Arguijo, Juan de. Sevilla, 9.IX.1567 ant. – 7.VIII.1622. Poeta, mecenas, comerciante y veinticuatro de Sevilla.
Hijo único de una familia cuya riqueza —sustentada por el tráfico de esclavos y el comercio con Honduras— alzó su casa-palacio en Sevilla, Juan de Arguijo habría estudiado en el colegio de los jesuitas hispalenses entre 1576 y 1580. En 1581, el padre, Gaspar de Arguijo, prestó dinero a Luis Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, a cambio de los cargos de lugarteniente del almirante y de veinticuatro de Sevilla, y de que Enríquez y sus descendientes les abonaran a él y a su hijo, hasta la muerte de éste, una fuerte suma anual. Tesorero de las rentas reales de las islas de Canarias, Tenerife y La Palma (1580), Gaspar de Arguijo recomendó para este puesto a su hijo adolescente en 1581, pero al año siguiente lo sustituyó.
A finales de 1584, Juan de Arguijo fue casado con la hija de Esteban Pérez, socio y amigo de su padre.
Y en 1589, Gaspar compró para Juan el puesto de veinticuatro de Sevilla, cargo que juró en 1590. Así que desde el cabildo participó en la dirección de la ciudad, siguiendo siempre los dictados paternos.
Apoyados política y económicamente por el asistente de Sevilla y por veinticuatros como Gaspar de Arguijo, los jesuitas habían establecido su casa profesa, terminado su templo y fundado un nuevo edificio para su colegio, llamado desde 1590 de San Hermenegildo.
Con este motivo, la Compañía representó la Tragedia de San Hermenegildo, cuyo tercer acto escribió Juan de Arguijo. Las relaciones de éste con la Compañía fueron estrechas: entre 1587 y 1597 compuso tres poemas inspirados por jesuitas, y en 1596 actuó como correo en sus transacciones económicas entre Japón y Sevilla.
Gaspar de Arguijo, que desde 1592 administraba la fortuna de su socio ya fallecido, guiaba la carrera política de su hijo, Juan fue nombrado llavero mayor de la ciudad (encargado del depósito de grano) en 1592; pero dos años después fue destituido del cargo al no poder justificar ciertas cuentas. Después de que, en mayo de 1594, falleciera su padre, cuya fortuna superaba los cien millones de maravedís, Arguijo presentó cuatro veces (hasta febrero de 1595) la renuncia a su veinticuatría, sin que se le aceptara.
Como poeta público, participaba en celebraciones religiosas, como muestra la canción “En la fiesta de la canonización de san Jacinto que hicieron en Sevilla” (1595).
Mientras que el heredero del almirante de Castilla iniciaba un largo pleito para liberarse de la obligación contraída con la familia de Juan de Arguijo, éste heredó las formidables fortunas de su padre y su suegro y, ya sin el frenético dinamismo de éstos, mantuvo actividades financieras y comerciales hasta principios del XVII. Arguijo dispuso de su amplio patrimonio como signo de distinción burguesa frente a la aristocracia, en las fiestas del Corpus de 1594 dilapidó su fortuna en lujos que llamaron la atención de toda la ciudad; cuando los ingleses abandonaron Cádiz, que habían saqueado durante dos semanas de 1596, viajó allí como representante del Cabildo sevillano y costeó con su propio dinero la reconstrucción del colegio jesuita; y en 1597 cedió su sueldo de veinticuatro al colegio de San Hermenegildo, institución a la que, entre 1600 y 1603, pagó 1.500 ducados anuales para ser reconocido como su fundador.
Arguijo también amparaba a poetas y artistas. Su casa-palacio acogería una restringida tertulia donde el mecenas-poeta empleaba el sobrenombre de Argío.
Pintores, eruditos, poetas asistirían a su academia, allí podía encontrarse, poco antes de morir, a Fernando de Herrera que, junto con Francisco de Medina y Francisco Pacheco el canónigo, dirigía la elite intelectual sevillana; Lope de Vega se interesó por aquel mecenas, al que elogió en el libro V de la Arcadia (1598) y en el canto VIII de La Dragontea (1598), y el ex jesuita Francisco de Medrano dedicó a su amigo Argío una de sus odes y tres sonetos. Sin escatimar gastos, hacia 1601 reformó Arguijo su casa (destruida por un incendio en 1914) y diseñó el programa iconográfico de la pintura del techo de la sala que cobijaría la academia y quizá la biblioteca, techo que se conserva hoy en el palacio sevillano de Monsalves.
Después de octubre de 1599, Arguijo envió sus propios sonetos a Medina, cuyos Apuntamientos y notas (una copia de los cuales se conserva en el manuscrito Sesenta Sonetos de Don Juan de Arguijo Veintiquatro de Sevilla) enmiendan la colección de poemas, en buena medida dedicados a extraer lecciones morales de la historia y la mitología grecorromanas, y en cuya impecable factura formal “los dientes de la lima no hallan en qué hacer presa”. Medina trataría con Pedro de Valencia sobre la poesía del veinticuatro, pues éste le mandó una carta “en alabanza de los versos de D. Juan de Arguijo, caballero sevillano”.
Entre 1598 y 1601, Sevilla fue duramente azotada por la peste, cuyos efectos describe Arguijo en la epístola A un religioso de Granada. Su carrera política también iba mal: elegido procurador a las Cortes de 1598, la fuerte oposición a su nombramiento le hizo renunciar al puesto. En octubre de 1599 gastó una gran suma para recibir, en su finca de Tablantes, cercana a Sevilla, a la marquesa de Denia, esposa del duque de Lerma. Durante bastante tiempo, tal agasajo fue elogiado por las crónicas y también ridiculizado en poemas, algunos de ellos de Juan de la Cueva, a quien, a pesar de todo, Arguijo recomendó para que el Cabildo costease la publicación de su Conquista de la Bética (1603). Cueva elogió luego al veinticuatro en el canto V (c. 1604-1605) que añadió al Viaje de Sannio.
La relación más relevante del generoso mecenas con otro poeta fue la establecida con Lope de Vega, uno de cuyos primeros libros costeó el veinticuatro hispalense: La hermosura de Angélica, con otras diversas rimas [...]. A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla (1602). Lope correspondió con cuatro dedicatorias esparcidas por la obra y con el soneto CXX de las Rimas, “A don Juan de Arguijo, viendo un Adonis, Venus y Cupido de mármol”. Lope también sometió a la censura de su mecenas El peregrino en su patria (1604), para cuyos preliminares compuso Arguijo un soneto de elogio. Alonso Álvarez de Soria se burló de Lope, pero respetó al veinticuatro: “Envió Lope de Ve- / al señor don Juan de Argui- / el libro del Peregri- / a que diga si está bue-. / Y es tan noble y tan discre-, / que estando, como está, ma-, / dice es otro Garcila- [...]”.
La fama del veinticuatro se acrecentó con la antología Flores de poetas ilustres de España (1605), que Pedro Espinosa preparó antes de finales de 1603 y donde por vez primera se imprimieron seis sonetos de Arguijo, uno de los cuales abría este florilegio de la nueva poesía española. Bajo el auspicio de Medina, secretario del cardenal de Sevilla, y de los jesuitas, Arguijo fue invitado a participar en una celebración religiosa jerezana con la canción “En la fiesta que la ciudad de Jerez hizo a los santos mártires Honorio, Eutiquio y Esteban” (1605). Arguijo era ya una autoridad en cuanto al gusto poético: en 1604, Pedro Venegas consultó con pocas personas, entre ellas el veinticuatro, sobre sus Remedios de amor; Cristóbal de Mesa le dedicó un soneto que luego coleccionó en su Valle de lágrimas (1607), y Pablo de Céspedes envió un poema para que fuera leído y comentado en Sevilla, por lo que el jesuita Figueroa le contestaba en junio de 1605 que “don Juan [...] dirá por carta propia su sentimiento y el de su academia”; pero no llegaría a hacerlo, porque un mes más tarde quebró.
Por sus mecenazgos laicos y religiosos, así como por la crisis económica y demográfica sevillana de principios del XVII, Arguijo había contraído numerosas deudas desde 1600. En 1604 tuvo que vender al colegio de San Hermenegildo una finca en Utrera, y en abril de 1605 pesaban ya varias hipotecas sobre el cortijo de Tablantes. En agosto de ese año se embargaron sus bienes y en diciembre de 1606 fue vendido en subasta pública su palacio. Los acreedores persiguieron al veinticuatro, quien, para evitar la cárcel, se acogió, hacia 1608 o 1609, en la casa profesa de los jesuitas sevillanos. Ni siquiera los casi cincuenta millones de maravedís que destinó ese último año a pagar sus deudas sirvieron para cancelarlas completamente.
Antonio Ortiz Melgarejo aún dedicaba a Arguijo, en 1608, la Casa de locos de amor, y Lope lo homenajeó en el libro XIX de La Jerusalén conquistada (1609), donde achacaba a la envidia y la persecución la mala fortuna de su protector. Éste participó de incógnito, con el poema “Ya el héroe vencedor de sus deseos [...]”, en las fiestas que en 1610 celebraron la beatificación de Ignacio de Loyola. Aunque centrado desde ese año en el viejo pleito con el heredero del Almirante de Castilla, Arguijo habría tenido tiempo y ganas de corregir, de acuerdo con muchas de las enmiendas de Medina, sus sonetos, que fueron reordenados —seguramente bajo su supervisión— en el manuscrito Versos de don Juan de Arguijo. Año de mil y seiscientos y doce.
En marzo de 1613, Arguijo ganó el demorado litigio que sostenía con el heredero del almirante.
Las listas de poetas que iban construyendo el canon literario del XVII celebrarían la noticia: Lope de Vega en La dama boba (1613), Andrés de Claramonte en Letanía moral (1613) y Cervantes en el capítulo III del Viaje del Parnaso (1614) elogiaron al veinticuatro. Rodrigo Fernández de Ribera le dedicó la V centuria de sonetos, la “Jocosa”, de su hoy perdida Esfera poética. Pero su deudor no pagaba, y Arguijo seguía recluido con los jesuitas, hasta que en marzo de 1616 cobró gran parte de lo que le debía el almirante, tras lo cual abandonó la casa profesa y saldó a su vez casi todas sus deudas, aunque estas nunca más lo abandonaron. Rehabilitado socialmente, fue el cronista de la Relación de las fiestas de toros y juego de cañas con libreas (1617) celebradas en su ciudad.
Arguijo, que cantó con frecuencia a la amistad en sus poemas, la cultivó durante su vida: cruzó cartas con Juan de Espinosa sobre la nueva poesía gongorizante, que el veinticuatro no entendía; Luis de Belmonte le dedicó su poema épico La Hispálica (h. 1617-1618); en 1618 se publicaron las Rimas de un buen amigo de Arguijo, Juan de Jáuregui, en cuyos preliminares figuran dos décimas del veinticuatro; su último poema conocido, escrito a medias con Jáuregui, fue un circunstancial elogio del Tratado (1619) de Francisco Morovelli, y en mayo de 1619 firmó con otros una carta dirigida a Lope de Vega para apoyar su comedia.
Con sus amigos de Sevilla recopiló, desde 1619, los Cuentos muy mal escritos que notó don Juan de Arguijo, colección que siguió incrementándose después de la muerte del veinticuatro.
Cuando Diego Félix Quijada y Riquelme sometió a su consideración los sonetos de sus Solíadas, Arguijo le escribió una atenta carta en que felicitaba al joven y prometedor poeta por atenerse a los principios de la estética herreriana, que el veinticuatro siempre respetó. En 1620, Quijada viajó con esa carta a Madrid, donde halló el amparo de Lope, quien escribió su epístola IX de La Filomena (1621) a Arguijo, a quien dedicó también su comedia La buena guarda, coleccionada en la Decimaquinta parte de las Comedias (1621).
En el Encomio de los ingenios sevillanos (1623), crónica de una justa poética celebrada en 1622, Juan Antonio de Ibarra dio cuenta de la ausencia por enfermedad de Juan de Arguijo, que era el juez principal del concurso, y a quien situaba a la cabeza de los poetas hispalenses de su tiempo. En efecto, Arguijo, que en agosto de 1622 renunció a su veinticuatría, murió el día 7 de ese mes.
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Gaspar Garrote Bernal