Pizarro Viedma, Gonzalo. Trujillo (Cáceres), 1510 – Jaquijahuana (Perú), 10.IV.1548. Capitán en la conquista del Imperio de los Incas, encabezó con el título de gobernador la gran rebelión de los encomenderos del Perú (1544-1548) contra el emperador Carlos V.
Gonzalo fue el tercer hermano por vía paterna y el menor que tuvo el conquistador del Imperio de los Incas. Fue hijo bastardo del capitán Gonzalo Pizarro El Largo y de una mujer llamada María de Viedma, con la que también tuvo dos hijas: Catalina y Graciana.
Debió nacer en Trujillo y, según consta en el testamento de su padre, estuvo muy cerca de él al igual que su hermano Juan, un poco mayor, y de Hernando, el único vástago legítimo del capitán extremeño que ganó fama en las guerras de Italia.
En el testamento otorgado en 1522 por Gonzalo Pizarro El Largo, deja establecido lo siguiente: “(...) mando que den a Gonzalo Pizarro, mi hijo, siendo de edad de doce años, cuatro mil maravedíes para su vestuario; y mando y encargo a el capitán Hernando Pizarro, mi hijo, que lo ponga con un señor, siendo de dicha edad”. Esta manda pedía que el joven Gonzalo fuera colocado, en calidad de paje, en la casa de algún personaje de alcurnia donde pudiera instruirse en lo tocante a modales, armas y de ser posible en Letras. La disposición paterna — dice Rómulo Cúneo Vidal— debió cumplirse, pues ya mayor Gonzalo demostró saber portarse como un cumplido caballero y ser un jinete excelente. Respecto a su formación académica parece que fue muy pobre, por descuido de su preceptor o por falta de vocación del muchacho. No cabe duda, sin embargo, que tuvo clara inteligencia, aunque, por otra parte, fue muy obstinado y ambicioso.
En 1530, cuando Francisco Pizarro, luego de obtener la Capitulación de Toledo fue a Trujillo en busca de voluntarios para iniciar la empresa indiana, los tres hermanos Pizarro: Hernando, Juan y Gonzalo, se engancharon bajo el banderín de Francisco. Lo propio haría un hermano materno de éste, Francisco Martín de Alcántara. El cronista Pedro Pizarro, pariente de los Pizarro trujillanos, escribió: “Gonzalo era valiente, sabía poco, tenía un buen rostro y una buena barba, hombre apretado y no muy largo, y muy hombre de a caballo”. El Inca Garcilaso de la Vega, que siendo niño conoció a Gonzalo Pizarro, muestra viva simpatía por él y dice: “Fue Gonzalo Pizarro gentilhombre de cuerpo, de muy buen rostro, de próspera salud, gran sufridor de trabajos, como por la historia se habrá visto. Lindo hombre de a caballo, de ambas sillas (al decir esto se refiere a que montaba con igual destreza a la jineta, con estribos cortos, y también a la estradiota, con estribos largos, que se utilizaban para cargar contra el enemigo con la lanza en la mano); diestro arcabucero y ballestero, con un arco de bodoques pintaba lo que quería en la pared. Fue la mejor lanza que ha pasado al Nuevo Mundo, según conclusión de todos los que hablaban de los hombres famosos que a él han ido”. Obviamente, después de que fracasó la rebelión encabezada por Gonzalo contra su Monarca, y su cabeza rodó en el patíbulo, faltaron epítetos para denostar al que por un largo tiempo se llamó en el Perú “el gran Gonzalo”.
Los hermanos de Francisco Pizarro —Gonzalo entre ellos— no tuvieron que sufrir los duros episodios de los viajes descubridores del Imperio Incaico. Ellos estuvieron presentes en la jornada definitiva, el desembarco en Tumbes y la posterior y arriesgada marcha por los Andes en pos del inca Atahualpa que se encontraba en Cajamarca. En todos estos episodios ya lució el juvenil valor de Gonzalo, su recia personalidad y su don de mando. El 15 de noviembre de 1532, día de la captura de Atahualpa, destacó la habilidad de jinete de Gonzalo Pizarro y el vigor de su brazo, pues a botes de lanza, junto con otros pocos jinetes, rompió las filas de custodios y cargadores de las andas del Soberano inca, permitiendo que los españoles de a pie, entre los que estaba el jefe de la hueste, Francisco Pizarro, capturaran al inca Atahualpa, el cual quedó como valiosísimo rehén.
En el reparto del rescate de Atahualpa, que tuvo lugar en Cajamarca, James Lockhart apunta que Gonzalo Pizarro, como hombre de a caballo, recibió 21/4 partes de oro y 21/8 de plata, lo cual lo convertía en un hombre muy acaudalado, pero ese enorme capital se multiplicaría de un modo fabuloso gracias a las encomiendas y a las minas que le entregó su hermano, el gobernador Francisco Pizarro. Luego de la muerte de Atahualpa la hueste hispana marcha al Cuzco. Allí todavía Gonzalo no era capitán, pero se le nombró regidor junto a su hermano Juan. Algunos cronistas e historiadores, sustentados en los primeros, afirman que Juan y Gonzalo Pizarro eran hermanos de padre y madre, siendo esta última María Alonso. Pero hay otra posibilidad. Los postreros años de vida del capitán Gonzalo Pizarro El Largo los pasó en compañía de una mujer llamada María de Viedma, para la cual tiene palabras de gratitud y talante generoso en su testamento. Esto nos lleva a pensar que pudo ser la madre de Gonzalo, el gran rebelde del Perú. De toda suerte no tenemos elementos documentales suficientes para descartar que fuera hijo de María Alonso, al igual que su hermano Juan.
La fundación española del Cuzco tuvo lugar el 23 de marzo de 1534. Pocos días antes había llegado a la presencia de Francisco Pizarro el capitán Gabriel de Rojas, quien traía noticias alarmantes. El adelantado Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, se encontraba con una armada de once barcos merodeando en las costas del Perú. Pizarro y Almagro comprendieron que no podían perder un minuto en bajar a la costa y tomar posesión de ella para impedir maniobras ambiciosas de Alvarado. Finalmente Almagro negoció con Alvarado y éste a cambio de cien mil castellanos de oro le entregó las embarcaciones y permitió que los hombres que había traído engrosaran las filas de los socios Pizarro-Almagro.
Mientras esto ocurría en la costa, el Cuzco había quedado bajo el mando de Juan y de Gonzalo Pizarro. Almagro regresó a la capital imperial con el título de teniente de gobernador que le había dado Pizarro, pero en el camino le alcanzó Diego de Agüero dándole la grata noticia que el Rey le había hecho gobernador de la Nueva Toledo (Pizarro lo era de la Nueva Castilla), con el derecho de conquistar doscientas leguas al sur de la gobernación de Pizarro.
Cuando Almagro y los suyos llegaron al Cuzco, Juan y Gonzalo se negaron a recibirlo y a reconocer sus títulos. En estas circunstancias Almagro mencionó por primera vez que el Cuzco caía en su gobernación. Esto exasperó aún más los ánimos y el enfrentamiento armado entre pizarristas y almagristas parecía inevitable. Mas en esta crispada coyuntura Francisco Pizarro llegó al Cuzco, apaciguó los ánimos, renovó su pacto con Almagro y éste de inmediato inició los preparativos para su expedición a Chile.
A postrero de junio de 1535 salieron del Cuzco las avanzadas de la expedición de Almagro a Chile. Era una expedición muy bien pertrechada. Con Almagro iban el Villac Umo, Gran Sacerdote, y un hermano de Huáscar, Paullu Inca. Los indios cargadores y asistentes eran muchísimos. Almagro no había escatimado dinero en esta empresa. En el Cuzco quedaban Juan y Gonzalo Pizarro, junto con un monarca títere nombrado por Francisco Pizarro, Manco Inca, también hermano de Huáscar. Manco Inca había tenido un importante papel en la derrota definitiva de los generales adictos al inca Atahualpa. Ante la población incaica era el legítimo Soberano y era obedecido pese a su precaria situación.
Juan y Gonzalo Pizarro, poseídos por la ambición, exigían más y más oro a Manco Inca. Éste consiguió fugar del Cuzco pero fue detenido a pocas leguas de la ciudad por los españoles que lo llevaron a ella cargado de cadenas. Los vejámenes que sufrió Manco Inca de parte de Juan y Gonzalo Pizarro fueron escandalosos. Igual conducta adoptó Hernando, el hermano mayor, que llegó a la capital de los incas cuando ya había en ella una gran hostilidad de parte de los indios que no tardó en convertirse en una sangrienta rebelión cuando Manco Inca pudo escapar con éxito de la ciudad y se puso al frente de miles de indios previa y sigilosamente alertados.
El 2 de mayo de 1536 las fuerzas incaicas atacaron el Cuzco defendido por un pequeño contingente de españoles. Hernando Pizarro asumió el papel de jefe principal de la diminuta hueste teniendo como lugartenientes a sus hermanos Juan y Gonzalo. El asedio del Cuzco fue violentísimo, al tiempo que otras fuerzas incaicas descendían sobre Lima donde estaba Francisco Pizarro. Refiriéndose al ataque de los indios sobre el Cuzco, dice el cronista Pedro Pizarro, testigo del suceso: “Era tanta la gente que aquí vino que cubrían los campos, que de día parescía (sic) un paño negro que los tenía tapados todos media legua alrededor desta ciudad del Cusco. Pues de noche eran tantos los fuegos que no parescía (sic) sino un cielo muy sereno lleno de estrellas”. Pocas veces los españoles estuvieron en un peligro tan grave de ser aniquilados. Juan Pizarro murió descalabrado al intentar escalar la fortaleza de Sacsahuamán. Aquí fue donde brilló a gran altura la valentía y el liderazgo de Gonzalo Pizarro que con un pelotón de caballería atacaba una y otra vez a los indios que, por cierto, ya habían perdido el temor que primigeniamente tuvieron a los equinos.
Después de largos meses de lucha, casi extenuados, los españoles del Cuzco —que sufrieron buen número de bajas— pudieron salvarse por el regreso de Almagro de su desastrada expedición a Chile. Pero aquí surgió otro problema. Almagro salvó a sus compatriotas cercados en el Cuzco, como ya se dijo, pero él y sus partidarios se apoderaron de la ciudad el 8 de abril de 1537. Hernando y Gonzalo Pizarro fueron apresados y Alonso de Alvarado, que iba al Cuzco desde Lima con una expedición de socorro, también fue hecho prisionero por los almagristas en el puente de Abancay.
Comenzaron entonces múltiples y poco sinceras conferencias entre Almagro y Pizarro. El punto en discusión eran los límites de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. Estando así las cosas, Almagro, dio libertad a Hernando y Gonzalo, que de inmediato bajaron a la costa para reunirse con su hermano el gobernador. Muy pronto Almagro se dio cuenta de que había cometido un error que a la postre le costó la vida. Almagro y los suyos volvieron al Cuzco mientras que Hernando y Gonzalo Pizarro organizaron un ejército que partió en su busca. Ya nada pudo impedir que las desavenencias entre Almagro y Pizarro no se dirimieran con las armas. El 5 de abril de 1538, en el campo de las Salinas, ubicado a media legua del Cuzco, se avistaron ambos ejércitos. Almagro estaba enfermo y postrado en unas andas. Su ejército lo dirigió el mariscal Rodrigo Orgóñez. El 6 de abril, con los primeros rayos del sol, se inició la feroz batalla. Hernando y Gonzalo dirigían a los suyos y hacían prodigios con lanzas y espadas. Los de Almagro fueron derrotados y hubo una gran matanza de ellos tanto en el campo de batalla cuanto en el Cuzco. Almagro, meses después, sería degollado.
Gonzalo Pizarro fue uno de los conquistadores de la región de Charcas —donde recibiría grandes encomiendas y minas— pero estuvo a punto de perder la vida cuando al mando de sólo cuarenta jinetes y treinta hombres de a pie fue cercado por varios miles de guerreros indios en Cochabamba. No sin pasar grandes angustias pudo resistir hasta que fue auxiliado por su hermano Hernando y una fuerza de cincuenta españoles. En marzo de 1538 se fundó la ciudad de la Plata. Muy pronto el vecino Potosí asombraría al mundo con su riqueza argentífera de la cual disfrutaron los Pizarro a manos llenas. Junto con el dinero —para Gonzalo— vendría una fugaz etapa de fama y poder.
Francisco Pizarro decidió confiarle a su hermano Gonzalo la expedición descubridora del País de la Canela. Gonzalo obedeció el fraterno encargo y formó su hueste en el Cuzco, la cual estaba muy bien provista. Iban ciento ochenta soldados, cien caballos, 600 perros de guerra, gran cantidad de cerdos y carneros, para que no faltara alimento, tres mil indios cargadores, una gran cantidad de esclavos negros. En los aprestos Gonzalo empleó 60.000 escudos de oro, suma que dio motivo a muchos comentarios por lo cuantiosa. Los primeros días de diciembre de 1540 ya los expedicionarios estaban en Quito, donde Gonzalo fue muy bien recibido y reconocido como gobernador de esa ciudad. Allí se enganchan a la partida nuevos elementos, siendo el más importante de ellos Francisco de Orellana.
Gonzalo Pizarro y los suyos se encaminaron a la provincia de los Quixos, donde comenzaron toda suerte de problemas y penalidades. Hubo un terremoto, la erupción de un volcán, frío muy intenso y la comida empezó a escasear. Pero lo más grave fue que no tenían derrotero seguro. Llegaron así al río Coca, que bautizaron con el nombre de Santa Ana, y allí Gonzalo ordenó la construcción de un bergantín al que llamaron San Pedro, que sirvió de refugio, hospital y depósito. Pasaban los días y las cosas no podían continuar en esa desesperanzada espera. Gonzalo, en esta coyuntura, aceptó la propuesta de Francisco de Orellana. Él y algunos hombres partirían en el bergantín en busca de comida. Se acordó que tendría doce días de plazo para esta misión. Orellana nunca volvería junto a Gonzalo y sus otros compañeros. Como se sabe, Orellana zarpó con cincuenta y siete hombres el 26 de diciembre de 1541. El cronista de su singladura sería fray Gaspar de Carbajal. Orellana descubriría el río Amazonas el 12 de febrero de 1542. Para algunos historiadores Orellana cometió una traición pues el 1 de marzo de 1542, con una argucia legalista, rompió su dependencia de Gonzalo Pizarro y se puso directamente bajo la autoridad del Monarca hispano.
Con la fuerza de la desesperación, Gonzalo Pizarro y sus hombres, cada vez en menor número como resultado de las fatigas, pudo regresar a Quito. Desde Tumibamba, el 3 de agosto de 1542, escribió una carta al Emperador donde acusaba a Orellana de traidor y de haberlo condenado a él y los suyos a morir de hambre y de múltiples enfermedades. Su hermano Francisco había sido asesinado por los almagristas el 26 de junio de 1541. Ahora gobernaba la Nueva Castilla el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, quien no reconoció su título de gobernador de Quito. Gonzalo perdía su cargo, importante ciertamente, pero seguía siendo, tal vez, el encomendero más opulento del Perú.
Las Leyes Nuevas, promulgadas en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, crearon el Virreinato del Perú y tuvieron normas que beneficiaban a los indios liberándolos de durísimos trabajos. Por otra parte, restringía los abusos de los encomenderos y señalaba que a la muerte de éstos ese beneficio no pasaba a su mujer o hijos sino que retornaba a la Corona. Cuando estas Leyes se conocieron en el Nuevo Mundo los encomenderos se pusieron en pie de guerra decididos a impedir, de una forma u otra, su cumplimiento.
Al Perú llegaron los primeros miembros de la Audiencia y luego el virrey, Blasco Núñez Vela, hombre arrogante, de carácter violento, incapaz de conciliar con nadie. La inmensa mayoría de los encomenderos del Perú volvió los ojos en pos de Gonzalo Pizarro para que fuera procurador general del Reino y pidiera al virrey la suspensión del cumplimiento de las Ordenanzas que serían “suplicadas” ante el Monarca. Los cabildos de las diversas ciudades se reunieron y todos llegaron a la conclusión de que Gonzalo, que se encontraba en sus propiedades de Chaqui, en las Charcas, fuera su representante y valedor. Argumentos no les faltaban: Gonzalo era el hermano del marqués-gobernador, sus hazañas en la Conquista habían sido renombradas, era el más rico encomendero y el que más se perjudicaría. Gonzalo no aceptó de inmediato, pero se puso en movimiento. Fue a La Plata y de allí al Cuzco, donde tuvo un recibimiento apoteósico. Mientras tanto se aprestaban armas y caballos, se pagaba a los soldados sin fortuna, se agitaban estandartes y se decía que el virrey venía dispuesto a ordenar la ejecución de Gonzalo.
Los acontecimientos tomaron un rumbo totalmente imprevisto. El virrey, en un rapto de furia, asesinó a puñaladas al factor Illán Suárez de Carbajal, anciano y respetado funcionario. Los oidores, a su vez, ordenaron la captura del virrey y que se le enviara preso a España bajo la custodia del oidor Juan Álvarez. A la altura de Paita, Núñez Vela logró convencer al oidor para que lo pusiera en libertad. Este suceso tuvo lugar el 7 de octubre de 1544. El virrey, desde un primer momento, inició aprestos bélicos. Mientras tanto Gonzalo Pizarro había ingresado a Lima con el cargo de procurador general del Perú, para entrevistarse con el virrey y, si era necesario, viajar a España y pedir al Emperador que revisara las Leyes Nuevas que tanto les perjudicaban. Pizarro envió una comisión a la metrópoli como una suerte de gestión preliminar. Su ejército, mientras tanto, crecía de un modo formidable. Uno de los personajes que se le unió fue un viejo y sabio mílite, Francisco de Carbajal, quién ocupó el cargo fundamental de maestre de campo y que la historia recordaría, por sus crueldades, habilidades bélicas y donaires, como el Demonio de los Andes.
El virrey viajó hasta Popayán y luego se quedó un tiempo en Quito preparando su ejército. Hasta allí fue en su busca Gonzalo Pizarro y su hueste. Ambos ejércitos se enfrentaron en el campo de Iñaquito —cerca de Quito— el 18 de enero de 1546. La derrota del virrey fue total y un esclavo negro del licenciado Benito Suárez de Carbajal le cortó la cabeza, que fue paseada, como macabro trofeo, en la punta de una lanza.
La rebelión de Gonzalo Pizarro duró entre 1544 y 1548. Una de las primeras medidas del caudillo fue tomar el puerto de Panamá impidiendo, así, todo contacto no autorizado por él con España. El daño económico que recibió la Corona fue muy grande, pues las remesas de oro y plata a la Corte quedaron suspendidas y Carlos V no pudo contar con esos cuantiosos fondos para continuar sus campañas guerreras después del triunfo de Mühlberg. Por otra parte, Gonzalo Pizarro trató de justificar legalmente sus actos contando con el respaldo del canónigo Juan Coronel y el dominico fray Juan de la Magdalena, que redactaron juntos un tratado apologético titulado De Bello Justo. A su vez uno de los oidores, Diego Vásquez de Cepeda, jurista de indiscutible talento, también trabajó ardientemente en la justificación de los actos de Gonzalo Pizarro. Por último, algunos historiadores han pretendido que esta rebelión fue el primer grito libertario de América, lo cual, por decir lo menos, es poco serio.
Después del triunfo de Iñaquito, Gonzalo Pizarro siguió enviando procuradores a España para que pidieran al Consejo de Indias la gobernación del Perú para el rebelde, quien, por consejo de Francisco de Carbajal, debía casarse con una princesa inca para así ganar el favor de los indios. Pero también intentó una gestión más audaz: pedirle al Papa que lo invistiera rey del Perú. Ninguna de estas gestiones tuvo éxito y algunas ni llegaron a efectuarse.
Carlos V, enterado del grave asunto del Perú, pidió a su hijo, el futuro Felipe II, que se encargara del problema. Éste reunió en Valladolid una junta de funcionarios conocedores de la problemática del Nuevo Mundo y tuvieron el acierto de nombrar a un personaje de gran inteligencia, astucia y sólida formación jurídica: el licenciado Pedro de la Gasca, que recibió el título de “Pacificador del Perú”. Todavía no se conocía en España la muerte del virrey ni los ambiciosos proyectos de Gonzalo. El “arma” más importante de Gasca era un gran número de Cédulas en blanco firmadas por el Emperador. Con esos documentos Gasca podía perdonar delitos, otorgar prebendas y, en suma, ganar voluntades para la real causa.
El trabajo de Gasca fue, en apariencia, lento pero seguro. En noviembre de 1546 consiguió que Pedro Alonso de Hinojosa le entregara en Panamá la escuadra gonzalista. El rebelde recibiría así un durísimo golpe. Desde España podrían viajar elementos militares que no tendrían problema alguno para navegar en el Océano Pacífico. Esta noticia causó en el Perú un gran impacto y comenzaron las deserciones en la hueste pizarrista. Gasca distribuía múltiples perdones y sus espías estaban en todas partes. Gonzalo y Carbajal decidieron dejar Lima y marchar hacia las Charcas porque se enteraron que el capitán Diego Centeno —también opulento encomendero— había levantado bandera por el Rey, tomado Arequipa y aprestaba rápidamente un numeroso y bien armado ejército.
Con una hueste mermada, Gonzalo marchó en pos de Centeno. Finalmente ambas fuerzas se encontraron frente a frente el 20 de octubre de 1547 en los llanos de la Huarina, en el Collao. Tanto en hombres como en cabalgaduras y artillería el ejército de Centeno era muy superior al de Gonzalo. Pero al lado del caudillo rebelde su maestre de campo Francisco de Carbajal demostró sus notables conocimientos del arte de la guerra. Confió en sus arcabuceros, atrajo al enemigo y, cuando lo tuvo a una distancia propicia, una lluvia de proyectiles desordenó y causó grandes bajas en las filas de Centeno. Inmediatamente después Gonzalo demostró que por algo le llamaban la mejor lanza que pasó al Perú y, con un pelotón de jinetes, consolidó la victoria.
Huarina había sido un verdadero milagro para Gonzalo y muchos que lo abandonaron volvieron a sus filas. Sin embargo, en la costa el licenciado Pedro de la Gasca, seguía ganando prosélitos. Cuando tuvo fuerzas suficientes emprendió el duro camino de la sierra. En Jauja se enteró de la derrota de Huarina y luego procedió en pos de Andahuaylas, donde estableció su cuartel general y siguió recibiendo gente. Ya se podía decir que era un ejército importante: setecientos arcabuceros, quinientos piqueros y algo más de cuatrocientos hombres a caballo. Gonzalo, con cerca de mil soldados, llegó hasta el Lago Titicaca y luego dispuso contramarchar hacia el Cuzco. El ánimo de Gonzalo había cambiado. Carbajal, el Demonio de los Andes, se daba cuenta de que las tornas podrían trocarse nuevamente, por eso recomendó a Gonzalo eludir el encuentro. Como bien señala el historiador Guillermo Lohmann Villena, “Gonzalo Pizarro acusó un defecto supremo en un caudillo: no tener los pies bien puestos en la realidad, al desconocer unas convicciones inmutables que a su turno facilitaron el triunfo de Gasca: el sentimiento monárquico y el respeto a la institución, en tiempos en que Carlos V era la más nítida imagen de la noción imperial como representante históricamente legítimo del poder: potestas y auctoritas”.
Gonzalo insistió en dar batalla y tuvo el tiempo suficiente para que sus hombres descansaran y se vigorizaran en el Cuzco. No quería ser asediado dentro de la ciudad como en los días angustiosos de Manco Inca y prefirió acampar en la llanura de Jaquijahuana, cerca de la capital de los incas. Un capitán gonzalista, el gigantesco y valeroso Juan de Acosta, le pidió a su jefe, en vísperas de la batalla, que le diera trescientos arcabuceros con los cuales, en lo más cerrado de la noche, atacaría el campamento de Pedro de la Gasca y crearía un caos que les permitiera ganar la moral de sus enemigos. Gonzalo no aceptó la propuesta. En las primeras horas de sol del 9 de abril de 1548 ambos bandos estaban listos para el combate. Los pequeños cañones de Gasca comenzaron a disparar con muy buena puntería sobre las tiendas gonzalistas. Los cuerpos de jinetes, arcabuceros y piqueros se movían con matemática precisión. Viendo esto, el donoso Francisco de Carbajal dijo: “O es el demonio o Pedro de la Valdivia quien dirige a esos hombres”. En efecto, era Pedro de Valdivia, excelente capitán con gran experiencia en cosas de la guerra.
Lo que ocurrió en Jaquijahuana no fue una batalla. En muy poco tiempo se produjeron las primeras deserciones de los gonzalistas. Uno tras otro en pequeños grupos corrían hacia el campo de Gasca en procura de perdón. A las once de la mañana Gonzalo intentó un ataque desesperado, pero la artillería leal le causó daños irreparables. El oidor Cepeda, consejero de Gonzalo, escapó a todo galope lo mismo que muchos de sus capitanes. En menos de diez minutos huyó la gente de a pie, arcabuceros y piqueros. “Gonzalo Pizarro dirigiéndose a uno de sus capitanes, Juan de Acosta, dijo: “Paréceme, Juan, que todos me dejan y desamparan”. A lo que Acosta respondió: “Ahora verá vuestra señoría quien lo ama y quiere bien”. “Bien lo veo”, dijo Gonzalo, y a paso lento cruzó la llanura a caballo, una figura solitaria y resplandeciente, con la capa de terciopelo amarilla sobre los hombros, su armadura dorada y su casco emplumado reflejando los rayos del sol de la mañana. A la mitad del camino se cruzó con Diego de Villavicencio, natural de Jerez de la Frontera, a quien le entregó la espada con estas palabras: “Soy el triste y desafortunado Gonzalo Pizarro, que ha llegado a rendirse a Su Majestad”.
Francisco de Carvajal observó con ira creciente la deserción gradual de los arcabuceros y piqueros señalando: “Estos mis cabellicos, madre, dos a dos me los llevo el aire”. Dio vuelta a su mula y escapó hacia el barranco del valle, cuando presionó el animal para que trepara el terraplén empinado, este perdió el equilibrio y cayó sobre él quedando atrapado. En pocos minutos fue hecho prisionero”.
Una vez ante Gasca, Gonzalo intentó justificar su rebelión recordándole que fueron él y sus hermanos quienes habían obtenido el imperio inca para la Corona española. Gasca respondió que, aunque Su Majestad le había concedido a su hermano el marqués bienes suficientes para elevarlos a él y a sus hermanos de una vida de pobreza a una de gran riqueza, Gonzalo no había mostrado gratitud, en especial teniendo en cuenta que él no había hecho nada por el descubrimiento del Perú, y que su hermano, que lo había hecho todo, nunca había dejado de demostrar su reconocimiento, su lealtad y su respeto. Dicho esto y sin aguardar una respuesta, ordenó a su mariscal que se lo llevara.
Gonzalo Pizarro fue entregado en custodia a Diego Centeno, quien lo trató caballerosamente. El vencido rebelde no flaqueó en ningún momento. Mantuvo una serenidad auténtica sin asomo de arrogancia. Durante muchas horas de la noche estuvo con un sacerdote confesando sus pecados y recibiendo fortaleza espiritual. Mientras tanto se preparó la sentencia de muerte que le fue leída al despuntar la mañana del 10 de abril de 1548. Debía morir por traidor a su Rey y señor natural, cortándosele la cabeza. Dice el cronista Diego Fernández El Palentino que Gasca ordenó que la cabeza fuera enviada a Lima y colocada dentro de una jaula en la Plaza Mayor. Diego Centeno pagó al verdugo para que no despojara a Gonzalo de sus ropas y pagó el entierro de lo que quedaba de su cuerpo en la iglesia de la Merced, del Cuzco, donde también habían sido llevados, en su día, los despojos de Diego de Almagro padre y de su hijo del mismo nombre.
Añade el Palentino: “Se ordenó que se derribase la casa que en el Cuzco tenía (Gonzalo) y la sembrasen de sal y en aquel sitio se pusiera un letrero declarando la causa; y aunque algunos dieron parecer e insistieron que se debían hacer cuartos y ponerlos por el camino del Cuzco, el Presidente (Gasca) no lo consintió por el respeto que al Marqués, su hermano, se debía; (Gonzalo) murió bien, mostrando arrepentimiento de los yerros que contra Dios y su Rey y prójimos había cometido”.
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Héctor López Martínez