primera mitad del siglo XVI e iniciador de otras tendencias que conocerán sus últimas consecuencias en la generación barroca.
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Valentín Núñez Rivera