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Cristóbal de Moura y Távora

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Biografía

Moura y Távora, Cristóbal de. Marqués de Castel Rodrigo (I). Lisboa (Portugal), 1538 – Madrid, 28.XII.1613. Noble portugués al servicio de Felipe II.

En la Lisboa de los reyes Avís, y en la casa que su familia poseía en la rua de las Flores, nació Cristóbal de Moura (o Mora, castellanizado), hijo de Luis de Moura y Beatriz de Távora, ambos pertenecientes a la nobleza media de Portugal y ligados a la Corona por una larga serie de servicios desde los siglos medievales.

Sin embargo, las mejores conexiones de Cristóbal le llegaron por el lado materno, los Távora. Entre éstos, representaron un papel destacado Cristóbal de Távora, padre de Beatriz y responsable de que su nieto llevara el mismo nombre, que fue consejero del rey Juan III, y su otro hijo, Lorenzo Pérez de Távora y, por tanto, tío del futuro marqués de Castel Rodrigo.

Los años que Lorenzo pasó en Castilla como embajador de Juan III de Portugal abrieron un primer hueco en la actividad diplomática que tiempo después sabría aprovechar su sobrino. Del matrimonio de Luis de Moura con Beatriz de Távora nacieron once hijos: Juan, que murió niño; Cristóbal, que heredó a sus padres; otro Juan, que también falleció niño; Francisco de Moura, caballerizo mayor del infante Duarte y que, tras servir en Tánger —algo habitual entre los segundones de la nobleza— murió en la batalla de Alcazarquivir (4 de agosto de 1578); Jerónimo, también fallecido de niño; Francisca de Távora, casada con Álvaro de Sousa; Isabel de Moura, esposada con Fernando Ruiz de Almada; y Guiomar, Elena, Juana y Mencía, todas ellas monjas profesas en diferentes conventos de Portugal.

La unión entre la princesa Juana de Austria, hija de Carlos V, y el príncipe Juan, heredero de Portugal, supuso el inicio de unas relaciones entre Cristóbal y la Corte española que ya nunca se cortarían, haciendo de ellas, él y su familia, la razón de ser de su estrategia de ascenso social. La boda se celebró por poderes en Toro el 11 de enero de 1552, representando en ella al príncipe portugués el tío de Cristóbal, el mencionado embajador Lorenzo Pérez de Távora. Ésta fue la ocasión para que el hijo de los Moura-Távora obtuviera su primer nombramiento cortesano, consistente en acudir a Toro en calidad de menino de la recién creada casa de la princesa Juana. A sus catorce años de edad, pues, Cristóbal ya estaba vinculado al núcleo cortesano de quien debía convertirse en reina de Portugal, lo que suponía una posición muy ventajosa para comenzar una carrera en el Reino. Sin embargo, la muerte del heredero de Portugal en 1554 cambió el rumbo de las cosas.

Juana dio a luz al futuro rey Sebastián, a quien dejó en Lisboa, y en mayo regresó a Castilla como gobernadora de esta Corona a causa del viaje de su hermano, el príncipe Felipe, a Inglaterra. Cristóbal, a la sazón un joven de dieciséis años, la siguió como menino de su casa, lo que reveló que la apuesta de su familia por el servicio a los Austrias vinculados con Portugal seguía siendo atractiva. Residir en la Corte castellana bajo estas circunstancias no suponía cortar lazos con Portugal; antes bien, podía potenciarlos, como demostró un primer viaje realizado por Cristóbal a Lisboa en 1560 por orden de Juana para saber de su hijo, el príncipe Sebastián.

De hecho, la primera merced importante que recibió Cristóbal fue un hábito de caballero de la Orden de Calatrava, concedido aquel mismo año con la recomendación de doña Juana. Las pruebas de averiguación pertinentes se realizaron en Lisboa y Madrid. En línea con los compromisos militares adquiridos, entre agosto y septiembre de 1564 participó Cristóbal en el socorro de las plazas norteafricanas de Peñón de la Gomera y Mazalquivir bajo el mando del general portugués Francisco de Barreto, cuya armada auxilió a la del castellano Francisco de Mendoza. Parece que fue la única acción bélica en la que tuvo alguna parte el futuro marqués de Castel Rodrigo, y por la que recibió la encomienda de Fuente del Moral, de rentas moderadas.

El 16 de junio de 1564 fue nombrado gentilhombre de la boca en la recién creada casa del príncipe Carlos, heredero de Felipe II. Por estos años se habían perfilado en la Corte española dos facciones políticas claramente rivales, la del portugués Ruy Gómez de Silva y la de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba.

El origen portugués pesó a la hora de que el joven Moura se identificara con la primera, hecho que traería consecuencias en los años decisivos de la incorporación de Portugal. El vínculo con las casas reales de Juana y Carlos, por un lado, y la protección recibida por parte de Gómez de Silva, por otro, sentaron las bases del protagonismo que Cristóbal adquirió en los asuntos portugueses. En el verano de 1565, Moura fue enviado de nuevo a Lisboa de parte de Juana para tener noticias ciertas del estado de salud mental de su hijo, el príncipe Sebastián, tema que ya preocupaba a ambas Cortes. En septiembre Cristóbal se hallaba de vuelta en Madrid, pero por poco tiempo. En marzo de 1566 tuvo que regresar a Lisboa, esta vez escogido por Felipe II —a instancias de Gómez de Silva— para mediar en los conflictos que afectaban a la Corte lusa.

En efecto, las tensiones desatadas por la minoría de edad de Sebastián y las sucesivas regencias habían erosionado las relaciones entre la reina Catalina, el cardenal Enrique y Antonio, el hijo bastardo del infante Luis, elevado a prior de Crato. Llegado a Lisboa el 2 de abril, su labor, desarrollada hasta el verano, consistió en reconciliar a los miembros de la Familia Real a fin de garantizar la estabilidad hasta que Sebastián fuera proclamado Rey. El éxito de la mediación de Moura estrechó los lazos entre Cristóbal y su valedor, Gómez de Silva. Pero sobre todo satisfizo a Felipe II, que en 1568 le nombró gentilhombre de la boca de su propia casa, toda vez que el fallecimiento del príncipe Carlos aquel mismo año obligó a disolver la casa del difunto heredero. Señales inequívocas de su ascenso en la gracia real fue su nombramiento de caballerizo mayor de la princesa Juana en 1571 y, este mismo año, la concesión de la encomienda de Puertollano, de la Orden de Calatrava, mejor dotada en rentas que la de Fuente del Moral, a la que tuvo que renunciar.

La muerte de doña Juana el 8 de septiembre de 1573 supuso para Moura el fin de una etapa y el inicio de otra caracterizada por el servicio exclusivo al Rey. En su testamento, la princesa encomendó a Felipe II la protección de Cristóbal, al que además incluyó entre sus testamentarios. Este nuevo período coincidió con la crisis dinástica portuguesa y la incorporación de Portugal a la Monarquía hispánica, asuntos que Moura aprovechó para potenciar su carrera. Si bien parece que evitó enfrentarse directamente al duque de Alba, no logró lo mismo con el poderoso Gabriel de Zayas, secretario por quien corrían los despachos con Portugal y confidente de Alba. En noviembre de 1576, y a petición del rey Sebastián, Moura viajó a Lisboa para preparar las llamadas “vistas de Guadalupe”, el encuentro que Felipe II mantendría con su sobrino a partir del 22 de diciembre en aquel monasterio. Allí acudieron también Alba y el prior de Crato, pero el papel más destacado lo ocupó Cristóbal, que llegó a actuar de intérprete entre ambos Monarcas. Quedó allí a la vista el plantel de actores cuyos papeles iban a ser decisivos en la resolución de la crisis lusa desatada con la muerte de Sebastián el 4 de agosto de 1578 en la batalla de Alcazarquivir.

Moura fue el escogido por Felipe II para acudir a dar el pésame a Lisboa al nuevo rey de Portugal, el cardenal Enrique, tío de Sebastián. De edad avanzada y sin hijos por su condición de eclesiástico, su muerte supondría la extinción de la dinastía de Avís y la oportunidad para Felipe II de incorporar la Corona portuguesa.

El objetivo de la Corte española, pues, consistió en disponer la negociación con las elites del Reino para organizar una transición lo menos conflictiva posible. Ello implicaba convencer a Enrique para que nombrara sucesor a Felipe II, a la vez que se buscaba la aquiescencia de la Iglesia, la nobleza y las ciudades.

Moura llegó a Lisboa el 25 de agosto en calidad de emisario real, no de embajador. Para este puesto, que Cristóbal ambicionaba, Felipe II prefirió a Pedro Girón, I duque de Osuna, a causa de su parentesco con el portugués Jorge de Alencastre, II duque de Aveiro, casado con la hermana de Osuna, Magdalena. Parece obvio que la falta de un rango social más elevado privó a Moura de jugar una baza mejor en este momento.

Por si no bastara, Zayas, en Madrid, se dedicó a sabotear la labor de Moura en Lisboa. Esta situación mejoró cuando el 11 de enero de 1579 Alba fue detenido en la Corte por desobedecer al Rey en asuntos relacionados con su familia. La tensión entre Moura y Alba, trasunto de la vieja rivalidad entre las facciones de Gómez de Silva y la encabezada por el duque, sería una constante durante los sucesos siguientes.

El 19 de febrero de 1579 Osuna llegó a Lisboa. Esto permitió a Felipe II llamar a Moura a Madrid, adonde llegó a fines de abril. Fue entonces cuando se ajustaron los puntos clave que el Rey Católico ofrecería a las elites lusas para ganar su apoyo en la sucesión.

También fue el momento en que Moura convenció al Rey de la pertinencia de regresar a Portugal en calidad de embajador con el fin de dar fuerza y credibilidad a sus ofertas. El 30 de mayo Cristóbal se halló nuevamente en Lisboa. La detención en Madrid del secretario Antonio Pérez el 28 de julio de 1579 supuso, en principio, un revés para Moura, en la medida en que este enemigo de la facción albista había representado para Cristóbal una protección eficaz contra las maniobras de Zayas. Desde la primavera de 1579 y hasta el verano de 1580, la actividad negociadora de Moura en Portugal alcanzó un grado febril. Con todo, ni logró que el rey Enrique —que falleció en enero de 1580— designara a Felipe II como sucesor, ni evitó que en torno a Antonio, prior de Crato, cristalizaran grupos de oposición dispuestos a resistir. Esto obligó a Moura a retirarse de Lisboa en junio, pasando de inmediato a Badajoz, donde se reunió con Felipe II, que aguardaba allí para tomar posesión de Portugal. La parálisis entre las fuerzas vivas del Reino, incluida las favorables a los Austrias, llevó a Felipe II a enviar un ejército de ocupación al mando de Alba, quien entró en Portugal aquel mismo verano y ocupó Lisboa el 25 de agosto (batalla de Alcántara). Antonio, que había sido aclamado Rey, huyó a Francia.

Es innegable que, sin la negociación llevada a cabo por Moura con las elites lusas, la incorporación de Portugal al imperio de Felipe II no habría sido viable.

Sin embargo, conviene observar que ya entonces hubo quien discutió el éxito atribuido a Moura, en el sentido de que la rebelión de numerosos portugueses bajo la realeza de Antonio contestaba la unanimidad del Reino por la Casa de Austria, además de poner en evidencia la causa de Felipe II ante sus propios súbditos y ante Europa. Desde luego, para Alba y su facción no hubo mejor prueba del fracaso de las virtudes negociadoras de Moura que la invasión que él mismo tuvo que llevar a cabo —y que, naturalmente, el partido de Cristóbal trató de minimizar—. A su vez, conviene recordar que ha sido un diplomático del siglo XX, Danvila y Burguero, el principal hacedor del mito de Cristóbal de Moura como experto negociador, en un gesto que tiene más de corporativismo anacrónico que de rigor historiográfico. Si no conviene menoscabar los logros de Moura, tampoco parece razonable enjuiciar sus triunfos dejando de lado cuáles fueron sus fracasos y, sobre todo, las graves consecuencias que éstos trajeron.

La incorporación de Portugal abrió la etapa más brillante para Moura. No sólo recibió cuantiosas mercedes, sino que, además, su figura se convirtió en la referencia obligada para la gobernación de la nueva Corona. Desde la constitución del nuevo Consejo de Portugal en 1583, Moura figuró como su principal consejero. De Felipe II recibió un hábito de la Orden de Alcántara (lo que le obligó a dejar la de Calatrava) el 31 de diciembre de 1581, y el 2 de febrero de 1583 la encomienda de Zalamea y el cargo de procurador general de la Orden. Pero, ante todo, a Moura se le empezó a considerar como el privado de Felipe II, anunciando así un puesto que sólo bajo Felipe III se institucionalizaría. En realidad, Moura integraba un muy restringido consejo privado (luego Junta de Gobierno) donde se sentaban Juan de Zúñiga, Diego Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, el archiduque Alberto de Austria, Gómez Dávila y Toledo, II marqués de Velada, Juan de Idiáquez y Mateo Vázquez, hasta que fue disuelto a finales de 1598. En 1587 fue nombrado consejero de Estado y Guerra, y el 20 de agosto de 1588, tras fallecer su padre, obtuvo la alcaldía mayor de la villa de Castel Rodrigo. El 17 de marzo de 1589 fue hecho comendador mayor de la Orden de Alcántara, con cuantiosas rentas. El 1 de diciembre de 1589 fue hecho sumiller de corps del recién creado cuarto del príncipe Felipe. Parece que este mismo año rehusó el cargo de ayo y mayordomo mayor del príncipe, tras alegar que en la Corte castellana no se vería bien a un portugués en tal puesto. El 1 de mayo de 1591 recibió nuevas mercedes en forma de rentas susceptibles de situar sobre el Almojarifazgo de Sevilla. Por fin, el 3 de enero de 1594 obtuvo el título de conde de la villa de Castel Rodrigo, con toda su jurisdicción, rentas y oficios. Moura entró así en el reducido círculo de la nobleza titulada, justo en la década en que su persona alcanzó la mayor ascendencia en el gobierno del Prudente.

La muerte de Felipe II en septiembre de 1598 inauguró la última etapa de la vida de Moura, caracterizada por la ambigüedad. Fue entonces cuando logró por dos veces el nombramiento de virrey de Portugal, la primera entre el 29 de enero de 1600 y el 26 de julio de 1603, y la segunda entre el 31 de enero de 1608 y el 19 de febrero de 1612. El 27 de octubre de 1607 Felipe III le concedió el título de marqués de Castel Rodrigo, con Grandeza de España, por tres vidas más a partir de la de su hijo, al que a su vez otorgó el condado de Lumiares, título que desde entonces ostentaron los herederos de la casa. Otras mercedes consistieron en el cargo de veedor de la hacienda real y dos hábitos de la Orden portuguesa de Cristo para que los concediera libremente. Pero todos estos favores no lograron disimular la rivalidad que sostenían Moura y el nuevo favorito del Rey, Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, quien convirtió los virreinatos de Cristóbal en Lisboa en un extrañamiento de la Corte, algo que todos sabían. Además, el impulso reformista y cada vez más autoritario del gobierno de Felipe III en Portugal alejaron a Moura de los nuevos tiempos políticos. Precisamente, el regreso de Castel Rodrigo a Madrid a comienzos de 1612 tenía por finalidad discutir los cambios que la Corona pensaba introducir en Portugal. Falleció en diciembre de 1613. Como homenaje, el célebre poeta Luis de Góngora le dedicó un soneto. En su testamento estipuló que su cuerpo fuera depositado en el Colegio de la Compañía de Jesús en Madrid hasta que pudiera ser enterrado en la capilla de los Corte Real de la iglesia de San Francisco en Lisboa, lo que tuvo lugar en 1614. Poco después, su hijo dispuso el enterramiento definitivo en la capilla mayor de San Benito el Nuevo, espacio elegido para sepultura de los de su casa.

Casó Cristóbal con Margarita de Corte Real el 18 de diciembre de 1581 en Lisboa. Era Margarita hija de Vasquianes Corte Real, capitán de la isla de Terceira, en las Azores, y de Jerónima de Silva. Falleció Margarita el 24 de junio de 1610. El matrimonio tuvo tres hijos, Manuel de Moura y Corte Real, que heredó a sus padres y casó con Leonor de Melo, hermana del conde de Tentugal; Margarita Coutinho, nacida en Madrid el 1 de octubre de 1588 y casada con Manrique de Silva, conde de Portalegre y marqués de Gouveia, sin que tuvieran descendencia; y María de Moura, nacida en Madrid el 17 de noviembre de 1590 y casada en Lisboa el 23 de noviembre de 1616 con Alonso de Portugal, conde de Vimioso y marqués de Aguiar.

 

Bibl.: L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, rey de España, Madrid, 1877 [1609]; A. Danvila y Burguero, Diplomáticos españoles. Don Cristóbal de Moura, primer Marqués de Castel Rodrigo (1538 1613), Madrid, Impresor Fortanet, 1900; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía Española, 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984; F. Bouza Álvarez, Portugal en la Monarquía Hispánica (1580-1640). Felipe II, las cortes de Tomar y la génesis del Portugal Católico, Madrid, Universidad Complutense, 1986, 2 vols.; S. de Luxán Meléndez, La revolución de 1640 en Portugal, sus fundamentos sociales y sus caracteres nacionales. El Consejo de Portugal, 1580-1640, Madrid, Universidad Complutense, 1988; J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Felipe II, Madrid, Alianza, 1994; R. Pérez-Bustamante, El gobierno del Imperio español. Los Austrias (1517-1700), Madrid, Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, 2000; A. Feros, El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002; A. Álvar Ezquerra, El duque de Lerma, Madrid, La Esfera de los Libros, 2010.

 

Rafael Valladares Ramírez

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