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Juan de Silva

Biografía

Silva, Juan de. Conde de Portalegre (IV). Toledo, c. 1532 – Madrid, IV.1601. Embajador y capitán general y gobernador de Portugal.

Único hijo que alcanzó la mayoría de edad de la numerosa progenie habida del matrimonio entre Manrique de Silva y Beatriz o Brites da Silveira, Juan de Silva nació en la ciudad de Toledo hacia 1532. Su padre era caballero de la Orden de Calatrava desde 1523 y comendador de Guadalerza apenas dos años después.

La pareja había contraído matrimonio en torno a 1531 gracias a la insistencia de la emperatriz Isabel de Portugal de quien era dama la citada Beatriz. Carlos V concedió, por recomendación de su esposa y con ocasión del enlace, un asiento de gentilhombre de la cámara a Manrique.

Por línea paterna Juan de Silva descendía de los primeros condes de Montemayor, sus abuelos, Juan de Silva Ribera y María Manrique de Toledo, una de las casas más linajudas y distinguidas de Toledo, en cuyo consistorio disfrutaban de varios asientos de regidores, además de ser alcaldes del Alcázar real. Esta rama, no menor, procedía de la principal de los Silva, condes de Cifuentes. Los servicios prestados a los Reyes Católicos y muy especialmente la fidelidad demostrada durante la sublevación de la ciudad, alzada por Juan de Padilla contra el Emperador durante las Comunidades, les supuso un reconocimiento de la Corona en forma de mercedes y honores.

Por lo que se refiere a la ascendencia materna, la de Juan era igualmente notable. Los Silveira-Azambuja también mantenían una posición social relevante en el vecino reino, destacando en la Corte de los Avís por sus servicios palatinos y diplomáticos. De hecho Luis de Silveira, primer conde de Sortelha, primo de Beatriz, había sido comisionado para concertar los dobles matrimonios entre Juan III e Isabel de Portugal y Catalina de Austria y Carlos V respectivamente.

De cualquier modo, más allá de la calidad y antigüedad de su estirpe, la hacienda de los Silva-Silveira era menguada, pese a los gajes que percibía Manrique como maestresala del príncipe Felipe, y apenas daba para vivir con esplendidez. La muerte del marqués de Montemayor en 1539 dejó escasa herencia a su hijo, habida cuenta de que hubo de repartirla con sus cuatro hermanos. Sin embargo, Juan obtuvo en 1544, superadas las pruebas de limpieza de sangre, un hábito de caballero de la Orden de Calatrava. Fallecido su padre al año siguiente, aún tuvo que sortear los reveses de la fortuna para alcanzar todo aquello que le había sido negado. Y una de sus primeras pruebas aconteció en 1548 cuando el príncipe Felipe marchó a Flandes y Juan no logró incorporarse a su cortejo.

Hasta su regreso en 1551 anduvo Silva huérfano de gajes y mercedes, marginado de los favores que otros más afortunados sí recibieron. Aún hubo de aguardar hasta 1553 para ser nombrado gentilhombre de la boca del entonces infante don Carlos, primogénito del príncipe Felipe. Era su primera gran responsabilidad después de haber servido como paje de éste desde 1538. Un lustro más tarde viajó a Flandes por breve tiempo para ejercer como hombre de armas en las últimas etapas de la guerra hispano-francesa que concluyó en 1559. Aquel año, quizá como recompensa a sus servicios, consiguió hacerse merecedor de la encomienda de Torroba, de la Orden de Calatrava. De regreso a Castilla continuó en posesión de su asiento en la casa de don Carlos, incluso cuando en 1564 quedó separada de la de su padre. Fueron aquellos años, pese a las extravagancias del heredero, los de mayor esplendor de la Corte española del Siglo de Oro. Juan compartía con muchos de sus compañeros de servicio y con otros caballeros las inquietudes eruditas que habían hecho de la Academia del duque de Alba un referente ineludible de la cultura cortesana. En ella Silva tuvo ocasión de asentar su amplia cultura y forjar una amistad, sincera y duradera, con Cristóbal de Moura, Juan de Zúñiga, Juan de Idiáquez y los marqueses de Poza y Velada, entre otros. La tragedia de la prisión y muerte de don Carlos ocurrida entre enero y julio de 1568 trajo consigo una profunda reestructuración cortesana, pues a la desaparición del heredero sucedió también en pocos meses la de la reina Isabel de Valois, lo que conllevó la desocupación de numerosos servidores.

En esta mudanza Juan no salió perjudicado aunque tampoco consiguió alcanzar mayor favor del Rey al pasar a su casa con el mismo oficio. Coincidiendo con estos sucesos, su madre Beatriz también falleció, circunstancia que marcó el devenir futuro de Silva al considerar en aquel momento que debía iniciar una nueva etapa en su cursus honorum.

Con tan exiguos recursos y sin haber tomado estado se aventuró a servir con sus caballos por espacio de dos años y medio en el presidio de Orán, uno de los destinos más arriesgados de la Monarquía. Allí permaneció hasta 1571 cuando decidió regresar a la Corte. Apenas unos años más tarde recibiría el encargo regio de acudir a Lisboa para comunicar al rey Sebastián I las objeciones que su tío Felipe II ponía a sus recientes aventuras africanas, como la reciente incursión portuguesa en Tánger, y para negociar su casamiento. El Monarca luso recibió a Juan, designado embajador en sustitución de Juan de Borja, en Almeirim a finales de febrero de 1576. Las gestiones de Silva propiciaron el encuentro de ambos monarcas en el monasterio jerónimo de Guadalupe en Navidad.

Poco es lo que obtuvo Felipe II de su sobrino. A su regreso de la jornada el Rey favoreció el matrimonio de Juan con Filipa de Silva, hija de Juan de Silva y de Margarita de Silva Almeida, además de nieta y heredera del tercer conde de Portalegre, Álvaro de Silva de Meneses, mayordomo mayor del Soberano portugués.

Sin duda ventajoso, el casamiento ofrecía a Juan grandes expectativas, entre ellas las de obtener un título y la jefatura de la casa real lusa, así como disponer de tierras y de holgada hacienda. Con Filipa tuvo cinco hijos: Diego de Silva, que heredó el título condal; Manrique de Silva, que sucedió a su hermano como sexto conde, previa renuncia, y que fue primer marqués de Gouveia; Álvaro, Juan y Felipe.

Silva, apenas concertado su matrimonio, hubo de disponer sus armas para marchar al norte de África, formando parte del contingente castellano que había acordado enviar Felipe II a su sobrino durante su segunda aventura africana. Lamentablemente Sebastián encontraría la muerte, junto a buena parte de la aristocracia lusa, en la tristemente célebre jornada de Alcazarquivir, el 4 de agosto de 1578. Como tantos otros, Juan fue herido y hecho prisionero en Larache. Regresó a Castilla no sin antes haber procedido al pago de su rescate y a acompañar el cadáver del Rey hasta Ceuta.

Volvía tullido, con un el brazo izquierdo mutilado, aunque no perdido, a consecuencia de un arcabuzazo.

En la Corte, su experiencia y su condición de señor de tierras en Portugal y mayordomo mayor de su real casa, hicieron del flamante conde de Portalegre un valioso consejero para Felipe II. De tal modo que formó parte de varias juntas encargadas de exponer los derechos al Trono luso del Monarca castellano como heredero de mayor calidad. Tras la conquista de Portugal Juan recibió la capitanía general ocupando además uno de los cinco asientos de la Gobernación colegida del reino, entre 1593 y 1600. No fueron del agrado del conde aquellas nuevas responsabilidades que nunca consideró adecuadas a su condición y servicios. Como en tantas otras ocasiones sus aspiraciones de ocupar alguna gran presidencia de Consejo o un asiento en el de Estado quedaron desatendidas. Tan sólo obtuvo satisfacción, y no plena, con la concesión de la encomienda de la Obrería de Calatrava en 1589.

Cuando su amigo Cristóbal de Moura fue encargado por Felipe III del gobierno de Portugal como virrey, Portalegre, relevado de sus responsabilidades, acudió a Valladolid para poder entrevistarse con el nuevo Rey y solicitarle mercedes para sus hijos como recompensa a sus servicios pasados. El 11 de abril de 1601 testó en Madrid donde fallecía a los pocos días.

La breve semblanza con la que el cronista Luis Salazar y Castro retrató a Juan de Silva quizá no le haga justicia, sin embargo, bien puede ser un elegante sumario de lo que fue su intensa biografía. “Fue diestrísimo en todos los empleos militares, tuvo gran conocimiento de las cosas de la antigüedad y trató la lengua castellana con mayor dulzura y propiedad que otro de los sabios de su tiempo, como se conoce por diferentes papeles suyos, que tienen su nombre, por otros, que sin él le reconocen por autor, y por el juicio, y suplemento de la Historia de Granada que escrivió D. Diego de Mendoza. Fue uno de los de la Academia, tan nombrada en Castilla, de que era Presidente el Duque de Alba”.

 

Obras de ~: Instrucción de Juan de Vega a su hijo. Adicionada por el conde de Portalegre, s. l., 1592 (Biblioteca Nacional de España, ms. VE 57/1); D. Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada hecha por el Rey de España Don Felipe II contra los moriscos de aquel reino, sus rebeldes: historia escrita en cuatro libros, introd. de ~, Lisboa, Giraldo de la Viña, 1627.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España, Epistolarios de Juan de Silva con varios corresponsales, 1572-1601, mss. 10.259, 1.439 y 6.198; Papeles curiosos, ms. 10.906; Papeles referentes al gobierno del Rey Sebastián I de Portugal, y a las expediciones a la India y África, s. f., ms. 12.866; Papeles varios, ms. 10.450.

G. Franchi di Conestaggio, Historia de la unión del reyno de Portugal a la corona de Castilla, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1610; L. Salazar y Castro, Historia Genealógica de la Casa de Silva, Madrid, Melchor Álvarez y Mateo de Llanos, 1685, capítulo XVI, lib. IV, pág. 526; A. Danvila y Bargueño, Diplomáticos españoles. Don Cristóbal de Moura. Primer Marqués de Castel Rodrigo, Madrid, 1900; J. Sánchez, Academias literarias del Siglo de Oro español, Madrid, 1961; F. Bouza Álvarez, “Corte es decepción. Don Juan de Silva, Conde de Portalegre”, en J. Martínez Millán (dir.), La corte de Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 1994, pág. 451-502; S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004.

 

Santiago Martínez Hernández

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