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Luis de Miranda y Villafañe

Biografía

Miranda Villafañe, Luis de. Plasencia (Cáceres), c.1505 – Asunción (Paraguay) o Plasencia (Cáceres), c. 1580. Clérigo, escritor, aventurero, conquistador.

Las noticias acerca de la existencia de Luis de Miranda son tan escasas como confusas. Las únicas sugerencias autobiográficas que permiten rastrear con dificultad sus primeros pasos aparecen recogidas en una composición poética que bajo el título Del mismo autor a la muerte de su amigo sirve de colofón a su Comedia Pródiga.

Estas noticias vienen a completarse con aquellas otras que acreditan la presencia de un tal Luis de Miranda y Villafañe en el Nuevo Mundo. Aunque María R. Lida de Malkiel asegura que fue Ricardo Rojas en su libro La literatura argentina: los coloniales, el primero en identificar al dramaturgo placentino con un clérigo de Río de la Plata del mismo nombre, es justo reconocer que años antes el extremeño Nicolás Díaz y Pérez ya se había referido a esta circunstancia sin citar las fuentes manejadas. Si bien las noticias recogidas por el bibliógrafo extremeño precisan de cierta precaución a la hora de incorporarlas a nuestro estudio, en su opinión Miranda fue hijo de Jerónimo de Miranda, secretario de Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia. Un aventurero, a la manera de tantos otros, poeta, clérigo y soldado, que vivió aquellos irreflexivos extravíos propios de la juventud y que acaban lamentándose en la edad madura como pesados e irreparables errores. Díaz y Pérez finaliza su recorrido por la vida del placentino asegurando concluyentemente que vivió sus últimos años en América, donde murió tras obtener el cargo de beneficiado en la Catedral de la Asunción, en el reino de la Plata.

Esta hipótesis americana ha sido recogida por los estudiosos de nuestro autor. Así, Lida de Malkiel se apoya en una Carta escrita al Rey en 1545 por el Miranda indiano en la que confiesa haber sido soldado de los Ejércitos Reales en Italia antes de haberse ordenado sacerdote, como el Miranda placentino. Esa Carta, publicada por E. de Gandía, comienza con el siguiente encabezamiento: “yo, luys de miranda y villafañe, clerigo, vecino de plasençia que reside en la conquista de Rio de la Plata...”.

Para I. Ú zquiza, Miranda participaría activamente en la vida política americana, inclinándose por la facción encabezada por Núñez Cabeza de Vaca; sin embargo, disiente del planteamiento anterior cuando asegura que nuestro dramaturgo regresaría a España para acabar muriendo en su patria.

Nuevos datos ha ofrecido últimamente Pedro Luis Barcia en un trabajo que viene a rescatar un Romance desconocido de nuestro autor. Cuenta Barcia que durante mucho tiempo la imagen de Río de la Plata se ofreció a los conquistadores como la de una tierra codiciada, un nuevo Dorado rebosante de riquezas.

El 24 de agosto de 1535, Miranda se embarcó en Sanlúcar formando parte de la expedición que el adelantado Pedro de Mendoza iniciaba rumbo al Río de la Plata.

El mal estado del mar, con sus peligros constantes y sus tormentas, les hizo desviarse de su destino hasta arribar a Río de Janeiro, en donde asiste a la ejecución de Osorio a manos de Juan de Ayolas, el capitán Salazar y Medrano. Dicho suceso, así como el hambre canina que padeció en Buenos Aires cuando la ciudad fue sitiada por los indios querandíes, aparecerán recogidos más tarde en los versos de su Romance.

Tras la partida de Mendoza a España y de su muerte en el camino, tomó el poder Martínez de Irala, quien decide despoblar Buenos Aires y trasladarse a Asunción. Luis de Miranda es contrario a las medidas adoptadas por éste y defiende con vehemencia la fertilidad de aquellas tierras y las bondades de sus cosechas y ganados. Es probablemente el primer enfrentamiento con el que sería su enemigo más peligroso.

En 1542 llega Núñez Cabeza de Vaca a Asunción con el encargo del Emperador de poner paz en aquellas tierras. Al principio, todos reconocieron la autoridad del nuevo gobernador, quien trataba de solucionar pacíficamente los problemas que se le presentaban; sin embargo, carecía de la astucia necesaria para bregar contra aquellos que desconfiaban de él y esperaban el momento oportuno para derrocarle.

Cabeza de Vaca regresaría a España en 1545, acusado de robos y abusos que no había cometido. Fue encontrado culpable, suspendido de todos sus cargos y se le prohibió viajar al Nuevo Mundo. Hasta 1558 vivió de una pobre pensión que el Monarca le concedió en pago a sus servicios y con la que esperó pacientemente la llegada de la muerte.

Antes de morir, Cabeza de Vaca tuvo tiempo de recoger en sus Comentarios todas las vicisitudes que le sucedieron en su viaje al nuevo continente. En sus páginas se acuerda de aquellos partidarios suyos que también padecieron la persecución y la cárcel. Entre ellos se cita a Luis de Miranda, quien durante ocho meses compartió prisión con el alcalde mayor sin disfrutar de ninguna salida al exterior.

Corría el mes de abril de 1544 y la situación resultaba tan insostenible como peligrosa. Los hombres de Irala, al grito de “¡libertad!” y “¡viva el Rey!”, habían entrado por la fuerza en casa del gobernador y le habían hecho preso. Los días siguientes resultaron muy confusos y los continuos alborotos callejeros así como la violenta actitud de los amotinados hacían presagiar un trágico final.

Es muy probable que en esos primeros momentos de confusión, Miranda, encabezando a los partidarios de Cabeza de Vaca, intentara una acción que permitiera la libertad de éste. De excesivo resulta imaginar al clérigo placentino, cual Nerón moderno, intentando incendiar la ciudad de Asunción con el fin de liberar al gobernador. Sin embargo, las acusaciones de incendiario recayeron de inmediato en su persona, vertiéndose sobre él todo tipo de comentarios que desviaban la atención del problema, al tiempo que le acusaban de libertino y lujurioso.

Parece evidente deducir que Irala consideraría al placentino uno de los alborotadores más peligrosos y no extraña, por tanto, su decisión de encarcelarle sin ningún miramiento, como el mismo Miranda confiesa un año después en Carta enviada al Emperador.

Durante ocho largos meses, Miranda compartió prisión con el alcalde mayor de la ciudad, hasta que finalmente los amotinados decidieron sacarlos de la cárcel y embarcarlos rumbo a España. Así se deduce de la información expuesta por Cabeza de Vaca en su Relación General.

Sin embargo, es muy probable que Miranda sólo acompañara al gobernador hasta la isla de San Gabriel, y que de allí volviera a Asunción. Ese mismo fue el destino que corrieron otros compañeros de exilio, como destaca Cabeza de Vaca en su Relación General, cuando advierte que algunos de los hombres que viajaban con él fueron embarcados en otros bergantines que regresaban a la Asunción por temor a que sus testimonios en España sirvieran de ayuda al gobernador.

En el mismo sentido se expresa Miranda en su Carta, escrita en Asunción un año después de estos sucesos, cuando declara entre líneas que la primera intención de Irala era enviarle a España pero que, presumiendo que allí el clérigo placentino informaría al Emperador de su injusto comportamiento, había preferido mantenerle en prisión hasta que la situación se calmara.

De haber regresado a España parece lógico imaginar que Miranda habría corrido la misma suerte que Cabeza de Vaca y, por tanto, le habría sido imposible regresar a tierras americanas. Sin embargo, esto no es así en el caso del clérigo placentino.

Varios testimonios aseguran su presencia en el Nuevo Mundo después de su prisión a manos de los oficiales de Irala. El primero de ellos es la célebre Carta enviada al Emperador con fecha de marzo de 1545, quejándose del mal trato recibido, de las injusticias contra él cometidas y de su larga estancia en prisión.

Sin embargo, casi diez años después, la situación de Miranda ha mejorado notablemente, siendo uno de los once clérigos que se encontraban en Asunción para recibir al nuevo obispo de la ciudad, fray Pedro de la Torre. Así lo narra Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina (lib. II, cap. XVI). Informaciones recogidas por E. de Gandía demuestran que Miranda todavía seguía intrigando por aquella época y que se había unido a los hombres de Diego de Abreu con el propósito de quitarle el poder a Francisco de Mendoza, teniente de Irala.

Con fecha de 21 de enero de 1558 se conserva un documento firmado en Valladolid por el que se concede licencia a nuestro clérigo, ya viejo y enfermo, para su regreso a España. El Consejo de Indias admite que Miranda no ha cometido ningún delito ni tiene contraída ninguna deuda en aquellas tierras y, por tanto, es libre para volver a su patria. Sin embargo, no parece que se decidiera finalmente a emprender el viaje, pues todavía se encontraba en Asunción el año 1569, la última referencia que de él existe, y que viene de la mano de Barco Centenera, quien lo menciona como residente en Asunción en 1569. E. de Gandía opina que los últimos días del poeta de Plasencia estuvieron vinculados a la capital paraguaya. El fin de Luis de Miranda, como el de la mayoría de aquellos conquistadores, es desconocido. Se sabe, solamente, que trató a Juan Ortiz de Zárate, a Juan de Garay y a los hombres que poco después fundarían por segunda vez Buenos Aires. Vivió, por tanto, más allá del mes de febrero de 1575 en que el último adelantado llegó a la Asunción. España fletó en 1534 una armada al mando de Pedro de Mendoza, quien se cansó de buscar infructuosamente un paraíso inexistente. Miranda participó en esta expedición y, años después, acabó arrimándose al bando de Cabeza de Vaca, el segundo adelantado, en su violenta oposición al despotismo de Irala. Su enfrentamiento fue tal que acabó siendo detenido por éste y encarcelado bajo la acusación de incendiario, pues pretendió liberar a Cabeza de Vaca provocando un incendio y aprovechándose de la confusión originada por el fuego para rescatarle.

Estuvo en Buenos Aires, donde defendió con vehemencia la fertilidad de la tierra y las bondades de sus cosechas y sus ganados, y se opuso con dureza a la decisión de Irala de despoblar aquella ciudad. Por fin, se instaló definitivamente en Asunción, donde vivía aún en el año 1575, cuando fue a visitarle su amigo Martín Barco de Centenera. Para Pedro L. Barcia, Miranda, aunque tenía licencia real, nunca regresó a su patria.

En conclusión, la existencia de Luis de Miranda plantea graves problemas acerca del desvelamiento de su verdadera personalidad y ésta se complica aún más si, como parece plausible, nuestro dramaturgo hubiera viajado al Nuevo Mundo y se hubiera afincado en aquellas tierras. Estas conjeturas permiten proponer diversas hipótesis sobre la composición, sentido y publicación de su Comedia Pródiga.

Es innegable que la trascendencia literaria de Luis de Miranda debe juzgarse a partir de su obra dramática, es decir, de su única comedia conocida, la Comedia Pródiga. La Pródiga se imprime por vez primera en Sevilla, por Martín Montes de Oca, en el año 1554. Desde entonces no ha vuelto a aparecer impresa hasta el siglo XIX, merced a la edición de José María de Álava publicada por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces en el año 1868. Mejor suerte ha corrido la obra en el siglo XX, con la edición facsímil de Antonio Pérez Gómez (Valencia, 1953), y la de Madrid (1964), en la Colección de Joyas Bibliográficas, con motivo de un homenaje a Lope de Vega que llevó por título Autos, Comedias y Farsas de la Biblioteca Nacional; además de las más modernas de I. Úzquiza (1982) y Miguel Á. Pérez Priego (1993).

Además de esta comedia, de tintes celestinescos y naharrescos al mismo tiempo, y de claras connotaciones ejemplarizantes, Miranda es autor de dos composiciones en verso que preceden a su obra dramática.

La primera de ellas, titulada Moralidad de la parábola o comparación sobre lo que la obra fue compuesta, es una reflexión del autor acerca de la enseñanza moral que se desprende de la lectura de su comedia y una interpretación de su escondida simbología. Está escrita en una estrofa de tradición medieval, la copla de arte menor (abba acca), y nos ofrece una explicación catequística sobre la pérdida de la gracia a través del pecado de Adán. Semejante ofensa sólo pudo ser reparada con el sacrificio que hace Dios al entregarnos a su propio hijo. La composición coincide plenamente con la ortodoxia de la Iglesia y bien podría haber sido firmada por un contemporáneo y paisano suyo, Diego Sánchez de Badajoz, preocupado también por este asunto en su Farsa Theologal.

La segunda —Del mismo autor a la muerte de un su amigo— es una especie de elegía en quintillas encadenadas (ababc) que expresan el sincero dolor que provoca en Miranda la triste noticia de la muerte de su amigo más querido, luctuoso suceso que nos permite recrear algunos momentos de la vida del placentino.

Sin duda, los versos dedicados al compañero ausente rezuman una sinceridad que contrasta con la falta de naturalidad con que se dirige a su mecenas, Juan de Villalba.

Últimamente, la hipótesis del Miranda afincado en tierras americanas ha permitido desempolvar un nuevo documento literario que añadimos a su escasa producción. Se trata de un Romance no autógrafo, conservado en una copia datable de 1569 y supuestamente entregado a Juan de Ovando por Ortiz de Vergara junto a una detallada información de las personas que habían residido en Río de la Plata. La composición en verso viene precedida del siguiente encabezamiento: Síguese el Romance que V.S. Ilustrísima me pidió y mandó que le diese, el cual compuso Luis de Miranda, clérigo en aquella tierra.

La existencia de estos documentos procedentes del Archivo General de Indias no fue desvelada hasta 1795, en que aparecen incluidos por Juan Bautista Muñoz en su Historia del Nuevo Mundo. Diferentes copias, la de la Academia de la Historia o la de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, han servido a los estudiosos para editar el texto de Miranda, desde C. Fernández Duro, hasta E. Peña, R. Rojas, J. Torre Revello, E. de Gandía y, más recientemente, J. Martínez Gómez, P. L. Barcia y M. Á. Teijeiro Fuentes, entre otros.

El Romance de Miranda es una composición de tan sólo ciento treinta y seis versos. Formalmente no se adecua al esquema propio de esta estrofa, puesto que está formado por una sucesión de pareados octosilábicos cuya rima viene introducida por un verso de pie quebrado. El hecho de que tanto el primero como el último verso del Romance sean versos sueltos ha distraído la atención de la crítica acerca del carácter fragmentario del poema, cuestión ciertamente difícil de verificar en espera de mejor ocasión y fortuna. Quienes no dudan de su carácter fragmentario se atreven a imaginar un extenso poema en el que Miranda se encargaría de resumir sus experiencias en el Nuevo Mundo, desde su participación en la armada de Pedro de Mendoza hasta su adhesión incondicional a Cabeza de Vaca, acaso propuesto en el poema como el marido ideal para aquella Argentina indómita. Los menos atrevidos consideran que el inicio y el final se corresponden con una antigua tradición romancística.

Por último, existe una Carta al Rey, fechada en Asunción el 25 de marzo de 1545: en esta misiva real, el clérigo placentino se queja ante el Monarca del obsesivo afán de riqueza que perseguía a los embajadores reales, más preocupados por alcanzar el poder que por cultivar las ricas tierras que deberían proveerles del necesario sustento. Esta avara disposición ha desencadenado la maldición divina que ha hecho fracasar todas las iniciativas. Tampoco pierde ocasión nuestro clérigo para arremeter una vez más contra el poder despótico de Irala y salir en defensa de Cabeza de Vaca, lamentándose de la situación creada y temiendo que ésta acabe desembocando en una tragedia de insospechadas consecuencias. De este modo, tanto en el Romance como en la Carta, se combina el componente lírico con la crónica histórica, y todo ello narrado desde su visión personal de los sucesos acaecidos, cronista fiel de la realidad que tan apasionadamente viviera.

Obras de ~: Comedia Pródiga, Sevilla, Martín Montes de Oca, 1554; Comedia Pródiga, ed. de J. M. de Álava, Sevilla, Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1868; Comedia Pródiga, Valencia, a cargo de A. Pérez Gómez, 1953 (ed. facs.); “Comedia Pródiga”, en Autos, Comedias y Farsas de la Biblioteca Nacional, Madrid, a cargo de J. García Morales, 1964 (ed. facs.) (Col. de Joyas Bibliográficas, vol. II), págs. 185-232; Comedia Pródiga, ed. I. Úzquiza, Cáceres, Institución Cultural El Brocense de la Diputación Provincial, 1982; “Comedia Pródiga”, en Cuatro comedias celestinescas, ed. de M. Á. Pérez Priego, Valencia, UNED, Universidades de Valencia y Sevilla, 1993; Carta, en Archivo General de Indias, 52-5-2/10, Pieza 15.0.

Bibl.: N. Díaz y Pérez, Diccionario [...], t. II, Madrid, Pérez y Boix Editores, 1884, pág. 54; E. de Peña, “El padre Luis de Miranda”, en Revista de Derecho, de Historia y Letras de Buenos Aires, año IX, t. XXIV (1912), págs. 514-516; E. de Gandía, Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata, Buenos Aires, Editorial La Facultad, 1936; M. R. Lida de Malkiel, “El Romance, la Comedia pródiga, las Coplas a la muerte de su amigo y la Carta al Rey (1545) de Luis de Miranda”, en RPh, XXVI (1972), págs. 57-61; J. M. Corominas, “Sobre la Comedia pródiga de Luis de Miranda”, en BC, 30, n.º 2 (1978), págs. 112-122; J. López Prudencio, “Luis de Miranda”, en El genio literario de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1979, págs. 99-135; B. Curia, “Mudenos tan triste suerte”. Sobre el Romance de Luis de Miranda, Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, 1987; R. Senabre Sempere, “Revisión de la Comedia Pródiga”, en Escritores de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial, 1988 (Col. Rodríguez-Moñino, vol. 8), págs. 27-45; J. Martínez Gómez, “Dos clérigos extremeños en la literatura hispanoamericana”, en Extremadura en la evangelización del Nuevo Mundo, Madrid, Turner-Extremaduras Enclave 92, 1990, págs. 367-377; P. L. Barcia, “El Romance de Luis de Miranda: imagen de la tierra americana. Poesía e historia”, en EO, X (1991), págs. 13-31; M. Á. Teijeiro Fuentes, “Luis de Miranda”, en El teatro en Extremadura en el siglo XVI, Badajoz, Diputación Provincial, 1997, págs. 261-298; “Luis de Miranda”, en Los poetas extremeños del Siglo de Oro, Badajoz, Editora Regional de Extremadura, 1999, págs. 91- 110.

Miguel Ángel Teijeiro Fuentes

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