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Juan Rodríguez de Fonseca

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Biografía

Rodríguez de Fonseca, Juan. Toro (Zamora), 1451 – Burgos, IX.1524. Deán, abad, capellán real, obispo de Badajoz, Córdoba, Palencia y Burgos, arzobispo de Rossano, comisario general de Cruzada, comisario papal, diplomático, colaborador real, presidente de la Junta de Indias (posterior Consejo de Indias).

Pertenecía a una de las más destacadas familias del Reino de Castilla, de origen portugués, que se asentó en Toro, a raíz del exilio en dicha ciudad de la reina doña Beatriz. Era hijo de Fernando de Fonseca y Ulloa, señor de Coca y Alaejos, y de su segunda mujer Teresa de Ayala. Además, era sobrino de Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, y hermano de Alonso de Fonseca, heredero del título paterno, y de Antonio Fonseca, contador mayor.

El partido que su familia había tomado por la princesa Isabel, le llevó pronto a la Corte, en calidad de paje. Allí, la Reina Católica encomendó su formación moral a fray Hernando de Talavera, quien le tomó gran afición. Elio Antonio de Nebrija fue su preceptor intelectual, a instancias de su tío, el arzobispo de Sevilla, y luego su profesor en Salamanca. En esta Universidad obtuvo la licenciatura en Artes.

Fue hombre cultivado y conocedor de los avances científicos de su época.

Comenzó su carrera eclesiástica como arcediano de Olmedo y Ávila. Luego fue nombrado provisor de Granada y deán de Sevilla. Aún subdiácono, fue nombrado capellán de la Reina en 1484. Nueve años después, fue ordenado presbítero en Barcelona, donde presenció el regreso de Cristóbal Colón de su primer viaje. En 1495 fue designado obispo de Badajoz.

Cinco años más tarde fue trasladado a la sede cordobesa, donde permaneció hasta 1505, año en que obtuvo la mitra de Palencia. En 1514 recibió el obispado de Burgos, gracias al apoyo del rey don Fernando y en pugna con el candidato del papa Julio II, el cardenal de Oristano. Fue además arzobispo en encomienda de Rossano (Reino de Nápoles), abad de San Isidoro de León, San Zoilo de Carrión y de Parraces (Segovia), comisario general de Cruzada “y aún acabara arzobispo de Toledo, si no fuera el tiempo escaso” (Lope de Gómara). En 1513, el Rey Católico solicitó la institución del Patriarcado de las Indias y su provisión en favor de Fonseca, aunque fracasó en ambos objetivos, como también lo hizo en su solicitud de un capelo cardenalicio para Fonseca.

La brillantez de su carrera no puede ocultar que la mayor parte del tiempo fue un prelado absentista. A pesar de ello, tuvo algunas intervenciones destacadas en el campo eclesiástico: convocó sínodo en Badajoz, mandó imprimir el Breviario Palentino, actuó de comisario papal...

Ahora bien, salvo durante dos breves períodos: el reinado de Felipe I —por su posición favorable a Fernando el Católico— y la regencia de Cisneros —por la introducción de la “reformación de las Indias”— la mayoría de sus esfuerzos los dedicó al servicio real.

En cumplimiento del mismo, le fueron confiadas importantes misiones diplomáticas. En 1492 tomó parte en las negociaciones para la reintegración de Rosellón y la Cerdaña. Siete años después acompañó a la princesa Margarita, viuda del infante don Juan, en su regreso a Flandes. Al año siguiente regresó a este país para traer a Castilla a don Felipe y doña Juana.

En 1501 formó parte del séquito de la infanta Catalina, que se trasladaba a Inglaterra para su boda con el príncipe Arturo, aunque no llegó a realizar el viaje.

Dos años más tarde acompañó a doña Juana, aquejada de los primeros síntomas de su mal, en su retiro de Medina del Campo. En 1504 firmó el testamento de Isabel la Católica y, muerta ésta, viajó a Flandes para darlo a conocer en dicha Corte.

Fue miembro del Consejo Real e inspirador de los Consejos de Indias y Hacienda. Actuó como comisario general de la Bula de Cruzada y presidió las sesiones de Cortes en varias ocasiones, especialmente en las de 1515 que trataron de la incorporación jurídica de Navarra a Castilla y de los problemas sucesorios en su contexto nacional e internacional. Sin embargo, su papel más destacado como servidor real fue el de organizador de flotas, tanto militares como de colonización.

Tal capacidad le valió el siguiente comentario de Bartolomé de las Casas: “era muy capaz para mundanos negocios, señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de obispos”.

Este bagaje le valió para que le fuera confiada la gestión de la empresa indiana, en representación de la Corona y como contrapeso de las pretensiones de Colón. Todo ello lo hizo sin cobertura institucional, pues el único nombramiento que recibió fue el de 23 de mayo de 1493, que le capacitaba para organizar la flota del segundo viaje colombino.

En la preparación de la misma surgieron los primeros roces entre el almirante y el obispo, que consideraba excesivas las prerrogativas del genovés. Desde entonces se consideró a Fonseca el cabeza del grupo anticolombino. A partir de 1495 el enfrentamiento entre ambos encontró nuevos argumentos, pues se impuso una política de franquicias, que restringía las amplísimas facultades de Colón, y se centralizó la administración mediante el sistema de capitulaciones. Su triunfo conoció, sin embargo, un breve estancamiento en 1497 al ser sustituido durante dos o tres meses por Antonio Torres, favorable a Colón. En las expediciones organizadas en estos años el papel de Fonseca fue capital, no faltando choques con algunos de sus promotores, como el que le enfrentó con Berardi.

En paralelo a su actividad americanista, el futuro obispo sirvió a la Monarquía en el apresto de otras flotas. En 1493 supervisó el alarde de la “Armada de Vizcaya”, seguramente porque se pensó utilizarla en la defensa del segundo viaje de Colón. Aunque tal pensamiento fue finalmente rechazado, Fonseca siguió ocupándose de dicha armada cuando fue destinada a la campaña de Nápoles. Es más, preparó de forma conjunta las cuentas de las armadas de Italia e Indias.

Para las campañas en el Reino de Nápoles, realizó asientos con otras embarcaciones, como las carabelas de Delgado y Vicente Yáñez Pinzón. Para el pago de unos y otros gastos, don Juan movilizó recursos procedentes de penitencias y conmutaciones realizadas por la Inquisición, de préstamos, de rentas de almadrabas, etc. Su vinculación a flotas no indianas volverá a ponerse de relieve mucho tiempo después, cuando en 1519 prepare la escuadra que debía conducir al rey don Carlos a su coronación imperial en Alemania.

La política de intervención monárquica en las Indias dio un nuevo paso con la creación de la Casa de Contratación en 1503. Todos los autores están de acuerdo en admitir el papel determinante que el obispo Fonseca tuvo en el nacimiento y desarrollo de la misma, por más que no se cuente entre sus oficiales. Dos de los tres primeros oficiales de la Casa eran burgaleses allegados a Fonseca —y buena parte de los que los fueron sustituyendo también—. Además, el Consulado de la ciudad castellana sirvió de modelo para los procedimientos administrativos del ente gestor de la empresa indiana. Dicha institución fue el único organismo administrativo de la colonización americana hasta la fundación del Consejo de Indias en agosto de 1524. Tampoco en este caso obtuvo el obispo la presidencia del mismo, para la que parecía destinado. No en vano, había seguido teniendo la responsabilidad de todos los grandes proyectos ultramarinos, como la famosa Junta de Burgos de 1512, en la se estudiaron a la luz de la teología los derechos de los indios; la expedición de Magallanes, cuya aprobación había recomendado; los asientos para el traslado e instalación de labriegos impulsados por el padre Las Casas, etc.

En esta ocasión la explicación podría encontrarse no tanto en que le estuviese reservada una actuación en la sombra como en los achaques de la edad.

Viene en apoyo de esto el hecho de que falleciera tres meses después y que hubiese otorgado testamento en diciembre del año anterior. Lo cual no impide que fuese un hombre activo hasta el final, como lo prueba su presidencia de la Junta de Hacienda que desde Burgos se encargaba de conseguir fondos para la guerra con Francia, apoyándose en las remesas indianas enviadas desde Sevilla. En su testamento mandó que su cuerpo fuera sepultado en la iglesia de Coca, en unión de los restos mortales de sus padres y de su tío don Alonso.

Durante mucho tiempo la valoración de su obra se vio condicionada por los juicios peyorativos de dos contemporáneos: Fernando Colón y Bartolomé de Las Casas, que pesaron más que los elogios de Pedro Mártir de Anglería o la amistad de Nebrija. Ya hemos visto que existieron motivos de desavenencia entre ellos. En el primer caso se enfrentaban los intereses particulares y los impulsos mesiánicos del almirante con el servicio a la Corona y la mentalidad práctica del obispo. En el segundo la pugna oponía la visión espiritualista y apasionada de Las Casas a la vía política del defensor de una encomienda moderada, tal como lo habían establecido las Leyes de Burgos de 1512. No en vano en 1517 había apostillado el lascasiano Memorial para el buen tratamiento de los indios escribiendo: “El mejor medio para hacer cristianos a los indios es la comunicación con los cristianos españoles que allá residen y esta comunicación ni la tendrán estando en entera libertad, ni apartados por sí en pueblos”. A este respecto, conviene precisar que Fonseca no fue insensible a la suerte de los indígenas, tal como muestra el memorial que en 1518 elevó a la Corona.

En él pedía una reflexión y un replanteamiento, a la luz de los seis años de aplicación de las citadas leyes.

Insistía en la necesidad de convivencia como medio de hacer avanzar la evangelización, aunque preocupándose más por la proximidad física que la mental.

Y proponía el nombramiento de un repartidor y dos letrados que, “de acuerdo con lo platicado acá”, trabajarán con los priores jerónimos. La finalidad de esta medida parece ser la unidad de acción y la separación de los cargos políticos de la tenencia de indios, a fin de que ésta cumpliera sus objetivos. Sugería, además, la posibilidad de realizar una junta en Indias y nombrar un oficial para las cuestiones indígenas. Con ello, la Corona podía contar con información de primera mano y castigar los malos tratos y abusos.

También perjudicó su imagen la confrontación con algunos personajes que llegaron a ser figuras históricas.

Es el caso, sobre todo, de Hernán Cortés, contra quien tomó postura en el pleito que le enfrentó a Diego Velázquez, resuelto por Carlos I a favor del primero.

Sus buenas relaciones con otros descubridores, caso de Ojeda, Ovando o Pedrarias, tuvieron menor repercusión en la posterior opinión general.

La moderna bibliografía ha insistido, sobre todo, en su gran capacidad como administrador y en su completa identificación con el plan político de la Monarquía, visible en la guerra de sucesión, en la revuelta comunera y en el trabajo de toda una vida. No es menos cierto que todos los estudiosos han reconocido su aspereza y falta de tacto que le acarrearon tantas enemistades. A este propósito, suelen recordar el retrato que de él hizo fray Antonio de Guevara: “¿Qué es lo que la gente dice por acá de vuestra señoría? [...] Todos dicen en esta corte que sois un muy macizo cristiano y un muy desabrido obispo. También dicen que sois largo, pródigo, descuidado e indeterminado en los negocios que tenéis entre manos y con los pleiteantes que andan tras vos. Y, lo que es peor, que muchos de ellos se vuelven a sus casas gastados y no despachados. También dicen que vuestra señoría es breve, orgulloso, impaciente y brioso, y que muchos dejan indeterminados sus negocios por verse de vuestra señoría asombrados. Otros dicen que sois hombre que tratáis verdad, decís verdad y sois amigo de verdad [...] También dicen que sois recto en lo que mandáis, justo en lo que sentenciáis y moderado en lo que ejecutáis [...] También dicen que sois compasivo, piadoso, limosnero [...]”.

No hay que olvidar, por último, su papel como mecenas artístico, tal como consta en la alabanza de Lucio Marineo Sículo. Palencia, Burgos y Salamanca son los principales centros de sus empresas artísticas. En la primera de dichas ciudades hizo construir el trascoro y la escalera de la cripta de San Antolín en la Catedral. Para la misma iglesia encargó en Flandes el tríptico de Nuestra Señora de la Compasión, en el que se hizo retratar como donante; y contrató a Juan Gil de Hontañón para la realización del coro. En Burgos su sello se encuentra presente en la construcción de la puerta de la Pellejería y en la escalera Dorada de la Puerta de la Coronería. Salamanca guarda su impronta en el monumental Colegio del Arzobispo. En tono menor, también colaboró en el embellecimiento del claustro de San Isidoro de León.

 

Bibl.: M. de Alcocer, Juan Rodríguez de Fonseca, Valladolid, 1926; M. Giménez Fernández, “La política religiosa de Fernando V en Indias”, en Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, 3 (1943), págs. 127-182; T. Teresa León, “El obispo don Juan Rodríguez de Fonseca, diplomático, mecenas y ministro de Indias”, en Hispania Sacra, XIII (1960), págs. 251-304; A. Sagarra Gamazo, Burgos y el gobierno indiano: la clientela del obispo Fonseca, Burgos, Caja de Ahorros Municipal, 1998; A. Ladero Galán y M. A. Ladero Quesada, “Ejércitos y armadas de los Reyes Católicos: algunos presupuestos y cuentas de gastos entre 1493 y 1500”, en Revista de Historia Militar, 92 (2002), págs. 43-110.

 

Eduardo Aznar Vallejo

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