Coloma, Luis. Jerez de la Frontera (Cádiz), 9.I.1851 – Madrid, 10.VI.1915. Religioso, jesuita (SI), escritor.
Hijo de un médico homeópata —Ramón Coloma, avecindado en Jerez—, Luis hizo sus primeros estudios en un colegio dirigido por el sacerdote Ramón Rincón, del que pasó en 1860 al instituto de dicha ciudad, donde cursó el bachillerato. En 1868 comienza la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. De esta época data su escrito Todos lloran.
Contrastes de la vida (que envía a Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero, con la que entabla una “íntima y cariñosa amistad”) y el inicio de sus “actividades como político y como católico activo” (Rafael María de Hornedo). Por indicación de la escritora, ingresa en la Asociación de Católicos de Sevilla, de la que en 1872 llegará a ser secretario y en la que tiene su primer contacto con los jesuitas. Fernán Caballero “fomentó” en él las “aficiones literarias”, “corrigió sus ensayos” (Emilia Pardo Bazán) y avaló, con un prólogo, su primer libro, Solaces de un estudiante (1871).
Gracias a su mediación, Coloma entra en contacto con El Porvenir (periódico de Jerez al que envía algunos escritos) y con El Tiempo, de Madrid (dirigido por el conde de Toreno, con el que mantiene un intercambio epistolar), en el que publica La Pascua florida y el cuarto ayunar y Un creyente y un despreocupado (1871).
Por esas fechas, entra en relación con destacados miembros de la aristocracia madrileña opuestos al rey Amadeo; Pardo Bazán le imagina “metido de cabeza en las intrigas restauradoras”. En casa de Fernán Caballero conoce a un intermediario de Isabel II, que entrega a la novelista correspondencia secreta para el duque de Montpensier, al que se la envía a través de Coloma, quien, en su “fantasía de veinte años”, cree llevar “el plan de conjura que había de restituir a Alfonso XII al trono de sus mayores” (Recuerdos de Fernán Caballero). Al poco tiempo, la policía lleva a cabo un registro en la pensión en la que el joven se hospeda, registro análogo al que describirá Coloma en Pequeñeces, referido a la condesa de Albornoz.
En otoño de 1872 es herido de bala en el pecho en circunstancias poco claras: unos lo atribuyen a un lance amoroso (G. Cavestany), otros a un accidente fortuito mientras limpiaba el arma (Pardo Bazán) o mientras la cargaba (Fernán Caballero), otros a un “altercado”, cuyos motivos y el nombre del adversario fueron ocultados “noblemente” por Coloma, “echándose a sí mismo la culpa” (Hornedo). Repuesto del grave accidente, acepta el encargo de dirigir El Porvenir, desde abril de 1873 hasta mayo de 1874 (Hornedo).
En octubre de 1874, terminada la carrera de Derecho, abandona sus aspiraciones políticas y periodísticas (tal vez desengañado por el lance sufrido), ingresa en la Compañía de Jesús —con la que mantenía contactos desde hacía tiempo— y se traslada a Poyanne (Francia) para emprender el noviciado. A su vuelta a España en 1877, es enviado sucesivamente a diversos colegios que la Compañía regenta en Sevilla, La Guardia (Galicia), Murcia y Madrid, en los que combina el ejercicio de la enseñanza con sus aficiones literarias. En 1881 inicia los estudios de Teología en Oña. Entre esa fecha y 1884 publica once relatos en El Mensajero del Corazón de Jesús, que serán reunidos ese mismo año en un libro titulado Lecturas recreativas, bien acogido por el público de las revistas católicas. Posteriormente, será destinado a Manresa, Orduña y Deusto, donde sigue escribiendo (Ranoque, Paz a los muertos, etc.).
En la Navidad de 1885, envía a José María Pereda Lecturas recreativas y, a partir de entonces, comienza un intercambio de cartas, en una de las cuales, el escritor cántabro le anima a pasar del relato breve a “la novela de las que hoy se necesita” (novela católica de costumbres), convencido de que obtendría “mayores frutos” que con “los preciosos cuadros que escribe en el Mensajero, periódico que no leen los de la acera de enfrente”. Con motivo de la publicación de La Montálvez (1888), de Pereda, que suscita una dura crítica entre ciertos comentaristas de rígida moralidad, Coloma sale en su defensa. No obstante, en una de sus cartas al escritor, apunta una deficiencia observada en dicha novela (que no aparezca “en medio de tanta maldad, alguna figura buena”, una mujer “a flor de cieno, sin mancharse con él”, “participando de sus frivolidades, pero no de los vicios”), deficiencia que —le comunica— le gustaría subsanar en una “obra que dije a V. tenía en proyecto”. Es la primera noticia sobre Pequeñeces (el personaje en cuestión será la marquesa de Villasis), publicada en El Mensajero entre enero de 1890 y marzo de 1891.
Editada en libro ese mismo mes, el éxito fue rotundo, como recuerda Pardo Bazán: “La novela ha explotado como cartucho de dinamita, dando motivo a que don Juan Valera pueda escribir que en los años que lleva de vida, no ha visto éxito tan extraordinario alcanzado por libro alguno español [...]” Al éxito contribuyen, aparte de los méritos del texto (excelente ambientación de la sociedad aristocrática, diálogos ágiles e ingeniosos, atractiva complejidad de la protagonista, interés de la intriga, etc.), tres circunstancias excepcionales. Primera, la personalidad del autor: un jesuita en el insólito papel de escritor “naturalista” y “misionero” fustigador de las clases altas. En segundo lugar, el tema: relato de la vida frívola y corrupta de la aristocracia y clases altas de la Restauración, representadas en el marqués de Villamelón, marido necio, complaciente y glotón; su mujer, Currita de Albornoz, frívola, simuladora, lista y vanidosa; su amante, el cínico, libertino y derrochador marqués de Sabadell; el marqués de Butrón, muñidor canovista de lealtades de procedencia dispar; el grotesco y “afeminado prócer” tío Frasquito, el atrabiliario Diógenes y el empalagoso Pedro López, cronista de sociedad, amén del séquito de aristócratas y burguesas adineradas exhibiendo su prestancia por los salones de Madrid.
Y, en tercer lugar, la intriga morbosa de una supuesta “novela en clave”, ambientada en el Sexenio Democrático (inquina del narrador hacia Prim, Amadeo I y responsables de la Primera República) e inicios de la Restauración: en las tertulias y en la prensa se sugieren nombres de personas reales conocidas del gran público, posibles modelos de los personajes de ficción: marqués de Butrón-marqués de Molins; marqués de Sabadell-marqués de Sardoal; Pedro López-Ramón de Navarrete; Claudio Molinos-Felipe Ducazcal, etc. A ello se une la reacción polarizada de la prensa, muy favorable en los medios católicos y adversa en La Correspondencia (que advierte en el relato cierta inclinación hacia el carlismo), El Heraldo (cuya encuesta sobre la novela resulta mayoritariamente negativa) y otros periódicos, que la interpretan como un libro de propaganda jesuítica y de sátira mordaz contra la aristocracia e incluso contra el sistema de la Restauración. La novela se convierte así en un documento de época en lo político y social, pero también en lo estético, ya que en ella confluyen técnicas del naturalismo (“un naturalismo de segunda mano, de Pereda y quizá de Clarín” —Coloma admira La Regenta—, según Rubén Benítez), de la novela de folletín (forma de los capítulos para su edición por entregas, secuencia de la persecución de Sabadell por la masonería, etc.), del impresionismo (descripción de la procesión de las mantillas) y de una especie de expresionismo esperpéntico avant la lettre en la configuración de personajes como Frasquito, Villamelón, etc. La obra adolece de cierto maniqueísmo (frívola Albornoz-devota Villasis; Loyola, oasis de santidad- Madrid “charca” moral), populismo “perediano” (aristocracia y ciudad corrompidas-pueblo del Norte sano, solidario y piadoso) y tendencia al melodrama (muerte de los amantes y del hijo de Currita, castigada y arrepentida), aspectos potenciados por la sátira censoria de un narrador entrometido en la conducta de los personajes. En este aspecto, resulta esclarecedor el juicio de Valera: “La novela hubiera sido mejor sin ser sátira, y la sátira mejor sin ser novela, y el sermón requetemejor si no hubiera sido ni novela ni sátira”.
Desde finales de 1893, Coloma, aquejado por diversas dolencias, reside en Madrid. La Reina Regente (que le había conocido en una visita al santuario de Loyola), acude a él, como intermediario en “delicadas comisiones caritativas”. Más tarde, le encomendará “dar unos días de ejercicios al Rey adolescente, como preparación a su mayoría de edad y comienzo de su reinado” (Hornedo). En 1894 comienza a editar en El Mensajero los Retratos de antaño: de los duques de Villahermosa, del marqués de Mora, de las duquesas de Alba y Huéscar, etc. Entre 1895 y 1896 se publica la primera parte de Boy, un intento de novela psicológica que no tendrá continuación. En mayo de 1898 inicia en El Mensajero la publicación de una biografía novelada sobre María Estuardo: La Reina mártir, y en marzo de 1903, Jeromín, novela histórica sobre la infancia de don Juan de Austria. En 1908, a propuesta de A. Maura, J. de Echegaray y E. Saavedra, ingresa en la Real Academia Española. En 1910 termina Recuerdos de Fernán Caballero, biografía “bastante idealizada” (Hornedo) de la escritora y con notables errores (J. Herrero).
Gravemente enfermo de una dolencia cardíaca, muere en Madrid el 10 de junio de 1915. Dejaba escritos cuarenta relatos cortos, seis biografías, dos libros de tema religioso y tres novelas. A pesar de las deficiencias derivadas de su propósito aleccionador (“La novela es mi púlpito”), que supedita “el ideal estético de la creación novelística a una finalidad moral y religiosa que modela su hechura” (E. Miralles), cabe destacar la calidad artística de relatos como Juan Miseria, La Gorriona, La camisa del hombre feliz, Ranoque y Pequeñeces, llevada al cine, al igual que Boy y Jeromín, y que es considerada por algunos críticos como la novela “aristocrática” más lograda del siglo XIX español.
Obras de ~: Discursos leídos ante la Real Academia Española en la recepción pública del Rvdo. P. Luis Coloma el día 6 de Diciembre de 1908 [El P. Isla satírico]. Discurso de contestación del [...] Sr. D. Alejandro Pidal y Mon, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1908; Obras Completas, Madrid, Razón y Fe, 1941-1943, 19 ts. [contiene en el t. XIX. Relieves y crítica, epistolario con Fernán Caballero, Pereda, Gómez de Avellaneda, etc.]; Obras Completas, ed. de R. M.ª Hornedo, Madrid, Razón y Fe y El Mensajero del Corazón de Jesús, 1960; Pequeñeces. Jeromín, ed. de J. A. Peñalosa, México, Porrúa, 1968; Pequeñeces, ed. de R. Benítez, Madrid, Cátedra, 1982; La camisa del hombre feliz y otras narraciones, introd. y selecc. de S. Calleja, Bilbao, Mensajero, 1988.
Bibl.: E. Bobadilla (Fray Candil), El Padre Coloma y la aristocracia. Críticas instantáneas, I, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1891; Marqués de Figueroa, “La novela aristocrática”, en La España Moderna (Madrid), t. III (15 de septiembre de 1891), págs. 53-65; E. Pardo Bazán, El Padre Luis Coloma. Biografía y estudio crítico, Madrid, Imprenta de Antonio Pérez Dubrull, 1891; J. Valera, Pequeñeces…Currita Albornoz al Padre Luis Coloma, Madrid, La España Moderna, 1891; Clarín (L. Alas), Ensayos y revistas, Madrid, Manuel Fernández y Lasanta, 1892, págs. 325-328; F. Balart, “Pequeñeces”. Impresiones, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894, págs. 239-262; A. Pidal y Mon [“Contestación”] a L. Coloma, Discursos leídos ante la Real Academia Española en la recepción pública del Rvdo. P. Luis Coloma, op. cit.; F. Blanco García, La literatura española en el siglo xix, vol. II, Madrid, Sáenz de Jubera, Hermanos, 1910 (3.ª ed.), págs. 463-472; C. Eguía Ruiz, “El Padre Luis Coloma. Su vocación literaria”, en Razón y Fe (1915-1916); A. y A. García Carrafa, Españoles ilustres. El Padre Coloma, Madrid, Juan Puedo, 1918; A. Alcalá Galiano, “El Padre Coloma”, en Figuras excepcionales, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1930, págs. 143-153; J. A. Balseiro, “Luis Coloma”, en Novelistas españoles modernos, New York, The Macmillan Company, 1933, págs. 328-338; E. Pardo Bazán, J. Valera y C. Eguía Ruiz [“Estudio”], en L. Coloma, Obras Completas, t. XIX. Relieves y crítica, op. cit., 1942, págs. 105-154, págs. 155- 185 y págs. 187-313, respect.; R. M.ª Hornedo, “El Padre Luis Coloma, S. J.”, estudio biográfico y crítico en L. Coloma, Obras Completas, op. cit., 1960, págs. VII-LXXXVIII; “El escándalo de Pequeñeces en el centenario del P. Luis Coloma (1851-1951), en Razón y Fe (Madrid), CXLIV (1951), págs. 448-462, e “Ideas del Padre Coloma sobre la novela”, en Razón y Fe (Madrid), CLXI (1960), págs. 245-256; J. Herrero, “El testimonio del P. Coloma sobre Fernán Caballero”, en Bulletin of Spanic Studies (Liverpool), XLI (1964), págs. 40- 50; B. J. Dendle, “Blasco Ibáñez and Coloma’s Pequeñeces”, en Romance Notes (North Carolina), 8 (1967), págs. 200-203; J. A. Peñalosa, “Prólogo”, a L. Coloma, Pequeñeces. Jeromín, op. cit., págs. IX-XXII; R. Benítez, “Prólogo”, a L. Coloma, Pequeñeces, op. cit., págs. 9-49; I. Elizalde, “Pequeñeces de Coloma y su interpretación sociopolítica”, en Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 63 (1987), págs. 233-254; J. del Corral, “Pequeñeces, ¿novela madrileña con clave?”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 25 (1988), págs. 443-453; E. Miralles, “Luis Coloma”, en L. Romero Tobar (coord.), El siglo xix (II), Madrid, Espasa, 1998, págs. 744-748; Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, “Padre Coloma”, en http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/padrecoloma/.
Demetrio Estébanez Calderón